Usualmente el cine de protesta, tiene una razón de ser profundamente social. O así podría suponerse: como reflejo inmediato y aparentemente fidedigno de la sociedad que retrata, el film con pretensiones de protesta, aspira a documentar lo que ocurre y a transmitir la opinión en una combinación de efectismo y metáfora que en algunas ocasiones, crea una visión fílmica por completo nueva. Y es que el cine, con su capacidad transformadora y sobretodo, su necesidad de reconstruir lenguajes y metamensajes, brinda la oportunidad a la visión histórica de replantearse y reconstruirse: todo un fenómeno en sí mismo que asume un tipo de particular responsabilidad artistica. No obstante a la vez, el cine de protesta, crea una asimilada interpretación de lo esencial en todo documento visual que se precie: la historia en estado puro, esa construcción de elementos que forman parte de lo que se cuenta, más allá de toda subjetividad.
Muy probablemente el escritor Ousmane Sembène lo comprendió de esa manera cuando decidió recurrir al cine para plantear una nueva visión sobre la sociedad Senegalesa. Escritor durante cuarenta años, asume el cine como un necesario replanteamiento de su oficio en letras, pero no solo por el paralelismo que ambas formas de expresión guardan, sino por una razón lo bastante pragmática para sorprender: Sembène admite que la mayoría del pueblo de su país no puede leerle. De manera que su salto al cine, además de una admisión de la culpa histórica del intelectual tradicional sobre su poder transformador, es también toda una declaración de intenciones. Porque Sembène, prolífico y sobre todo, profundamente comprometido con la necesidad de explorar y analizar su propia circunstancia y la realidad del país que le vio nacer, se compromete no solo a contar la historia que mira, sino a opinar, de manera brillante y humorística, sobre las condiciones reales que le obligan a adoptar un segundo lenguaje como medio de comunicación. Una elipsis casi desconcertante, que sin embargo permite a Sembène construir una nueva visión del arte político, del documento que levanta polémica y al subjetividad satírica que puede - y de hecho, lo hace - señalar con absoluta precisión la raíz de la que es su reflexión sobre la realidad.
Resulta curioso que a Sembène se le considere padre del cine africano, siendo como lo ha sido, uno de los críticos más brillantes sobre la corrupción política sustancial - e inevitable - del continente y sobre todo, su natal Senegal. O quizás, justamente, su durísima visión sobre las relaciones de poder, su franqueza irreductible y más aún, su necesidad de desmenuzar los intringulis del poder desde la perspectiva del escritor, es la que lo haga una de las voces más poderosas del séptimo arte en una cultura donde el poder siempre tiene la razón. Pero no obstante, quizás lo realmente efectivo del lenguaje cinematográfico de Sembène no sea sólo su insistencia en temas que descubren esa otra visión de la Africa que se observa asi misma desde un ángulo nuevo, sino la universalidad de su planetamiento. Porque la corrupción es parte de la política o así se insiste, pero más aún, el poder tiene la capacidad de silenciar incluso las voces más asertivas, cualquiera sea el lugar y el momento donde se detente. Y es el mensaje profundamente reaccionario de Sembène, lo que le brinda una nueva dimensión al resultado fílmico, una profundidad que sorprende y conmueve al espectador.
Con "Xala" (1975) Sembène logró que su lenguaje cinematográfico se depurara, luego de la polémica La noire de... (1966), considerada la primera película del cine Africano. Y es que si con ella Sembène tanteó con habilidad los limites de la censura y la moral africana, con "Xala" ( cuya tradición al castellano podría ser "Impotencia") el escritor /director alcanzó un nuevo nivel en la depuración de su lenguaje cinematográfico y su insistencia en usar el mensaje visual como forma de protesta elemental. Porque sátira "Xala" no solo construye una visión durísima sobre la clase burguesa y los políticos senegaleses, sino que además, brinda toda una reinvención del tema usando símbolos y metáforas para construir un juego narrativo efectivo. Desde la corrupción - que se muestra como un mal necesario en un escenario decadente y vulgar - hasta la impotencia del personaje central - cuya comicidad y patetismo es casi conmovedor - la historia transcurre con inteligencia, mostrando por momentos esa visión radical de Sembène sobre el planteamiento social y en otros, la burla como vehículo para ridiculizarlo. Una combinación que en manos de un autor menos hábil podría resultar desconcertante, pero que en las de Sembène resulta inteligente y casi emotivo.
Tal vez por el tono aparentemente ligero de su segunda película (luego de la profunda y meditada "Noire de...) a Sembène se le acusó de "frivolo" por su aproximación a la sátira inteligente en "Xala". No obstante, el autor pareció disfrutar de la polémica y la razón es evidente: a pesar de los saltos y omisiones de ritmo y narración, "Xala" es un documento político y de protesta a toda regla. Con sus escenario perfectamente medidos - esas primeras escenas donde muestran el día de la Independencia senegalesa y sus implicaciones - y la gran capacidad del director para utilizar la simbología senegalesa para la burla política, el film es un documento de un enorme valor anecdótico y social. Porque más allá de lo que Sembène intentara o no al utilizar el humor como crítica, el resultado supera las expectativas y es algo más que una visión cinematográfica única: se convierte en un mensaje a plena regla a disposición de todos los espectadores, incluso los que tradicionalmente, el cine crítico y en tono más serio interesa poco. Otro triunfo de ese Sembène reaccionario, que abandonó las letras en busca de una herramienta de comunicación definitiva y que encontró en el cine, el perfecto reflejo a su intención de crear y divulgar ideas.
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