jueves, 30 de octubre de 2014
La puerta abierta: El temor a la diferencia.
La primera noticia que leí en el día fue las declaraciones Tim Cook acerca de su sexualidad: El CEO de Apple había escogido su columna en Bloomberg Businessweek para confesar públicamente su homosexualidad. No me sorprendió su anuncio, en realidad me sorprendió que asumiera debía hacerlo y sobre todo, las repercusiones que parece tener. De inmediato, comencé a encontrar comentarios vías redes Sociales sobre “lo preocupante de su declaración de cara a la empresa” y también otros tantos que insistían en que la postura de Cook “brindaba un aire más humano al rostro empresarial”. No obstante, el comentario que más significativo que leí fue el de un hombre homosexual de California que escribió “¿Hay alguna necesidad que Cook haga más evidente la diferencia dando explicaciones sobre su vida privada?”. El planteamiento me hizo pensar sobre todas esas pequeñas muestras cotidianas de discriminación que asumimos como normales — necesarias, quizás — y también ese complejo entramado de prejuicios y temores que parece formar parte de la cultura popular. Más allá, me hizo preguntarme hasta donde somos conscientes que aún consideramos la sexualidad ajena — o la manera como la entendemos, en todo caso — proclive a la discusión pública y lo que es peor, como proclive a un juicio de valor. Todo lo cual deja muy claro que ese lento proceso hacia la llamada igualdad no ha hecho más que comenzar y sobre todo, sobre bases aún muy frágiles y movedizas, basadas en ese criterio casi abstracto que la sociedad parece sobre la inclusión.
Y es que las declaraciones de Tim Cook o que sintiera había necesidad de ofrecerlas, deja muy en claro que la lucha por la igualdad y la inclusión aún está muy lejos de obtener resultados concretos. Eso, a pesar de la lucha pública y visible por los derechos de la comunidad Sexo Diversa en varios países del mundo y sus contundentes logros de cara al reconocimiento y sobre todo, la aceptación de sus derechos civiles en buena parte de la orbe. Pero aún así, Tim Cook, un hombre exitoso, de reconocida trayectoria pública y con una discreta vida personal, siente la necesidad de dejar bien claro su orientación sexual o mejor dicho, cree que la mejor manera de participar — o colaborar — en esa nueva visión sobre la inclusión es dejando claro su orientación sexual. Lo hace, puntualizando que “ser gay uno de los mayores dones que Dios me ha dado”, en una especie de justificación muy clara sobre su derecho a ser reconocido y aceptado, lo cual es muy válido. Pero ¿Era realmente necesario que Cook hiciera un comunicado público sobre su orientación sexual? ¿Que tan imprescindible era para Cook dar explicaciones a ese gran opinión pública que tomó la noticia con cierto desconcierto y hasta indiferencia? ¿Hasta donde es contraproducente la visibilidad pública de estas grandes demostraciones públicas que intentan brindar un sentido totalmente nuevo a la noción de igualdad necesaria?
Tim Cook comenta en su columna que ser homosexual le ha permitido “una comprensión más profunda de lo que significa pertenecer a una minoría”, añadiendo que muchos de sus compañeros de Apple conocían su orientación sexual, algo que nunca ha escondido. De manera que no queda sino preguntarse, ¿Que hizo que Tim Cook decidiera que debía divulgar públicamente lo que todo su entorno conocía de sobra? ¿Que le motivo a creer que una declaración pública en un diario de corte económico — lo que hace más confusa la intención de Cook — brindaría mayor visibilidad a la lucha de cientos de hombres y mujeres a través del mundo para lograr su reconocimiento legal y cultural como parte de la sociedad? También lo deja claro al puntualizar: “No me considero un activista, pero me doy cuenta de lo mucho que me he beneficiado del sacrificio de otros”, explica. “Por lo tanto, pienso que si saber que el consejero delegado de Apple es gay puede ayudar a alguien a reconocer su propia sexualidad o puede hacer sentir mejor a alguna persona que esté sola o inspirar a más gente a luchar por la igualdad, entonces siento que el sacrificio de mi propia privacidad vale la pena”.
Es un tema complejo que al parecer nunca se analiza lo suficiente ni tampoco parece lograr un consenso general. Y sin embargo, el tema de la igualdad — y no sólo con respecto a las llamadas minorías Sexo diversas sino a todo hombre o mujer que aspire a ser reconocido en la diferencia que le define — parece tener tantas implicaciones como confusiones. Porque la inclusión, esa aceptación del otro del otro a pesar — o no obstante — su diferencia, parece tener toda una serie de interpretaciones cuando menos espinosas. Se habla de una sociedad que admita a las minorías, cuando el mismo hecho de señalar — legal o culturalmente — esa visión del ciudadano que no encaja dentro de lo general, resulta una forma de discriminación. Se habla de leyes que protejan a “quienes integran los grupos tradicionalmente marginados” en lugar de plantearse líneas de actuación legal que fomenten que la disminución de la desigualdad. Mucho más preocupante aún, cuando la cultura continúa señalando con el dedo acusador de la conciencia moral al otro, el que no cumple los requisitos de una normalidad debida, tradicional, heredada y al parecer necesaria para formar parte de una idea general. Esa percepción del diferente como una minoria que sólo resulta tan prejuiciosa como la noción de la “diferencia” por la vía de la comparación inmediata con la generalidad.
El fenómeno no es nuevo, aunque claro está, se ha hecho más evidente durante las últimas décadas. Una y otra vez, la mirada acusadora de la sociedad que juzga obliga a todos los que permanecen al margen de la moralidad obligatoria, a reivindicarse de la manera que pueden y sobre todo, de la forma que consideran más contundente. De allí la tendencia a “salir del closet” de manera pública y notoria, dejando muy en claro que la identidad sexual es cosa personal y sobre todo, un logro espiritual. Ya lo decía el periodista norteamericano Anderson Cooper, quién decidió disipar las dudas sobre su sexualidad a su manera elegante y comedida: “El hecho es que soy gay, siempre lo he sido y siempre lo seré. Y no me puedo sentir más feliz, más a gusto conmigo mismo, ni más orgulloso”. Con estas palabras, Cooper admitía públicamente su orientación sexual, luego de algunos años de rumores no confirmados sobre su vida privada que el periodista jamás se tomó la molestia de responder. Pero finalmente Cooper pareció ceder a la presión pública e hizo la confesión pública a su amigo Andrew Sullivan en un correo electrónico que — con su autorización — se incluyó en la página web de The Daily Beast. Un método mucho menos espectacular que otros famosos que escogieron rotativos de alto renombre y popularidad para hacer confesiones semejantes y sobre todo, una declaración mucho más sobria que otras tantas, ocurridas en años anteriores. De hecho, Sullivan explica en esa misma web que pidió a Cooper participar en un debate de Entertainment Weekly en el que se analizaba cómo los personajes públicos hoy en día dan a conocer su homosexualidad de manera mas comedida que antes. Para Cooper, el interés que suscitó su respuesta le sorprendió y desconcertó “La vida privada es probablemente la última frontera de un mundo hiperinformado” — escribió — y la sexualidad, el mayor misterio a revelarse”. Y es que para Cooper, el discreto debate sobre su sexualidad pareció ser del todo innecesario, siendo que jamás oculto — ni privada y mucho menos públicamente — sus preferencias. Aún así, la declaración pública llegó poco después que el Presidente Barack Obama diera su apoyo a la propuesta de Matrimonio igualitario, lo que hace suponer que la declaración de Cooper tuvo una intención mucho más concreta — y meditada — que la mera admisión pública de “su diferencia”.
De nuevo surge la pregunta: ¿Hasta que punto es necesario una admisión pública de la sexualidad? Probablemente se trate de un debate que aún no tiene una verdadera respuesta o que de hecho, tenga tantas interpretaciones que sea imposible llegar a una conclusión única. Porque en la medida que la comunidad Sexo diversa se fortalece, parece inevitable que la declaración pública forme parte de una celebración pública de su honestidad, fortaleza y peso cultural y hasta político. Pero si analizamos el otro extremo del espectro, el cuestionamiento sobre que tanto beneficia a los miembros de la comunidad menos notorios — los anónimos, los que forman parte de ese gran conglomerado de luchadores a nivel local y doméstico por los derechos de las llamadas minorías segregadas — esa insistencia evidente sobre la diferencia, esa aceptación tácita que de hecho, si existe una diferencia que debe remarcarse, asumirse y comprenderse. ¿No sería mucho más cónsono con la lucha que se lleva a cabo alrededor del mundo por el reconocimiento e inclusión de los sectores de la población usualmente discriminados una admisión natural de la diferencia?
Por supuesto, se trata de escenarios ideales y por ahora, irreales. El mismo Andrew Sullivan comentaba que las declaraciones públicas sobre la sexualidad, fortalecían esa noción sobre la “normalidad” que debería tener cualquier consideración a la vida privada. En otras palabras, que mientras muchas más personalidades respetadas y populares admitan su sexualidad, la llamada “diferencia” será percibida de manera mucho más favorable. A pesar de la contradicción, Sullivan pondera: “Por supuesto, la visibilidad de las declaraciones de hombres y mujeres admirados y reconocidos alrededor del mundo, brindan un notorio espaldarazo de popularidad a una comunidad tradicionalmente discriminada”. Y aunque reconoce que a medida que la sociedad se ha hecho más abierta y el proceso de aceptación se ha hecho más profundo, la declaraciones públicas se han hecho más sobrias, continúan siendo necesarias. “Continúa siendo imprescindible demostrar que el miedo al rechazo es mucho menor que hace décadas y sobre todo, que podemos enfrentarlo con mayor contundencia” añade.
No obstante, el cambio social, tan esperado y sobre todo, que tanto se insiste está ocurriendo, parece avanzar con mucha más lentitud que lo deseable y quizás, la necesidad de hacer pública y notoria los ámbitos de la discriminación la haga aún más enrevesada. Hace más de un mes, doscientos Obispos del Vaticano redactaron un documento — más bien un borrador — llamado “Relatio post Disceptationem”, donde en un gesto que causó sorpresa entre la feligresía y la opinión pública mundial, se analizaba la necesidad de flexibilizar los rígidos cánones católicos sobre la homosexualidad. En el texto, que se redactó en medio de largos debates podía leerse: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana. ¿Estamos en grado de recibir a estas personas (…), aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?”. El simple y brumoso anuncio corrió como pólvora entre los medios de comunicación del mundo, la mayoría de los cuales celebraron la postura como “renovadora y un importante giro histórico”. Sin embargo, el análisis vaticano final se resumió finalmente en una frase ambigua y poco menos que confusa — “los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza” — lo que demostró que aún la Iglesia, no se encuentra preparada para asumir los cambios sociales y culturales que su extensa feligresía protagoniza en buena parte del mundo. No obstante, la misma frase, el anuncio al completo, resulta preocupante: ¿No resulta cuando menos inquietante la manera como la iglesia puntualiza la idea sobre la diferencia y la hace más profunda? Como muy bien señalaba la escritora Leila Guerrero en su columna del Diario el País, donde analizaba el tema: “¿Qué hubiéramos dicho si los líderes de uno de esos regímenes político-religiosos que impiden a las mujeres votar y estudiar, por ejemplo, hubieran producido un documento que dijera, a modo de descubrimiento, “Las mujeres tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad”? ¿Estamos en grado de recibir a estas personas?”. ¿Lo saludaríamos como un giro histórico, o estaríamos escandalizados?” Una visión preocupante sobre un tema que parece tener tantas grietas como fisuras. Una admisión de culpas que aún así no supone una inmediata responsabilidad sobre la idea básica que promueve la discriminación y el prejuicio: ¿Somos conscientes hasta que punto esa interpretación de la diferencia basada en lo obvio — esa necesidad que todos todos los hombres y mujeres sean dignos de aceptación y reconocimiento — hace aún más desconcertante la afirmación de la Iglesia en ese reconocimiento torpe del valor del otro?
Aún así, la postura eclesiástica parece resumir buena parte de las opiniones mundiales, donde el anuncio fue celebrado y también considerado un acto de “caridad” y “compasión” que demostraba “la buena voluntad de la Iglesia”. Una incómoda presunción que la diferencia debe admitirse — con incomodidad y casi con esfuerzo — como si el derecho a la reivindicación fuera limitado por el parecer y la opinión del otro. Una idea que parece dejar muy claro que las declaraciones como la de Cook construyen esa visibilidad necesaria sobre un tema que se insiste en tratar con discreción y sobre todo una preocupación “sutileza moral”.
Más allá de los análisis más profundos, la revelación de Cook ha desatado todo tipo de comentarios en las redes sociales, a pesar que la sexualidad de Cook nunca fue un tema controvertido ni tampoco debatido con demasiado interés. Aún así, Cook ha insistido en que tomó la decisión debido no a la presión social o cultural de su entorno, sino por una responsabilidad moral, muy especifica. De nuevo, esa insistencia en que la visibilidad del mensaje crea condiciones mucho más favorables para la lucha. De hecho, Cook cita en su artículo al reverendo Martin Luther King, líder en la lucha por los derechos civiles de las minorías raciales de EE UU. “La pregunta más persistente y urgente en esta vida es qué estamos haciendo por los demás”, dijo Martin Luther King. “A veces me planteo esto y he llegado a la conclusión de que mi deseo de privacidad me ha impedido hacer algo más importante. Y eso es lo que me ha traído hasta aquí”, puntualiza Cook.
Una reflexión que demuestra otra vez, que la mirada pública sobre el debate de la discriminación y sobre todo, las innumerables implicaciones de tema, parece aún permanecer en cierta palestra muy visible, más allá de un análisis mucho más profundo y sustancial. Una mirada elocuente sobre a lo que la sociedad construye — y mucho más aún, necesita —respeto a esa igualdad debida — necesaria — a la aspira llegar.
0 comentarios:
Publicar un comentario