viernes, 29 de agosto de 2014
La mirada hacia el infinito. Historias de Brujería.
La bruja caminaba por el risco con los brazos abiertos. El mar a sus pies, parecía mirarla con amabilidad, los brazos abiertos en espuma y brillo. Ella lo contempló también, alborozada, un poco confusa. El cabello flotó, en el aire cargado de olor a sueños, a días olvidados, a pequeños fragmentos de belleza. Y la bruja pensó, que la belleza podría tener el sabor de este mar secreto, de este sol radiante, de este viento que susurra su nombre en lentas ráfagas cálidas. Dio un paso hacia el borde, el olor de la espuma, invitándola, más abajo y...
Mi abuela cerró el libro. La miré sobresaltada.
- ¿Y que ocurrió?
- No lo sé. No copié el cuento completo - me respondió. La miré con los ojos muy abiertos y asombrados.
- ¿No sabes como termina la historia?
Mi abuela soltó una de sus escandalosas carcajadas. Me extendió su libro de la sombras con un gesto lento y ceremonioso. Lo abrí en la página marcada que habíamos estado leyendo y comprobé que era verdad: el párrafo con la historia del risco se cortaba limpiamente a la mitad. Apreté los labios, furiosa.
- ¡No puede ser! ¡Yo quiero saber como termina!
- Pues tendrás que buscar.
Me señaló su biblioteca. Seguí su gesto, boquiabierta. Contemplé los anaqueles desordenados, abarrotados de papeles, pequeños objetos curiosos, libros de distintos colores, incluso pequeñas ramas de plantas. ¿La abuela quería que investigara alli? ¿Qué podría descubrir entre tantos libros, entre páginas cerradas y abiertas? ¿Las palabras desordenadas? Sacudí la cabeza.
- No es justo.
- Claro que sí lo es. El saber lleva esfuerzo.
Torcí el gesto en un puchero malcriado. Mi abuela volvió a reir y se levantó del escritorio. La luz de la tarde dibujó su silueta en sombras, en pequeños perfiles borrosos. Tuve la impresión flotaba en medio de la biblioteca. Pensé de nuevo en la bruja del risco, que se había mirado así misma desde el mar. La bruja con los brazos abiertos en medio del cielo plateado y espejado. ¡No era justo!
- Puedes leer lo que quieras y buscar donde prefieras. El resto de la historia está aquí.
Hacia menos de dos semanas que vivía en casa de mi abuela y aún, me sorprendía un poco su extraña manera de comportarse. Me intrigaba su sonrisa juguetona, sus ojos chispeantes, tan diferentes a la severidad plácida de mi mamá. Era una mujer extraña o al menos, a mi me lo parecía, con sus vestidos que cosía ella misma, sus delantales exquisitos, sus zapatos pequeños y coloridos. Pero lo que más me intrigaba de ella es que siempre me sorprendía. Siempre lograba hacerme reír o pensar. No había un sólo día donde la abuela no me dejara desconcertada, haciendome cientos de preguntas. Como hoy.
- ¿Y si alguno de los libros se rompe? - le pregunté con cierta intensión. Ladeó la cabeza, divertida.
- Los podemos pegar. El papel es para conservar el conocimiento, pero también para ser leído. Para disfrutar del color de tus dedos, del sonido de tu respiración. Un libro desea ser abrazado, querido, mi niña. Ningún libro quiere solo permanecer en silencio. Los libros están vivos. Sus palabras te miran con atención.
Vaya que esa era una idea curiosa. Nunca lo había pensado así. Acaricié el Libro de las Sombras de mi abuela, que aún sostenía entre los brazos. Tenía una tapa de grueso cuero marrón, con pequeños grabados de hojas y árboles. También había estrellas, ramas, pequeñas piedras. Era un paisaje extraordinario que podías descubrir no sólo mirándolo, sino también con las puntas de los dedos. Los libros están vivos, me repetí. La idea me maravilló.
- ¿Todos los libros están vivos? - pregunté. Ella suspiró.
- Todos. Cada libro que se escribe es una puerta que se abre, una mirada a infinitos mundos. Todos, incluso los enormes y aburridos, los pequeños y timidos. Todos aguardan por ti, por tus ojos que lo leerán, las preguntas que te harán. Hay magia en cada uno de ellos.
Magia, esa palabra si que me gustaba. Tenía una idea vaga y un poco confusa sobre ella, pero sabía que describía algo extraordinario, portentoso. Me pareció asombroso que algo tan sencillo como un libro, tuviera el poder de invocar un conocimiento tan viejo, tan fuerte. Me emocioné.
- Así que puedo tocarlos todos.
- Sí.
- Todas las ocasiones que quiera.
- Sí, claro.
- ¿Desde hoy?
- Desde ya.
Solté un grito entusiasta. Dejé con cuidado el libro en su escritorio - me pregunté si el libro me miraba o se molestaría por mis manitas pequeñas e impacientes que lo tocaban - y me acerqué a la biblioteca. Mi abuela sonrío.
- En alguna parte de allí, esta el resto de la historia.
Comencé a buscar. Durante toda la tarde, hojeé libros. Uno a uno. Libros impresos de autores con nombres extraños. Otros con brillantes y bellas fotografías que me desconcertaron. Libros señoriales que crujian al abrirse sobre mis rodillas. Libros silenciosos, otros muy bulliciosos. Libros que soltaron risitas, otros que me miraron un poco asombrados. Pero no encontré la historia de la bruja del risco. Leí por todos lados, con esfuerzo, esforzandome por entender las frase. Leí en voz alta y cierta torpeza los titulos. Algunas lineas sueltas. Leí palabras al viento. Escogí párrafos perdidos. Pero ninguno hablaba sobre ella.
- Oye...no está por ninguna parte la historia de la bruja - me quejé esa noche cuando abuela fue arroparme. Ella suspiró con gravedad.
- Debes buscar con más paciencia. Lo estás haciendo desordenamente.
- Pero ¿Por qué no me dices donde está?
- Porque ya yo conozco su historia. Tu eres la interesada en buscar.
Me enfurecí. Me volví en la cama cubriendome la cabeza con la almohada. La oí reír.
Seguí buscando al día siguiente. Esta vez lo hice más lento. Abrí un libro grueso donde un coronel Aureliano Buendía recordaba la primera vez que vio el hielo. Y otro donde una dama llamada Anna Karenina sufría en silencio. En otro, un hombre se angustiaba por haber cometido un asesinato y creía enloquecer. Me preocupé por él, así que continué leyendo su historia. Seguí leyendola, asombrada y preocupada hasta que terminé, dos días después. Mi abuela me miraba de vez en cuando desde su escritorio.
- ¡Este señor Doltosieski sabe todo del mundo! - declaré, abrumada. Mi abuela soltó una risita.
- Puede que sí, puede que no. ¿Y la bruja?
- Sigo buscandola, ya la voy a encontrar.
Seguí abriendo y cerrando libros. Leí la historia de un señor muy viejo con unas alas muy grandes. Y también otro de una biblioteca extraordinaria. También había una historia de una ciudad donde todos estaban en ciegos que no comprendí bien. Encontré también a un huerfano enamorado de una niña hermosa y fría. Y a un villano llamado HeatCliff que amaba a una mujer llamada Catalina. La historia me asustó, me angustió, me abrumó. Pero la terminé en pocos días y cuando cerré la última página, me eché a llorar.
- ¿Qué ocurre? - preguntó mi abuela alarmada. Le enseñé el libro que tenía entre las manos, con el dibujo de un risco enorme en la portada.
- Pobre Kathy y Pobre Harpo, han sufrido tanto - le expliqué. Mi abuela me guiñó el ojo y me extendió un libro pequeño y azul.
- Tal vez la Señorita Austen te cuente historias más bonitas.
Lo hizo. Eleanor maravillosa y sensata, que miraba a su amado a la distancia. Leí su historia y la de sus hermanos asombrada, encantada. Cuando terminé, abrí otro libro y me encontré con un monstruo angustiado y temible. El doctor Frankstein me asustó, me abrumó. También lágrimas para él. Seguí tropezando con historias, algunas extraordinarias, otras no tanto. Unas muy hermosas, otras profundamente dolorosas. Las amé todas. Agradecí haberlas encontrado.
Entonces comenzó a suceder algo muy extraño. Comencé a imaginar a la Bruja del Risco. La imaginé muy clara, una joven preciosa y pura como Jane Ayre, que corría por un camino de piedra. Espera, no se había arrojado al mar como temía. Lo había mirado y había regresado por el camino, con las manos apretadas por el pecho. Porque estaba enamorada. Porque sentía amor y emoción por un hombre muy parecido a Mister Darcy. Eso era hermoso, eso estaba genial. Me gustó mi historia.
Me pregunté si la historia que encontraría sería mejor que esa. Más dulce, o quizás más triste. Pero a mi me gustaba justo esa. Imaginaba a la bruja, corriendo con su vestido azul marino, para detenerse frente a la ventana de una casa vieja. Y entonces aparecía él, entre las sombras, vestido de chaqueta y pantalones de Lana, la tomaba entre sus brazos y...
Me sonrojé. Taché la frase. No sabía muy bien que ocurriría. Me quedé un minuto con el lapiz en alto y volví a imaginarlo. Ella le acariciaba el rostro, él sonreía. La miraba a los ojos y sabía que él la quería, como Heatfcliff que amaba a Catalina o Eleanor...
- ¿Escribes en mi libro?
Me sobresalté. Mi abuela me miraba desde la puerta de la biblioteca. Apreté la boca. No sabía como explicarle que no había encontrado la historia de la bruja del risco. Pero que ya no importaba. Quería explicarle como durante esas semanas, había descubierto muchos otros rostros, muchas otras puertas abiertas. Y que había decidido contar yo su historia. No sabía muy bien como había sucedido. Sólo sabía que había tomado su libro, había tomado un boligrafo y comenzado a escribir. Con esfuerzo, con mi letra de niña apenas comprensible. Y que había sucedido. Magia pura. Magia de la verdad. Magia que transformó lo que miraba mi mente, en realidad.
- La encontré - dije. Tragué saliva - la historia. Pero no allí - señalé la biblioteca - sino aquí.
Me señalé el corazón. Mi abuela siguió mirándome y se acercó. Sonreía. Una sonrisa plena, extraordinaria. Sabia y tan vieja. Nunca había pensado que las sonrisas podían tener edad, pero la de mi abuela seguramente tenía siglos, era tan viejas como la de las montañas y las estrellas.
- ¿Y que ocurrió con ella? - me preguntó. Le extendí el libro.
-Esto es pasó.
Y la bruja del risco fue feliz. En los atardeceres, en los resplandores del amanecer. Entre los brazos del hombre que sonreía y vio envejecer. Muchas veces, escuchó que el mar la llamaba por su nombre, entre susurros de espumas. Pero aunque siempre suspiró para agradecerle su canto, jamás fue a su encuentro. Siempre miró otra vez, el jardin radiante de su corazón recién nacido, y su espíritu en flor.
Me detengo. Siento el poder de las palabras entre mis dedos. Y la mujer que soy, recuerda a la niña que fui, descubriendo el sentido de la magia, de la real, de la que dura para siempre. Y sonrío, como lo hizo la niña, como lo hace la mujer, porque comprendo el poder de la belleza, de la imaginación y la certeza, que nace de lo que creamos y asumimos real.
Un juego de espejos, en nuestro espíritu. Un viejo mensaje para recordar.
C'est la vie.
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