sábado, 17 de mayo de 2014

El poder de la Madre de los Bosques: Magia Natural y otros sueños de sonrisas.




Con cuidado, planto el pequeño esqueje en el lecho de tierra húmeda. La tierra recibe mis dedos como una caricia, cálida y maternal. Miro el pequeño tallo verde diminuto y frágil y no puedo evitar sonreír. Hay una idea promisoria en toda nueva vida, incluso la más pequeña, la que consideramos más humilde. Y este pequeño brote de albahaca - de un verde radiante, que habla de cielos interminables y veranos calurosos - representa esa visión de futuro casi inocente. Un nuevo capitulo a punto de nacer, cuya primera palabra acabo de escribir entre la tierra fértil y la posibilidad de crear.

La primera vez que escuché sobre el ritual de la Tierra Madre, era muy niña y no me gustó. Cuando mi abuela hundió las manos en los grumos de tierra negra y olorosa a humedad, retrocedí sobresaltada. Me dedicó una mirada divertida, con la mejilla manchada por un churrete de barro y el cabello despeinado.

- La tierra es el origen de todas las cosas, mi querida - me reprendió con dulzura - la Tierra solo procura cosas buenas.

La miré, no muy convencida, mientras rastrillaba la tierra con los dedos abiertos. Había algo elemental y primitivo en sus gestos, una especie de conocimiento originario sobre el sabor y la textura milenaria de la naturaleza. Por supuesto, con ocho años no lo pensé en términos tan complejos. Solo tuve muy claro que había en los gestos de mi abuela un cariño profundo, una veneración silenciosa hacia la planta que esperaba ser nacer y prosperar, las rocas que la rodearían, incluso al olor profundo de la Tierra que nos rodeaba con un aliento cálido y natural.

- Pero...¿por qué tienes que hacerlo con las manos? - pregunté. El sol radiante lanzaba destellos desde los pozos de agua de lluvia que nos rodeaban y la hierba tenia un aspecto jugoso y muy verde, juvenil. Era una de esas mañanas de julio de Caracas que hacían sonreír, un espectáculo de brillo y color que recordaría mucho tiempo después, junto con lo que aprendería allí de pie mirando a mi abuela trabajar su jardín.

- Las manos son tus ojos en muchas maneras sutiles - me explicó. Con cuidado tomó la ramita diminuta y la plantó en la tierra. Luego cubrió el hoyo con la tierra otra vez y después la aplanó con las palmas abiertas. La tierra susurro, se apelmazó y pareció cálida, curiosamente cómoda, rodeando a su nuevo habitante. La ramita de Romero brilló altiva y segura, como si estuviera muy contenta de encontrarse allí, rodeada de piedritas de cuarzo y obsidiana que mi abuela colocó con delicadeza a su lado.

- ¿Se puede ver con las manos? - pregunté dudosa.

- Puedes comprender con las manos - dijo mi abuela - tu cuerpo es un recipiente radiante de pura inspiración y conocimiento. Lo recibes de todas partes: desde la primera bocanada de aire que tomas al nacer, hasta la última mirada al morir. Cada momento es una forma de aprendizaje: te lo brinda una caricia, una sonrisa, los ojos llenos de lágrimas, una carcajada. Todo tu cuerpo, desde tu cabello hasta tus dedos, está en constante aprendizaje, mirando a su alrededor atentamente.

Esa si que era una idea extraña, pensé sobresaltada. Me miré con disimulo los dedos - lamenté las uñas cortas y mordidas, algunas un poquito sucias - y me pregunté que me podrían decir. No hacia gran cosa con ellas, a no ser pasar las páginas de mis libros, escribir y comer. Me miré después las rodillas arañadas, los pies descalzos y sucios. ¿Que tenían que decirme cualquiera de ellos? Mi abuela soltó una carcajada, viéndome allí tan concentrada haciéndole preguntas a mi cuerpo.

- Ven aquí - me senté a su lado, sintiendo con mucha claridad la tierra blanda bajo las rodillas. El sol rompía radiante y diáfano entre las ramas de los árboles - Levanta la cara al sol. Y sonríe.

Se irguió sobre sus hombros y ella misma levantó el rostro para recibir la luz del sol. Incómoda, le imité, un poco desconcertada y hasta divertida. ¿Que ocurriría ahora? Cerré los ojos y de pronto, la luz inundó mi mente. Literalmente.

Y es que la luz pareció estar en todas partes: en mis párpados cerrados, en la piel de mi cara e incluso en lugares de mi mente que no creí pudiera alcanzarles. Asombrada, permanecí un instante inmóvil, preguntándome porque jamás había notado esa sensación portentosa, esa caricia delicada que ahora mismo me rodeaba como un tierno abrazo. Era calor, era el conocido olor del viento pero también era algo más. Algo más profundo, delicioso. La luz se derramaba con ternura en todo mi cuerpo, me rodeaba y me inflamaba como si cada parte de mi cuerpo la absorbiera, palpitara renacido y feliz de recibir aquella bocanada radiante. Sonreí, en silencio, maravillada.

- Ahora ¡Aspira la luz! - dijo mi abuela. Y lo hice. Tomé una bocanada de aire lenta, profunda. Y la luz esta vez descendió por el aire que llenaba mis pulmones, recorrió cada lugar de mi cuerpo, bailó y serpenteó en mis dedos. ¡Que delicia! La luz era parte de mi, de la sonrisa que se hacia más amplia, del viento canturreando entre las ramas de los árboles. ¡Era la luz, sí, en cada espacio de mi mente y de mi cuerpo, calentándome y meciéndome! La luz que me besaba las mejillas, que me calentaba las mejillas. La luz que era el mundo.

- ¿Estas bien? - cuando abrí los ojos, mi abuela me miraba sonriendo. Tenía las mejillas encendidas, el cabello despeinado y nunca me pareció más bella. De hecho, el mundo entero giraba a mi alrededor, radiante y más vivo que nunca. Lleno de luz.

- ¡Eso si que fue extraño! - exclamé. Quise explicarle como la luz había sido por un momento el mundo entero, todas las cosas hermosas, las desconocidas, las que no tenían nombre. Pero por la manera que me sonreía, supe que ella lo sabia. Así que no dije nada y me quedé allí, de rodillas, escuchando al viento cantar.

- Ahora, agradece a la Tierra sostenerte y cuidarte cada día de tu vida - dijo. Hundió las manos en la tierra, confiada y contenta. Y yo descubrí que también quería hacerlo. Que quizás, una parte de mi mente lo necesitaba. Me incline y extendiendo las manos, abracé a la tierra: hundí mis dedos en ellas agradeciendole profundamente su sonrisa, el color de los árboles, el verde de la hierba, las ramas que danzaban en las mañanas, cada cosa bonita y buena que había en mi vida.

Y fue como si la luz del sol, esa que me había rodeado y envuelto, ahora estuviera alrededor de la tierra, en mis dedos que la acariciaban con ternura. Todo a mi alrededor se sumió en una curiosa calma, escuchando y aguardando mientras la tierra me acunaba en silencio. Y de pronto, todo fue ese silencio, esa comprensión ultra terrena de mi cuerpo escuchando una historia muy vieja que sin embargo ya conocía. Una sensación de profunda paz.

- ¿Escuchaste? - preguntó abuela. Reí en voz alta.

- ¡Me quiere! - dije aturdida. En ese momento, como ningún otro, tuve una sensación de portento que muy pocas veces volvería a sentir en mi vida - ¡La Tierra me quiere!

- Y te habla, mi querida - mi abuela se inclinó y me besó la frente sudorosa - siempre procura escuchar lo que te devuelva la fe, la sonrisa y la confianza. Siempre estará cerca de ti.

El viento siguió cantando su antigua melodía. ¿Me escuchas? Te escucho, pensé con lágrimas en los ojos.  Más allá, en la Montaña Verde, la tierra pareció también susurrar viejos secretos a quien quisiera escucharlos. Y supe que siempre querría hacerlo.

Una y otra vez.

De la bellota que nace a la rama que se alza: Esperanza.

Para la tradición de Brujería que practica mi familia, los brotes, esquejes y retoños son simbolos de las esperanzas renacidas, que renacen, crecen y purifican. Muchas tradiciones mágicas europeas celebran los primeros verdes de la Primavera con rituales tradicionales que agradecen el despertar de la Tierra. Con el correr de los siglos, la tradición también comenzó a celebrar la esperanza a través de rituales muy semejantes a los que antes daban la bienvenida a la Tierra renacida. Uno de ellos es el siguiente:

Necesitarás:

* Un brote, esqueje o retoño de la planta de tu preferencia.
* Un tarro donde plantar.
* Tierra húmeda.

Disposición:

Debes realizar el ritual al amanecer del día de tu preferencia. Llena el tarro o porrón donde plantarás el esqueje con tierra. Hazlo con las manos desnudas, disfrutando de la sensación de la tierra entre tus dedos y en tu piel. Invoca de la siguiente manera:

"Somos el poder del tiempo
De lo que nace y lo que muere
Somos el poder del renacimiento
De la esperanza y la belleza
Hoy te llamo poder del Sol y la Tierra
Para que bendigas mi sonrisa 
Soy parte de la Tierra
Del tiempo que nace y muere
En mi
¡Así sea!"

Ahora, planta el esqueje en la tierra, asegurándote que coincida con el primer rayo de sol. Cuando lo hayas hecho, levanta las manos hacia la luz y cerrando los ojos, invoca:

"Soy luz
Soy poder
Soy todo lo bueno y hermoso
Soy el tiempo que nace y muere 
En mi.
¡Así sea!"


Ahora coloca el tarrón o porrón en el lugar de tu preferencia. Cuidalo de la mejor manera que puedas y podalo cada Luna Llena.


En silencio, coloco el tarro frente a la Ventana. La luz de sol me envuelve, me acaricia las mejillas, me reconforta. Y de nuevo, soy solo este resplandor amarillo y cálido, esta capacidad de creer. Esta esperanza.

C'est la vie.

1 comentarios:

Girolamo dijo...

Muy interesante

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