martes, 16 de septiembre de 2014
Al margen de la sospecha: Entre Rumores de bata blanca te veas.
Estoy resfriada. Un resfriado con síntomas comunes que no se diferencia a cualquier otro que he padecido en los últimos años. Pero, aún así, estoy aterrada. En la Venezuela del 2014 ningún padecimiento es sencillo, mucho menos intrascendente. Incluso los más vulgares se han transformado en un problema de salud pública de considerable importancia. O así deberían serlo, a no ser porque en Venezuela la salud se convirtió en otro tema tabú, en otro motivo de censura y lo que es aún peor, en otro debate interminable y amargo con tintes ideológicos. De manera que mientras el país se desliza a una emergencia Sanitaria de proporciones desconocidas - y uso el termino de la manera más literal - el Gobierno parece más preocupado por limpiar su imagen, por manejar el costo político y lo que es aún más confuso, evitar que lo que ocurre se divulgue. ¿El resultado? Un clima de paranoia cada vez más irrespirable, tenso y preocupante.
En la farmacia donde intento comprar algún medicamento para los síntomas del resfrío que sufro, no encuentro nada más que un anaquel repleto de alcohol. Sólo alcohol, de una marca genérica, ordenado en largas filas inauditas. Lo miro todo, sin saber como asimilar esa imagen desconcertante. Uno de los farmaceutas sacude la cabeza. Aún así, una larga fila se forma frente al mostrador de la trastienda. Todos los rostros preocupados me miran cuando me acerco, constipada y respirando con dificultad.
- Hija, si viene a comprar acetaminofen, le digo desde ya que no tenemos en existencia - me explica con amabilidad - me comentaron que en la Farmacia L., la de la esquina, aún tienen algunas cajas. Pero apúrense, no creo que les dure demasiado ese lote.
Le obedezco, claro. Dos o tres personas de la fila me acompañan. Uno de ellos me explica, que desde hace unos dos días, tiene jaquecas y unos cuantos grados de fiebre. El otro, los temidos dolores en las articulaciones, el síntoma inequívoco de la chikungunya, una enfermedad vírica con síntomas parecidos al dengue pero mucho más agudos, que rápidamente se ha convertido en una epidemia en varios estados del país, incluyendo Caracas. Me cuenta que durante los últimos días, ha sufrido un recurrente cuadro febril que no ha hecho otra cosa que empeorar. Cuando decidió acudir a una clínica para recibir atención médica, la respuesta lo sorprendió.
- Solo podemos bajarle la fiebre e hidratarlo. No tenemos reactivos para descartar que sufra de Dengue o chikungunya - le advirtió el médico de guardia. El paciente le preguntó entonces que podrían hacer en caso que el cuadro empeorara o se hiciera mucho más peligroso. El médico se limitó a encogerse de hombros "Así estamos, trabajando con las uñas".
De hecho, podría decirse lo mismo de todo el sistema de salud Venezolano. Cuando finalmente logró encontrar la medicina que necesito, uno de los farmaceutas que me atiende me recomienda usarlo con "prudencia". "Si se le acaba ese, dudo encuentre otro bajo ninguna otra presentación". Al parecer el laboratorio encargado de fabricar el producto, no cuenta con los insumos mínimos para hacerlo. Así que la escasez es de origen. Lo mismo vale decir de una serie de jarabes de uso común, aspirinas, medicamentos tan elementales como antipiréticos y sueros. El panorama es desolador.
Y también confuso. Porque más allá de los anaqueles, el Gobierno intenta disimular la gravísima crisis sanitaria que el país padece a todo nivel con silencio. Y no sólo con la omisión, que ya sería lo bastante preocupante como para sentar un precedente lamentable en el país, sino con la censura y la omisión. El caso del Doctor Angel Sarmiento, presidente del Colegio de Médicos de Aragua, resulta un ejemplo preocupante de la reacción Gubernamental con respecto a la situación de la salud en el país. Luego de denunciar ocho muertes por un virus aún sin identificar en el HCM de Maracay, Sarmiento ha sido perseguido e incluso amenazado por las autoridades municipales, que le acusan de "una guerra mediática" en contra del Gobernador Tareck El Aissame. A la peregrina denuncia contra Sarmiento, se han sumado las voces de una serie de funcionarios públicos, que han insistido en la necesidad de "regular el flujo de información" sobre lo que está ocurriendo en Aragua. No obstante, hasta ahora, no ha un comunicado oficial sobre el origen de las muertes - desmentidas de manera enfática por el Gobernador El Aissame a pesar de los testimonios de parientes y personal médico - y mucho menos, una respuesta protocolar contra lo que parece ser un peligroso riesgo biológico. ¿El resultado? una oleada creciente de rumores cada vez más insistentes que insisten en la posibilidad de una "plaga incurable". Se habla de ébola. Se habla incluso de Peste negra, en un tono superficial y supersticioso que no hace que hacer incluso más confusa la situación. Pero no hay una sola respuesta oficial. De nuevo, el gobierno parece mucho más interesado en usar la máscara de la ideología para justificar su ineficacia, que en comprender que el país real lo supera, se desborda, le exige una respuesta.
Continúo con mi búsqueda de medicamentos. Es el segundo día de un cuadro gripal especialmente fuerte - el dolor de cabeza resulta por momentos insoportable - y comienzo a preguntarme si no se tratará de un cuadro mucho más grave de lo que supuse al principio de la semana. Mi médico de confianza me escucha preocupado cuando le explico los sintomas vía telefónica. Me da una serie de sugerencias caseras para palear el malestar general y controlar la fiebre lo mejor que pueda.
- ¿No me vas a recomendar acuda a alguna parte para comprobar no se trate de dengue, chikungunya o de cualquier otra cosa? - le pregunta sorprendida. Lo escucho suspirar.
- ¿A donde te puedo enviar? La mayoría de las clinicas no están aceptando pacientes que deban ser hospitalizados a menos que sean cuadros febriles agudos y el tuyo aún no lo es. Tampoco puede enviarte a revisión, las emergencias están colapsadas.
Me explica que durante los últimos dias, ha diagnosticado unos siete pacientes con diversos tipos de problemas víricos y bacteriológicos, agravados por la falta de medicamentos especializados en el país. Uno de los casos incluso, comenzó siendo una bacteria simple y se convirtió en un peligroso cuadro médico imprevisible. Luego de seis días de fiebre altísima, el paciente fue aceptado bajo su recomendación en una clinica privada de Caracas.
- ¿Será la enfermedad misteriosa de Maracay? - le pregunto aterrorizada.
- Puede ser cualquier cosa. Los medicamentos disponibles son pocos y están siendo restringidos a casos muy graves. Los laboratorios nacionales dejaron de producir por escasez de insumos básicos. Estamos subsistiendo con el mínimo inventario y es insufiente para lo que está ocurriendo ahora mismo.
Pero ¿Qué está ocurriendo exactamente? La paranoia es peor que cualquier otra cosa. Leer cualquier red Social es comprobar que una histeria lenta, tensa e inevitable se está extendiendo a lo largo y ancho del país. El virus Misterioso de Maracay, que hasta la fecha se ha cobrado supuestamente ocho vidas - y casi una docena de casos no confirmados que según los rumores el gobierno oculta - y lo que parece ser una epidemia lenta pero sostenida de chikungunya comienza a ser incontrolable. Pero lo cierto es que nadie sabe con exactitud cual es la verdadera situación que atravesamos. La sospecha crece y se hace rumor, va de boca en boca como otro tipo de epidemia, mucho más virulenta y peligrosa que cualquier otra. Y es que mientras el gobierno se esfuerza por censurar la información, distorsionarla o desmentirla por conveniencia política, los hospitales y clinicas del país se debaten no sólo en la escasez de insumo sino en una situación que la mayoría de ellos desconoce las verdaderas proporciones: los diagnósticos confusos y la presión oficial parecen crear un clima de miedo cada vez más insoportable, como si a la miriada de problema que atraviesa un país en crisis, también hubiera que añadir el miedo. Puro y duro. El miedo a que una circunstancia que avanza lentamente desde el silencio cómplice, que se convierte en si misma en una isla concreta que aisla al paciente Venezolano, que lo deja sometido a un silencio forzado y peligroso.
Solo se trata de un resfrío, me digo mientras espero en el pasillo de emergencia de la clínica a la que he acudido desde niña. Finalmente el malestar que sufro ha resistido cualquier tentativa casera de mejoría y decido, incluso con lo que me inquieta la idea, recibir atención médica. El viejo edificio tiene un aspecto un poco obsoleto, con sus paredes claras y las escaleras de pasamanos de madera. También un poco ruinoso: una de las paredes muestra una enorme grieta y manchas de humedad y un cartel de papel indica que "Los baños del primer piso no funcionan", Aún así, hay cierta paz en el pequeño consultorio donde me encuentro. El ruido de la calle parece distante. Dos pacientes más, con idénticos síntomas que los mios, aguardan. Uno tose. El otro se sobresalta y se acurruca en su sueter de lana. Yo contengo los deseos de estornudar como puedo. Pero me resulta más difícil contener el miedo, la sensación de vulnerabilidad que me lleva esfuerzos remontar. Sólo un resfrío, me repito, con las manos apretadas, intentando recordar los sintomas del dengue, la chikungunya, incluso esa enfermedad misteriosa de la que se sabe poco pero parece ser tan real como el resto.
Finalmente resulta que sufro de una infección bronquial. El médico me recomienda descanso, mucha hidratación y tranquilidad. También me pide anotar cualquier otro sintoma que pueda sufrir en lo sucesivo. Me advierte sobre un cuadro febril muy prolongado, los consabidos dolores en las articulaciones, cualquier tipo de erupción cutánea que pueda indicar que lo que sufro se convierta en algo más grave. Lo escucho inquieta, preocupada. Simplemente asustada.
- ¿Y que me recomienda hacer si los síntomas se hacen peores o tengo otros? - pregunto. El médico termina de anotar las medicinas que puedo utilizar - en la suficiente variedad para que pueda intentar con varias combinaciones, si no llego a encontrar alguna - y me extiende la receta, con una expresión cansada. Es un hombre joven, probablemente de mi edad, agobiado por lo que supongo es una situación que lo rebasa, lo abruma.
- Encomiendate a Dios - dice por último. No sonríe cuando lo dice. Lo está diciendo en serio, pienso con un escalofrío - en este país, es nuestra opción más inmediata.
Pienso en sus palabras mientras regreso a casa. El taxi atraviesa la ciudad caótica con rapidez y yo vuelto a tener fiebre. La tos me sofoca. Pero la ciudad tiene un aspecto quebradizo, con su caos circunstancial de todos los días, como si realmente no ocurriera otra cosa que el escándalo de las cornetas y la violencia del tráfico insoportable. Pero el miedo continúa agobiándome, real y concreto, como si la ciudad, el país entero, fuera una amenaza.
Quizás lo es.
C'est la vie. lt,e
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