miércoles, 4 de junio de 2014
De la igualdad, la inclusión y otros dilemas: ¿Que necesita la mujer actual para comprenderse?
Hace unos días, leí el siguiente comentario en mi TimeLine de Twitter "En ocasiones, tengo la sensación que el mundo se enfrenta contra las mujeres en combate desigual". La frase me inquietó por todas esas razones que me preocupa y me desconcierta la violencia, pero sobre todo, porque resume esa batalla silenciosa y casi invisible que lo femenino libra a diario contra un mundo que lo desconoce. No, no se trata de una visión extrema de la realidad, mucho menos de un análisis radical sobre la cultura en que nací. Hablamos de ese menosprecio habitual, casi normalizado que sufre la mujer en numerosas partes del mundo, de esa interpretación social que asume la herencia histórica de lo femenino como secundario. Un pensamiento que preocupa, no sólo por lo que puede simbolizar como evolución cultural, sino como legado en medio de un mundo en constante reconstrucción.
Lo vemos en todas partes: desde las altísimas tasas de feminicidio en diferentes partes del mundo hasta esas pequeñas sutilezas que colocan a la mujer en esa batalla de género involuntaria y silenciosa en tantos aspectos del complejísimo entramado social moderno. Hablamos de la mínima escolarización de la mujer, del hecho que exista aún una concreta disparidad entre los derechos laborales femenino y sus pares masculinos. Me refiero en concreto al hecho que aún los derechos femeninos se discuten y se debaten en numerosos países del mundo, enfrentándose a un anquilosada mecanismo religioso y político que insiste en que la mujer debe padecer lo que parece ser un olvido universal del que apenas escapa. Y es que la pregunta necesaria, obligatoria, insistente que surge cada vez que un nuevo desmán contra lo femenino salta del anónimato y se convierte en titular es la evidente ¿Por qué aún los derechos de la mujer no se reconocen en igualdad de condiciones sino en una especie de debate insistente sobre la idoneidad de su existencia? Un cuestionamiento que incluye toda esa visión insistente que mira a la mujer como subsidiaria - y victima - de un mundo sin rostro, de un análisis social casi elemental sobre su naturaleza. Y es que la mujer, con su rol biológico a cuestas, parece mirarse así misma en un reflejo distorsionado de la identidad cultural que aspira obtener.
- Pareciera que describes el medioevo. En Venezuela la mujer disfruta de un tipo de reconocimiento y respeto que en otros países del hemnisferio es impensable. Y lo sabes - me reprocha mi amiga P. cuando le comento lo anterior. Para ella, mi preocupación es poco menos que exagerada y más de una vez, me ha recordado que Venezuela es probablemente el país menos machista de un continente muy tradicional. Mi insistente necesidad de analizar lo que ocurre con respecto al derecho de la mujer a la inclusión y la igualdad, le parece una especie de debate sin mucho sentido, en un país donde la crisis social y sobre todo económica ha reducido la lucha a una diatriba política interminable.
- En Venezuela la mitad de las mujeres del país no llegan a la Universidad - insisto.
- Pero más de la mitad de los Estudiantes en Universidades públicas son mujeres - me responde - se trata de mirarlo todo en perspectiva. Sí, Venezuela aún lleva a cuestas una cultura patriarcal, pero admitelo, somos mucho más liberales que Argentina o incluso la culta Colombia.
He escuchado el mismo comentario tantas veces que intento recordar cuando lo escuché por primera vez. En más de una ocasión, muchas mujeres me han insistido que el machismo en Venezuela no puede compararse al que sufre la mujer argentina, minimizada e invisibilizada por una sociedad que asume un rol patriarcal de origen. Eso, a pesar de los esfuerzos de Cristina Fernandez de Kitchner y sobre todo, la lenta lucha de la mujer argentina contra el estereotipo. También, con frecuencia me recuerdan el caso colombiano, donde la presión y la agresión estética someten a la mujer a un tipo de violencia minima y sutil que termina siendo tan agresiva como cualquier otra. Y no obstante, en Venezuela, el machismo tiene ese cariz de idea que se asume y se acepte, ese barniz de normalidad que parece restar importancia a sus numerosas aristas e interpretaciones.
- Nuestro gobierno, es quizás el más misógino y prejuicioso que ha existido en décadas - digo - no me refiero a sus avances cosméticos, como crear un Ministerio de la Mujer sin ninguna representatividad o brindar relevancia política a lideres femeninos que sin embargo, carecen de verdadero peso histórico. Hablamos de un presidente que ofrece una rosa a una periodista, al mismo tiempo que la insulta o que le ofrece a su esposa "darle lo suyo" en público. O que besa a su mujer para demostrar su hombría, de manera muy evidente. La mujer trofeo, la defensa de la mujer como propaganda política barata.
- Es el mismo debate de siempre.
- Entonces, si es el mismo debate de siempre es que no termina de resolverse e incluso empeora.
- Creo que exageras - insiste P., para quien la discusión no parece tener demasiado sentido, como si mi necesidad de analizar el tema fuera innecesaria, incluso superficial - en Venezuela, el machismo es una anecdota, un cuento de camino. ¡Caramba si hablamos de un país de Matriarcado, donde la mujer es la cabeza de hogar de casi el 40% de padre ausente!
¿Eso habla sobre la igualdad? pienso un rato después. ¿Eso demuestra cual es el valor de la mujer en la sociedad del país? Lo pienso, de pie frente al Kiosko de revistas de mi calle, rodeada de portadas donde mujeres extraordinariamente bellas me mira, la mayoría de ellas en diminutos Bikinis. Lo pienso más tarde, mientras leo las estadísticas de agresiones y asesinatos de mujeres en nuestro país, una cifra difusa que me costó obtener en un país donde la violencia es parte de lo cotidiano. Me lo cuestiono con insistencia mientras miro a mi alrededor, en este país de mujeres, en esta sociedad que busca lo femenino pero no lo comprende y que comprende la diferencia como una grieta insalvable, quizás dolorosa pero real. Una visión de la mujer que parece ser parte de una serie de prejuicios que se mezclan entre la identidad cultural y algo más amplio - borroso - sobre nuestra sociedad y sus planteamientos más subjetivos. Una forma de comprenderse sus pequeñas singularidades, donde el prejuicio y el estereotipo se confunden en una idea peligrosa y ambigua sobre el rol social.
La mujer, la Globalización y la opinión cultural sobre lo femenino: El debate imterminable.
Con más frecuencia de la que podría desear, leo noticias sobre violaciones. De hecho, las recopilo en un intento de analizar, desde la perspectiva del público que consume el acontecer noticioso, su repercusión y sobre todo, la manera como el tema se mira dentro de una comunidad virtual desigual. Me tropiezo con ellas con tanta facilidad, que comienza a ser preocupante. ¿Cuanto aumentó la cifra de agresiones y brutalidad contra la mujer como para que las noticias sean cada vez más visibles y escalofriantes? Admitamoslo: la violencia contra la mujer es un enemigo muy viejo y solo recientemente público. De manera que también me pregunto si la reciente repercusión de las crónicas sobre asaltos, maltrato y abuso es una toma de conciencia social sobre el tema o mero amarillismo. Ambas respuestas preocupan, aunque por razones distintas pero sobre todo, señalan que el problema de la violencia de género es mucho más preocupante que lo que se difunde, lo que se asume necesario admitir. ¿Qué ocurre con lo que no se dice? ¿Con lo que pocas veces rebota más allá de los limites de lo doméstico? Y es que a pesar del esfuerzo social y cultural por concientizar, la agresión contra la mujer suele ser un delito anónimo, silencioso y que se oculta con facilidad.
Leo sobre la violación y estrangulamiento de dos niñas en la India. La noticia la incluye un periódico vespertino en su página web: Una nota marginal al borde del grueso de las noticias del día, un pequeño recuadro a la izquierda del titular más llamativo — uno que señala un hecho político — y cuando la leo, solo encuentro información general. ¿Y el contexto? Me pregunto. No es que sea la primera noticia sobre el tema que he leído durante los últimos meses ni mucho menos. No obstante, el crimen se describe como otros de los tantos hechos de violencia sexual que han sacudido al país asiático durante los últimos años. O que han sido publicados y reseñados en todo caso. Pero incluso así, desearía tener un contexto: una explicación sobre por qué la India parece ser una zona especialmente agresiva contra la mujer. De pronto, y mientras paso de noticia en noticia intentando crear una historia para las nuevas victimas, creando para ellas un lugar concreto donde su tragedia sea algo más que una estadística, tengo una especie de revelación. Nada místico, por cierto. Sino simplemente una toma de conciencia: sentada con más de veinte o treinta noticias sobre violencia, acoso, violación contra mujeres alrededor del mundo, comprendo que simplemente el crimen contra la mujer se considera aceptable.
Sí, así de crudo como se escucha. También me pareció un pensamiento exagerado, pero luego, comencé a hacerme preguntas incómodas en voz alta. Esas que pocas veces se hacen por resultar irritantes, dolorosas, punzantes. ¿Por qué las leyes no solo en la India, sino en casi todos los países del mundo no clasifican la violación como un crimen sin atenuantes? ¿Por qué la mayoría de los países del mundo consideran a la mujer “provocadora” de la violación? Pero vayamos más allá, a un terreno más ambiguo. Si contraes matrimonio con un hombre y este te infringe abuso sexual ¿Cual es la respuesta legal en la mayoría de los países? Pero seamos incluso más sutiles: ¿Cuales paises del mundo consideran el acoso sexual laboral como un crimen de odio o un delito en pleno derecho? Aún, si somos más especificos, el pensamiento se hace tortuoso ¿La mujer se considera agraviada cuando un desconocido le murmura en plena calle insinuaciones sexuales? ¿Qué piensa la mujer de cualquier parte del mundo cuando un hombre la toquetea en medio de la multitud? ¿Cuantas mujeres del mundo ríen con chistes marcadamente sexistas? ¿Cuantas mujeres alrededor del mundo promocionan la estética como rasante y visión elemental de lo femenino? Más de las que lo admitiran. Muchas más de las que se pueden admitir.
La idea me obsesiona. Sigo investigando, página a página. Noticia tras noticia. Incluso voy más allá: desmenuzo lo que se comenta en mis redes sociales, la manera como se percibe la mujer en esa gran conversación universal. Y me sobresaltan los inumerables mensajes que le recuerdan a la mujer su minusvalia, o lo que se asume como rol tradicional. Mujeres que llaman a otras putas, que critican su aspecto físico. Articulos que te enseñan o te recuerdan como complacer un hombre. Cursilisimos textos sobre la lactancia y la maternidad, que insisten en que la mujer debe asumir su rol biólogico se sienta preparada o no. Mujeres que señalan, estigmatizan, golpean, disminuyen su identidad sexual en beneficio del estereotipo. Aún peor: la Agresión estética parece insinuarse incluso en esa imagen idílica de la mujer “fuerte”. Ella posee “todo”, desde trabajo hasta una familia feliz, y se esfuerza por demostrar que puede sostenerno. Y me surge la pregunta, la de antes, la de siempre. ¿Qué ocurre si no quiero hacerlo? ¿Qué pasa sino DESEO ser parte de la estadistica, el esquema, el estereotipo? ¿Qué pasa con la mujer que no es abnegada, ni sufrida, ni maternal, ni sexualmente timida? ¿Que ocurre con la mujer que no tiene deseos ni intenciones de complacer? ¿Donde encaja esa mujer real dentro de toda esta visión de lo femenino?
Vuelvo a mi colección de noticias. Las mujeres del mundo levantan pancartas, salen a la calle exigiendo derechos. Las mueve el miedo, se hacen visibles en una lucha ciega contra esa linea que parece encerrarlas dentro de un concepto muy pequeño y estrecho. Me pregunto entonces que ocurre con las otras mujeres, las que no creen que deban luchar, las que se debaten en su invisible lugar en una sociedad que las ignora. ¿Donde están ellas? ¿Como protestas? ¿Como expresan toda una serie de ideas que quizás no asumen como abrumadoras y muchos menos restrictivas? Una idea preocupante que incluso allí, al borde de la critica, no termina de incluir el problema más amplio. Lo aceptable — historica y culturalmente — de aceptar esa presión, esa visión de la mujer tan fragmentada que resulta irreconocible.
El feminismo a ciegas: el estigma del inconforme.
La mayoría de las veces que me hago estas pregunta en voz alta, alguien me llama feminista. Y lo hace con un tono crítico que deja entrever, muy claro, que se trata de poco menos de un insulto. Hace unos cuantos años, siempre aclaraba que se trataba de una búsqueda de igualdad, de un natural cuestionamiento. Explicaba, casi con vergüenza, que el término no parecía incluir mi insistente inconformidad por el tema de la mujer dentro de la visión de la cultura en que nací. Ahora no lo hago. ¿Soy feminista? Sin duda, y lo soy por el simple hecho que considero que la identidad femenina necesita un replanteamiento dentro de lo social: la aceptación de la diferencia como parte de la inclusión intelectual. ¿Suena complejo? Lo es, claro. Pero aún más, es necesario.
Es algo más o menos como esto: Imagine usted que vive en un mundo donde históricamente se le considera inferior. No sólo a nivel social, sino a nivel cultural e incluso biológico. Una cultura que analiza su credibilidad, su opinión, su trasfondo intelectual a través de un rol social que usted no pidió tener y que mucho menos acepto, pero en el cual debe calzar. Ahora añada al hecho, que ese rol social la supone incapaz — moral e intelectualmente — de asumir sus responsabilidades éticas. Que insiste en considerarla una especie de elemento secundario. A esa mezcla peligrosa, añada un poco de una educación paternalista, que intenta protegerla de la “rudeza” del mundo exterior. Todo eso combinelo con un entramado legal que asume sus “fallas” y se elabora en consecuencia para “protegerla de ellas”. Como si eso no fuera suficiente, imagine además que la religión que profesa, insiste también en menospreciarla. Incluso la figura Divina de turno, le juzga a usted maliciosa y esencialmente “maligna”.
A este panorama inquietante, ahora siga con el ejercicio de imaginación: como parte de ese mundo, usted decide que no desea ser menospreciado, ni mucho menos invisibilizado. Un día, tal vez presionado por las circunstancias o solamente porque analizó las ideas de manera suficiente, decide que usted merece tanto respeto y reconocimiento como el resto de quienes comparten con usted cultura y sociedad. Y comienza a defenderse. Se rebela contra esa presunción que insiste usted debe considerarse en una condición secundaria. Imagine que la luche incluye no solo su rol social, sino su educación, su familia y cualquier otro elemento que sea parte importante de su visión sobre el mundo. Y que toda esa idea, se menosprecie por considerarla “poco importante”. Entonces, en medio de este debate, de esta lucha incesante, de esta necesidad de reivindicación, a usted se le adjudica un nombre. Un titulo, que muy pronto se convierte en anatema, en una especie de insulto solapado.
Exactamente así, es la visión que insiste que el feminismo es un insulto. Que la “verdadera” mujer no debería llamarse feminista, que se trata de una “postura” extrema. ¿Lo es? En todo caso podría serlo. Pero aún así, la raíz y la esencia de lo que promueve, también forma parte de una idea más amplia e importante. Porque la mujer, la real, la que no encaja en ninguna parte, decidió tener voz.
A estas alturas, ya usted que me lee entenderá perfectamente la analogía. Lo que sucede tras bastidores de una lucha que lleva años elaborándose desde lo doméstico y a puertas cerradas. Porque el feminismo no implica solamente la protesta callejera, la pancarta que se levanta, sino el momento en que la mujer se dice en voz alta “necesito igualdad”. El momento en que le molestan que las frecuentes noticias sobre violaciones en la India comienzan a ser solo un recuadro entre las noticias más “importantes”. El momento en que la mujer se enfrenta a su atacante, ya sea el del piropo soez o el que intenta manosearla en público. El momento en que la mujer se hace preguntas en voz alta sobre por qué debe verse de tal o cual manera. El momento en que la mujer decide que el mundo que heredó es muy pequeño para el mundo que aspira. Esa toma de conciencia se hace cada vez más fuerte, más consistente y más dura. Más elemental. Y ese quizás es el mayor triunfo de siglos de batalla silenciosa.
¿A donde nos conducirá esta lucha? No lo sé, como creo nadie puede predecir como se reconstruirá ese entramado social tan esencial que encierra a la mujer en un concepto. Aún así, la aspiración continúa. Y en sí, eso crea la mayor esperanza.
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