En la primera imagen pública de Hugo Chavez luego de su regreso al poder el 13 de abril del 2002, sostenía un crucifijo. Lo apretaba con fuerza en la mano derecha, mostrándolo con gesto impaciente mientras improvisaba un accidentado discurso sobre responsabilidades políticas del reciente golpe de Estado y débiles propósitos de enmienda. Se aseguro de pronunciar el nombre de Jesucristo al menos en cinco oportunidades y de hecho, la alocución cierra con una invocación para obtener "sabiduría divina". Pocas semanas después, Chavez había regresado a su discurso violento y alienante y se declara definitivamente "ateo". En el año 2008, Chavez se burlaría de la muerte del Cardenal Ignacio Velasco y criticando duramente a la jerarquía católica en el país. "Nos vemos en el Infierno" añadió en tono de burla, para referirse a la muerte del clérigo venezolano.
Durante su campaña Presidencial del año 2012, Chavez volvió a recordar su identidad religiosa e invocó a Dios en todos los aspectos posibles: desde encomendarle el dificil proceso electoral que debía asumir hasta su propia salud. Una y otra vez, Dios fue invocado desde tarimas y palcos, desde entrevistas hasta las concentraciones públicas. Dios convertido en un elemento indispensable y directamente necesario para mostrar la intención política, una pieza en ese controvertido entramado de codependencia social y cultural que en Venezuela suele llamarse relaciones de poder. Incluso, ese Chavez aferrado a la religión como tablón de salvación en plena agonía se convirtió en parte de la reñida campaña electoral: Su fotografía durante el último acto público que protagonizo, con el rostro levantado hacia un torrencial aguacero, fue difundido como parte de una medida campaña donde se transformaba su sufrimiento físico en sacrificio, al que se le brindó además una connotación casi sacramental. De hecho, la fotografía de Chavez elevando las manos hacia la lluvia llenó paredes y calles con la leyenda" De tus manos brota agua de vida", en una velada referencia a una muy tradicional idea de bendición y santificación casi divina.
No obstante, el fenómeno de la divinización de la figura de Chavez no acabó con su muerte. A pocos meses de su fallecimiento, ya comenzaba a venderse la efigie del "Comandante". Bustos de yeso torpemente pintados y que representaban a Hugo Chavez con su célebre boina roja comenzaron a venderse como parte de lo que se llamó "Un homenaje popular a su memoria". No obstante, la iconografía chavista no parecía limitarse al homenaje político al lider muerto: bien pronto, la figura de Chavez fue erigida a los altares por obra y gracia de la devoción popular. Junto a Bolívar, Sucre y el Negro Primero, pasó a engrosar esa extraña combinación de política y fervor inocente que crea una vertiente política nueva. O quizás, en realidad no tan novedosa como conveniente. La imagen del lider muerto como una forma de religión y construcción de un discurso emocional a la medida.
Pero se trata de un caso único: durante las últimas décadas, el elemento religioso se ha hecho muy visible en la política nacional pero sobre todo, en la percepción que se tiene del Estado y el poder. Como si se tratara de un reflejo de la lenta descomposición del entramado social, la renovación de la religión como parte del discurso y la diatriba política parece sugerir esa tergiversación de la propuesta y el plan pragmático, a cambio de la satisfacción emocional y espiritual. Una confusión que permite al político una sutil manipulación sobre lo que es el planteamiento ideológico y sustancial que requiere cualquier propuesta social. Se sustituye la visión de lo esencial, lo racional y lo objetivo - la política como intercambio argumental entre diferentes planteamientos del país - por algo más novedoso, inmediato y sobre todo, instintivo. La vuelta a rituales religiosos, al uso de la religión como una forma de identificarse con cierto núcleo de ideas, sólo demuestra que para el político Venezolano, lo visceral continúa teniendo mucho más peso que una propuesta clara y concisa. Después de todo, la promesa abstracta de un bienestar basado en una promesa divina, suele ser más mucho más seductora que un largo análisis estadístico que en un país basado en la improvisación, importará muy poco.
Por supuesto no se trata de una idea nueva y menos en un país como Venezuela, donde la religión tradicional y una numerosa cantidad de cultos y nuevas interpretaciones religiosas ocupan un importante espacio social. Venezuela es un país eminentemente católico y ecléctico donde prospera con idéntica facilidad el culto conservador y el mágico pagano. En una reciente encuesta realizada por la agencia EFE, el 79% de los venezolanos se declara "católico", lo que lo convierte en el país más católicos del hemisferio. Además, el entusiasmo religioso nacional es evidente: las celebraciones eclesiásticas suelen tener una importante participación de público, así como la colaboración de diversos entes públicos. La feligresía es lo suficiente apreciable como para que pueda considerarse parte representativa de los movimientos sociales, lo que por supuesto, llega a la siguiente e inevitable conclusión: ¿Es necesario incluir a Dios en la política? ¿Hasta que punto es inevitable hacerlo? ¿Hasta que límite la necesidad de un Estado Laico contradice esa identidad tan inclinada hacia lo religioso y emocional de nuestro país?
De entrada, pareciera que incluir el pensamiento religioso en la política actual es impensable. O debería serlo, siendo que el Estado Laico es una conquista contemporánea que permitió que la política y las relaciones de poder se sustentaran sobre el ejercicio de la ley antes que la interpretación emocional. Pero hablamos de un país como el nuestro, donde el Altar de Santos es una mezcla del calendario tradicional Católico y figuras políticos. Como diría Michaelle Ascencio el panteón de santos y divinidades Venezolanas tiene más parecido a una revisión de los principales líderes históricos que un santoral al uso. En cada región de Venezuela, Simón Bolivar se dispuesta espacio y devoción con deidades de la Santeria y también con Virgenes y santos. En el Llano, se invoca a Antonio José de Sucre para "abrir caminios". Y a José Antonio Paéz para "espantar" al enemigo. A todos se les reza, se les rinde tributo y culto. A todos se les pide con identico fervor. Así que la confusión semántica, la visión coloquial de Venezuela parece asumir al político, al héroe y al santo bajo el mismo reglón. Ascencio, quién estudio con mayor meticulosidad que cualquier otro investigador Venezolano el fenómeno, concluyo que en la mente del Venezolano, religión y política son términos indivisibles, se cruzan. Un terreno movedizo donde se le otorga la misma importancia al poder establecido y también, a ese otro, al misterioso, al milagro inexplicable, al misterio que nace de la imaginación popular.
Claro está, que esta confusión inevitable - o tal vez herencia de las capas de concepción religiosa ecléctica heredadas durante siglos - hace que Dios sea una parte insistente del discurso político. No obstante, la manipulación a través de la religión también parece ser una consecuencia directa de esa noción del panteón Mixto, formado por una confusa combinación del poder y la religión, una primitiva idea sobre el Liderazgo bendecido por la devoción. Y aunque la figura Divina parece encontrarse al margen de cualquier diatriba sustancial, el discurso político la incorpora, la hace parte de una idea única que fomenta algo mucho más evidente: el uso de ese fervor incontrolable para la ventaja política. Y es que resulta cuando menos previsible que la figura de Dios - o los santos, o las figuras santificadas a conveniencia - formen parte del discurso que intenta manipular desde la creencia, la opinión del militante. Una lucha proselitista que incluye además una cierta connotación social de inusitado poder: Porque mientras el creyente se identifica con la propuesta política que incluye la idea de la devoción como elemento indispensable, obedece. Asume. Defiende. Se enfrenta. Lucha. La mantiene. El fervor como una parte del discurso político que se hace incontestable, que se hace parte de una interpretación del poder que no puede - ni debe - contradecirse porque forma parte de una idea religiosa mucho más esencial.
Chavez lo sabía muy bien. Incluso a pesar de sus rechazo a la jerarquia católica del País, siempre procuró mantener y disfrutar de la simpatía de la feligresía católica, del pueblo militante y también ecléctico para quien la religión es parte de una visión social muy concisa. Invoco la ayuda divina en incontables ocasiones: para Chavez, la religión era un elemento susceptible de manipulación y de hecho, intento en más de una oportunidad erigirse como un lider religioso informal, espontáneo y al margen de cualquier otra figura religiosa tradicional. Sobre todo, luego de conocerse su grave cuadro médico, Chavez construyó una visión sobre su intención electoral más cerca de la martirización que la construcción política. Porque Chavez ya no deseaba ser presidente. Chavez deseaba convertirse en un símbolo concreto dentro de un panteón esencial de la cultural religiosa nacional. Asistió a cultos religiosos, suplicando por su salud y el triunfo electoral, atribuyendo el éxito de ambas cosas - como si se trataran de elementos indivisibles - a la intervención de Dios, uno que además, comulgaba con la ideología socialista y era, por si eso no fuera suficiente, uno de sus principales símbolos históricos. Porque para Chavez no era suficiente que el Chavismo fuera considerado una forma de cultura en el país, un rasgo social perfectamente reconocible. Debía alcanzar el siguiente escaño: de manera que recorrió el país invocando a Dios. Con lágrimas en los ojos, acudiendo al sincretismo religioso. Asegurándose que su figura fuera percibida como divina y poderosa entre credos dispares.
¿Lo logró? ¿Pudo Chavez convertirse en un elemento religioso de peso propio capaz de apuntalar la Revolución ideológica que le sobrevive con enorme dificultad? No falta quien insista en que Chavez comienza a realizar milagros, los entusiastas a conveniencia y los fanáticos de corazón que hablan sobre una religión basada en la figura del lider muerto. Pero ¿Es suficiente? ¿Podrá Chavez rebasar esa visión esencial del Altar ecléctico, en donde acompaña al mito popular para transformarse en algo más?
Ya lo decía Michaelle Ascencio en la entrevista que le realizara Maye Primera y que público ProDaVinci como homenaje a su memoria: Es el acto de cambiar una realidad o de hacer que nazca una nueva realidad, el que confiere el carácter de divinidad al héroe pues, como los dioses, han introducido con sus hazañas una nueva realidad que no existía antes. Quizás esta revolución que se llama así misma socialista, que insiste en mirarse desde la perspectiva de la izquierda histórica y retrógrada, descubrió que el ateísmo es una grieta en un discurso basado en un Líder Carismático difunto. ¿Y que mejor respuesta a esa coyuntura que lograr esa empatia entre la militancia maltratada y descreída que la religión? Ese fervor ciego y muchas veces profundamente instintivo, capaz de disculpar y justificar cualquier error y desequilibrio. Porque lo Divino es parte de una idea mucho más amplia y borrosa de quienes somos y por supuesto, de quienes aspiramos a ser. Y es entonces, cuando la figura de una Divinidad a a la medida y socialmente conveniente se hace indispensable. Un santo que sostenga la ideología o mejor dicho, un ritual que recuerde que en Venezuela la política se desploma sobre lo insustancial. La emoción que desdice lo pragmático una y otra vez.
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