domingo, 23 de noviembre de 2014
De la lágrima de la Mariposa y otras historias de brujería.
Miré la caja de madera sin saber muy bien que hacer con ella. Era pequeña, de aspecto tosco y evidentemente muy vieja. Mi prima M. la sacudió con un gesto rápido y seco. Escuché un sonido metálico en su interior, como dos piezas pequeñas y solidas chocando entre sí.
- ¿Qué será? - pregunté curiosa. Mi prima se encogió de hombros y la dejó sobre la mesa.
- Una vieja caja cochambrosa. ¿Qué más?
Pues a mi no me lo parecía. Al menos, no una vieja caja cochambrosa corriente, como sugería mi prima. La habíamos encontrado en un viejo baúl de la sala, envuelta en medias y un trozo de tela muy ornamentado y desde entonces - varios días atrás - habíamos intentado abrirla. Pero resultó que la cajita estaba muy decidida a guardar sus secretos. Era de hecho un sólido bloque de madera tan bien encajado que no tenía grietas o espacios abiertos entre sus apretadas ranuras y lo que se suponía era una cerradura, había sido arrancado hacia mucho tiempo. El agujero diminuto nos miraba como un ojo ciego.
- Algo importante debe guardar si la tenían guardada así - mi prima puso los ojos en blanco, hastiada del tema. Levanté las manos, impaciente - Pero ¿Qué se te ocurre a ti?
- Que a nadie le importa la caja. Alguien la rompió al intentar abrirla, la metió entre su ropa sucia, la guardó...y nosotras la encontramos veinte años después. Eso es todo.
¿Como a mi prima no le parecía interesante eso? me dije sosteniendo la caja entre las manos. Era pesada y tenía unos pequeños grabados de niños jugando y pequeñas montañas, de aspecto torpe e infantil. Pero a mi me parecía bonita, justamente por eso: imaginé a su dueño anterior, quizás un niño de mi edad, fascinado por la posibilidad de esconder sus pequeños tesoros en aquel pequeño objeto. Alguien quizás con mi misma imaginación desbordada y salvaje, que había llevado la caja a todas partes, en los bolsillos, escondida entre sus cosas. Y entonces, la había perdido o roto. O quizás...
- Ay bueno, inventate tu historia y disfrutala - se burló M. con una mueca irónica - es lo único interesante que tendrá esa caja alguna vez, ya verás.
Me quedé con la caja entre las manos mientras ella salía del salón, dando un portazo. Acaricié la caja con dedos temblorosos. La madera tenía un tacto rugoso, desigual y pulido. Me pregunté cuantas manos la habían sostenido antes que yo, cuantos secretos habría guardado antes de llegar a mis manos. La sacudí otra, ahora con mucha más delicadeza de lo que lo había hecho mi prima, y de nuevo, escuché el cloqueo en su interior: metal sin duda. Un tintineo casi musical, amortiguado por el grosor de la madera. ¿Qué podría ser?
- Pues no recuerdo haber visto esta caja antes - dijo mi abuela mirándola desde sus anteojos de lectura - ¿Dices que estaba en un baúl del salón?
- Envuelta en medias viejas y este trozo de tela - se lo mostré. Era una especie de muselina cubierta por un bordado primoroso de flores y ramas, descoloridas por el tiempo. Mi abuela la sostuvo entre las manos, acariciando con cuidado el diseño.
- Vaya que bonito. Pero no, no lo había visto. Quizás es de una de tus tías. O se quedó allí de algún pariente viajero - me devolvió la tela pulcramente doblada - supongo que la caja ahora es tuya. Cuidala bien.
Sabia el significado de las cajas para la brujería. Simbolizaban los secretos, las vivencias, los conocimientos que se atesoran. De manera que de alguna forma, yo heredaba el conocimiento que alguien había guardado en su interior. La sostuve con cuidado, como si la caja estuviera viva. Mi abuela sonrío con ternura.
- Tal vez tu abuelo te pueda ayudar a abrirla sin romperla. Se le dan bien esas cosas.
Mi abuelo miró la caja con interés. Como había dicho mi abuela, era fanático de las herramientas de construcción y de mecánica. Así que estudió con ojo experto el pequeño agujero taponado de polvo y algo parecido a yeso, y las diminutas bisagras mohosas. Luego tomó un destornillador diminuto entre su numerosa colección de herramientas y por algunos minutos y con una paciencia que me asombró, se dedicó a destrabar los diminutos tornillos del metal. Lo miré todos con ojos asombrados e impacientes.
- Las brujas suelen construir sus propias cajas. Las hacen para guardar sus joyas y sus libros - me explicó. Luego de haber estado casado por más de cuarenta años con mi abuela, sabia todo lo que se podía saber sobre brujas o brujería. O así me lo parecía. Lo escuché atenta - de manera que parecen pequeños cubos engastados con fuerza para que sólo la bruja pueda abrirlo. O eso es la intención. En realidad toda caja tiene su combinación y su pequeño secreto.
Recordaba la frase. Mi abuela solía decir que cada corazón y espíritu tenía su pequeña forma de abrirse. Nunca había entendido muy bien la idea, aunque suponía tenía que ver con su manera tan diáfana y bonita de mirar el mundo. Algo relacionado con los misterios del espíritu, que según había leído en algún libro de las sombras, eran los más complejos del mundo. Yo no entendía nada de eso, la verdad. En realidad, para mi los misterios del mundo tenían mucho que ver con mi salvaje imaginación, con mi curiosidad y lo que mi mamá solía llamar mi impertinencia, aunque yo no sabía muy bien a que se refería.
Así me había llamado esa mañana, por cierto. Al llevarme al colegio, me había reclamado que una maestra me acusaba de hacer "demasiadas preguntas". Me desconcertó el comentario.
- No existen demasiadas preguntas - murmuré avergonzada. Mi mamá siguió caminando sin mirarme, con su bello rostro crispado por la furia.
- Por supuesto que sí. La maestra dijo que insististe hasta que tuvo que castigarse.
Había sido algo por completo injusto. Había sido la clase más aburrida de biologia que recordara hasta que comencé a preguntar. No entendía nada sobre la concepción de los bebés, como pasaba el "pecesito" del cuerpo del papá al "huevito" en el cuerpo de mamá. ¿Como podía llegar una partícula de un cuerpo ajeno al propio? ¿Todos concebían? ¿Había montones de "pecesitos" invisibles flotando a nuestro alrededor, intentando deducir quien quería ser madre y quien no? ¿Y se equivocaba? Harta supongo por mi metralla de preguntas, la maestra me había castigado y envíado una nota reclamándole a mi mamá mi poca "educación". Mi abuela lo había considerado todo una exageración y una tontería. Pero mi mamá se había tomado aquello muy en serio.
- Te prohibo continues insistiendo en temas que tus maestras no necesitan explicarte aún - me recriminó - tienes que aprender que cada conocimiento tiene su lugar y su momento, como una pieza de rompecabezas.
- Eso lo dice mi abuela - me entusiasmé - ¡Lo leí en su Libro de las Sombras! ¿Tu también?
A mi me mamá le molestaba muchísimo que hablara sobre cualquier cosa sobre brujería, aunque no entendía muy bien por qué. Sabía que tenía mucho que ver con las burlas que había soportado siendo niña por llamarse bruja y una serie de experiencias difíciles que aún ahora, le llevaba esfuerzos superar. Me fulminó con la mirada.
- ¡Basta de eso! Esto no tiene nada que ver con la poesía de tu abuela ni nada parecido. Te pido por favor te comportes y dejes de ser impertinente.
- Pero mamá...
- ¡Aglaia basta! - me dijo en un tono cortante que me hizo contener la respiración. No llores, no llores, me dije con los labios apretados - no quiero saber nada más de esto. A veces no te entiendo en absoluto. Eres una especie de misterio para mi.
- Aquí tienes tu pequeño misterio - la voz de mi abuelo me sacó de mis pensamientos. Sacudí la cabeza para apartar la tristeza y me acerqué a su mesa de trabajo, impaciente por mirar lo que había dentro de la caja. De inmediato ollvidé el rostro triste de mi madre, la manera como me había ignorado el resto del camino a la escuela, la forma como me dedicó un abrazo flojo y tristón al despedirse. Mejor pensar en mi caja, en los secretos que ahora eran míos. En el tesoro...
No sé que esperaba encontrar en el interior de la caja. Pero por supuesto no era un par de llaves viejas cobre de aspecto muy usado y viejo. Las miré decepcionada y con aire de fastidio. Mi abuelo contuvo la risa, con el bigote temblándole visiblemente.
- ¿No era lo que esperabas?
- ¡Pues no! - dije apretando los puños - es que no sé que esperaba, pero...
No, desde luego, dos llaves. Las sostuve entre las manos. Eran enormes, pesadas y rugosas. Y claro está no sabía que podían abrir. La caja no tenía otra cerradura, tampoco había nada más. Sólo las enormes llaves.
- ¿Y esto que hace? - pregunté sacudiéndolas. Me irritó que prima M. tuviera razón al final. Había sido una tontería me emocionara con el contenido supuestamente misterioso de la caja - sólo son llaves de alguna puerta que nunca sabré que es.
- No es tan sencillo - mi abuelo se inclinó hacia mí, rascandose la barba blanca - una vez escuché a tu tia E. comentar que las llaves son para las brujas símbolos de cosas profundas y misteriosas. Una forma de hablar sobre secretos sin tener que hacerlo.
Sostuve las llaves entre las manos. El metal estaba helado y tenia un olor curioso. De pronto, como antes había hecho con la caja, comencé a preguntarme que puertas abrían. A quien habían pertenecido. Cómo habían llegado allí. Quien las había considerado tan importante como para conservarlas. Abuelo se encogió de hombros, con una sonrisa.
- Para alguien fueron importantes. Eso es bonito, o a mi me parece que lo es.
A mi también, pensé. Pero no lo admití en voz alta. Tampoco lo hice cuando mi abuela sostuvo las llaves con una mueca de sorpresa, mirándolas bajo el destello de la luz de la tarde.
- Son llaves del corazón - comentó. Parpadeé. No tenía idea de a qué se refería.
- ¿Y eso?
- En brujería, creemos que todos los espirítus están llenos de misterios. Un par de llaves suelen obsequiarse a quienes deseas entregar sus secretos. Es una forma de admitir que somos seres pensantes, independientes, enigmáticos. Una llave simboliza la intención de comprender.
Sostuve las llaves entre las manos con renovado interés. Imaginé a dos amigos, a dos hermanas, incluso una pareja de amantes, intercambiando llaves. ¿Como habian llegado allí? ¿A nuestra casa? Recordé la bella y envejecida tela que envolvía la caja. Un obsequio de amor. Abuela sonrío con su amplia sonrisa maliciosa.
- Un secreto es un secreto. Y todos tenemos uno. Ahora tu tienes un juego de llaves del corazón. ¿A quién se lo obsequiarás?
No tuve mucho tiempo para pensar sobre eso esa noche ni al día siguiente. Mi madre continuaba molesta conmigo, lo que quería decir que apenas me dirigía la palabra y me trataba con enorme frialdad. Para ella, la escuela era muy importante y mi comportamiento - en ocasiones realmente irritante, no podía dejar de reconocerlo - le preocupaba mucho. Aunque yo no podía entender por qué, en realidad. ¿Pensaba que podían echarme? ¿Pensaba las monjas terminarían pidiendole me llevara a otro lugar? Después sabría que mamá temía que mi comportamiento fuera un acto de rebeldía contra sus largas ausencias debido al trabajo, a las noches en que llegaba tan cansada que apenas le alcanzaban las fuerzas para llevarme a la cama y cubrirme con las sábanas. De manera que consideraba mi comportamiento intranquilo y nervioso, como una consecuencia, una forma de quejarme sin palabras de lo que consideraba un descuido de mi parte.
Pero nunca fue así. De hecho, esa noche me quedé despierta preocupada por su mirada tensa, sus manos frías que me dedicaron una caricia un poco distraída al desearme las buenas noches. No la entendía, me dije tendida en la oscuridad. No entendía a mi madre se disgustaba de esa manera por cosas que yo consideraba sin importancia. Por qué...
La verdad, entendía muy poco a mi mamá. Lo comprendí de súbito, sentada entre las sábanas, sosteniendo las llaves entre las manos sudorosas. La conocía tan poco que cada cosa que hacia me parecía misterioso y extraordinario. A diferencia de mi abuela, era distante, callada y timida. Una dama muy bella pero muy lejana a mi mundo habitual. De pronto, comprendí lo que había querido decirme cuando me dijo que no entendía nada de mí, que yo...
- Era un pequeño misterio - me dije en voz baja. Apreté las llaves - un pequeño misterio que no entendía.
Coloqué con cuidado la llave en la mesa de la cocina. Bien visible. La miré, en la oscuridad, preguntándome que pensaría mi mamá al encontrar aquella enorme llave que no encajaba en nuestro apartamento radiante, pulcro y tan elegante. Por si acaso, escribí una nota con mi letra redonda y enorme: "Yo tengo la otra".
Me dormí pensando en la llave que esperaba y en las cajas que guardaban secretos. Soñé con cielos estrellados y el sonido del mar. De pronto, desperté. La luz del día entraba por la ventana. Y mi madre estaba allí.
Se la veía muy bella. Despeinada y pálida, como una niña grande en un pijama muy vieja y gastada. Sonrío y me gustó esa sonrisa que casi nunca veía. Ya no estaba disgustada. Se inclinó y me besó en la frente.
- Se te hace tarde para el cole - me susurro. Me abrazó. Un gesto dulce que muy pocas veces me dedicaba - ve a bañarte para desayunar.
La obedecí, adormilada y aliviada. Me gustaba verla de buen humor, esa lenta y gradual simpatía suya de la que muy pocas veces disfrutaba. Cuando llegué a la mesa, me esperaba junto a los platos de cereal. De pronto, mi cerebro adormilado comenzó a funcionar más rápido. Y noté que algo faltaba en la mesa. Junto a la servilleta donde estaban los cubiertos, ya no estaba la enorme llave que había dejado allí para ella.
Ella no dijo nada, ni yo tampoco. Comimos juntas, conversando sobre la escuela en voz baja. Finalmente, cuando me levanté para ir a la Escuela, ella me miró. Una mujer muy bella y extraña, de ojos verdes, que en ocasiones me costaba llamar mamá.
- Ahora yo tengo la otra - murmuró. Lo dijo casi con verguenza, como si le llevará esfuerzo decirlo en voz alta. Me quedé paralizada, aleada y sorprendida. Ella se inclinó y me acarició las mejillas. Me pregunté si había imaginado la frase, la dulzura, la comprensión.
Me llevó de la mano mientras caminábamos al colegio. Cuando me dejó en la puerta, se inclinó para mirarme a los ojos. Aguardé, impaciente. ¿Qué me diría?
- Vamos a tomar un lado antes hoy ¿Esta bien? - me dijo - quiero que me cuentes todo lo que no te gusta y te gusta de la escuela. Lo quiero saber.
- ¿De verdad? - pregunté entusiasmada. Ella sonrío, toda hoyuelos y ojos verdes brillantes. Mi madre y su extraña felicidad, tan súbita, tan brillante. Tan inesperada.
- Sí, eres mi pequeño misterio.
Sonreí. Mirándola alejarse por la calle, con su paso firme y elegante. Apreté la llave que había llevado oculta en el bolsillo y comprendí que sí, que la caja contenía un tesoro que ahora era mio. Un tesoro de pura dulzura y amor.
- Y ahora no sueltas esa llavesota horrenda - dijo mi Prima M. cuando me vio guardar con todo cuidado la llave entre mis lapices y cuadernos. No le presté atención. Mi prima nunca entendería el valor enorme, silencioso, que valía por el mundo entero que guardaba con tanto cuidado. Un secreto mínimo del corazón.
C'est la vie.
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