jueves, 18 de septiembre de 2014

De Luto por la Libertad de las ideas: El puño de la censura golpea otra vez.




En su maravilloso libro "Antes que anochezca,  Reinaldo Arenas - testigo excepcional de los primeros años de la Revolución Cubana - describió al autoritarismo con una frase contundente: "Toda Revolución es pacata, cursi y vulgar". En Venezuela, además, habría que añadir que carece por completo de sentido del humor. O mejor dicho, que esgrime el poder contra el pensamiento libre de la única forma que puede hacerlo el poder, la ignorancia y el odio: a través de la censura y la represión de las ideas.

- Venezuela perdió la sonrisa y los dientes - dice en voz alta alguien que se encuentra en la Panadería donde desayuno cada mañana. Nadie responde pero tengo la clara sensación que todos sabemos a qué se refiere. Ayer, Rayma Suprani, caricaturista crítica al poder, fue despedida del periódico El Universal por denunciar la gravísima situación sanitaria que padece el país. Al parecer, para el gobierno, el sentido del humor crítico es cuando menos imperdonable.

- Estamos en un país donde reírse muy duro es un crimen - comenta alguien después, en voz baja. De nuevo, silencio. Las cabezas inclinadas, los hombros rígidos. Hay un ambiente de preocupación fortuita, sutil, que sin embargo es lo suficientemente elocuente que el temor a la represalia, la idea del enfrentamiento, está en todas partes, se materializa en formas muy concretas. La sensación es dolorosa, casi abrumadora. Una especie de escena silenciosa y anónima.

La Censura a Rayma Suprani es la más reciente acción de una lenta escalada de censura que se agudizó luego de los meses de protesta que sacudieron al país a principios del año 2014. Suprani, con un agudo sentido del humor, se había convertido en una figura incómoda dentro de la nueva administración de la información de la nueva línea editorial del Periódico el Universal. Hace dos meses, una de sus caricaturas ya había sido  censurada por el periódico, quien argumentó se trataba "de una falta de respeto inadmisible" para el presidente de Colombia, a quien Rayma había dibujado con los rasgos de un cerdo. El aviso fue suficiente para dejar muy claro que el humor corrosivo de la caricaturista no era bien recibido por el poder. Aún así, Rayma continuó dibujando.

- Lo de esa mujer era cuestión de tiempo - comenta alguien finalmente en la Panaderia. Un murmullo de irritación recorre el lugar. Nadie menciona el nombre de Suprani, nadie añade nada al comentario. Pero es evidente que en el pequeño grupo de clientes, las opiniones son confusas. Hay miradas de incomodidad, otras de simple indiferencia. Un hombre de rostro cansado se pregunta en voz baja: "¿pero hasta cuando todo esto?". Nadie contesta, el silencio regresa, más denso que antes y me preocupa pensar que nadie tenga una respuesta para el simple cuestionamiento. La censura en todas partes.

Y es que al parecer Nicolas Maduro aprendió bien pronto que el peso de la opinión independiente es uno de los enemigos a vencer en la diatriba amarga que sustenta la visión política de la llamada "Revolución Chavista". Y es que aunque el Gobierno de Hugo Chavez siempre tuvo una piel muy sensible a la crítica y la opinión independiente - baste el ejemplo del cierre de RCTV, la cadena radial CNB y todo tipo de presiones en contra de medios de Comunicación independiente -  Nicolás Maduro parece decidido a imponer el puño de hierro del poder en todo resquicio de oposición intelectual. Y es que para Maduro y los lideres emergentes del Chavismo, la idea de la Libertad de expresión tiene como único objetivo, la mirada complaciente hacia el poder, la aceptación del inevitable peso de quien lo ejerce y la sumisión a la ideología que lo sostiene. Más allá, la censura, la opresión y el silencio cómplice parecen convertirse en una expresión de como el Chavismo comprende la política y sobre todo, el peso de la libertad de pensamiento.

Ya por el año 2002, Pedro León Zapata, institución del humor crítico en el país, fue acusado de Mercenario por un iracundo Hugo Chavez: "¿Zapata cuanto te pagaron?, vociferó el difunto presidente, encolerizado por una de las caricaturas del autor.  Poco después, el Humorista Laureano Marquez fue multado por escribir una carta imaginaria a la hija del Presidente Hugo Chavez. En más de una ocasión, Chavez acusó a los medios de Comunicación de utilizar el humor "como arma de guerra, como burla a la investidura presidencial", lo que llevaría a Marquez a declarar que "Chavez no tiene sentido del humor". Y es que para la Revolución Chavista, la crítica a través del humor tiene un ingrediente incisivo y directo que le resulta incontrolable, ofensivo. Como bien diría Andrés Cascioli en su estupendo recopilación "La revista Humo y la dictadura" , el humor es en ocasiones el único resquicio de libertad del que disfruta el ciudadano en medio de la opresión. Esa capacidad para encontrar en la burla y la sátira, la imagen del país real, el que se esconde detrás de la versión oficial y más allá, el que intenta comprenderse a través de ese capacidad sutil de la risa para contar la realidad.

Quizás ese es el motivo por el cual el poder nunca se rie, me digo mientras miro la imagen de Rayma, con un pequeño cartel de cartulina entre las manos: "No más censura". La inteligencia, parece ser el único refugio de un país confuso, átono, cuya identidad parece se debate entre lo que el poder insiste en mostrar y lo que se oculta detrás. Tal vez por ese motivo, la caricatura de la artista enfureció al poder: En ella, se muestra la conocida línea que muestra los signos vitales y debajo, la línea plana - muerta, en argot - medico, que culmina con la reconocible rúbrica del difundo Hugo Chavez. Una denuncia silenciosa pero tan potente, que sacudió el ánimo austero de una revolución retrógrada y ortodoxa, que removió esa senectud del dogma socialista tradicional para quien la crítica es una forma de ataque.

Pero no todo es tan sencillo ni tampoco, tan evidente. Lo pienso, mientras compro el periódico en el mismo kiosko donde lo he hecho durante casi dos décadas de mi vida. La escasez de pensamiento también llegó a ese lugar tan sencillo y cotidiano: El stand donde solía haber una variedad estimulante de revistas y periódicos está vacío. Apenas si se vende un periódico de circulación nacional, reducido a sólo dos hojas de papel finísimo, con una impresión borrosa. Desaparece la opinión, se hace menos nítida, una colección de fragmentos que no encajan en ninguna parte. Un país quebradizo.

- Ya uno no sabe ni que es lo que está pasando, a menos que uno tenga "la internet" - dice uno de los ancianos habituales del Kiosko. Vende un desabrido café casero que los clientes solemos comprar por hábito más que por gusto, en cada visita. También para él, la Venezuela socialista tiene un costo: del pequeño mostrador de madera portatil que solía utilizar para atender a los madrugadores, a los habituales, a los de siempre, ahora lleva sólo una jarra de café de plástico. Somos pocos los que volvemos, los que aún mantenemos el habito del cafecito y el comentario sobre el todos los días. Tierra arrasada incluso en ese pequeño rincón de lo cotidiano.

- Esto lo vi yo en mi país durante la dictadura - dice Jaime, argentino y que a pesar que emigro a Venezuela hace dos décadas, continúa teniendo un dejo de es delicioso acento sureño. Sacude su cabeza hirsuta y canosa y suspira - nadie sabia lo que estaba pasando, viviamos de los rumores. Era una cosecha de horas: salias a la calle y reunías pedacitos de información. Los unias, los ordenabas, le dabas forma, lo organizabas. Lo que veías era un país extraño, irreconocible, lleno de cicatrices.

Se toma de un sorbo el café del vasito. No digo nada, con el periódico entre las manos, tan pequeño, anodido. A mi alrededor, la vida de Caracas transcurre, avanza, ruidosa y fallida. El país vivo, al margen de la esa otra realidad que se oculta y se evade. José, el dueño del Kiosko se encoje de hombros, sacude la cabeza.

- Reirse es un habito Venezolano. También lo expropiaron, supongo.


El humor siempre ha provocado reacciones inusitadas en regímenes dictatoriales. Y es que el poder que aspira al control absoluto necesita sin duda menospreciar cualquier tipo de manifestación de expresión independiente para subsistir. Desde Zarganar, el caricaturista birmano que fue sometido a reiteraddos y severos castigos durante la dictadura militar que gobernó su país desde 1962 hasta 2010 hasta la osadia de Bassem Youssef, que parodió al régimen militar de Hosni Mubarak en un show que fue difundido en Youtube y que le acarreó desde multas hasta una condena a prisión en suspenso, el humor parece ser el enemigo predilecto del Estado que aspira a subyugar al ciudadano como una forma de expresión de poder.

Y es que todo sistema con aspiraciones autoritarias reacciona de manera violenta ante el humor. El sociólogo  Anton C. Zijderveld se dedicó a investigar el rol del humor en la sociedad y sobre todo, a intentar comprender el papel del humor frente a la opresión. Sus conclusiones, recopiladas en el estupendo libro “Sociología del humor” dejan muy en claro que para regímenes que asumen la identidad de razón y beneficio de las prebendas del uso de la ley como arma, el humor es una amenaza constante.  “El comediante juega con los valores de una sociedad, lo cual genera una tensión, y así nace la broma”, explica.  "El humor político no puede cambiar a una sociedad" añade además, pero deja claro que “el efecto psicológico del humor es importante. Por eso los regímenes dictatoriales castigan tan duramente el humor, porque intenta evitar que fortalezca a la oposición”. Cuanto más autoritario es un régimen, más se presiona y se estigmatiza al humorista, más se intenta censurar el humor o al menos, usarlo como arma para denigrar al opositor. La burla y el menosprecio de la identidad del contrincante intelectual es común usar el humor como arma política.  “En sistemas totalitarios va desapareciendo el humor para convertirse en ataque directo”, señala el sociólogo Zijderveld. “En Corea del Norte, por ejemplo, el humor político está totalmente prohibido pero no se censura el humor que ridiculiza al oprimido”. En China, los caricaturistas trabajan bajo pseudónimo en Internet.

Una visión inquietante que parece resumir la virulencia de las reacciones de sistema de gobierno autoritarios ante la grieta del humor: hace tres años el caricaturista Ali Ferzat fue atacado por una turba de seguidores del presidente sirio  Bashar Al Assad:  golpearon en el rostro hasta casi provocarle ceguera y le quebraron un dedo para “darle una lección”. El delito del cual se lo acusa: insultar al "poder". La represión contra Ferzat continuó incluso mientras el caricaturista continuaba convaleciente: su casa fue quemada y fue amenazado de muerte por partidarios del régimen en funciones, quienes insistían en acusarle de "irrespetar la identidad siria". No obstante, Ferzat no se amilanó: una vez recuperado de sus heridas, logró exiliarse en Kuwait y desde allí continúa dibujando con más humor que nunca. Ha recibido amenazas de partidarios del régimen Sirio en el país y en el 2013, fue golpeado por un desconocido en plena calle. Pero Ferzat insiste, a pesar de la violencia. "La inteligencia nunca debe rendir tributo al poder. La inteligencia crea nuevas formas de mirar la libertad", insiste con frecuencia,  cuando se le cuestiona sobre el riesgo que corre por continuar enfrentándose al poder desde la tinta y el lapiz. "El humor es poder".

Un tipo de poder incontrolable, pienso mientras miro a esta Caracas violenta, árida, anónima. En una de las paredes cercanas a mi casa, alguien dibujó sobre el consabido monograma que muestra los Ojos de Hugo Chavez, una pequeña lágrima roja. Debajo escribe: "Soy el inmortal más muerto de todos". Sonrío, casi con alivio, porque de pronto, pienso que el humor, ese rasgo tan Venezolano, tan criticado, tan evidente, tan inevitable, sobrevive a todo, se enfrenta al poder como puede, incluso desde las grietas minimas de un poder cada vez más omnipresente y violento. Sin duda, una huella que aún, somos capaces de luchar contra el puño de hierro de la censura y más allá, contra la opresión.




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