Recibí el primer correo alrededor de las dos de la tarde. Cuando lo leí, no sabía a que se refería. En mayúsculas, alguien me acusaba de "Bobositora" y de "apoyar al régimen humillando a los centuriones de la libertad". El texto se extendía en dos párrafos más de improperios e insultos que preferí no leer al completo. Lo borré, un poco inquieta. Me pregunté que podría haber provocado la reacción del autor, cuyo nombre no reconocí de ninguna parte y con el cual, de hecho, no recordaba haber intercambiado una opinión jamás.
Una hora después, había recibido al menos veinte correos más o menos parecidos al primero, todos plagados de insultos cada vez más violentos, de acusaciones directas a las que no les encontré mayor sentido. Me acusaban de "Apátrida", "Traidora al país" y otros tantos epítetos que he escuchado en una multitud de ocasiones anteriores en palabras y frases del discurso ideológico oficialista, solo que en esta ocasión, los utilizaban autoproclamados "Opositores de conciencia", "defensores de Venezuela" y "luchadores por un país mejor". Desconcertada, continué sin comprender que ocurría realmente, que había provocado la reacción o al menos, como podría detenerla. Seguí recibiendo correos al menos durante una hora, cada vez más virulentos, con acusaciones cada vez menos comprensibles sobre mi "obsceno apoyo al regimen castrista" que continúe sin saber a que atribuir. Ni uno solo de los enfurecidos remitentes me explicó que había hecho para desencadenar una reacción semejante. El único elemento en común entre todos los insultos parecía ser la defensa a ultranza de las llamadas "Guarimbas" o mejor dicho, su idoneidad como forma de lucha.
Uno de los correos me preocupó especialmente. Se mencionaba de manera explicita los artículos que he publicado y que insisten en la inclusión y reconciliación, llamándome a causa de los conceptos que emito al respecto "doble agente" y agregando: "Seguro eres una sapa tarifada que está buscando le paren bolas (sic) para quitarnos el triunfo. Tu lo que eres una sapa, y si sigues, te vamos a castihar (sic) como se castiga a los sapos ¿Quien tu crees te va a dar trabajo si saben eres sapa?". Me enfureció y atemorizó a partes iguales la amenaza velada, el hecho que se admitiera el uso de la exposición y la humillación pública como arma de manipulación al disidente.
Finalmente, descubrí que ocurría cuando alguien en mi TL de Twitter me mostró el artículo publicado en la página web de la BBC, donde se citaba mi opinión con respecto a las protestas en Venezuela. Unos días antes, un amigo periodista me había hecho unas cuentas preguntas sobre el acontecer del país, mi visión de una situación de confrontación cada vez más sostenida y pugnaz. Y le respondí lo mejor que pude, explicando mi punto de vista y también, intentado mirar el país más allá de los extremos (si quieres leer mi respuesta completa, hazlo desde aquí) aunque nunca se me ocurrió preguntar cuando estaría disponible en la website del periódico. Lo publicado en el texto final, un resumen más o menos pormenorizado sobre las manifestaciones que se llevan a cabo al país desde hace más de diez semanas, incluye una de mis frases: La guarimba ardiendo sola en mitad de una calle vacía, abandonada, es la imagen que representa esa lucha diaria confusa y sin verdadero objetivo. El articulo, además describe la situación callejera como cada vez más confusa, espontánea e incontrolable en una serie de testimonios que muestran una Ciudad dividida y en tensión debido al enfrentamiento entre vecinos a pesar de compartir tolda política. También se menciona los enfrentamientos que la Guarimba, como método de lucha, ocasiona en diversos sectores de la oposición. En resumen, el trabajo periodistico intenta expresar la idea del país que se enfrenta así mismo, más allá de la diatriba y validez de las protestas. El ciudadano herido por un clima de tensión y resentimiento insostenible.
En Twitter, también recibí insultos y comentarios malsonantes de una buena cantidad de usuarios que consideraban que mi opinión era una forma de "ataque" a la "gesta libertadora" que las Guarimbas parecen representar. La mayoría, no había leído el texto donde se me cita y muchísimo menos intentado comprender que punto de vista intenté ofrecer: la intención era simplemente señalarme como crítica de una opinión sesgada y mayoritaria que menosprecia al que no la apoya. Los ataques aumentaron en virulencia a medida que el artículo fue compartido y leído en diversas fuentes. Frustrada, intenté explicarme, incluso argumentar, sin recibir otra cosa que una serie de ataques cada vez más agresivos. Finalmente y luego de comunicarme con el periodista que me había entrevistado, logré que mi cita y mi nombre fueran borrados del texto publicado por la BBC en su página web. Poco a poco, el ataque decreció en violencia y finalmente, la anécdota se diluyó en medio de la breve atención del mundo de redes sociales. Otra circunstancia que demuestran, de nuevo, lo gravedad esencial del problema que padecemos: la radicalización de nuestra visión del conflicto, esa admisión de la violencia como parte fundamental de la lucha que se lleva a cabo y que distorsiona esa necesidad de reconstrucción de la idea de país en que todos insistimos a diario.
Lo más desconcertante resulta comprender hasta que punto, la agresión ideológica y partidista se hizo parte de la interpretación del ciudadano común con respecto a su percepción de la opinión ajena. Es inquietante asumir que el discurso del odio profundizó lo suficiente como para salpicar incluso nuestra visión del otro de manera esencial, como parte del gentilicio que compartimos y que debería unirnos. Porque entre todos los comentarios insultantes que recibí, no hubo un solo intento de contemporizar, intentar comprender mi punto de vista. La insistencia era en aplastar mi visión y opinión por medio de una diatriba agresiva cada vez más destructora. De hecho, me asombró que el cumulo de opiniones denigrantes, no eran en absoluto espontáneas, fruto de una reacción emocional: había una definitiva comprensión del poder de las redes sociales, del uso del instrumento público para asegurar que la opinión del otro sea aplastada por la manipulación. Una visión del discurso social convertido en una amenaza velada, en una evidente arma que se empuña a discreción.
Casi a medianoche, un buen amigo me telefoneó para comentar lo ocurrido durante el día. Periodista, con casi veinte años de experiencia y sobre todo, un observador concienzudo de la realidad nacional, escuchó la historia en un silencio preocupado. Lo escuché suspirar, cuando mencioné las consignas, las proclamas de intolerancia disfrazadas de nacionalismo, la visión política que aplasta al otro y lo denigra por mera conveniencia política. El país del enfrentamiento cotidiano, de la guerra de la opinión.
- Supongo que es inevitable el enfrentamiento político en Venezuela terminara convirtiéndose en parte de la cultura y del planteamiento diario - me respondió, al final - pero lo que continúa sorprendiendo, es que el hecho que la protesta, muestra una nueva visión de ese odio discrecional. Un nuevo elemento que nos divide, no en esta ocasión entre contendientes políticos, sino en una confrontación entre limites y variaciones de la lucha. Somos victimas de una noción de país sin identidad.
- O uno que asumió que el enfrentamiento es una parte de su identidad - le contesto. Aún me encuentro abrumada, inquieta. Cuando recibo un nuevo correo - que también me llama "apátrida", "vendida" - los ojos se me llenan de lágrimas de impotencia y frustración. Se lo leo en voz alta.
- Venezuela sufrió durante quince años el asedio del resentimiento y la discriminación como una manera de comprender el país. El juego de culpas y de enemigos rebasó la política para hacerse parte de lo que consideramos es parte del lenguaje y la comunicación entre ciudadanos. Al debate lo sustituyen los señalamientos, las etiquetas y las acusaciones. Al argumento y la compresión de la visión del otro, la necesidad de una consigna única. De alguna manera, la ideología sustituyó la razón.
Pienso de nuevo en los enfrentamientos callejeros que he visto. En la agresividad que demuestran los cuerpos de seguridad del Estado al momento de reprimir, en las escenas de violencia inaudita que han protagonizado los enfrentamientos de civiles contra civiles. Pero también, me aterroriza recordar la desconfianza mutua, la manera como el Venezolano perdió la capacidad de comprender y asumir la identidad nacional como parte de una idea conjunta, que forma parte no solo de la cultura sino de algo más esencial y profundo: la idea del país como herencia. Y me angustia, comprender que somos un país a retazos, una historia dividida en una grieta formal que separa lo que somos de lo que podemos ser. Una identidad nacional que no se reconoce así misma y lo que es peor, rechaza cualquier intento de restañar las heridas, de encontrar un punto de equilibrio en la diatriba.
Recibo un último correo en un día que parece no terminar nunca. En esta ocasión, no se trata de insultos, sino la tímida opinión de un remitente que se identifica como "un hombre preocupado". El hombre también insiste en la necesidad de las Guarimbas como parte de la protesta, pero además añade una reflexión que me sacude por su sinceridad: "Le confieso, no soy violento. Tampoco creí que apoyaría un acto deliberadamente ilegal. Pero estoy tan cerca de dejar de luchar, de considerar toda lucha inútil que quizás esa frustración sea lo que me hace sentarme en plena calle a mitad de la noche para vigilar la basura que se quema, defenderme de mi propio miedo. No sé cual es el sentido de las guarimbas para los demás. Para mi, es una manera de no tener tanto miedo a lo que venga después".
De nuevo el miedo. Otra vez esa desesperación sorda tan cercana a la desesperanza. Pienso en esta Venezuela sin rostro, borrosa y herida que todos padecemos, esta necesidad de evasión y quizás, la irresponsabilidad mínima que nos convirtió en una página abierta de una historia que no termina de contarse. Y siento dolor, una profunda angustia que no puedo disimular y mucho menos consolar. La sensación que el país se me escapa de las manos o lo que es aún peor, es imposible de reconciliar.
La cicatriz de la violencia como parte del rostro nacional.
C'est la vie.
Aquí puedes leer el artículo de la BBC inglesa donde antes se me citaba -> http://t.co/HjwQGeq2fE
Aquí puedes leer la versión completa de mi respuesta al periodista --> http://www.theaglaworld.com/2014/04/mas-alla-de-una-imagen-y-una-palabra-la.html
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