Cuando escuché la noticia por primera vez, creí que se trataba de otro rumor, uno de los tantos que he escuchado en los últimos días y que se difunden con alarmante rapidez. En un clima de censura, la exageración es moneda común. Pero en esta ocasión, la noticia resultó ser cierta a pesar de lo dantesca que era: Un hombre había muerto degollado debido a una barricada colocada en la calle de un conjunto residencial de la ciudad. La circunstancia, lo que sugiere, lo que implica, me aterrorizó. Pero más aún la reacción con que me encontré cuando comencé a buscar información sobre lo ocurrido.
Porque al parecer, en Venezuela, el crimen también tiene un tinte político. No es suficiente que todas las instituciones, la visión cultural, incluso la percepción del gentilicio esté rota. Ahora también, la percepción de la muerte, de la visión de la tragedia natural, tiene una posición ideológica. No solo encontré este fanatismo extremo en las redes sociales, sino fuera de ella, cuando me quejé en voz alta sobre la manera como una buena cantidad de ciudadanos intentaba justificar lo ocurrido en la Barricada con algún tipo de excusa concreta.
- Esa gente sufrió un asedio tremendo la noche anterior - me explicó una amiga. Desayunabamos juntas en una panaderia cercana a mi casa, rodeadas de restos de basura quemada, escombros y vidrios rotos. El paisaje de la amenaza - es natural que quieran defenderse.
- Pudieron colocar el cable de la barricada a la altura de la ruedas de una motocicleta, no del cuello del conductor - contesté. Mi vecina me dedicó una mirada casi triste.
- ¿Eso de qué sirve?
- ¿Me estás diciendo que la intención debe ser matar?
- Ellos dispararon a los edificios y a todo el que caminaba en la calle. ¿Cual era su intención?
- Matar, obviamente. Pero entonces ¿Qué te diferencia de ellos? ¿Por qué luchas si hacemos exactamente lo mismo?
- No es tan sencillo.
- Si lo es. Se trata de principios. Una muerte es una muerte.
- Hija, en ese caso, prefiero que el muerto sea otro y no uno de los mios - comentó. Sentí un escalofrío, porque a mi vecina, la conozco de toda la vida. Acudí a clases con su hija mayor, he dormido en su casa, tomado su café. Y de pronto, hay una parte de ella que aflora, violenta y concreta, en mitad del caos. Hay una idea sobre lo social y lo real, que se desploma en medio de esta incertidumbre diaria que vive Venezuela. Cuando se despide, llevando una bolsa de pan y un vaso plastico con café, tiene el aspecto de una señora de pocos cuarenta, profundamente agotada. Pero recuerdo lo acaba de decir e intento conjugar ambas imágenes, construirme una imagen de este ciudadano sobreviviente que día a día es más evidente, más elemental, más radical. El sorbo de jugo de naranjas que me tomé, que siempre me ha parecido un poco a luz liquida, hoy tiene un sabor amargo, insoportable.
Ya no nos reconozco, pienso, caminando por la calle repleta de basura. Un mendigo sentado en medio de bolsas rotas me echa una mirada suspicaz. Y yo siento miedo, uno muy real. Apresuro el paso. La avenida donde crecí, el lugar que me vio crecer, me parece un lugar desconocido, una rareza marginal que no puedo conjugar con la realidad. Hay mucho menos tráfico que de costumbre, un ambiente de crispación que no entiendo muy bien, que digiero con dificultad.
Las palabras de mi vecina continúan atormentándome. Hace pocos días, mi amiga @aziDaniela, se preguntaba en voz alta a través del FrontPage de su Facebook ¿Qué nos pasó?. La pregunta no iba dirigida a nadie en particular y tampoco tener alguna connotación concreta, pero me conmovió. Sobre todo, porque durante las últimas dos semanas, en medio de la confrontanción constante, las muestras de odio frecuentes y la disputa inevitable, me he preguntando más de una vez que ocurrió para que Venezuela se convirtiera en un campo de batalla con dos bandos aparentemente irreconciliable. Me pregunto hasta que punto la política tuvo que ver en esa gran grieta cultural o si solo se debió a que la ideología terminó por llenar y brindar sentido a una identidad nacional oculta, reprimida y peligrosa.
La respuesta no es sencilla. Venezuela siempre ha sido país disparejo, clasista y con los prejuicios normales de cualquier sociedad joven, en plena construcción de esquema. Con una clase media nacida en medio del boom petrolero y una herencia de pobreza herencia directa del mal manejo administrativo, Venezuela padece enormes desigualdades sociales y económicas que se expresan a través de dos realidades bien distintas. Además, la misma historia parece construir dos rostros de una misma idea de nación: Hasta mediados de los años cincuenta, Venezuela fue un país esencialmente rural que luego el auge de la Industria petrolera transformaría en una combinación de piezas mal encajadas de una cultura Urbana. No obstante, el salto cualitativo no estrechó la brecha entre las dos Venezuela, entre las dos maneras de percibirse como país y mucho menos, la sociedad rota.
De esa brecha histórica, nació el Chavismo. Por supuesto que, no puede atribuirse total responsabilidad solo a la habilidad política de Chavez y su discurso violento en la división de una Venezuela en dos discursos antagonistas. Simplemente Hugo Chavez, con la audacia que lo caracterizó, supo transformar el descontento - tan reciente y virulento después del trágico 27 de Febrero de 1992 - en discurso de masas, en una idea que aglutinó esa visión del Venezolano excluido en una identidad. Es casi inquietante, la manera como cada pieza pareció coincidir para crear una propuesta política basada en el resentimiento social. Y de hecho, estoy convencida que la propuesta Socialista, solo fue una excusa para brindar un tinte ideológico a un planteamiento mucho más profundo y preocupante: la ruptura de la sociedad Venezuela, la destrucción de esa ilusión de conciliación e igualdad que siempre fue parte de la idea general de país. Una visión casi violenta de nuestro gentilicio.
Pienso en todo eso, mientras a mi alrededor, las muestras de intolerancia desde el poder aumentan. El Presidente Nicolas Maduro continúa insistiendo en la política del odio y la segregación en cada uno de sus discursos mientras sus funcionarios, invisibilizan y criminalizan la protesta cada vez que pueden. Porque para cada quienes detenta el poder, la ciudadanía es un hecho electoral e ideológico: no representa al ciudadano, sino al elector que favorece su propuesta ideológica. Se refiere a las victimas de balas “opositoras” - e insiste en matizar la diferencia, abrir aún más la grieta - entre términos levemente burlones. Y es que para el régimen, Venezuela solo existe en términos políticos. Solo es una visión de la sociedad ideológica que se expresa como idea cultural.
Y la noción trasciende, salpica todo ámbito. Se habla de lucha de clases, de polarización y sectarismo sin analizas que aunque el gobierno lo transformó en panfleto social reivindicatorio, la idea siempre estuvo allí, al margen de la sociedad, censurada por esa gran necesidad de mirar a Venezuela como una borrosa propuesta social que nunca terminó de construirse. En medio del caos, esa división parece ser aún más dolorosa: el ciudadano escindido en dos visiones de la realidad completamente opuestas, contrapuestas y violentas. Porque la violencia en Venezuela no nos pasó, siempre estuvo. Se construyó a bases y gracias a ese prejuicio latente, nunca reconocido que fue parte de nuestra cultura incluso cuando no eramos conscientes que existía. Una idea levemente inquietante y que sin embargo, resume esta nueva identidad del Venezolano en disputa, del dolor y el temor que se manifesta en la calle, en la sociedad y en ese resquicio de cultura que sugiere que el odio es el único punto de unión entre los Venezolanos.
Miro por mi ventana: El cielo de Caracas se extiende transparente en todas direcciones y pienso que hubo un tiempo donde toda esa belleza, esa calidez diáfana era suficiente para reconciliarnos con la idea de país. Ya no lo es, pienso con amargura y cuando corro la cortina, siento una especie de dolor intimo, sin mucho sentido. Y es que Venezuela, el sueño y la simplicidad de lo que pudo ser una idea de gentilicio, se destruyó hace mucho tiempo. Solo nos queda trozos de deseos, de esperanzas y de un ideal sin nombre y sin rostro, que parece sustituir al país.
Así estamos.
Esta es Venezuela.
2 comentarios:
Me encantas lo escribes y como lo haces, desde ahora estaré pendiente de tu trabajo, reflexionar en medio de la crisis nacional, en medio de tanto ruido, tiene su merito. admiro por tu pasión. Keep the calm and carry on.
El sectarismo en Venezuela es de muy vieja data, la única diferencia del antes y el ahora es que nos hemos vuelto menos tolerantes, menos permisivos a la hora de incorporar la diplomacia en nuestro día a día, rasgo por lo demás característico de nuestra idiosincrasia que por razones que ahora nos abruman, estamos perdiendo.
La desgracia del alambre de púas solo hizo patente todos los alambres que ya existían desde mucho en todos los sectores de la sociedad Venezolana.
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