jueves, 13 de febrero de 2014

Venezuela herida: Crónica de la protesta criminalizada.





Todos “sabíamos” que ocurriría algo. El ¿Qué? no estaba claro. Desde que la marcha del doce de Febrero se convocó, la sensación de la inevitabilidad sobre el peligro, sobre la encrucijada que atravesaríamos, creció hasta convertirse en certeza. Y es que el Venezolano perdió la inocencia: ya no creemos en la posibilidad de la Democracia, en levantar el puño con orgullo para cantar consignas, en las sonrisas de orgullo por manifestar de manera pública el descontento. Quien asiste a una manifestación en Venezuela, sabe el riesgo que correrá, sabe a que se enfrenta. En Venezuela se acabaron las medias tintas. La confrontación, radicalizada de un lado y del otro se transformó en un enfrentamiento latente, que se recrudece a día a día. Lo único que parece ser una incógnita es el momento en que la tensión será insoportable y que estallará con implicaciones imprevisibles.

Por ese motivo, el que marcha sabe a que se arriesga. O cree saberlo. Pero aún así, se viste con su optimismo, con su rostro de esperanza y toma las calles, insistiendo en que “de nuevo regresan para recuperar lo perdido”. Lo hacemos con la confianza, casi ingenua, que en esta ocasión “si habrá una salida”, porque “Las calles son del pueblo”. Nos colgamos la bandera al hombro, sonreímos una vez más, como tantas veces y salimos, a riesgo del peligro, a pesar de que suponemos podamos encontrar. Salimos porque esta Venezuela es incansable, porque en este país, el Venezolano aprendió a levantarse una y a otra vez, a pesar de lo violenta y dura que pueda ser la caída.

Y la violencia llega. A golpes, a secuestros, a vejámenes, a tiros. Con el  rostro  de la consigna política. Tiene la expresión del dolor de la incertidumbre, del que no sabe a donde van o de donde regresan. Llega para quienes como yo, se enfrentan al militar que abusando de su poder cierra calles y avenidas sin otro motivo que la represión. Llega para el que protesta y debe soportar el golpe y el maltrato. Llega para los que deben huir de la bala impune, del que tiene el derecho a asesinarte porque no tolera tu manera de pensar. La violencia llega para el ciudadano que reclama sus derechos, que asume su papel protagonico. O al menos, esa es la intención. Porque en este país, donde la muerte y la sangre derramada son parte de la ideología del poder, la independencia de pensamiento se paga con miedo, con dolor y con violencia. Somos rehenes de un gobierno que criminaliza la voz que se alza, que ejerce la ley como un arma para vulnerar la dignidad del ciudadano. Somos huérfanos, sometidos al dolor de un país donde las victimas ocurren a diario, por el motivo que sea. Porque en este país, la agresión es moneda común, es la expresión más inmediata del poder. En este país, la divergencia se reprime, la oposición de las ideas te convierte en enemigo. El adversario es el chivo expiatorio. El temor la medida del puño que aplasta al que se rebela.

Pero...¿Qué ocurre con la otra mitad? ¿Esa mitad del país que mira el mundo desde las pantallas de VTV? ¿La que no tiene Twitter? ¿La que el gobierno le regaló la casa, le brindó educación al hijo, mantiene al abuelo con una pensión? Hablamos que también para esa mitad la violencia está en todas partes. La violencia de no disentir ni poder hacerlo. ¿Exagerado? Chavista es chavista hasta que se muere, suele repetir algunos fanáticos. Pero el hombre y la mujer del barrio, más que chavista, es parte de ese gran conglomerado que el oficialismo brindó nombre, que hizo visible en un país de grandes desigualdades. No nos engañemos, porque la ingenuidad no nos da para tanto. El pueblo, ese que con tanta libertad y menosprecio se llama ignorante, encuentra en el chavismo algo que la oposición que ofrece. Y se tiene que callar. Y se calla. ¿Por obligación? Otro gran engaño histórico. El chavista, el que sufre y padece lo mismo que usted y que yo, es parte de la visión de país que se construyó a base de pedazos políticos mal encajados. El Chavismo de calle, de a pie, sufre la violencia de no tener más opciones, de asumir que el mejor gobierno que puede tener es justamente al que se enfrenta la otra mitad, la desconocida, la que se debe de odiar. Enemigos, más que contrincantes. La violencia de encontrarnos en medio de un juego de manipulaciones donde la gran victima es este país, su futuro y circunstancia.

¿La solución es la calle? ¿Esa idea abstracta de enfrentamiento con un triunfador? Desengañese, aquí no hay héroes ni villanos. Tampoco Mesías salvadores o lideres inspirados. Hay ciudadanos, como usted y como yo, como el chavista que tanto detesta, como el indiferente que se niega como puede a involucrarse. Somos todos, los Venezolanos quienes padecemos un país en escombros, en una crisis interminable que convierte el día a día en un visión distorsionada de la normalidad. Todos sufrimos los desmanes del gobierno, las decisiones erróneas, la intención personalista de un poder destructor. Pero la solución de lado y lado no incluye al país completo, ese paisaje irregular de una sociedad que aprendió durante quince años a enfrentarse entre sí y que no concibe una visión de si mismo más allá de la lucha y la diatriba ideológica.



Porque este es el país del luto sobre el luto. El país que hoy llora a cinco nuevas victimas, de la interminable lista en la que todos los días, que hoy incluye nuevos nombres. Las victimas que representan al ciudadano anónimo que expone a la violencia, al fanático armado, al policía en funciones, al que protesta en pleno derecho, incluso al ciudadano indiferente. Porque el enfrentamiento, el inevitable, el que se acerca cada día más a un borde desconocido, donde quedan los escombros de país que soportamos, un país donde cada ciudadano tiene una bala con su nombre.



¿Lo más angustioso? Que este país hasta la sangre que mancha la calle tiene tinte político. Mueren dos estudiantes y un miembro de un colectivo. Pero en este país, donde el ciudadano no existe, hay duelo sólo por el militante. El país del rostro roto, el país victima.

El día en que este país no se pregunte a que partido pertenecía la victima, podremos decir que las heridas históricas, culturales y sociales de este larguisimo proceso comenzarán a curarse.

Pero aún ese momento no ha llegado. Tampoco sé cuando llegará.

Así estamos.

Esta es Venezuela.

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