lunes, 8 de septiembre de 2014

Las habitaciones secretas del poder.




Nepotismo, ese vicio tan latinoamericano, tiene un origen bastante clásico: Nepoti ( en italiano, sobrinos ) era la manera como se solía llamar — en respeto de las formas y el decoro eclesiástico — a los hijos de los Papas Medievales, que una vez alcanzada cierta edad ocupaban ilustres cargos políticos y militares en esa Roma oscura y violenta heredada del renacimiento. Y es que ese viejo hábito de encumbrar a las alturas del poder a los preferidos — con todas las implicaciones y beneficios que el gesto pueda tener — , no es una costumbre reciente, ni mucho menos local. No obstante en Venezuela, ha sido parte una parte tan profunda de la visión y estructura del poder que se toma por evidente, necesaria y en última instancia, inevitable.

Tal vez por ese motivo, no sorprendió a nadie — aunque sí irritó a buena parte de la oposición política — el nombramiento de María Gabriela Chavez como embajadora Alterna ante la ONU. El cargo, supone una actuación activa en el acontecer diplomático del país: María Gabriela Chavez, formará parte de la delegación venezolana ante el Organismo internacional y asumiría el rol de embajadora en caso de que el titular oficial — Samuel Moncada — no se encuentre presente o no pueda ejercerlo de inmediato. De inmediato, se cuestionó la preparación académica y efectiva de Chavez para ejercer el cargo: Además de cursar algunos semestres de la Licenciatura de Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela y obtener un diploma que la acredita como comunicadora Social de la Universidad Bolivariana de Venezuela, María Gabriela Chavez carece de cualquier credencial para ejercer el cargo que disfrutará más allá de su apellido. La respuesta del Gobierno a las críticas fue confirmar el nombramiento de la llamada “primera hija de la República” e insistir sobre su idoneidad para ejercer las funciones como “representante” del país ante esferas internacionales. Y es que para la Revolución Boliviarana, como lo fue antes para los críticados cuarenta años de democracia partidista, el nepotismo es una manera de no sólo afirmar la identidad política de quien ejerce el poder, sino también de construir un entramado de influencia que pueda sustentar la burocracia y el clientelismo de la ideología política de turno.

Por supuesto, el Nepotismo no es un hábito del poder data reciente y mucho menos exclusivo de la Revolución Bolivariana, que sólo parece haber heredado el hábito de un pasado reciente. La llamada “Cuarta República” no sólo disfrutó de manejos del poder que incluyeron directamente al tráfico de influencias, manejos dolosos a través de cuotas de poder gracias a la filiación, sino que en muchas ocasiones, aseguró su participación y poder gracias a la vieja moneda del clientelismo familiar. Y es que los principales funcionarios de la democracia partidista, se aseguraron de brindar beneficios políticos inmediatos no sólo a sus hijos, sino también a sus simpatizantes más cercanos e incluso, a sus respectivas parejas. Desde Henrique Salas Romer y su hijo Henrique Salas Feo, que durante casi una década gobernaron alternativamente y compartieron cuotas de poder en el Estado Carabobo, hasta el poder que brindó Jaime Lusinchi a su amante Blanca Ibañez, el nepotismo Venezolano tiene un rostro reconocible en el ideario político que heredamos de décadas previas. Claro que, la Revolución heredó el planteamiento y lo recreó a la medida de una nueva casta política, surgida ya no de viejas negociaciones y un análisis del poder basado en la negociación inmediata, sino en la necesidad de autor preservación, control y sumisión del poder a la pretensión de quién lo ejerce.

Y es que el nepotismo de la Revolución Boliviariana parece afianzarse en firmes raíces históricas de otras experiencias populistas del continente. De recuerdo reciente, el flagrante y comprobado nepotismo de la Semi divinizada Eva Perón, que durante sus escasos años de ejercicio de poder como primera Dama y también como presidencia de la Fundación Evita, convirtió al escenario político argentino en un paisaje fértil para las maniobras de poder basadas en la consanguinidad. El hermano de Eva, Juan, vendedor de jabones y otras menudencias callejeras se convirtió en el secretario del recién electo Perón. La hermana mayor se convirtió en la voz — y muy probablemente la mano ejecutora — de las políticas de la pareja en Junín. También su cuñado fue elegido senador y otro gobernador de Buenos Aires y el tercer cuñado que antes de la llegada de Eva al poder se ganó la vida como un modesto ascensorista, se convirtió en el director General de Aduanas. Toda una componenda política que afirmó el poder de los Perón en una Argentina depauperada y empobrecida, pero que confiaba de manera fanática en la recién descubierta lucha social que al encarnaba la pareja presidencial.

También en Nicaragua y a pesar de la turbulencia política que ha acompañado al país durante las últimas décadas — o quizás debido justamente a esa condición de la política frágil que se mantiene sobre bases de negociación dudosas — el nepotismo ha sido el símbolo común en el ejercicio y comprensión del poder. Durante la dictadura de Anastacio Somoza , quién ejerciendo aún funciones de Jefe Director de la Guardia Somocista, nombró como Jefe de la Plaza de León a su hijo el Coronel Anastasio Somoza Debayle. También lo hizo con su otro hijo, Luis Somoza, a quien nombro en diferentes e importantes cargos políticos, incluyendo el de Agregado Militar en Washington DC, y representante de Nicaragua ante la Junta Interamericana de Defensa; su padre también le dio el grado de coronel. Por último, desempeñó el cargo del presidente del congreso y asumió la presidencia de Nicaragua luego del asesinato de su la muertee su padre, ocurrido 29 de septiembre de 1956, donde ejerció el poder con la misma visión dictatorial de su padre. También en los gobiernos de Arnoldo Alemán y de Enrique Bolaños, el nepotismo continúo jugando un papel preponderante dentro de la estructura de poder del país: Bolaños nombró a su nieta y varios parientes políticos en diferentes e influyentes cargos políticos, con lo cual intentó asegurar la estabilidad de un gobierno frágil. Una y otra vez, el nepotismo pareció jugar en Nicaragua no sólo un rol como reunificador de la visión social y política de turno, sino de ese acendrado hábito latinoamericano de interpretar el poder como personal, un legado que se transmite como una herencia dudosa por filiación elemental. El poder político como feudo personal.

En Chile, el Nepotismo la mayoría de las veces pareció disimularse por medio de prebendas y beneficios políticos, costumbre palaciega por la que nuestro continente parece tener especial predilección. Las llamadas ‘Becas Presidente de la República’ y los viajes al exterior en las reparticiones públicas y empresas del estado, pareció ser un hábito establecido durante la Concertación, en lo que parece ser un síntoma que coalición política de partidos de centro e izquierda que gobierna Chile desde el 11 de marzo de 1990, heredó el inevitable tráfico de influencias de sus predecesores. Desde acusaciones como la de brindar beneficios a hijos y nietos de destacadas personalidades gubernamentales a través de la figura de becas auspiciadas desde el poder hasta brindar ventajas a ciudadanos debido a su cercanía con las ideas políticas gubernamentales, este nuevo tipo de nepotismo por afiliación y apoyo político parece haber creado toda un nuevo entramado de la política por la política y algo mucho más difícil de definir: el desconocimiento del mérito como forma de expresión social.

En Brasil, el nepotismo es moneda común. Se habla de “Clanes familiares” que detentan y ejercen el poder desde determinadas parcelas políticas y que se enfrentan entre sí en un intricado mapa político que parece sustentarse en la interpretación del poder personalista. De cara a las futuras elecciones presidencias y legistativas — en las cuales también se elegirán gobernadores de veintisiete estados — el rostro político que surge de las negociaciones de planteamiento político parece dejar muy claro que en Brasil, el poder es un atributo personal de quien lo ejerce. Los candidatos Aécio Neves (Partido de la Social Democracia Brasileña, PSDB) y el recientemente fallecido Eduardo Campos (Partido Socialista Brasileño, PSB), los dos principales opositores de la presidenta Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores, PT), son los nietos de renombradas figuras políticas de considerable importancia durante los últimas décadas. No obstante, los claes también están presentes — y tienen una importante representatividad — en las elecciones de los Estados: hay al menos veinticuatro candidatos a gobernador que forman parte por línea consaguínea de grupos con tradición política en sus regiones. La mayoría de los futuros funcionarios han desempeñado algún cargo de mediana importancia, gracias a la influencia de figuras representativas con los cuales comparten parentesco y lo que resulta aún más desconcertante, la gran mayoría ha brindado apoyo público y privado a sus hijos y esposas en contiendas políticas partidistas de menor alcance. Todo lo cual parece sugerir que en Brasil el poder no sólo se hereda, sino también se ejerce como una herencia directamente relacionada con la consaguinidad.

En la Venezuela actual, por supuesto, la situación no es distinta. Desde el ya conocido caso de María Gabriela Chavez — que reverdeció la polémica de los cargos y beneficios que disfruta la familia del Difunto Presidente a pesar de su muerte — hasta las intricadas relaciones de poder que sostiene la llamada “primera combatiente” Cilia Flores con un buen número de funcionarios del poder legislativo del país.

Y es que el Nepotismo Bolivariano se basa — o eso sugiere la evidencia — en una nada sutil combinación de cargo político y lealtad política, donde buena cantidad de los familiares de los lideres chavistas son los principales Beneficiados. El hermano del presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, fue nombrado recientemente como Ministro de Industrias. El 1 de Octubre de 2013 y en uno de sus primeros movimientos de pdoder, Nicolás Maduro decretó, mediante la Gaceta Oficial número 40.260, la designación de Carlos Erick Malpica Flores como nuevo Tesorero Nacional, y a María Elisa Domínguez Velasco, quien era hasta ahora la Tesorera de la República, como jefa de la Oficina Nacional de Presupuesto. Ambos funcionarios, primos de la Primera Dama en funciones, habían sido criticados anteriormente por su nombramiento en cargos de menor importancia, gracias a la única credencial de compartir parentesco cercano con Flores.

Por su parte, Nicolas Maduro no disimula su intención de ejercer el poder de manera directa y para beneficio de su árbol genealógico: En uno de sus primeros viajes a la República Popular China, el presidente dejó como encargado del llamado “Equipo de inspección de acciones de Gobierno” a Nicolás Maduro Guerra, de 23 años e hijo mayor del mandatario, que hasta entonces no había destacado en cargo político alguno. Unos meses después, Maduro brinda un nuevo cargo a Maduro Guerra: esta vez ejercerá las funciones de Director en la Villa del Cine. Como en su anterior nombramiento, el hijo Presidencial carece cualquier credencial para desempeñar el cargo del que disfruta, además de ser hijo del actual lider circunstancial de la revolución Boliviariana.

De momento, queda claro que el Nepotismo Boliviariano continuará mostrando su mejor rostro a través de la insistente identificación política y emocional del chavismo con el concepto del poder popular. Y no obstante, cabe preguntarse hasta que punto esta interpretación del poder que se hereda — tan vieja y tan clásica de la política tramposa de nuestro continente — no es otra de las maniobras de una propuesta ideológica insustancial por preservarse en el poder. Tal vez todo se resuma, como solía decir Rodrigo Borgia antes de convertirse en Papa y aún poderoso Cardenal “el poder es de quien lo detenta y tiene la suficiente astucia para conservarlo”. Una interpretación arbitraria y violenta de una propuesta fragmentada del país.

0 comentarios:

Publicar un comentario