lunes, 10 de marzo de 2014
De la Venezuela, la expresión política y el disidente de conciencia: ¿Por qué protestas?
Las primeras protestas contra Hugo Chavez me encontraron en la Universidad. No recuerdo muy bien contra qué protestábamos, pero si, que deseaba hacerlo. Luego de la necesaria Luna de Miel que cualquier gobierno disfruta durante unos pocos meses luego de su elección, la efervescencia callejera comenzó a hacerse sentir. Un ligero malestar por el estilo presidencial - directo y brusco - y luego, esa sensación que los cambios parecían sucederse muy rápidamente, un manejo político cada vez más agresivo. Pero había cierta inocencia en las manifestaciones, esa ingenuidad del ciudadano que ha vivido en relativa paz y que no tiene real idea sobre asumir sus deberes políticos. Una idea de la manifestación como una forma de opinión.
No obstante, aún había un claro apoyo de numerosos sectores políticos y culturales hacia el Gobierno chavista. Durante las llamas "Mega elecciones" que renovó casi seis mil cargos de elección popular, Chavez - la figura política, el líder carismático en ciernes - arrasó con el voto popular. El fenómeno del hombre imbatible en las urnas electorales comenzaba a crearse y más allá del resultado, lo sorprendente fue como la idea de la abrumadora votación pareció invalidar las voces disidentes. Por primera vez y no sin cierta preocupación, me asombró un poco el poder ilimitado de un Chavez en plena forma y además, en control evidente de los poderes del Estado. Ya lo había dicho en una de sus primeras entrevistas luego de su elección Presidencial: "Seré un presidente que estaré en todas partes".
Lo estaba. A pesar que aún no se vislumbraba el real alcance del culto a la personalidad que fomentaría y disfrutaría los años siguientes, Chavez demostró ser un político para quien el control absoluto era una forma de discurso político. No solo jamás disimuló su injerencia en uno u otro de los Poderes públicos, sino que además, dejó bien claro que su intromisión no solo era bien aceptada, sino bien recibida. Y es que su estilo, parecía ser una idea bastante clara sobre el personalismo a la-Venezolana: Un funcionario público, convertido en un líder político y además, una especie de Mesias social que construía su propio mito a base de golpes de efecto. Una combinación desconcertante que poco a poco, transformó la política Venezolana en un complejísimo juego de ajedrez entre el poder - cada vez más enorme e incontrolable - y un ciudadano disidente, invisibilizado y menospreciado por el discurso oficial.
De manera que protesté. Acompañé a un grupo de Padres y Representantes que se oponían directamente a al Decreto 1011, que formalizaba a los llamados "Supervisores itinerantes" como interventores de la educación escolar Venezolana. Bajo el lema “con mis hijos no te metas” un grupo reducido de padres, con algunas pancartas hechas a mano, desfiló en la Plaza Brión de Chacaito ante la mirada incrédula de los transeúntes. Levanté mi pancarta "la educación es libertad" y me sentí muy orgullosa, una ciudadana en pleno derecho. Una pequeña demostración de fuerza.
La protesta tuvo efecto: Unas semanas después, escuché que el Gobierno aceptaba negociar el polémico punto y pensé que había un poder enorme y contundente en la capacidad del ciudadano para expresar sus ideas y negociar con el poder. Un pensamiento realmente ingenuo, me digo ahora, a quince años de distancia. Aún así, y con toda y su ingenuidad, aprendí alguna cosas de la experiencia: la necesidad de expresar las ideas y construir razones coherentes para disentir del poder del Estado.
La siguiente fue que salí a la calle, fue durante el año 2001, para apoyar el reclamo sobre leyes inconsultas que afectaban directamente los derechos económicos Venezolanos. O esa fue mi consigna, luego de leer con preocupación el paquete de leyes que el Gobierno de Chavez había aprobado y que afectaban directamente aspectos juridicos como la tenencia y propiedad de Tierras, la distribución de las ganancias de hidrocarburos y la muy ambigua ley de Pesca, que habría un sin número de posibilidades en detrimento no solo del comercio de cualquier producto marítimo sino de su comercialización. Lo hice, por esa especie de de solidaridad automática con quien disiente. Una oposición de conciencia: me parecía inaceptable la imposición de leyes, aunque la gran mayoría parecian obedecer a un aparente propósito superior y una visión mucho más humana de la política. Recuerdo haber discutido por horas sobre el tema, con uno de mis mejores amigos por entonces, Ramón (no es su nombre real) quien juzgaba el reclamo político de los empresarios como extemporáneo e incluso directamente sin sentido.
- Nadie toca sus intereses, solo se habla de una distribución justa de la riqueza. En otras palabras, reorganizar la economía no solo en pro de intereses especificos sino en un planteamiento más abierto y menos jerarquico - solía ser su argumento preferido. Eran discusiones a media voz, conversaciones un poco por tedio sobre una situación lejana e incluso poco representativa. Aún no había llegado realmente la división, la polarización extrema que la sociedad padecería poco después - es un poco socialista, pero en realidad, continúa siendo solamente una visión mucho menos central del tema de estructura social.
Lo entendía, incluso llegué a considerar necesario un replanteamiento de la visión económica del país, pero igualmente protesté. Lo hice porque consideré que la imposición del paquete de Leyes, era un precedente peligroso. Lo hice porque por entonces, la agresividad Presidencial, su necesidad de mantener bajo el puño del Gobierno toda administración y relación de poder, me parecía mucho más preocupante que las posibles ventajas de leyes que seguían pareciéndome impuestas, más que legalmente correctas. De nuevo, levanté pancartas: "La Libertad es progreso", caminando por las calles de Caracas en compañia de esta vez un grupo más numeroso de manifestantes. En esta ocasión, los transeúntes nos dedicaron miradas desconfiadas, irritadas, incluso de directo reproche. El malestar político, comenzaba a ser lo bastante evidente como definir dos bandos en pugna. Y aparentemente me encontraba en el incorrecto, pensé, luego de recibir el insulto de un hombre que llevando una camiseta del llamado "Polo Patriótico" me acuso de "vendida".
Es curioso recordar ese primer insulto por protestar. Recuerdo que me detuve y lo miré, sin entender muy bien por qué continuaba insultándome, esa ira suya, mitad fanatismo y mitad verdadero rencor. Alguien me tomó del brazo y me hizo avanzar, mientras el hombre continuaba vociferante.
- El gobierno tiene sus grupos de choque - me explicó el desconocido - hay que tener cuidado.
Me volví para mirar al hombre que continuaba insultando. Se le habían unido un grupo de transeúntes, enfurecidos. También gritaban e insultaban a los que recorrían la calle manifestando. Algunos, tan confusos como yo, se detenian para escuchar. Otros directamente contestaban a gritos. Me sobresaltó la virulencia, la furia en la discusión.
- ¿Pero por qué les molesta la protesta? - pregunté. El desconocido se encogió de hombros, casi con cansancio.
- A Chavez no le gusta le contradigan.
Pasarían algunos meses, hasta comprender las verdaderas implicaciones de esas palabras. Porque poco a poco, el clima del país se hizo denso e irrespirable. Poco a poco, esa visión del otro como enemigo comenzó a ser parte del discurso político. No solo se trataba del estilo agresivo que utilizaba Hugo Chavez como discurso político, sino el hecho que parecía formar de un tipo de violencia muy específico que comenzó a formar parte del debate social del país. Me encontré discutiendo a gritos con familiares y amigos que apoyaban el Gobierno chavista de esa manera ciega y frontal que solo el fanatismo puede brindar. Una y otras vez, me enfrenté a la idea que mi opinión disidente se menospreciaba frente al altisonante vozarrón oficial. Mi última discusión con Ramón, fue una desagradable discusión que terminó mostrándome la verdadera dimensión de la grieta, del abismo que empezaba a abrirse en la sociedad Venezolana.
- Chavez sabe lo que hace y es el único que tiene el Guaramo de hablar claro y raspao - dijo. Le había preguntado su opinión sobre los insultos, sobre la manera en que Chavez insistía en disminuir al disidente, al opositor. En Deshumanizarlo hasta convertirlo en enemigo - Chavez tiene que enfrentarse al rico de cuna, al burgués que todo cambio social le molesta por perjudicarlo. ¡Eso es lo que hace!
Parpadeé, sorprendida. Conocí a Ramón el primer día de clases en La universidad y durante años, habíamos sido compañeros y amigos. Habíamos compartido libros, películas y algunos besos. No lo reconocía ahora, en medio de una batalla dialéctica que carecía de sentido, que parecía exceder el simple debate de ideas. ¿Qué ocurría? ¿Qué estaba provocando esta nueva visión de lo político como arma de agresión?
- Ramón, yo no soy rica de Cuna. Ni soy Burgués. No apoyo a Chavez, simplemente - dije - ¿eso me hace tu enemigo?
- Por ahora sí.
La respuesta me obsesionó por días. La recordé mientras las protestas callejeras culminaban en enfrentamientos y violencia. La recordé cuando la tensión social se volvió política. La recordé cuando el Paro Petrolero pareció desdibujar el límite entre Estado y Gobierno. Las recordé cuando me enfrenté a una multitud enfurecida que arrojó piedras a la manifestación en que participaba sin otra provocación que llevar la bandera.
La recordé el 11 de abril, aterrorizada y confusa, intentando comprender lo que ocurría. El país en dos pedazos, en el símbolo de una pantalla televisiva dividida. El país del grito, de la sangre, del asesinado por levantar una consigna política. El país de la Victima, de la inocencia perdida. El país Victima.
Me llevó unos años reponerme del desengaño del Once de Abril. De perdonar a los lideres tradicionales, a la política de un país confuso. Me llevó años asumir el trago amargo de no entender nunca qué había ocurrido, cuando la protesta se transformó en herramienta política, cuando el poder aplastó la protesta con el puño de las armas. Si antes mi oposición a Chavez había sido abstracta, casi elemental, ahora su Gobierno representaba para mi las de calles del País profanado, silenciado, aplastado bajo el yugo de la opinión silenciada. Y es que la protesta perdió su sencillez, la simplicidad de la expresión de la opinión. La protesta era una voluntad colectiva, una idea a medio construir.
La siguiente vez que protesté lo hice por furia. No había mucho ideal político ni social cuando salí a la calle frente a mi casa exigiendo libertad, cuando el canal de Televisión RCTV cerró sus puertas luego de una tensa disputa con el poder. Poco me importaron las consideraciones técnicas, la excusa oficial que asumía el cierre como "una decisión legal". Había un temor claro y cierto por la perdida de libertades, por la afrenta que la imposición parecía inmiscuirse incluso en lo doméstico, en esa normalidad simple del ciudadano cualquiera. Había algo muy cercano al miedo, al horror simple en el hecho de reclamar al Gobierno reconocer mi existencia. Un miedo que se mezclaba con algo más intimo. Con la idea concreta de asumir que el Poder golpeaba muy cerca, de manera muy directa, a lo que consideraba privado. Un canal de Televisión que simbolizó la muerte de una etapa muy larga en una Venezuela completamente rota. Una visión de país roto y dividido como elemento cultural.
Seguí protestando. Lo hice cada vez que pude, incluso llevando la decepción a cuestas, de nuevo asumiendo la necesidad ambigua de apoyar un lider político circunstancial. Protesté, pancarta en mano, con mi viejo anhelo de exigir libertad, levantando una y otra vez una sola consigna. Lo hice mientras mis razones para hacerlo maduraraban, mientras intentaba encontrar un punto donde las ideas pudieran superar el odio y el resentimiento que también terminé vociferando como parte de mi visión de mi país. Porque sí, también odié mucho, me sentí dueña de la verdad, me sentí infalible, me sentí parte una gesta histórica. Me sentí parte de una idea política y después, comprendí que protestaba por mis propias razones, por las evidentes, por las simples, por las elementales, por las personales. Comprendí que mi voz era la del ciudadano, más allá de la bandera y la consigna. Y que mi protesta era por conciencia.
Y continuo protestando. Salgo a la calle cada vez que puedo. Siento miedo, sin duda. Pero lo hago. Camino por la calle y levanto otra vez, mi vieja proclama, tan sencilla, como de niña: "Quiero libertad". Lo hago, por todo el que no puede hacerlo, por el que decide callar. Lo hago incluso por el que me insulta, por el que está convencido, como yo lo estuve, de encontrarse del lado de la justicia. Continuaré haciendolo. Por todas las cosas que creo justas, por las que necesito defender con una forma de expresión de mi conciencia. Continuaré haciendolo, porque mi expresión es la disidencia, y mi oposición una forma de libertad.
La ingenuidad, supongo, del que asume la lucha política como personal.
C'est la vie.
0 comentarios:
Publicar un comentario