Miré enfurruñada a Karina, mientras caminaba por entre los pupitres con una sonrisa. Su cabello largo y sedoso le caía en ondas brillantes sobre los hombros y las mejillas sonrosadas tenían un aspecto esplendoroso, como si acabara de tomar el sol. Incluso la lluvia de pecas sobre su nariz, tenía un aspecto tierno y atractivo pero en absoluto infantil. Cuando sonrío, toda su expresión pareció iluminarse. Tenía un aspecto saludable, rozagante y sobre todo feliz.
Karina sin duda, era la niña más bonita del salón. En cambio, yo era la más fea. O al menos, eso pensaba con mucha frecuencia. Por entonces, tenía una melena rizada y muy abundante, un rostro muy delgado y anguloso, la boca muy grande - o así me lo parecía - y mi natural palidez, me hacia ver siempre un poco enfermiza, frágil e incluso cansada. Más de una vez, me encontré mirandome en el espejo, con una sensación de profunda tristeza, preguntándome por qué no tenía el cabello sedoso como el de Karina o sus ojos claros. En contraste, yo era una niña bajita y torpona, con las rodillas raspadas y el Uniforme arrugado. Una niña del montón.
- Dicen que su mamá quiere que sea reina de belleza - me comentó Flor con envidia cuando le hablé sobre mis preocupaciones - que le compra cremas y perfumes de mujer mayor para que sea irre...irrepa....
Sacudió la cabeza y me miró un poco incómoda. Por entonces, Flor sufría de cierta tartamudez y le constaba muchisimo pronunciar algunas palabras Me encogí de hombros, quitándole importancia.
- ¿Irreparable? - completé. Ella asintió con una sonrisa. Me pregunté si la palabra que había querido utilizar era "irresistible" pero preferí no corregirla. Ya bastante le costaba a Flor hablar en voz alta como para que también, le molestara con mis regañinas insolentes, me dije. Le había entendido, de igual manera. Y sí, me dice con un suspiro cansado, Karina era irresistible. O al menos eso pensaba la mayoría de mis compañeras de clase, que celebraban todo lo que hacía y la imitaban siempre que podía. Ese extraño influjo que la belleza suele tener.
Con doce años, comenzaba a estar mucho más conciente de esas cosas. Me miraba al espejo, intentando reconocer mi reflejo: la niña flacucha que había sido comenzaba a tener algunas curvas, pero no las suficientes o no, al menos las que consideraba bonitas. Mi melena salvaje de niña se había vuelto incluso más abundante - y poco atractiva, solía pensar con tristeza - y mi rostro tenía ángulos y líneas extrañas que hasta entonces, no había tenido. ¿Que me estaba sucediendo?
Por supuesto, sabía que me ocurría. Mi abuela - la sabia, la bruja - había dedicado varias conversaciones a explicarme que muy pronto mi cuerpo sufriría cambios drásticos, un florecimiento físico que ella solía llamar de manera muy poética "primavera en la piel". Que se trataba de un proceso natural, intrigante y triunfante, gracias al cual me convertiría en la mujer joven que siempre había soñado ser. Pero a mi todo eso me sabía a poco y me parecía realmente incómodo. Incluso desagradable. La piel se me volvió grasosa, tenía la impresión que las manos y los pies eran más grandes de lo que debía ser y además, me abrumaba el cambio, esa sensación inequívoca que mi cuerpo estaba tomando decisiones misteriosas que yo no podía controlar. En ocasiones me despertaba a mitad de la noche y tenía la impresión podía percibir con toda claridad como mis huesos se estiraban, mi piel se transformaba, mi rostro se movía bajo los huesos y la piel. Porque había algo duro de admitir y más de comprender: el cambio era mucho más profundo que el evidente.
Lo había comenzado a notar meses atrás. Aunque nunca había sido muy conversadora, me volví más callada e introvertida que nunca. De hecho, me sentía aislada y marginada, un poco solitaria. Pasaba más tiempo leyendo a solas en un rincón del patio del recreo que hablando con nadie y esa sensación de sentirme muy lejos de cualquiera de mis compañeras de clase me atormentaba a toda hora. A Flor le ocurría lo mismo: no sólo padecía de una timidez crónica sino que además, su leve problema de tartamudeo la hacia sentir profundamente triste y agobiada. De manera que tanto ella como yo, terminamos formando una alianza callada, una especie de amistad mezclada con algo de consuelo mutuo. Con Flor no me sentía tan bicho raro. Y supongo que ella tampoco.
- Pues nada mira, seguro tiene un defecto horrible. Le huelen los pies o tiene mal aliento - teorizó Flor, como para animarnos. Karina reía en voz alta, rodeada de su sequito de niñitas de risueñas. Sacudió la cabeza y la gloriosa melena de rizos caoba le rozó los hombros. Sentí un sobresalto de amargura - nadie puede ser tan linda y tan genial.
Pero al parecer, Karina lo era. No sólo era bonita sino que además, era la más popular de la clase. Todos reían con sus chistes y celebraban sus comentarios. ¡Incluso le caía bien a las monjas, proeza que yo había creído imposible! Le dedicaban sonrisas y mimos y en más de una ocasión, tuve la nítida sensación que Karina encarnaba de alguna manera, la alumna que deseaban todas fueramos. Pues vaya que estarían decepcionadas, me dije mirando como Karina le entregaba un paquetito de galletas a la directora, una monja especialmente feroz y dura que hasta ese momento creí incapaz de sonreír. Tendrán que conformarse con nosotras.
- Con las ra...raritas - dijo Flor entre risitas cuando le hice el comentario. Reí por lo bajo también.
Una niña, a varios pupitres de distancia, se volvió para mirarnos. Era una de las que siempre seguía a Karina a todas partes. Nunca habíamos hablado y tenía la impresión que por razones que no entendía muy bien, le caíamos bastante mal. O probablemente si lo sabia, me dije sosteniéndole la mirada un poco irritada. Era la misma niña que parecía molestarle que yo prefiriera corretear a solas entre los cedros del colegio para encararme en ellos, a participar en los corros de saltar la cuerda y otros distracciones de las populares. La había visto mirarme con el ceño fruncido para hacer preguntas en clase o cuando se tropezaba conmigo, leyendo por los rincones. En otras palabras, al parecer todo en mi le provocaba una antipatía muy real que yo no comprendía muy bien.
La niña desvió la mirada con los labios curvados en una sonrisa maliciosa. Parpadeé, un poco incómoda. ¿Por qué me había molestado aquello? No tuve tiempo de analizar mucho el pensamiento: Sor Teresa entró con pasó rápido y marcial para la clase de historia de Venezuela. Se detuvo frente al pizarron, con una de sus expresiones duras y nos miró con los ojos muy abiertos y acusadores.
- Supongo que todas estudiaron para el interrogatorio oral de hoy - dijo. Un murmullo de preocupación recorrió la clase. Flor suspiró, angustiada. Probablemente no había nada que le preocupara más que la posibilidad de tener que responder preguntas sobre una materia que más le costaba en voz alta. Sacudí la cabeza y le hice un guiño cariñoso. "No te preocupes" pensé como si pudiera escucharme. Ella suspiro e inclinó la cabeza, como si de verdad me hubiera escuchado. Tenía miedo. Resultó que Flor si tenía mucho por qué preocuparse.
- Creo que debería empezar con la niña del fondo - dijo entonces la niña antipática. Era una de las mejores de la clase y siempre se sentaba en los primeros pupitres. Se volvió y señaló directamente a Flor, con un gesto firme y malicioso que me hizo hervir las orejas de pura irritación. Flor se quedó muy erguida en el pupitre, con las manos apretadas sobre la madera - dijo que no le hacia falta estudiar porque nunca le preguntan.
Solté una exclamación de sorpresa. ¿Por qué decía semejante cosa? Todo el mundo se volvió para mirarnos: Flor con los ojos muy abiertos y el rostro pálido, mirando a Sor Teresa y yo justo a su lado, con las mejillas coloreadas de cólera. La monja avanzó por el pasillo, con los ojos echando fuego de pura reprobación.
- Así que te piensas que así te salvas de saberte los capítulos - dijo en un tono amenazante que me desconcertó. Cuando intenté hablar, levantó la mano y me dedicó uno de sus gestos duros - Berlutti, quédese sentada.
- ¡Pero es mentira! ¡Flor no dijo nada de eso!
- Berlutti...
- ¡La escuché decirle a ella que usted era una rarita! - dijo la niña antipática. Ahora toda su expresión rezumaba malicia, como si disfrutara aquella rara y dura escena más de lo que yo jamás podría entender - se lo escuché decir poco antes que usted entrara. ¡Falta de respeto!
- ¡Eso es mentira!
- Es verdad, yo la escuché.
Karina se había levantado de su pupitre con uno de sus gestos regios. Tenía una expresión que se le caía de inocencia y le dedicó una mirada muy seria a Sor Teresa que atendió a su voz de inmediato. Me quedé en una pieza, desconcertaba y abrumada. ¿Por qué Karina apoyaba esa mentira ridícula? Su amiga, a su lado, río por lo bajo, triunfante.
- Cuentame, Karina - pidió Sor Teresa. Karina inclinó la cabeza, con gesto santurrón.
- La escuché decir que nadie nunca les preguntaba nada porque eran raritas - se irgió y señaló a Flor - lo dijo ella. Y es verdad lo que dice Gloria. Justamente eso fue lo que dijo.
Silencio otra vez. Intenté responder. Sor Teresa me fulminó con la mirada.
- ¿Así que eso piensa Señorita Lopez? - se inclinó hacia Flor que la miraba aterrada - Vamos a demostrarle que nadie se esconde de sus deberes.
La siguiente hora fue penosa, insoportable. Sor Teresa hizo a Flor todas las preguntas sobre el capitulo asignado al día e incluso varios de los anteriores, con una firmeza implacable que nos dejó al resto sin aliento. Entre temblores, Flor intentó responder pero su tartamudeo pareció aumentar con su nerviosismo. Olvidó datos que yo sabía que conocía al dedillo y al final, lloró a lágrima viva mientras Sor Teresa continuaba insistiendo. Por último nos castigo a ambas a cinco días sin recreo. Karina y su amiga Gloria nos miraron con una sonrisita de superioridad que me crispó la poca paciencia que me quedaba.
- ¡Son repugnantes! - grité. Sor Teresa añadió cinco días más a mi castigo. No me importó - ¡Esto es imperdonable!
Nadie respondió, aunque sabía que varias de las niñas en el salón, se sentían tan afligidas y furiosas como yo por lo que había sucedido. Sentí las mejillas arder de frustración y me pregunté como era tan fácil hacerle daño a alguien, como alguien podía disfrutar de hacerle daño a alguien como Flor, que solía cantar en voz alta las canciones de Moda si te sentias mal y no tenía reparos en obsequiarte su almuerzo si lo deseabas. No entendí que había sucedido y mucho menos que lo había provocado.
Llegué a casa como un vendaval. Corrí a la biblioteca de la abuela, con las manos temblándome de furia. Comencé a sacar libros de las Sombras, pasando página tras página. Me pregunté si habría algo allí que me permitiera castigar a Karina y a Gloria. Si alguno de esos antiquisimos y poéticos rituales podrían decirme como tomar toda mi rabia, toda mi angustia y lograr que ellas también lo sintieran. Allí me encontró mi abuela un rato después, despeinada, con las mejillas llenas de tinta y llorando otra vez.
- Entonces se levantó y acuso a Flor...¡De una mentira! - grité con los dientes apretados. Mi abuela me escuchó con los ojos muy abiertos y asombrados - fue horrible, fue humillante.
- Por supuesto que lo fue - murmuró secándome las lágrimas con delicadeza - fue algo vergonzoso y muy triste.
- ¡Las detesto! - murmuré con la garganta cerrada por las lágrimas - ¡Las odio! ¡Quiero que paguen!
Apreté el puño sobre el libro que tenía sobre las rodillas. Mi abuela me miró preocupada y un poco severa.
- ¿Por eso viniste a la biblioteca? ¿Qué esperas encontrar aquí? - preguntó. Me encogí de hombros. Ni yo misma podía explicarselo. En realidad, lo único que quería era asegurarme que Karina y Gloria recibieran un castigo por lo que habían hecho, pero no sabía cual o de qué manera. Me encogí de hombros.
- Eres bruja ¿No puedes hacer algo mágico para hacerles daño? ¿Como se lo hicieron a Flor? - mi abuela me escuchó, con los ojos llenos de tristeza - ¿No hay una manera que la brujería...haga algo para herir a Karina y a Gloria como ellas lo hicieron con Flor?
Abuela no respondió de inmediato. Tomó el libro que tenía entre las manos y lo cerró. También recogió los otros que había arrojado al piso en mi impaciencia. Uno a uno los ordenó en el anaquel. Sólo cuando terminó, se volvió para mirarme.
- Lo que buscas no es justicia, es venganza.
- ¿Cual es la diferencia?
- La justicia es un castigo proporcional por lo que has hecho y que ocurre porque de alguna u otra forma, provocaste pasara - me explicó - o así lo vemos las brujas en todo caso. Pero la venganza, no implica justicia. Implica causar daño, destruir, satisfacer el rencor. Eso es una ofensa a todo orden natural, destruye cualquier posibilidad de armonía.
No supe que responder. De hecho, no sé si comprendí lo que me decía mi abuela. De pronto me sentí profundamente avergonzada, aunque no sabía exactamente por qué. Me sequé las mejillas de un manotón.
- Ellas deberían entender que lo que le hicieron a Flor es horrible. Para ella es una bromita. Para Flor fue algo horrible - le expliqué - es...uhmmm
Me callé. Mi abuela se sentó a mi lado, mirándome con paciencia. Me acarició el cabello con su mano callosa y cálida.
- Lo que hicieron esas niñas fue terrible y obsceno. Pero si haces algo para vengarte, con magia o por tus medios, sólo le brindarás poder sobre ti - me dijo - ¿Lo imaginas? Ellas decidieron como actuarias tu, como te comportarias. No serías la niña que consoló a Flor, sino la muchacha enfurecida que ellas hicieron.
Un pensamiento horrible. Con los ojos de mi imaginación, vi a Karina mirándome con su sonrisita maliciosa, la cabeza medio ladeada. Ya no me parecía tan hermosa. En realidad no me lo parecía en absoluto. O sí, pero carente de algo que yo consideraba esencial, radiante y que hacia que cualquier rostro me pareciera bello. Una luz interior que ni ella ni Gloria tenían. Sacudí la cabeza ¿Me estaba imaginando cosas? Sólo eramos niñas, me dije, cansada. Ellas con su retorcido sentido del humor y yo, tan enfurecida y doliente. Niñas, aprendiendo a vivir. Muchos años después, pensaría que ese fue el primer pensamiento completamente adulto que tuve en mi vida. Una idea muy curiosa.
- No puedo entender que se vayan a salir con la suya - murmuré vencida por la lógica de mi abuela - aunque sí, creo que lo hicieron.
- Lo hicieron. Hoy - mi abuela me tomó de la barbilla, me hizo mirarla - pero tu tienes un tipo de fuerza que te hará saber cuando llegará el momento de terminar esta historia. De crear algo nuevo y bello a partir de una experiencia muy dura. ¿Entiendes? Flor y tu van a hacerse más fuertes luego de esto. Mucho más conscientes de su propio poder.
¿Cual poder? me pregunté desalentada. Pero preferí no preguntar. Cuando mi abuela me abrazó, lloré en su hombro, de puro cansancio y tristeza.
- Odio esta sensación amarga.
- Recuerda, transformala en algo más.
Transformala en algo más.
***
- Agla ¿Me escuchas?
La señorita Rosalinda era mi maestra de Literatura. Tenía una amplia sonrisa amable y unos ojos muy chispeantes e inteligentes. De todas mis maestras era la que más me agradaba. Y yo le agradaba a ella también, supongo. De vez en cuando compartíamos libros y fue la primera persona a la que enseñé mis primeros cuentos. Me gustaba su manera entusiasta de enseñar, su profundo amor por las palabras.
- Disculpe, me distraje - balbuceé. La clase entera soltó una risita. Ella sonrío también.
- Les decía que quiero escriban lo más interesante que les haya sucedido en el año. Lo que más les haya enseñado y te haya hecho crecer. Te decía que siendo que tienes las mejores calificaciones de la asignatura, tu leerás tu trabajo primero.
Se me subieron los colores al rostro. Varias de mis compañeras me miraron con cierta admiración. Karina y Gloria juntaron las cabezas para cuchichear entre ellas y luego comenzaron a reir por lo bajo. De pronto fui muy conciente que llevaba la camisa arrugada, el cabello despeinado y que me había ensuciado la falda encaramandome en mi árbol favorito. Sentí una ligera sensación de angustia que me recordó...Tuve un sobresalto. De pronto, una pieza pareció calzar en mi mente. Miré a la señorita Rosalinda sonriendo con todos los dientes.
- Gracias, se lo agradezco muchisimo - tomé una bocanada de aire. Tan sonora y que tuvo tanto significado que Flor, a mi lado me miró desconcertada - será un gran momento.
Ese mismo día comencé a escribir un cuento. Uno totalmente distinto a los que había escrito hasta entonces. Habían transcurrido dos meses desde lo ocurrido entre Karina, Gloria, Flor y yo. Un largo tiempo durante el cual había analizado el asunto desde una perspectiva distinta, una por completo nueva. De vez en cuando me la tropezaba en los pasillos y la miraba en silencio, con cierta curiosidad. Y ella me devolvía la mirada desafiante y burlona. Entonces pensé que Karina, era tan espléndida como una de las Mariposas que solía llevar en el cabello o en la ropa. Pero su belleza no lograba esconder ese otro rasgo suyo, tan duro y casi grotesco. Una combinación desconcertante. Lentamente, comprendí sobre Karina que me asombró y me inquietó. Una manera de interpretar el mundo que me dejó abrumada. Entonces, nació la idea. Debía escribirle, me dije con una urgencia inaudita, casi dolorosa. Durante días, pensé en mi cuento. Lo paladeé en mi imaginación. Era un tipo de historia que nunca había escrito antes: se trataba de una extraordinaria mariposa que llevaba veneno entre las patitas, lo que hacia mortal y peligrosa a la vez. Al principio, todos los demás insectos del bosque acercaban a ella, asombrados por el radiante color de sus alas, por su capacidad de volar. Pero apenas se acercaban, sufrían por los rigores del veneno. Pero ella jamás evitó lo hicieran: disfrutaba con la adoración. Disfrutaba de saberse única, incluso en el dolor, disfrutaba...
- De ser un monstruo bello. Porque eso es lo que era: Una criatura de incomparable belleza que sin embargo, no provocaba otra cosa que sufrimiento - me volví para mirar a Karina - lo que aprendí este año y Karina me lo enseñó, es que no importa el aspecto que se tenga, la verdadera belleza no depende de como te peines o como lleves el vestido, sino de la manera como miras a quienes te rodean. Que tus alas pueden ser muy brillantes y tus colores impactantes, pero si tus patas llevas veneno no eres otra cosa que una criatura nociva.
Silencio. Todas mis compañeras me miraron boquiabiertas. Incluso Rosalinda, que se levantó con una mano extendida, intentando hacerme callar. Pero no lo hizo. En un gesto pausado, casi maternal, dejó caer la mano. Aguardó. Yo continué mirando a Karina, que me observaba con las mejillas ruborizadas de furia. A su lado, Gloria me contemplaba con la boca entreabierta.
- Quiero agradecerte que este año me enseñaste que lo verdaderamente bello es tan profundo como poderoso - dije por último. Cuando sonreí, sentí que una pieza de mi mente se liberaba de rencor. Se hacia brillante y frágil, me liberaba de un peso que no sabia llevaba a cuestas - quiero que sepas, que gracias a ti, descubrí que lo que quiero ser no es sólo bella, sino una mujer buena. Una que lleve sonrisas a donde vaya, una que sepa consolar y querer. Eso quiero ser, justo lo que tu no eres. Eso fue mi gran lección anual.
Me senté. Me palpitaban las orejas de angustia. No sabía que sucedería a continuación: probablemente Rosalinda me castigaría, me enviarían a la dirección. Seguro el resto del salón me odiaria. Por eso me sorprendí cuando escuché el batir de palmas, primero lento y discreto, después atronador.
Miré a quienes me aplaudian. Era la niñita delgadita y timida que siempre hablaba con la cabeza inclinada, la gordita que sentarse a mirar como el resto jugaba. La que llamaban "la dientona", la que tenía mucho acné. De pronto el salón se pobló de rostros bellos, de rostros distintos, de algo tan joven y frágil que no pude dejar de pensar en la palabra magia. La magia de crear, creer y soñar.
Rosalinda si me castigó claro. Y si me enviaron a la dirección. Y allí me visitó Flor, sonrosada de contento y una niña con la que jamás había hablado pero que sabia le llamaban "la bomba" por sus mejillas redondas. Ambas sonreían.
- ¿Cuantos días sin recreo? - me preguntó Flor. Me encogí de hombros.
- Un mes enterito.
- Te vendremos a visitar - dijo la niña desconocida. Y me sonrío. Una sonrisa de niña feliz, una sonrisa de dientes brillantes y piel sonrosada de alegría. Una sonrisa de pura belleza.
Esa noche incluí mi cuento en mi Libro de las Sombras. Copié palabra por palabra y después escribí: "La palabra es una manera construir". Había pensado la frase ese día, y sólo en ese momento cobró sentido, como si llegara al lugar correcto, del momento inolvidable. Sonreí.
- Así que un mes sin recreo - la voz de mi abuela me sobresaltó. Me miraba con gesto severo desde la puerta, pero le temblaban las comisuras de los labios, como siempre que estaba a punto de reír. La miré fingiendo sentirme avergonzada.
- Prometo portarme bien...el año que viene.
Soltó una carcajada. Se acercó y miró sobre mi hombro el libro abierto en el escritorio. Me apretó el hombro con su mano cálida.
- Para crear, hay que soñar. Hay que atreverse, hay que vencer. Y a veces quedarse sin recreo - dijo. Me besó en la sien - nunca lo olvides: todo dolor puede transformarse en experiencia.
Lo pienso ahora, tendida en mi cama, recordando esa noche exquisita y fresca. La mujer adulta que soy también sonríe. Y la niña que fui lo celebra. Después de todo, luchar siempre será una batalla silenciosa.
C'est la vie.
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