David Fincher se llama así mismo "Un hombre sencillo", definición cuando menos dudosa para un hombre que basa su trabajo artístico en una complejísima red de referencias y reflexiones visuales que convierten su trabajo en mundos personales. Pero a pesar de eso Fincher, comedido y la mayoría de las veces discreto, se considera así mismo un tipo "normal". No obstante, esa aseveración parece contradecir lo que ha constituido el éxito de su interesante filmografía: su capacidad para construir escenarios inquietantes, lóbregos. Esa habilidad suya para el metamensaje y la conspiración visual. La elaboración de un lenguaje artistico basado en lo sutil antes que lo evidente. Un genio de las medias tintas y los misterios a punto de revelarse.
Porque a Fincher, le gusta el suspenso, eso eso nadie lo duda. También lo enigmático. Pero sobre todo, parece sentir una especial predilección por esa capacidad ambigua del cine para mostrar sin mostrar, para entablar discusiones esenciales a través de simbolos no demasiados claros. Y su filmografía está llena de esa obsesión suya por el doble sentido, por la apariencia y lo supuesto, por lo evidente que se desploma ante lo supuesto. Desde "Seven" - considerada por buena parte de la crítica y el público como su obra más comercial - hasta la reciente "Gone Girl", David Fincher ha dejado claro que su lenguaje cinematográfico es una rara combinación de la sutileza y la elegancia, lo notoriamente inquietante y algo más desagradable, difícil de definir. Porque Fincher no es un director que intente explicarse, aunque la mayoría de sus películas tienen una clara necesidad de contradecir ideas populares, sino más bien busca la controversia por mera omisión. Con una mirada crítica pero también cínica de la historia que se cuenta, Fincher logra construir una reflexión sobre la realidad a medio camino entre una sinceridad cercana a la crudeza y una sutileza casi socarrona. Y es que con Fincher no hay nada sencillo: cada imagen que construye parece sostener una capa de interpretación propia, mezclándose unas con otras, hasta obtener una feroz visión de lo que asume real - y que puede no serlo - y más allá, una confusa interpretación sobre su lenguaje personal.
Por ese motivo, quizás, se suele insistir que el "Club de la Pelea" es su película más personal. Basada en la novela homónica del escritor Chuck Palahaniuk, la película se trató de una apuesta arriesgada de mostrar el género de la ultra violencia bajo la clave del cine comercial, un experimento que no siempre ha salido airoso tanto en imágenes como en propuesta. Sobre todo, tratándose de un libro que por más de un lustro, se considero no sólo desagradable sino directamente inquietante: símbolo de la literatura abyecta e incómoda, el "Club de la Pelea" causó cierto desconcierto al momento de su publicación, sobre todo por su reflexión cínica sobre la soledad del hombre contemporáneo y la violencia en estado puro. Una noción que Fincher asimiló por completo al momento de llevar a la gran pantalla la historia y que plasmó a pulso hasta lograr un escenario malsano con un argumento cultural de inestimable valor.
A la película se le ha llamado en numerosas ocasiones "ícono del mal gusto" y también "clásico moderno". Entre ambos extremos, la historia que cuenta parece continuar despertando suceptibilidades y sobre todo, una extrañísima identificación y reacción no sólo en el público sino en la crítica especializada. A Fincher se le acusó de utilizar imágenes de violencia explicita para disimular inconsistencia del guión e incluso, de crear un sátira fácil sobre el consumismo y la marginal social. Pero más allá de eso, Fincher demostró que el cine no puede mirarse desde la fácil interpretación de lo moral y lo inmoral, sino que construye un argumento donde la realidad y la simbologia que surge de ella lo es todo, es parte de un complejo entramado de ideas que sostiene así misma, no obstante la crítica. Y quizás gracias a ella.
Satírica, a mitad de camino entre una comedia sangrienta y algo más ambiguo, "El club de la Pelea" se burla de todos y de todo, pero sobre todo de si misma. Muy probablemente, el mayor mérito de la película sea no tomarse en serio, observarse así misma con ojo crítico y casi nihilista. Osada e irreverente, Fincher prueba todo tipo de códigos visuales y se permite múltiples concesiones argumentales, logrando que esa insistencia en la autodestrucción y la desesperación sean un elemento visual más dentro de su propuesta. Y es que la capacidad de Fincher para crear atmósferas malsanas, logra que aún en sus momentos más salvajes, crueles y duros, "El Club de la Pelea" sea una minuciosa mirada al temor, a lo consideramos real, veraz en contraposición a lo aparente. Manifiesto visual anarquista, anti - sistema, anti - reglas, incluso anti - cine, es una vuelta de tuerca a lo radical, ya no desde el enfrentamiento contra los símbolos de la cultura, sino usándolos como método de burla, como elemento insustancial, como símbolo de esa nada existencialista que define al argumento. Porque en el "Club de la Pelea" la lucha no es sólo contra la cultura, sino además, es un enfrentamiento directo, sin concesiones y con absoluta audacia, contra lo establecido, lo emocional. Un sacudón argumental contra lo establecido y esa línea desdibujada que consideramos normalidad.
La película "El club de la Pelea" tuvo la rara oportunida de cerrar una década cinematográfica muy representativa. Los años '90 fueron los años donde la formalidad adulcorada de los años '80 se transformó en algo más, en una búsqueda de cierto deseo por encontrar nuevas libertades expresivas, formales y textuales. Del cine meditado y un poco acartonado de la década anterior, nace una nueva propuesta cinematográfica que intenta reformular desde los cimientos el cine como propuesta creativa. Y es el "Club de la pelea" la culminación de esa aspiración por el poder renovado de lo visual, por la búsqueda de crear líneas alternativas a lo que asume necesario. Fincher asume la dirección sin ningún complejo y transforma las líneas de una de las novelas más controversiales de la década en todo un manifiesto social por derecho propio.
Lo más intrigante es que la película, a pesar de su estructura cada vez más frenética, desenfadada y directamente ofensiva, jamás deja a un lado la crítica social. Fincher, utilizando su estilo visual como una forma de expresar ideas muy claras, logra golpes de efecto sorprendentes, pero sobre todo, crear un asfixiante sensación de desconcierto que no abandona la película en ningún momento. En ese estilo del claroscuro urbano, de la escenas a medio contruirse entre las sombras y un panorama de pesadilla, Fincher logra un ataque directo, sin retóricas y medias tintas a la normalidad. Una y otra vez, la película abre una brecha, se inmiscuye en esa noción de lo aparente y lo vital, de lo que consideramos aceptable y lo que subyace al otro lado de la retórica de lo cotidiano. Una doble visión que se sustenta no sólo del argumento del libro en que se basa sino en esa capacidad de Fincher para reinventar la noción - esa idea que palpita bajo lo aparente - en imágenes.
A "El Club de la Pelea" se le ha comparado con frecuencia que también analiza, desde una perspectiva mucho más depurada quizás, la violencia en estado puro, ese yo salvaje y destructor que habita en el espíritu humano: son inevitables las comparaciones con la Naranja Mecánica (Kubrick, 1971). Y no obstante, entre ambas hay una diferencia sutil pero apreciable: Mientras Kubrick despliega sus obsesiones técnicas y estéticas para crear un manifiesto visual que irrita pero que intenta no brindar un punto de vista concreto - o quizás todos a la vez - con Fincher ocurre todo lo contrario. Hay un aire de desfachatez, una inusual burla que pareciera convertir a la película en una experiencia catártica antes que un mero análisis sobre la brutalidad y la agresión. Porque para Fincher, lo realmente importante no parece ser la sustancia filosófica sino algo más brutal y duro de digerir: esa cualidad secreta y misteriosa de la violencia para revelar el verdadero rostro del hombre, donde la única esperanza parece ser una hecatombe de proporciones Universales que destruya la razón y el sentido de todo lo que se considera real. Y lo que no, quizás.
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