Cuando era niña, caminar por Caracas me parecía asombroso. Tal vez se debía a que, con la imaginación desbordada de mis diez y un poco más, la ciudad era un fragmentos de mis sueños. Con sus altos edificios y las esquinas polvorientos, las calles de adoquines del Casco Histórico, las puertas de madera con las que te tropezabas de vez en cuando, tenían un toque de Misterio que el resto de la ciudad carecia. Me recuerdo muy niña, aferrada a la mano de mi abuela, mirándolo todo con los ojos muy abiertos, temerosa de perderme algo. ¿Que tal si parpadeaba y las palomas de la Plaza Bolivar echaban a volar en desbandada? ¡Que imagen más asombrosa! Las alas grises parpadeando en el cielo, la luz radiante de esas tardes de niñez, atravesando las plumas. Y yo saltaba, alborozada, para rozar alguna en pleno vuelo, para sentir por un momento la plenitud de la belleza de ese sueño de ciudad que era la mia.
Porque Caracas me pertenecía. Era mía, desde el Ávila verde jugoso, hasta los cielos interminables de diciembre. El olor del café que rondaba la cocina inmaculada de café en la mañana, los árboles viejísimos y amistosos que rodeaban la calle que atrevesaba para llegar a la Escuela. Esas rarísimas ventanas altas del Centro, los edificios brillantes que parpadeaban bajo el sol. Caracas era mi casa, era el sueño de cada palabra, la primera fotografía, la casa más allá de mis cuatro paredes intimas. Eras mi lugar, mi deseo, era el futuro. Era el lugar que me vería convertirme en escritora - o en fotógrafa o en bombera, quien sabe - y que recorrería la mujer en la que me convertiría para comprenderme en ella, en el sonido de la calle, en la placida quietud de esta ciudad que era parte de mi historia.
Lo recuerdo tan claro, sí. Esa ciudad que me parecía tan joven como yo, tan viva y tan errante, un sueño migrante bamboleandose de un lado a otro. Mi Caracas, que era más un trozo de mi mente que cualquier otra cosa, con esa sonrisa torcida que parecía invitar a cualquier cosa. La ciudad que me inspiró y me asustó, la Caracas que me crió, en la plenitud de la aridez de ser solamente un deseo. Porque Caracas, la real, la fiera, seguía escondida en esa cristalina imagen inocente que tenía de ella. En el dolor de saberte perdida, mi Ciudad querida, antes de tenerte.
Porque perdí a Caracas, por la violencia. La perdí una vez, cuando me golpearon para arrebatarme un par de billetes y un teléfono sin valor. La perdí de nuevo, cuando me apuntaron con un arma en la cara. La perdí otra vez en el sonido del odio, en el reclamo del dolor y de la intolerancia. La perdí cuando dejé de reconocerla, cuando caminar por sus calles se convirtió más en un riesgo que en un placer. Te perdí Caracas, cuando dejé de reconocerte en mi rostro, cuando desapareció el recuerdo en la brecha implacable de la realidad.
¡Porque quisiera gritar mil cosas Caracas! Como la hija que se rebela, quisiera decirte como me duele temerte, haberte perdido y no recuperarte. Y te miro, a diario, buscando recuperarte. Te miro, a través de la cámara, de lo que escribo, de mis sueños que aún te pertenecen. Pero no te encuentro. Te perdí. En algún recodo de las vicisitudes, de este trayecto interminable que me lleva tan lejos de ti, te volviste fiera. O siempre lo fuiste y yo no quise verlo. Cuanto esfuerzo lleva admitir eso. Lo hago con dolor, porque no me queda más remedio. Lo hago porque me obliga el miedo que te tengo a pesar del amor, que sobrevive, que sigue allí, en esa encrucijada donde coincidimos, donde eras mi rostro. Porque este miedo Caracas, no es solo el sentimiento que no puedes contener, sino lo que implica. A olvidar quien fuiste, a rechazar tus brazos abiertos. ¿Dónde estás coño Caracas? ¿Donde está la ciudad que me crió, que me hizo recorrer ideas, que me empujó a continuar mirando? Soy lo que tu hiciste de mi, hija agradecida, la que levanta los brazos en esos cielos tuyos de diciembre resplandecientes y te abraza de corazón. La que camina por la Plaza Bolivar y con la treintena a cuestas, aún corre detrás de las Palomas. La que se para al pie de nuestra Montaña para soñarte. ¿Dónde estás? ¿Por qué ya no te encuentro?
Miro todas las fotografías que guardo de ti. En Brujería, hay la firme creencia que cada imagen atesora el tiempo en que fue construida. El rostro huidizo, el sol que brilla, la sonrisa eterna. Que sabor a pasado. Que dolor tan antiguo. Las miro, y las llevo entre mis manos, de un lado a otro, temblando, angustiada. Las miro y me pregunto que magia podrá devolverme tu nombre, que clase de invocación podrá hacerme recuperar esa sencillez de recuerdo. Y es que este amor, Ciudad de mil bendiciones, este amor que también es rencor, esta aridez que tambien tiene algo de perdida, se abre en dos direcciones distintas. Quiero huir de ti, quiero encontrarte de nuevo. ¿Podré hacerlo?
En la Tierra de Mi montaña, trazo el circulo. Magia antigua que de pronto, me parece recién nacida. De pie, frente a la ciudad, la que me mira, la que me no me comprende, levanto los brazos e invoco. Regresa a mis recuerdos, tan nítida y fresca. Caracas, yo te llamo, eres mi nombre, eres lo que fui y lo que soy, eres parte de mi historia, eres todo lo que aspiro y pierdo en esta amargura de tus calles que no reconozco, en el dolor que calla y muere. Caracas, te invoco a ti.
Soy un rehén. Soy tu víctima. No sé como perdonarte. ¿Debo hacerlo? ¿Qué culpas tiene tu Caracas de lo que te hemos convertido? ¿Qué culpas tienes tu de las calles rotas, de la sangre que se esconde en la noche? ¿De la basura que te desfigura? ¿Qué culpas tienes tu de este silencio, de ser solo una imagen rota? Ah, mi amada, mi querida, mi madre, ¡Es que este miedo lo es todo! Está en todas partes: Es el miedo a subirme en un vehículo de transporte público y enfrentarme a un asaltante, es resultar herida por llevar un teléfono que a alguien puede comprendida mercancía deseable. El arco de las variables y posibilidades se abre en todas direcciones y de pronto te encuentras, en un estado de temor que no puedes definir porque no es completamente tuyo: es una idea general, que se extiende en todas direcciones a diario. Y es miedo, sí. Insoportable. Es miedo cuando la paranoia te desborda e incluso lo minimo se convierte en amenaza. Es terror cuando comprendo que estoy atrapada en ti, en lo que no eres, en lo que te convertiste. O mejor dicho, no seamos injustos, no solo se debe a ti, sino a la amenaza, esa angustia que se ha convertido para nosotros, los que nos llamamos Caraqueños en algo tan natural como respirar.
Y mis fotografias vuelan, entre el viento, arrasadas por la angustia y también por la esperanza. Porque la imagen guarda mis recuerdos, pero también ese sueño, más allá de mi misma. ¿Eres mía Caracas? ¿Alguna vez lo fuiste? Te ofrendo mis fotografías, mis palabras, tierra en mano, con el sabor de la sal de lágrimas en el cabello. ¿Eres mía? ¿Un recuerdo? ¿Una visión? ¿Un sueño a recordar?
No lo sé, me digo. Sentada en silencio te comtemplo, una silueta radiante que brilla en un cielo espejado. Pero tengo este deseo, que la vieja magia me devuelva esa necesidad de comprenderte, más allá de este miedo y rencor. Un fragmento de brillante belleza. Un reflejo de quien soy.
Caracas, mi rostro en el espejo.
Caracas, una parte profundamente sentida de mi propia necesidad de creación.
La magia más antigua de todas: Un recuerdo que se conserva entre sonrisas.
Para la brujería, el arte simbolizan, además de una obra creativa, una manera de construir un vinculo inmediato con el pasado y de recordar momentos que tal vez, hemos olvidado. De manera que celebramos cualquier obra artistica, como una expresión espiritual muy profunda. Si quieres bendecir tu expresión artistica y vincularte a esa parte tan profunda de tu propio espiritu que lo inspiró, puedes llevar a cabo el siguiente ritual:
Necesitarás:
Tu obra artistica ( o una parte pequeña de ella. Incluso las herramientas que usaste para llevarla a cabo )
Sal marina.
Albahaca.
Un cuento para quemar.
Disposición:
Crea un circulo con la sal y sientante dentro de él. Coloca el cuenco para quemar frente a ti e introduce en él las hojas de Albahaca. Ahora invoca:
"Soy el poder creativo
Soy arte y poder
Que cada palabra, pincelada e imagen
Construyan una forma de creer
Así sea"
Enciende las hojas de albahaca. Disfruta de su caracteristico olor mientras con los ojos cerrados, meditas sobre la importancia de tu obra, de la manera como ha creado una forma de escuchar tu propia mente y espíritu. Brindate la oportunidad de experimentar de nuevo la emoción que sentiste al crear y al comprender que cada expresión artistica es tu manera de soñar.
Para completar el ritual que llevaste a cabo, permite que las hojas se consuman y luego come y bebe algo para equilibrar la energía que obtuviste a través de él.
Sueño contigo Caracas. De nuevo, la niña que fui corre con los brazos abiertos para abrazar la luz del sol, la infinita y la radiante que explota en todas direcciones, a partir de ese secreto que tu guardas para mi.
C'est la vie.
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