El día sábado, durante casi una hora las calles y Avenidas de la Urbanización Altamira sufrieron un asedio desproporcionado por parte de las fuerzas de Seguridad del Estado. Por casi dos horas manifestantes y vecinos, fueron atacados con bombas lacrimogenas, perdigones e incluso disparos. Hubo más de 80 detenidos, más de 30 heridos de diferente gravedad y el preocupante precedente de ocho periodistas extranjeros detenidos e imputados como “terroristas”. ¿El motivo? Documentar lo que estaba ocurriendo.
Todo lo anterior ocurría mientras el Presidente Nicolás Maduro llevaba a cabo la primera jornada de la llamada “Conferencia por la Paz”. Rodeado de probablemente los personajes más radicales de su propio partido y junto a varios políticos de tendencia opositora sin ninguna representatividad, Maduro ponderó sobre la paz entre insultos, descalificaciones y además, manteniendo el discurso violento que hasta ahora, ha caracterizado al régimen. Con cada exposición de los participantes, se evidenció que para el Regimen Chavista, la Paz no representa un dialogo productivo ni muchos menos, en igualdad de condiciones. La paz que propugna el gobierno es de hecho, un monólogo sin respuesta, una calle de una sola vía donde la ideología se impone a través de la fuerza, la visión no se asimila como parte de un encuentro ciudadano y se resume en la necesidad de aplastar al contrario.
La escena se ha venido repitiendo casi a diario: mientras el gobierno intenta disuadir a sus seguidores sobre el impacto y profundidad de las protestas, la represión aumenta. Las regiones del país sufren asedio y violencia, en tanto la Capital, dividida de nuevo en la clásica idea clasista del Este acomodado y el Oeste popular, permite la simplificación de un conflicto complejo cuya violencia escala a diario. ¿Exagerado? El abogado Gonzalo Himiob resume la situación en cifras alarmantes: además de los 14 asesinatos por terrorismo de Estado o violencia que han ocurrido durante las protestas, Himiob añade que "Durante el mes de Febrero, el Foro Penal contabilizó más de 974 detenciones, arrestos o "retenciones" ilegales en todo el país. 34 personas están formalmente privadas de su libertad, o bajo arresto domiciliario, y 518 han sido sometidas a procesos penales bajo medidas cautelares. El resto, 422 personas, está compuesto por personas que fueron "retenidas ilegalmente" y luego liberadas, o están a la espera de presentación ante los tribunales". Por si el panorama no fuera lo suficientemente grave, se han denunciando al menos 30 casos de tortura, que el Gobierno insiste en ignorar y minimizar. Desde el velado menosprecio de la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, que insistió en que no puede llamarse torturas a "lesiones leves" hasta la renuencia de la Defensora del pueblo de reconocer cualquiera de los casos, la violencia de Estado parece insistir en utilizar la ley como un arma en medio de la diatriba. Lo más preocupante parece ser además, la idea general de no sólo criminalizar la protesta sino de convertirla en un estigma social. La violencia del discurso y de la percepción del contricante ideológico aumenta.
Pero eso ocurre en la palestra de la visibilidad pública, en el choque dialéctico entre funcionarios y lideres populares. Más allá, la violencia en nuestro país es parte del paisaje urbano, se funde con una idea social tan sutil como inevitable. Una idea preocupante por supuesto, en un país donde la tasa de asesinatos supera el centenar semanal y la agresión del poder se asume como parte del juego político.
Pienso en eso mientras escucho a dos mujeres conversar en el transporte público en el que me encuentro. Están sentadas dos puestos por delante de mi y ambas discuten acaloradamente sobre lo que ocurre en el país. Para ellas, las posiciones políticas, sutilezas ideológicas e incluso el mero planteamiento social no son más que abstracciones. La realidad es mucho más pragmática, concreta. Quizás evidente.
- Son carajitos ricos jodiendo al gobierno, más na' - dice una, muy convencida. Es una mujer joven, de unos ventipocos. El cabello trenzado le da un aire casi infantil - ¿que piden? ¿que quieren? Sólo es bochinche.
- Yo si marché - dice la otra, en tono agrio - no es porque apoye a nadie. Yo marché porque me da miedo salir de noche de mi casa. Pero no quemo basura. No es lo mismo.
- Sí es la misma cosa - insiste la otra, tensa y furiosa - ¿Tu no ves que queman y arman peo solo para pedir elecciones? ¿Otra vez? Que se esperen pues.
- Yo no pido a elecciones, quiero polícia en mi calle - la mujer baja la voz. Sacude la cabeza - la cosa esta grave. Tengo miedo de llegar del trabajo o si salgo temprano. ¿Por qué el gobierno no pone policias?
- Chica, lo que yo quiero es tranquilidad.
- ¿Tu tienes tranquilidad con el malandro tocándote la puerta?
Silencio. Ahora ambas conversan entre cuchicheos pero no pueda escucharlas. Me pregunto si lo político, si la arenga gubernamental, si la proclamas opositores de Libertad y prosperidad, tiene verdadera importancia para esa otra Venezuela que sufre y padece la realidad a diario, la que vive más allá de la estadística, la que se comprende más allá de la ideología abstracta. No lo creo, me digo, observando de nuevo a al duo, que no deja de conversar y gesticular. Somos parte de un país que parece dividido no solo por esa visión contrapuesta de la realidad sino la manera como se asume, de la forma como se comprende más allá del panfleto y el manifestación callejera.
Un rato más tarde, camino por el Casco Histórico de Caracas. Aquí realmente no ocurre nada en apariencia. La vida transcurre con ese bullicio callejero de la ciudad: de hecho, hay una pequeña celebración de Carnaval donde un grupo de niños salta y rie a carcajadas. El otro país, el que se mantiene al margen de no solo la protesta sino incluso de esa visión Gubernamental del Venezolano como protagonista de la historia. Porque esta celebración, decorada en rojo y repleta de consigas políticas, solo refleja esa indiferencia ancestral, la pequeña indolencia del que que vive al margen de la sustancia social, ese enfrentamiento político que llegamos a creer inevitable en nuestro país. Cuando me acerco a mirar, nadie comenta sobre las protestas por supuesto, pero tampoco sobre Nicolas Maduro, el Imperialismo. Hay una ligera ceguera, una sensación de exclusión que poco o nada tiene que ver con la lucha social. Hay un silencio de objetivos, de propuestas y quizás de pretextos que afecta a cualquier ciudadano por igual.
Y quizás en esa aridez del absurdo, de la propuesta que no existe, que no termina de plantearse, de la corta memoria histórica de la sociedad Venezolana, tiene su mejor asidero la violencia, como planteamiento. Porque la visión social que no solo se interpreta como solución sino que se confunde con la necesidad de la política que artícula el discurso. Más allá de eso, la violencia es real, la violencia es insalvable. Todos la vivimos, es parte de la realidad de un país confuso. La violencia de la calle, de la estética, de la comunicación, del discurso. La violencia de la mayoría sobre las minorias. La violencia de la ignorancia, el menosprecio a la opinión, a la visión del otro.
Por supuesto, no me sorprende. Ya lo decía el Gobernador de Anzoateguí, Aristóbulo Isturiz, el día sábado: “Aquí manda la mayoría”. Como Revolucionario sin ningún tipo de formación humanistica - aunque sí política - para Isturiz la cosa está clara: “la verdad y la ideología se impone”. Un curioso comentario proviniendo de un hombre que disfrutó de la defensa de los derechos de las minorías durante la satanizada “Cuarta República”. Para quién no lo recuerde, Isturiz fue el Alcalde del Municipio Libertador durante el año 1992. El funcionario pertenecía al partido minoritario “Causa R” y se enfrentó a la maquinaría de AD, por entonces en su mejor momento. Isturiz no solo cumplió sus funciones sin menoscabo por su tendencia política sino que además, pudo ejercer su cargo y vocería política con total tranquilidad sin que la mayoría lo aplastara. Por supuesto, Isturiz solo recuerda el largo trecho político que debió recorrer para lograr el cargo y no lo que ocurrió inmediatamente después y que demostró que la democracia “partidista y Punto Fijista” podría tener enormes vicios pero era perfectible.
El viernes 28 de Febrero y también durante una feroz represión de la protesta callejera en varios estados del país, Diosdado Cabello y en medio de la llamada “Conferencia de Paz” insistió en que “Ellos” ( los ricos ) debían entender que el país era de todos. Un comentario desconcertante, en medio de lo que se intentaba mostrar como un esfuerzo oficial por promover el diálogo en un país peligrosamente polarizado. Pero no solo el Presidente de la AN insistió en dividir al país en dos bandos en constante enfrentamiento sino que el Alcalde de Municipio Libertador Jorge Rodriguez, intentó como siempre, demostrar que hay dos interpretaciones a la verdad, dos formas de asumir el país y que la ofrece el gobierno es cuando menos “esperanzadora” al contraste. Respondiendo a las palabras del presidente de Fedecamaras Jorge Roig que apuntó “Venezuela no esta bien, presidente”, Rodriguez no tuvo otra ocurrencia que insistir a los viejos resentimientos históricos y a planes gubernamentales parciales para justificar lo injustificable. Con un cinismo preocupante, el Alcalde no solo descalificó la critica insistiendo en que el país “mejoró” y “a mi me parece está bien”, además dejó bien claro que el diálogo en nuestro país pasa por la base ideológica, impuesta a la minoría circunstancial por la fuerza. ¿Qué tipo de dialogo es este que promueve la división y la polarización en medio de una situación tan crítica como la que padecemos? ¿Que podemos esperar como interlocutores cuando el poder nos minimiza y nos invisibiliza por el simple hecho de no encontrarnos en posesión del poder militar?
La respuesta está a simple vista: Mientras la llamada “Conferencia de Paz” avanzó a trompicones, el discurso oficial se radicaliza con la sencilla facilidad del argumento inmediato. Las victimas de las protestas se ocultan y se conmemora la memoria de los caídos afectos al régimen. Los llamados colectivos agreden a discreción a los que protestan y el sistema Judicial promueve la impunidad. La visión ideológica continúa polarizando y el Estado derecho se encuentra en entredicho. Y la violencia sigue presente, en todo escenario, en cada visión social, en las calles y avenidas. De manera que la lucha callejera, desordenada, espontánea, emocional y en ocasiones sin mayor dirección, parece tener un nuevo objetivo: Reclamar la restitución del Estado de Derecho y exigir que el Estado sea una visión unitaria del país como expresión social y no a conveniencia del Gobierno de turno.
Un pensamiento que parece cada vez más lejano: Mientras escribo esto, un grupo de Cadetes de la Comandancia de la Guardia Nacional trotan en una de las calles cerca de mi casa. Lo hacen, mientras corean a todo pulmón “Somos Guardias de la Patria, Chavez Vive aún” y me inquieta la perspectiva de sobrevivir ia la diatriba política solo para enfrentar a esta profunda interpretación del poder como valor de un único pensamiento ideológico. La visión de la sociedad como utilitaria. El monstruo del Poder por el Poder, sin otro límite que su ejercicio a discreción.
Esta es Venezuela.
1 comentarios:
Hola,
Sabes haré una intervención rápida, aproximándome a la objetividad.
Siendo un país al que le encanta la moda, la Paz se convirtió en una especie de moda del 2014. Y no niego que en el fondo todos la deseen, pero el libreto parece ser que ambos lados quieren Paz imponiendo su "tipo de Paz" al otro, una especie de juego cuya regla es: queremos la Paz, pero a nuestra manera; uds cállense y oobedezcan. No logro visualizar como se puede obtener paz de esa forma.
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