domingo, 11 de enero de 2015
Danza entre estrellas. Historias de Brujería.
El camino zigzagueaba en medio de la oscuridad, entre piedras enormes y árboles retorcidos. Miré la escena, apenas iluminada por la luz de la luna sobresaltada. Las ráfagas de viento me golpeaban con fuerza el rostro, me hacian entrecerrar los ojos. Avancé con las manos entendidas, tropezando y tambaleandome, con el corazón latiendo tan rápido que apenas podía respirar. Más allá, el resplandor del fuego, danzando entre las ramas retorcidas, creando sombras movedizas, que parecían danzar entre las sombras con los brazos levantados hacia el infinito. Y las voces, el cántico...
Desperté con la frente empapada de sudor. No sabía si lo que había estado soñando era una pesadilla o un sueño muy vívido. No tenía miedo, pero en realidad si me sentía lo bastante incómoda e inquieta como para que la oscuridad de la habitación me provocara un poco de miedo. De manera que bajé de la cama y caminé descalza hacia la ventana abierta. El aire fresco de montaña me acarició el rostro. Contemplé la ciudad dormida, con ese brillo de la madrugada que tanto me gustaba. Pero aún tenía miedo, una sensación amarga y brumosa de haber visto algo en mis sueños incomprensible, extrañamente angustioso. Pero ¿Que podía ser? Comenzaba a olvidar las escenas: el viento que ululaba con fuerza entre las ramas de los árboles, los hilos de luz radiante entre la oscuridad definitiva y dura. Sacudí la cabeza. La inquietud me cerró la garganta de nuevo. Preferí no continuar pensando en eso. Volví a mi cama y me cubrí con las sábanas, mirando las sombras de mi habitación con desconfianza. Apreté los ojos. El miedo otra vez. Encendí la lámpara de mi habitación.
Durante años, había sufrido de un miedo irracional e incontrable a la oscuridad. No podría decir que me lo provocaba. En realidad, quizás no me lo provocaba otra cosa que mi imaginación salvaje e inquieta. Con diez años cumplidos, tenía esa capacidad innata de la infancia de crear y construir fantasias a la menor provocación, de soñar despierta, con los ojos entrecerrados y las manos extendidas hacia lo que mi imaginación delineaba por horas. Pero también, de dejarme llevar por imágenes morbosas, de crear mis propios cuentos de terror. Y la oscuridad era el lugar idóneo para que se hicieran realidad, para distinguir apenas, dibujados entre las sombras, los rostros de los monstruos que vivían en mi mente, de las escenas de pesadilla que me divertía de imaginar durante el día pero que de noche, me aterrorizaban como nada más podía hacerlo. Era una sensación de miedo puro, vivo. Incontrolable.
- Eres una mocosa, por eso vives temblando en la oscuridad. Allí no hay otra cosa que lo que tu quieras ver - solía burlarse mi prima M., para quién todo aquello era menos que tonterías de niños. Era una adolescente insolente e inquieta. Aunque nos llevábamos apenas cinco años de diferencia, me dedicaba esa displicencia del adulto experimentado. Le encantaba reírse de mi timidez y neviosismo, de mi insistente curiosidad y sobre todo, de mi invencible inocencia - te asustas porque todo lo que te rodea, te asusta también. Cobarde.
Se inclinó para retorcarse los labios en el enorme espejo de su habitación. La miré enfurruñada y ofendida, pero preguntándome si no había algo de cierto en lo que decía. Después de todo, mi temperamento era inquieto, torpe. Me encontraba constantemente precuocupada pro cosas que a otros niños parecían no afectar e incluso, a unos cuantos adultos. Solía hacerme preguntas en voz alta que nadie podía contestar, insistir en ideas que nadie parecía comprender muy bien - o le importaba hacerlo - y de hecho, casi siempre parecía llegar al borde de lo irritante, con mi curiosidad insaciable. ¿No se trataría de eso de una forma de miedo? ¿De siempre asegurarme que todo a mi alrededor me resultara comprensible y claro para evitar la incertidumbre? Por supuesto, no lo pensé en términos tan complejos. Sólo estaba segura que había algo en mi mente que provocaba temor hacia lo que me rodeaba, como si ese habito mio tan preciado de imaginar a toda hora, también tuviera un rasgo inquietante, duro de asimilar.
- ¿Que en tu mente viven monstruos? - Flor no podía creerse lo que acababa de escuchar. Le había contado del sueño, del miedo a la oscuridad. De todos los temores que me acechaban incluso durante el día. Me dedicó una de sus miradas sorprendida, con la boca entreabierta y las manos extendidas, como si quisiera sujetar las ideas antes que pudieran escaparsele.
- No...viven exactamente - dicho en voz alta sonaba peor de lo que imaginaba - es decir...me imagino cosas y...
No sabía como explicarle bien la manera como las cosas que veía en mi mente me parecían tan reales como las que me rodeaba. ¡Podía verlas tan claras! Paisajes extraordinarios, criaturas fabulosas. Y leer sólo había hecho mucho más intenso ese hábito, esa necesidad de construir mundos en un parpadeo. Me pregunté si Flor, que se aburría leyendo y prefería jugar a las muñecas y pasear en bicicleta, veía lo que le rodeaba de la misma forma que yo. Probablemente no, me dije con cierta tristeza.
- ¿Te asusta lo que te imaginas?
- Sí, más o menos eso - respondí. No era eso exactamente...pero a la vez sí lo era. Que confuso, pensé angustiada - entonces sueño cosas. Me asustan cosas que no están allí y...
- Pero no existen.
- No.
- Entonces ¿Por qué les temes?
Porque podrían existir. Porque soy capaz de verlas en mi imaginación, de una manera tan detallada que me pregunto si no podrían ser ciertas. Pero esas cosas no se las explicas a tu única amiga del colegio, que ya te considera extraña y que suele preocuparle lo que llama "tus locuritas". Así que lo dejé pasar. Continuamos jugando a arrojarnos la pelota, aunque la idea continuó abrumandome, tan cerca que en ocasiones no me permitía pensar en otra cosa.
- ¿Niña que te ocurre?
Al parecer era la tercera vez que mi abuela me llamaba por mi nombre. Parpadeé confusa y de pronto la cocina, apareció a mi alrededor. Comprendí que durante todo el rato, había estado pensando en el sueño que había tenido la noche anterior - el segundo en esa semana, muy parecidos ambos - y que de nuevo, me había dejado llevar por mis imágenes mentales. Sentí verguenza y no supe como explicarme, mientras mi abuela me miraba preocupada.
- Abuela ¿Sueñas con las mismas cosas?
Abuela me dedicó una de sus miradas penetrantes. Sólo ella, como sabía bruja que era, podía haberme escuchado con esa atención, detener el trajinar cotidiano de la cocina, de la sopa y de la verdura hervida, para sentarse a mi lado y pensar detenidamente en la pregunta que acababa de hacerle. Y es que mi abuela era así: sentía una infinita maravilla por todo lo que le rodeaba. Una fresca visión sobre todo que probablemente era el origen de toda su enorme sabiduría.
- Fragmentos que parecen parecidos, pero nunca lo mismo - me respondió al cabo de unos minutos - ¿Tu si sueñas lo mismo?
Me encogí de hombros. El miedo. Tomé un sorbo de agua antes de continuar hablando.
- Sueño con una especie de...bosque creo. Uno con árboles muy grandes, con el fuego entre las ramas. Con... - las imágenes se desdibujaban. ¿Había fuego allí? y luego...sacudí la cabeza, no podía recordar - sé que es casi lo mismo, pero nunca...
Me mordí los labios. Otra persona quizás se habría impacientado, o le había restado importancia a lo que le contaba. Pero abuela guardó silencio, pensando - realmente reflexionando - sobre lo que le acababa de decir.
- ¿Quieres recordarlo?
- Quiero entederlo.
Asintió. Dejó el cucharón de madera que tenía en la mano a un lado y comenzó a rebuscar en los cajones de la cocina. La miré, sin saber que trataba de encontrar pero reconfortada de mirarla, con sus movimientos firmes y a la vez tan agiles, casi juveniles. Porque abuela siempre tenía una respuesta para todo. Y de no tenerla - y había ocurrido, para mi sorpresa - siempre se afanaba en encontrarla, en intentar mirar las cosas desde la misma perspectiva en que yo lo hacía, encontrar la pieza que faltaba en cada idea. Me gustaba esa alegría suya, esa pasión. Muchos años después, ya adulta, pensaría que mi abuela era un espíritu salvaje, con una devota vocación por la verdad.
- Aquí está - la escuché decir. Erguí el cuello, tratando de mirar que era lo que tenía en las manos, pero no pude hacerlo. El pequeño paquete parecía estar lleno de pequeñas ramitas desordenadas, con algunas hojas secas aquí y allá - Esto te ayudará.
Se acercó de nuevo a la mesa, me lo puso al frente. Seguí sin saber que era aquel paquete bien envuelto en papel color marrón, con algunas hierbas aromáticas a su alrededor. Abuela me hizo uno de sus guiños maliciosos.
- Es un libro de sueños.
- ¿Un que?
- Un libro de sueños. Abrelo.
Lo hice. No sé que estaba esperando encontrar al rasgar el papel pero por supuesto, no era aquel sencillo bloc de notas, rodeado de hojas y ramitas secas. Alguien había escrito a mano en una de sus esquinas "Busca conocimiento, encuentralo" con simple trazo de lápiz. Lo sostuve entre las manos, sin saber que decir.
- Bueno... - comencé. No supe como continuar la frase. ¿Que se suponía que tenía que hacer con el cuadernillo? Mi abuela me extendió un boligrafo que llevaba en el bolsillo del delantal.
- No es nada complicado, sólo debes escribir aquí tus sueños. Todos. Los fragmentos. Lo que recuerdes. Cuando acabes de despertar, cuando no sepas aún donde te encuentras. Cuando las imágenes estén aún frescas y puedas describirlas con toda claridad.
Vaya, eso si que era una gran idea, pensé sorprendida. Acaricié el cuaderno - muy vulgar y corriente, con tapas de cartón y hojas blancas - y pensé que era extraordinario que algo tan pequeño pudiera contener los sueños. Acaricíé las ramitas a su alrededor, de un olor exquisito y penetrante.
- Laurel, Artemisa y Jazmin - explicó mi abuela - son las plantas que en brujería se consideran son las que guardan los sueños, los protegen de la vigilia, les brindan claridad. En el pasado, se pensaba que ayudaban a tener sueños profeticos.
- ¿Como el de los oráculos? - dije. Me encantaba esa palabra, que había leído hacia poco tiempo en un libro y me encantó utilizarla, saborear su extraño sonido. Abuela saltó una carcajada.
- Mejor dicho, como los que buscan comprenderse mejor - matizó - deja el cuaderno a un lado de la cama, coloca debajo de la almohada las ramas y sueña. Sueña libre. Sueña con el corazón y con tu espiritu. Y luego escribe. Ya veremos que podemos encontrar.
Pensé en esas palabras mientras colocaba con cuidado las ramas y hojitas debajo de mi almohada. ¿Yo buscaba conocimiento? Al menos, no tener miedo, eso sí, pensé con cierto sobresalto. ¿Sería lo mismo? ¿El conocimiento de mis sueños evitaría que...?
Las ramas danzando en la oscuridad. El sonido del viento, un fragor enorme, dedos invisibles tirándome del cabello. Y yo corría, hacia el claro lleno de luz. Hacia el fuego entre los troncos de los árboles. De pronto, estaba allí, frente al fuego. Uno tan alto que las llamas parecian elevarse hacia las estrellas. Una mujer joven de rostro pálido me sonrío.
"- Ven cada vez que desees recordar quien eres y por qué deseas caminar en la oscuridad - me dijo. Su largo cabello negro se despeinaba con el viento - somos un circulo de luz. Aquí y ahora".
Esperé, mientras mi abuela leía el pequeño párrafo donde describía el sueño. Luego me miró por encima de sus anteojos de lectura.
- ¿Y que pasó después? - me preguntó. Suspiré.
- Nada, desperté. Pero desperté mirando la oscuridad y pensando en esas palabras. No en el miedo. Y pude volver a dormir otra vez. Dormí...tranquila.
Abuela sonrío, cerró el libro con cuidado. La miré curiosa.
- ¿Lo hice bien? ¿Convoqué conocimiento? - pregunté. Mi abuela sonrío casi con malicia.
- ¿Que piensas tu?
Recordé el momento en que había despertado. Me había maravillado las palabras de la mujer, el olor del fuego cercano pero sobre todo...la sensación de reconocimiento, como si la escena perteneciera a mi mente desde hacia mucho tiempo. Me gustaron las palabras de la desconocida, el hecho que me las dedicara. ¿De donde provenían esas frases enigmáticas? ¿De algún libro que había leído? ¿De una de mis películas favoritas? ¿De alguna cosa que había dicho mi abuela o mis tias? No lo recordaba. Pero cuando las apunté, tuve la vertiginosa sensación que las reconocía. Y mucho más intrigante aún, que me pertenecían. No podía entender todo aquello, pero me gustó que pensando en eso, que analizando las ideas, la oscuridad solo había sido eso: sombras triples en medio del resplandor de la luz lejana. Nada de monstruos, nada de temor. Nada de dolor.
- Que si, aunque no entiendo como.
- Entonces, sí lo obtuviste.
- ¡Estupendo!
Ayudé a mi abuela a envolver el libro de nuevo. Había arrancado las páginas que había escrito y me había recomendado guardalas para recordar el extraño sueño después. Sostuve las hojas entre las manos. Las ramitas y las hojas secas.
- Abu...¿Quién sería esa chica?
Mi abuela suspiró. Cerró con un nudo fuerte el paquete. Luego me miró y me sonrío.
- Quien sabe. Seguramente, la conocerás después.
Tenía razón. Muchos años después, encontré a la chica pálida de cabello negro y la reconocí. Frente al espejo. Con una sonrisa de profunda satisfacción.
C'est la vie.
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