domingo, 12 de octubre de 2014

De llanuras espejadas y otros cuentos misteriosos. Historias de brujería.



La Luna Llena parece flotar en la ventana entreabierta, pendular entre la Oscuridad y esa sedosa belleza de la ciudad a la distancia. Cuando enciendo la vela, el olor del romero se eleva denso y delicioso, flotando en leves volutas para rodearme, abrazarme en su calidez. Sonrío, no puedo evitarlo. La sensación es tan familiar y deliciosa que siento me sostiene, me acuna, me consuela de mis pequeños dolores.

En una oportunidad, una de mis amigas más queridas se sobresaltó cuando me encontró haciendo un ritual de Luna Llena. Nos encontrábamos en su casa de la Playa, junto a un grupo de conocidos y para ella, resultó poco menos que incómodo encontrarme allí, de rodillas, rodeada de velas encendidas y elevando las manos al cielo nocturno. Se detuvo justo al borde de la luz, desconcertada.

- Espera un momento, ya casi termino - le pedí. Ella no respondió. Se apretó las manos con fuerza.
- Oye Agla, no sabía que harías algo semejante en mi casa - me reclamó con suavidad. El gesto torcido por la desaprobación. Encendi el incienso y la miré por sobre las volutas de humo.
- ¿Qué cosa? - pregunté con toda intención. Una irritación lenta y densa me subió a las mejillas. Me contuve lo mejor que pude.
- Esta...celebración - dijo ella. Hizo un gesto que abarcaba el circulo de velas, mi cabello trenzado, incluso el pequeño vaso de agua a mi derecha - creo que es un poco irrespetuoso de tu parte hacerlo sin avisarme antes ¿No crees?

Miré hacia la casa. Me encontraba a la suficiente distancia como para que nadie notara que me encontraba allí. De hecho, mi amiga me había encontrado al escucharme hablar en voz alta, según me diría después. Había seguido el sonido de mis palabras hasta encontrarme allí, en medio de la oscuridad. Se había sentido entre confusa y colérica. Incluso directamente ofendida.

Ahora yo también lo estaba. Tomé una bocanada de aire, intenté controlar mis emociones. Escuché el sonido del viento que llegaba desde el mar, con olor a historia, a tierra prometida. Levanté las manos e invoque tranquilidad y sabiduría. Realmente la necesitaba, me dije con cierto apuro. No sabía como afrontar una situación como aquella.

Tenía dieciseis años y llevaba menos de uno en la Universidad. Hasta entonces, el hecho que llamara "Bruja" había sido una pequeña curiosidad, una especie de excentricidad mía. Y es que hasta entonces, me había preocupado mucho por ocultar - o disimular, en todo caso - mis creencias. Tal vez se debía a esa incomodidad natural de comenzar en un lugar nuevo o de encontrarme rodeada de desconocidos. Cual fuera el caso, me resultaba complicado transitar otra vez el complicado camino de ser aceptada y comprendida desde mis creencias, desde esa visión de la vida en la que había educado por completo distinta a la de la mayoría. No sabía como recomenzar esa callada lucha que había llevado a cabo en la Escuela, que tanto dolor, preocupación y también pequeños triunfos me había brindado. Además que, la Universidad era otro mundo: uno mucho más complejo y complicado. No tenía idea de como afrontarlo.

Mi amiga siguió de pie a mi lado, mirándome expectante e impaciente. Tal parecía que si de ella dependiese, apagaría las velas a la vez y me obligaría a regresar a casa en silencio. No lo hizo, claro. Se limito a quedarse de pie, retorciendose la pijama en los puños cerrados y mirando a su alrededor. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué le preocupaba tanto? ¿Por qué no me lo decía? Vaya, eso si que era una buena pregunta.

- ¿Qué te preocupa? - le dije entonces, en voz baja. Ella me dedicó una mirada rápida, dura.
- Que te vean los demás.
- ¿Por qué?
- Oye, esa supercheria no va conmigo. Ni contigo en todo caso. No sé por qué insistes...

No respondió y yo tuve de nuevo que contener la rabia, el grito de furia que se me formó en la garganta. Seguí de rodillas esperando, mientras ella se balanceaba de un lado a otro, sin quitarme los ojos de encima. Ahora, parecía además de impaciente muy avergonzada. ¿Qué le pasaba por la cabeza?

- ¿Qué te parece que estoy haciendo? - pregunté. Ella parpadeó, como si la pregunta le tomara por sorpresa.
- No sé...¿Celebrando algo?
- Sí.
- ¿Qué cosa?
- La Luna Llena.

Levantó la cabeza, miró la Luna Brillante sobre el mar. Me miró de nuevo, con los labios apretados.

- ¿Por qué Agla?
- Porque representa los ciclos de mi cuerpo, la belleza de la Diosa en la que creo, una parte de mi misma creativa y muy poderosa - le expliqué. Encendí otro incienso y el olor del Romero se elevó entre nosotras, hacia el cielo diáfano. El olor exquisito nos rodeó, nos envolvió en un leve abrazo. Mi amiga suspiró, como si se llenara los pulmones del aroma y su expresión se relajó.
- ¿Realmente piensas que la Luna se relaciona contigo de alguna manera? - me dijo. Siguió al borde mismo del circulo de luz, pero ya no apretaba los puños con fuerza. Ahora tenía los brazos extendidos junto al cuerpo, en un gesto lento y casi infantil. La mirada fija en el chisporreteo de las velas, en mi figura sentada en medio del resplandor.
- Sí, lo creo. No es una creencia sin sentido, aunque sí, muy antigua y primitiva. La luna influye sobre las mareas, las plantas, sobre tu cuerpo - le expliqué. Levanté los ojos para mirar el brillante disco lunar y sonreí, con una sensación intima, cómplice, recorriendome - la Luna representó durante mucho tiempo el poder de la mujer, la sabiduría femenina, los ciclos de fertilidad. Fue y es el reflejo de un poder esencialmente creativo que habita en cada una de nosotras.

No respondió. Yo me incliné y encendí la vela azul, la que representaba la presencia de la Diosa en el círculo de la Luna, el misterio de esa sutil conexión entre mi identidad y una historia más antigua que yo misma. Miré la llama crecer, elevarse, danzar en la oscuridad. El sonido del mar lejano pareció confundirse con el palpitar de la Luz, como si formara parte de él, como si nutriera de su profundidad, de su aroma orgánico y antiguo. Sonreí.

- Hay un misterio en cada mujer y una celebración espiritual en cada cosa que hacemos - le dije, casi en un susurro. Tal vez no se lo decía a ella, después de todo. Tal vez recordaba en voz alta, tal vez me miraba de niña, sentada junto a mi abuela y a mis tias aprendiendo las mismas palabras, asombrando de su significado, imaginando a las cientos de mujeres sin rostro que me habían precedido, que creaban el poder de esa tradición compartida, de ese canto lejano de pura belleza - No importa como le llames a la Divinidad, no importa en que creas. Somos criaturas creativas, espíritus que miran a su alrededor y transforman cada cosa en algo nuevo. Somos capaces de soñar y tener esperanza incluso desde el silencio. Pequeños fragmentos de palabras y formas de expresión que compartimos. Magia pura. Pero no magia, como la que imaginas - dije cuando ella hizo un gesto burlón - una conexión enorme, firme con cada cosa que existe, con cada cosa que es. Eres parte del Universo y el Universo es parte tuyo. Somos un gran lenguaje revelado a medias. Somos un sueño a medio recordar.

El sonido del mar se hizo más fuerte, más sentido. O yo lo percibí con mayor fuerza. El olor del Romero a mi alrededor, elevándose entre mis dedos abiertos, tan poderoso, tan radiante. Y esta sensación de profunda emoción, que parecía nacer no sólo de la luz de las velas entendidas, sino de los dedos abiertos hacia el infinito, de esta convicción, de conocimiento y experiencia en mi espiritu. La luz y la oscuridad parecieron rodearme, crear un nuevo mito. Una canción lenta y mesurada, una tierna expresión de fe intima. La Luna entre mis manos abiertas, el abrazo del Infinito, en mi.

Apagué las velas lentamente. Las reuní y las envolví en las hojas de romero que me rodeaban. Mi amiga me contempló aún en silencio. Una niña de ojos muy grandes y asombrados mirándome como si me tratara de una desconocida.

- Es...fue muy bonito lo que dijiste - me comentó. Me encogí de hombros.
- No todas las brujas comemos niños.
- ¿Hay las que los comen?
- No - me reí a carcajadas. Ella también. Y de pronto, el miedo pareció desaparecer, convertirse en otra cosa. Me pregunté que podía ser. Mientras regresabamos a la casa oscuras, la Luna pareció crecer sobre la línea del mar, hacerse brillante e interminable. Le agradecí mentalmente la sabiduría que me había brindado y ese silencio cómodo y dulce del que disfruté, después. Una forma de conocimiento, tal vez.


Unas pocas semanas después, encontré a mi amiga esperando en las escaleras frente a mi salón de clase. Me sonrío cuando me acerqué a ella.

- Hey ¿Te comiste algún niño hoy?
- Todavía no. ¿Tienes uno escondido por allí?

Reímos juntas. Caminamos en silencio por el campus bullicioso, lleno de una vitalidad extraordinaria. Me pregunté que ocurría. Le dediqué una mirada rápida, sin poder disimular mi curiosidad.

- ¿Todo bien?
- Oye, ¿Me explicas mejor lo que hacias esa noche en la casa de la Guaira? - me preguntó entonces. Lo hizo en voz muy rápida y baja, como si le llevara esfuerzos hacerlo. Luego me miró, los ojos de nuevo brillantes de entusiasmo, los ojos de una niña que sonríe - sé que fui muy grosera ese día...es que no sabía. Pero luego pensé...pensé mucho en...Quiero saber.

Me detuve. Ella también. Me sorprendió su pregunta y por un momento, no supe que decir. La recordé de pie junto al círculo de luz, con las manos apretadas nerviosamente contra los costados, los labios fruncidos, la mirada huidiza. Pero también recordé la manera como me había mirado después, como si mis palabras fueran algo totalmente nuevo para ella. Carraspeó la garganta cierta incomodidad.  Continué sin decir nada. El silencio se espesó entre nosotras, se hizo una extraña combinación de desconcierto y confusión. Finalmente, ella sacudió la cabeza, la expresión triste, tensa.

- Oye entiendo si no...
- Te lo explico con mucho gusto - dije por fin. Le sonreí, como sabría mi abuela - la sabía, la bruja - habría sonreído ante una pregunta parecida. La miré con la atención que me habría dedicado cualquiera de mis tías en la misma situación. Mi amiga parpadeó desconcertada y luego, esbozo una amplia sonrisa. Una tan inocente como su mirada de niña, una tan brillante como su curiosidad.
- Gracias, Bruja - dijo entonces. La palabra tuvo otra connotación en su voz, más allá de esa sensación de ser sólo una palabra con la que podía llamarme. Pareció englobar muchos significados, muchas preguntas. Sentí una emoción extraña, un peculiar orgullo. Bruja, eso soy.


La luz de las velas ilumina la oscuridad. Danza entre mis dedos, se eleva hasta crear sombras triples en el suelo del jardín de mi abuela. Mi amiga me mira entre asombrada y temerosa, pero aún así, continúa sonriendo, con la curiosidad de quien desea aprender y la emoción de quien siente llegó al lugar correcto. La Luna brilla sobre nosotras. Los árboles danzan con el viento de montaña del Ávila que duerme. El mundo danza a nuestro alrededor.

El circulo de luz alrededor de nosotras, de las mujeres que buscan conocimiento, de las que intentan comprenderse más allá de lo evidente. De la que desean creer y confiar.

C'est la vie.

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