sábado, 9 de agosto de 2014

De la Bruja que cantaba en el idioma de la noche. Historias de brujería.




Una vela para la historia del viento. Una vela para el canto del mar. Una vela para la Tierra fértil. Una vela para el fuego que crea y se eleva en la oscuridad. 


Con cuidado, mi abuela encendió una a una las velas que nos rodeaban. Asombrada, miré el circulo parpadear en medio de las sombras, radiante y cálido. Tuve una extraña sensación de reconocimiento, aunque con diez años cumplidos,  era la primera vez que me unía al circulo de la Luna Llena. Y sin embargo, la imagen del circulo parpadeante, con sus llamitas bailando en la penumbra llevaba mi nombre. Ese nombre enigmático que aún no me atrevía a pronunciar en voz alta, grabado a fuego en mi memoria. Me estremecí, emocionada y desconcertada, como si esa sensación fuera tan adulta que no podía comprenderla a cabalidad. Pero allí estaba: muy real y concisa. El circulo de la Luna Llena, esta vez invocado en mi nombre, para recibir a la bruja más joven de la familia que escucharía su voz.

Una rama de un árbol muy viejo, elevándose hacia el camino de las estrellas. 

Me quedé muy quieta, atemorizada de dar un paso, incluso de romper aquel exquisito silencio que parecía provenir de todos los rincones del jardin antipático de mi abuela. La luz de la luna se enredada entre las ramas de los árboles, salpicando con un resplandor plateado el aire de la noche. Durante meses, había leído todo lo que había podido sobre el ritual en el Libro de las Sombras de mi abuela y aún así, me asustaba estropear su belleza con mi torpeza de niña de rodillas rasguñadas, con esa inquietud mía que me hacia tropezarme con ideas filosas en más de una oportunidad. De manera que continué de pie, bajo la luna, con el viento revolviéndome el cabello, esperando. ¿El qué? realmente no lo sabía.

El viento reconoce tu nombre.

¿Qué clase de pensamiento es ese? pensé sobresaltada. Miré a mi abuela mientras colocaba con mucho cuidado los objetos que utilizaríamos durante el ritual. La oscuridad ondulaba a mi alrededor, olorosa y fresca, con esa matiz lozano del viento recién nacido que bajaba de la montaña. Aguardé, intentando recordar todo lo que había aprendido. Una vela para la esperanza...una vela...

La Tierra te acoge con amor.

La luz de la Luna se hizo más fuerte, más alta y su resplandor me rodeó en un instante radiante. Cerré los ojos y de pronto, sentí nitídamente la luz, como un aliento cálido a mi alrededor, envolviéndome. ¿Era el calor de las velas o en realidad había algo más allí, en ese silencio dulce y tan intimo? El jardín entero pareció suspirar, recibirme. El mundo giro un poco bajo mis pies desnudos y fui muy consciente del olor a vainilla de mi cabello, de la hierba húmeda que me sostenía. Cuando abrí de nuevo los ojos, el mundo pareció flotar a mi alrededor, ingrávido y tenue.

El fuego es tu nombre, hija de la Luna. Hoy, la historia de tu sangre, viene por ti. 

Me repregunté si ese extraño momento realmente había ocurrido. ¿Me lo había imaginado? Seguramente sí. Solía imaginarme cosas muy reales, como si existieran a partir de mi mente, nacieran en colores y formas con un mero esfuerzo de voluntad. Mi abuela me miraba,  con una de sus beatíficas sonrisas. Entiéndome, sin duda, con esa complicidad suya tan cálida que parecía abarcar el mundo.

- Todo esta bien mi niña, estamos en paz - dijo mi abuela en voz baja. Se sentó con gestos lentos sobre la hierba y con una seña, me invitó a acompañarla. A nuestro alrededor, las llamitas de las velas parecían parpadear, abrirse camino en la penumbra hacia un destello pequeñísimo, exquisito. Le obedecí, con el aire fresco de la montaña acariciándome las mejillas. Tuve una extraña sensación de tranquilidad, como si la noche púrpura y tachonada de estrellas, me envolviera en un suspiro maternal.

Había soñado muchas veces con esa noche. La había imaginado en cien formas distintas: la primera vez en que celebraría luna llena bajo el circulo de luz. Con los ojos de mi mente, había contemplado la cúpula azul añil de la noche extendiéndose sobre el mundo, con la Luna en plata elevándose en medio de ella, para recibirme en mi primer ritual. Imaginé también el olor de las velas de cera, el chisporroteo de la llamas en el silencio de la medianoche, rodeándome, en un susurro que parecería brotar de la tierra. Magia vieja, antigua, inolvidable. Era una imagen extraordinaria, infantil, carente de matices pero que yo asumía como real. Sería la primera vez que podría llamarme bruja, esa palabra misteriosa y exquisita que representaba tantas cosas en mi familia, que en mi mente, tenía la resonancia de una bendición.

Pero esa primera Luna Llena que celebré en mi vida, descubrí que todo era distinto a como lo había soñado. Y quizás, eso la hacia entrañable, intima. Inolvidable. El cielo de Caracas se alzaba en vertical, interminable con sus estrellas tristes y queridas. La linea verde recio del Ávila abarcaba el mundo y parecía bajar para rodearnos, envolvernos con su dulzura melancólica. Y las velas, algunas altas y serenas, otras pequeñitas y gordas, eran como pequeños fragmentos de luz en  la oscuridad. Le sonreí a mi abuela, con las manos aún húmedas de puro nerviosismo.

- Abuela, pero este no se parece a uno de tus grandes rituales - le dije - es todo más...chiquito.

Sin duda lo era. Mi abuela solía preparar celebraciones de Luna Llena extraordinarias, con manteles bordados de lunas y estrellas que le llevaba semanas terminar, vasos y copas de cristal, las dagas doradas de la familia. Pero en este círculo - mi primero círculo - todo era mucho más sencillo, pero no menos hermoso. Las velas parpadeaban en colores,  el pequeño mantel tenía un sol y una luna bordados de aspecto muy antiguo y los vasos y escudillas eran de arcilla, los preferidos de mi abuela. Pero su daga, esa gran pieza de orfebrería dorada y plata que siempre me había gustado tanto, estaba allí, cuidadosamente envuelta en servilletas de tela. El símbolo imperecedero de esa historia que nos unía, que ambas compartíamos y que esa noche, comenzaba a ser también, parte de mi futuro. Mi abuela me dedicó uno de sus guiños humorísticos, mientras bendecía el té y el pan que tomaríamos en nombre de la Diosa.

- La primera lección en la Brujería es que la magia no proviene de los objetos que utilizas, sino de la bruja que eleva las manos hacia la Luna - me explicó. Con cuidado, levantó un pequeño cuenco con miel y echó un poco sobre las hogazas de pan. El olor denso y delicioso de pan caliente lo lleno todo y lo aspiré, con la sensación que la noche se hacia rica en aromas y sensaciones, como si el mero hecho de encontrarme dentro del circulo de luz, agudizara mis sentidos. Miré entre fascinada y un poco desconcertada, los reflejos dorados que brillaban sobre el pan, como si su belleza fuera parte de la noche o mejor dicho, solo pudiera apreciarse realmente en la oscuridad.

- Pero ¿Y que es la magia entonces? - pregunté. Tomé el pan con miel que me extendía y le di un buen mordisco. El sabor se derramó en mi boca cálido y profundo - Si la magia está en la bruja ¿Qué es entonces?

- ¿Te gusta imaginarte cosas verdad mi niña? - dijo mi abuela - ¿te gusta leer y soñar despierta después, contemplando en mente lo que la página del libro te contó?

- Sí, ¡Me encanta! - me entusiasmé. Era mi cosa favorita del mundo. Me encantaba tenderme bajo el sol con un libro sobre las rodillas e imaginar un mundo fabuloso que rebasaba por mucho el real. ¡Y que extraordinario era esa plenitud radiante de un mundo creándose a partir de la palabra! ¡Era inmenso, sin limites! ¡No terminaba nunca, incluso cuando terminaba de leer la última página del libro! Algo de la historia siempre se quedaba conmigo. Iba a todas partes para perfumar el día, para hacer más bello lo que me rodeaba.  Masticando el pan con miel, intenté pensar como explicarle a mi abuela todas esas cosas - El mundo nace de la página de un libro como el árbol  de la Tierra.

Mi abuela sonrío al escucharme. Una sonrisa muy ancha y feliz. Su rostro arrugado se llenó de una expresión de paz tan hermosa que la miré atontada, como si no pudiera reconocerla. Decidí que bajo la luz de la Luna, todo tenía un aspecto distinto. Todo era más más fuerte, más denso, más colorido. Me gusto esa idea: me imaginé a la Madre Luna danzando en la oscuridad, las muñecas sobre la cabeza y brindando al mundo ese brillo sutil del sueño.

- Ese poder mi niña, es la magia. Esa necesidad de construir el mundo a tu medida, ese sueño de libertar, de imaginar, de crecer. Eres semilla fértil de un mundo de ideas, eres árbol Joven de un bosque recio y antiguo. Eres el rostro más joven de una larga herencia - dijo entonces mi abuela. Me extendió el vaso con té y lo bendijo en voz alta. Palabras tan antiguas que me provocaron escalofríos en la noche. ¿Cuantas brujas las habían repetido antes? ¿Cuantas veces lo había hecho una anciana de cabello blanco para su pequeña nieta en un ciclo interminable? La luz de la Luna en mis manos, Diosa Madre. Que canta y danza en mi voz. Soy tu hija, quien sueña y aspira. La esperanza renace en mi espíritu y en mi necesidad de creación. ¿Cuantas veces los árboles habrían escuchado esa canción diminuta, sutil, enredándose entre sus ramas? La noche pareció sonreír cuando las repetí en voz baja. ¿Me reconocen verdad? quise decir ¿Escuchan de nuevo mi invocación?

- Pero...¿Por qué yo? - dije de pronto. Temí ser irrespetuosa, con la luz, con la Luna, con la Dama Misteriosa que llamamos Diosa, incluso con abuela. Pero no había podido contenerme - ¿Por qué no todas las mujeres del mundo levantan los brazos para cantar a la Luna? ¿No deberían?

- ¡Lo hacen mi niña querida! - mi abuela rio a carcajadas, con esa risa suya con olor a tierra nueva, a hierba viva - ¡Lo hacen! Aunque no lo sepan, cada mujer escucha el canto del viento, los brazos en alto, el espíritu atento! La mujer que escucha cuida a su bebé, apretado junto a pecho y reconoce el divino lenguaje que le une a su bebé. La mujer que canta, que crea, que pinta. La mujer que construye su propio camino, la mujer que sueña, que lucha, que se esfuerza. La mujer que ríe, que sacude el cabello bajo la luna, la que grita su nombre al mar.

Parpadeé asombrada y maravilla. Y es que por un momento, imaginé a todas esas mujeres desconocidas, unidas a mi a través de la noche, como si el mundo se abriera como una flor extraordinaria bajo la luz de la Luna. Esa herencia de lo femenino, de la Tierra fértil viva, tan viva donde la creatividad, la imaginación, la esperanza se elevaba para saludar y cuidar del espíritu de cada una de ellas. Lo vi con tanta claridad que sentí esa conexión  definitiva, enorme y profunda no sólo con la noche llena de promesas sino con el futuro, con la mujer que sería, la deseaba ser. Me imaginé con claridad: ella, la joven de rostro fresco y pálido y cabello en desorden que recorrería el mundo para encontrar la palabra perdida, para construir un deseo en imágenes. Los ojos se me llenaron de lágrimas y cuando mi abuela me tomó de las manos, no las disimulé.

- Cada noche, cada día, la esperanza vuelve a nacer en todos nosotros - dijo. Me apretó contra su pecho, me beso en la frente, me acarició el cabello - La brujería es esa convicción que el pasado y el futuro se crean a partir del camino que creamos cada día. En esa brillante linea que nos une a quienes fuimos y a quienes seremos. Y habrá, mi niña, cien promesas para ti, una cada noche y cada día. Y mil rostros de ti misma que comprender y que mirar. Y siempre habrá un momento para mirar dentro de ti misma y pensar que el brillo de la Luna, vive en ti.

El circulo pareció brillar a mi alrededor, hacerse enorme, infinito. Entendí entonces, que estamos unidos por una historia interminable, que forma parte de cada uno de nosotros. Que el circulo de velas, con su sencillez y su ternura, simbolizaba ese eterno caminar, esa visión del ayer y del ahora, en un solo lugar, bajo un mismo cielo. Claro que, era muy niña para pensar en términos tan complejos, muy inocente quizás para comprender el verdadero valor de esa idea trascendental. Pero si supe, desde entonces, sentada en la Tierra nudosa y fresca del jardín de mi abuela - la sabia, la bruja - que el poder de cada idea, que la belleza de cada pensamiento reside en su capacidad para crear un Universo, para mirar el mundo con esperanza, para soñar con el poder de construir lo que deseamos, quienes seremos. Que pequeño secreto ese, pensé contemplando la Luna pendular sobre mi Caracas querida, ese el de conocer el poder que habita en el silencio de cada uno de nosotros, el que se eleva más allá de todo límite. La sonrisa misteriosa. La huella de las estrellas, en cada uno de nosotros.

Una vela para palabra. Una vela para cada sueño. Una vela para cada esperanza, que nace y se renueva en mí.

Y me miro, la mujer que soy de rostro pálido y cabello alborotado, de pie frente al circulo de luz y que aún recuerda esa pequeña lección de la niña que fui. Porque cada estrella tiene un nombre, cada vela un sentido y quizás, cada bruja una esperanza.

El sueño de todas las noches de Luna Llena, en mí.

Así sea.

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