sábado, 29 de marzo de 2014

La Bruja que sonreía al tiempo que transcurre y otras historias de lágrimas y sonrisas.






Una vez leí que nuestra primera rutina de la mañana define quienes somos. Una idea singular, porque pareciera resumir todos esos pequeños rituales que llevamos a cabo a diario quizás sin saberlo. El primer café de la mañana, la ducha con agua caliente, la lectura al periódico, la caminata en medio de las sombras el primer gesto del día. Todos somos un poco inocentes en ese primer parpadeo, en ese renacimiento humilde que comienza cada mañana.


Cuando era niña, me acostumbré a que los primeros minutos de la mañana estuvieran llenos de luz. Aunque no sabía muy bien por qué, y ya por entonces insomne veterana, abrir las ventanas de mi habitación y dejar que entrara la luz del día era un gesto que parecía recibir mis esperanzas, pequeñitas e infantiles, con los brazos abiertos. Lo hacia con una gran torpeza: me subía a la silla de madera del escritorio, me encaramaba hasta alcanzar el pestillo de la Ventana y luego...el gran estallido. Era una sensación de placer casi física casi, esa de cerrar los ojos y aspirar luz, grandes ráfagas de ese resplandor radiante del amanecer, envolviéndome, brillando y palpitando, rodeándome casi como en un momento ingrávido. Después, el mundo comenzaba a girar y todo perdía el brillo, se hacia más común. Pero yo atesoraba ese primer instante del día las horas siguientes. Lo miraba de vez en cuando, cuando me sentía incómoda y desconcertada en el colegio, o en los momentos de tristeza, en el apartamento de mi madre, mientras aguardara regresara del trabajo. Y es que ese primer resplandor matutino estaba impregnado de vida, más que cualquier otra cosa: de belleza, de un pensamiento tan nítido sobre el placer y la ternura que me llevaría años entenderlos. Pero en esa niñez titubeante y torpe, lo tenía muy claro, era evidente, a pesar de que no comprendiera el motivo. Cada mañana era un motivo para sonreír.

Cuando me mude a casa de mi abuela - la sabia, la bruja -, descubrí que ella también sentía una extraña felicidad por la luz del amanecer. La primera vez que dormí en su casa, desperté para escuchar el chas chas de sus pantuflas caminando por el pasillo hacia el jardín antipático. La puerta que se abría, ese silencio que venía después, casi atento. Y después la luz. La luz derramándose, para ella y para mi, desde esa linea de fuego en la montaña querida. Un pequeño prodigio para paladear a diario, a pesar de todo, quizás por todas las razones misteriosas y diminutas que disfrutamos en silencio.

Pasarían unos meses hasta que me atreví a decirle que yo también me despertaba muy temprano para abrir las ventanas y mirar al sol nacer. Me escucho con una sonrisa, mientras compartíamos el primer café del día en la cocina desordenada. El mio, pasado por agua y con mucha leche en honor a mis pocos diez años, el suyo negro y oloroso. El aroma exquisito del grano recién cortado flotando a nuestra alrededor, impregnado de motitas de luz dorada.

- ¿Por qué lo haces? - me preguntó. Siempre me pareció muy curioso que a mi abuela le interesara saber que pensaba una niña pequeña como yo. Usualmente, el mundo adulto me ignoraba. Mi madre estaba demasiado apresurada o cansada, mis tías me dedicaban caricias y mimos un poco descuidados, mis maestras me reprendían, pero abuela siempre me escuchaba. Lo hacia con interés, mirándome con sus brillantes ojos color miel sin parpadear. Al principio, eso me daba miedo. Después me reconfortaba. Muchos años después, sabría que era una muestra de amor.
- Porque es el momento donde todo está calladito - intenté explicar. Que difícil resultaba resumir en palabras esa portentosa experiencia de la luz siendo luz en mi piel, en mi cabello - me gusta porque en ese momento el mundo está dormido, yo estoy despierta y todo es nuevo, todo comienza otra vez. No importa si me cai y me raspé la rodilla o si me peleé con mi mamá el día anterior. Todo es de nuevo limpio y bello. Para comenzar otra vez.

Mi abuela tomó un sorbo de café, solo mirándome. Después se inclinó y me besó en la frente: un parpadeo de ternura que me hizo sonreír.

- Hace muchos siglos, las brujas que vivian en campos y montañan se levantaban con la primera luz del sol para recibir el abrazo del nuevo día - me explico - le llamaban "El saludo al sol". Era un ritual pequeño, muy intimo, donde se mezclaba la magia tradicional y algo mucho más amplio, esa necesidad del ser humano de sentirse parte de algo muy grande. De esa visión de la Naturaleza que reconforta aunque no sepas el motivo.

No conocía la palabra "reconfortar" pero me gustó como sonaba. Me imaginé un valle muy verde y fresco, donde todo olía bien y brillaba. Sí, ese primer rayo de luz de la mañana me brindaba la misma sensación: algo recién nacido, fresco y jugoso. Una idea espléndida para nacer y recorrer las viejas con mayor paciencia.

- ¿Y lo hacian como lo hago yo y como lo haces tu? - me emocionaba la idea. La abuela rió, con sus carcajadas estruendosas que tanto me gustaban.
- Seguro menos desordenadas y más peinadas.

Reí con ella, ambas compartíamos el rasgo de la melena abundante, despeinada y rizada. Eso siempre me reconfortaba. En una familia de mujeres de cabellos lozanos y lisos, mi cabello áspero e indomable siempre me hizo sentir incómoda. Pero ¡Mi abuela también lo tenía! y mientras el mio era castaño muy oscuro, siempre lleno de pequeñas hojitas y pedacitos de papel, el de mi abuela era caoba rojizo, una preciosa melena corta que le acariciaba las mejillas. Pero eran los mismos rizos. La misma cualidad indomable. Ella y yo, compartíamos algo y eso me hacia sonreír.

- ¿Y recibían al sol?
- Con los brazos abiertos. Con los ojos cerrados. Vestidas de blanco para que el sol brillara sobre ellas, para tomar la luz y crear ideas ¿Te lo imaginas?

Me lo imaginaba. Imaginaba a las mujeres, a esas brujas desconocidas, caminando por la ladera cuando el sol era aún gris, vibrando de emoción. Llevaban el cabello suelto, las vieja saya blanca blanca, mal cosida. Alcanzaban el punto más alto de la ladera y esperaban. Ellas, tan distintas: la niña de mejillas rosadas, aún dormida, la mujer alta y hermosa, la joven dama embarazada, la anciana de cabello blanco. Esperando, a que la luz lentamente se hiciera real. Y de pronto ¡Lo era! ¿Lo ven? ¡Allá viene el sol! La linea blanca del renacimiento, naciendo a la orilla de los sueños. ¡El sol míralo! allí viene. Y todas levantan los brazos, sonriendo, con los ojos cerrados. Y estalla la luz, estalla en todas direcciones, se hace tan real que el mundo parece ser de luz, que el mundo renace en las manos abiertas.

- Pero...lo que hago es más chiquito. Me levanto y abro la ventana. Me gusta esa primera brisa - sonreí. Una sonrisa amplia donde faltaban algunos dientes aún - y viene el Sol y entonces todo es blanco, todo es bonito. Todo es...
- Nuevo.
- Sí ¡Nuevo! todo nació otra vez, todo es como si todo fuera limpio y yo...
- Eres nueva también.
- Aja.
- Sí, es lo mismo.

Me sonríe mi abuela. Extiende la mano y me acaricia el cabello, tan parecido al suyo. El primer sorbo de café tiene mejor sabor ahora, a pesar de la leche y que tiene poca azucar. Y esta la luz, que se derrama ahora alta y fuerte, palpitando entre la madera y el metal. El mundo nuevo.

- ¿Quieres que lo recibamos mañana juntas?

Me lo dice mirandome a los ojos. Muy seria. Esto es importante, pienso. No es como abrir la ventana y suspirar. Imagino de nuevo a las brujas de antaño, a las que bailan en el primer circulo de luz del día. Me siento extrañamente emocionada, al borde de las lágrimas. Pero ¿por qué? Cuando le digo que sí, mi abuela me regala uno de sus guiños adorables. Toma ambas tazas de café vacias y las deja en el fregadero. Escucho el agua correr.

- Entonces mañana celebremos al sol.

Corro por el pasillo la mañana siguiente. Casi no dormí de pura expectativa. ¿Y si me quedo dormida? ¿Y si me pierdo el momento ideal? Pero no me lo he perdido. Mi abuela está allí, esperándome al filo del amanecer. Todo es gris aún y la casa duerme, incluso el jardín antipático, que lanza resuellos cansados en la semi oscuridad. Y de pronto, ¡Allí está! Bajando por la montaña la luz, tan radiante. Bajando lentamente por las copas de los árboles, que lo inunda todo. Me detengo junto a mi abuela, aún en pijamas, mirándolo todo. El viento sabe a noche aún, a día mal cortado. Pero de pronto. ¡Hay luz! ¡Ya está aquí!

Y levantamos los brazos. Y la luz llega y nos impregna. Y la luz brilla y nos rodea. Y el mundo solo es luz, solo eso. Y me siento bendita, recién nacida, los deditos de las manos abiertas, de la noche que se abre en arco y desaparece, porque la luz ha llegado, la luz ha reclamado su lugar en el mundo. Y lloro, aunque no sepa por qué, y sonrío aunque sienta aún las lágrimas en mi lengua. Pero es real, esta felicidad, esta ternura, esta melancolía. Es el mundo que renace, es el tiempo que transcurre de nuevo. Una forma de soñar.

Y ahora es la adulta, la mujer en que me convertí la que levanta los brazos. En la terraza diminuta de su apartamento, a solas con la luz idéntica, con el obsequio de esperanza de todos los días. La mujer que creció con una sonrisa y la bruja que sabe el valor de la luz. Saludo entonces el nuevo despertar, la posibilidad abierta, el día que nace entre mis dedos. Soy de nuevo una historia a punto de contarse, un nuevo capitulo que descubrir, una nueva manera de construir mi propio rostro.

Otra vez saludo al Sol, al día que se renueva. A la posibilidad de continuar, a pesar de todo y quizás, debido a todo.

Esa magia tan antigua, del simple renacer cada día. La de creer y confiar.

Así sea.

3 comentarios:

Rick dijo...

Gracias! Ha sido maravilloso leerte, lo necesitaba, un oasis atemporal en medio de nuestra fragmentada Caracas. La casa que describes debe ser hermosa, el recinto que albergó los universos de seres tan particulares no puede ser de otra manera…

No paras de escribir, lo cual es magnífico, pero me va a tomar tiempo ponerme al día con toooodo el material. Sin embargo me ha llamado mucho la atención algo que publicaste, donde le realizabas una especie de entrevista a tu madre. Esa pequeña charla íntima y sincera me ha fascinado, tal vez porque me habría encantado tener la oportunidad de realizarla con la mía… lamentablemente ya no se puede.

Hace unos años, en un tardío pero fascinante hallazgo me topé con la excepcional Louise Brooks. He visto casi toda su corta filmografía, me he dejado encantar por su danza frente a la cámara, su corte de cabello, ese rostro inteligente pero insatisfecho. Luego encontré una entrevista que le hicieron en el ocaso de su vida: la cabellera larga, gris-blanca, el semblante envejecido, cansado y sin embargo, era ella, la misma chica altanera, desenfadada e inconforme. Y un día, surfeando entre páginas me encuentro con uno de los muchos artículos que pululan en la web sobre la compleja y cambiante situación del país, firmado por una chica y hay muchos, pero la foto de la autora era, es diferente. Lo leí y volví a la foto, busqué más artículos, más fotos y allí, oculta entre palabras e imágenes me pareció ver a la señora Brooks esbozando una tenue sonrisa.

Llámame banal, egoísta, pero la posibilidad de alcanzar el simple y discreto placer de ver en movimiento lo que en imagen fija es todo un manifiesto, es razón suficiente para querer sentarme a intercambiar historias y opiniones contigo, si en algún momento lo consideras oportuno. No hay teclado que supere el divino caos de una conversa. Me disculpo si la honestidad de un desconocido incomoda de alguna manera, pero este niño-hombre al que las canas le van ganando terreno considera justo ofrecer la misma sinceridad que encuentra en lo que escribes.

Unknown dijo...

Hermoso relato. Se valora inmensamente el haber compartido algo tan íntimo y a la vez plagado de rutina, esto sin intención de menospreciar el acto, para nada. Es un deleite poder leer reseñas de este tipo, transportan a una fecha o momento sin igual que apenas se puede construir en la imaginación (para quien no lo ha vivido). Un fuerte abrazo, acá una fiel seguidora.

Reinaldo Fonseca dijo...

Brujas, naturaleza, y la manera de una niña de ver lo que es un amanecer con su abuela y terminamos los lectores con un nuevo punto de vista no solo con el ámbito político si no con nuestras vidas personales. Tomaré el ejercicio en practica para un nuevo intento.

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