miércoles, 21 de enero de 2015

La delgada línea roja: La censura moral en las Redes Sociales.


Fotografía de Arlette Montilla.


Hace unos días, Oriana, una de mis alumnas del taller de Autorretratos que imparto, comentó a la clase la experiencia traumática que supuso para ella que una de sus fotografías fuera censurada por la plataforma Instagram. Se trataba de un autorretrato desnudo muy sutil — su silueta a contraluz, en un espacio vacío y artisticamente concebido para denotar soledad — que no obstante, infringió las rigidas normas de la red social sobre el tema. De la sorpresa por haber perdido el material contenido en su cuenta, Oriana pasó a la desazón y la humillación de haber sido limitada en lo que considera su derecho a la expresión. Cuando intentó reclamar al respecto, recibió una única respuesta: La fotografía había violado la severa normativa con respecto a lo que puede incluirse en la plataforma de Instagram y no había apelación posible. Finalmente Oriana tuvo que aceptar lo inevitable: había perdido todas las imágenes incluidas en su cuenta y además, el derecho de usar su cuenta en el futuro.

No se trata de un hecho inusual: para Instagram, como para la mayoría de las redes sociales más populares, un desnudo es un desnudo y puede ser considerado ofensivo, no importa la intención con que fue tomado o el elemento subjetivo que pueda simbolizar. Se insiste en la protección de los usuarios y sobre todo, en la necesidad que la red en cuestión no desvirtue su objetivo esencial — cualquiera que este sea — a través de imagenes o contenido que pueda herir la suceptibilidad de un potencial público sensible. Zanjada la cuestión, gran parte de las plataformas virtuales, deciden que es mucho mejor disculparse por una posible equivocación ( basada en un algoritmo básico ) a enfrentar las posibles consecuencias de una violación directa a la ley por contenido directamente inapropiado o ilegal. No obstante, la mayoría de las Redes Sociales actuales parecen olvidar que detrás de todo contenido (y sobre todo, de todo material sensible o no a la opinión, susceptible o no a la censura) hay un usuario y una historia muy concreta.

Y es que un hecho de censura, sea cual sea su origen y su motivo, es traumático. La agresión tiene una connotación durísima no sólo a nivel intelectual sino también emocional. Oriana insiste que la circunstancia completa — desde el hecho que su cuenta fuera borrada hasta ser directamente censurada — le afectó de una manera tan profunda que incluso afectó su trabajo fotográfico. Abrumada y desconcertada, dejó de autorretratarse y comenzó a fotografiar de manera cada vez más impersonal, hasta que finalmente simplemente, dejó de hacerlo por completo. Cuando reflexiona al respecto, admite que no se dejó de fotografiar (se) sólo por el hecho que su cuenta Instagram hubiese sido cerrada, sino por el hecho concreto de sentir que su trabajo y percepción sobre si misma había sido vulnerada de manera directa. “Me sentí mutilada, afectada a muchos niveles por el hecho de haber sido censurada. Dejé de fotografiarme porque no pude superar la sensación de vacío que me produjo la censura. Como si hubiese perdido una idea muy profunda y consistente de mi misma. Parte de mi identidad”.

Tal vez parezca excesiva la reacción de Oriana, hasta que se analiza desde el cariz que para cada fotógrafo, una fotografía es una expresión muy directa de su opinión y manera de comprender el mundo. Para Oriana no se trató sólo de una fotografía que se borra, sino de un mensaje que se silencia. A pesar que puede argumentarse que Instagram es sólo es una plataforma social, las imágenes que contienen tienen un sentido personal, emocional, concreto. Un documento visual irrepetible. Y la censura, con toda su carga restrictiva, no sólo destruye el resultado final de lo que el mensaje evoca — la fotografía en sí — sino el simbolo que se construye, la idea que se comprende a través de ella.

Por supuesto, el caso de Oriana no es único y probablemente no será excepcional. Y las razones para justificar la actuación de las redes sociales sobre el tema del desnudo, la difusión y la estructura del mensaje sobre temas sensibles, se sostiene sobre el hecho simple que la línea entre lo erótico, lo ofensivo y lo directamente ilegal parece ser muy sutil. La mayoría de las plataformas dejan muy claro, que sus rígidos procedimientos y protocolos con respecto a la difusión de la imagen y conceptos vulnerables responden a la necesidad de controlar y penalizar hechos muy concretos, ese riesgo inevitable de la red como vehículo ideal para lo ilegal. Después de todo, la red, con esa vastedad sin limites y aparentemente sin restricciones, es el terreno ideal para todo tipo de delitos de extrema gravedad. El anonimato, la rapidez en la difusión, la facilidad de acceso hacen al mundo virtual idóneo para toda una cultura basada en la ruptura de las restricciones legales. Así que, la mayoría de las plataformas asumen el hecho de la censura inmediata como un mal menor en la prevención de algo mucho más grave y con cientos de implicaciones incontrolables. Una idea que parece sostener que la censura es de hecho una herramienta eficaz en el control de cualquier material o mensaje que pueda considerarse peligroso para la integridad de esa interpretación de las redes sociales como vehículos de comunicación integral.

Sin embargo, lo que resulta preocupante de esa especie de noción de la censura necesaria, es la idea que se aplica con una cierta predisposición sexista, moralista e incluso directamente prejuiciada. Porque lo censurable, parece estar siempre muy cercano a lo que puede considerarse moralmente transgresor y no sólo, a lo que responde a planteamientos objetivos sobre el contenido y las implicaciones reales de la imagen que se combate. También en Instagram, la comediante Chelsea Handler ha demostrado, que al menos a lo que a la red social de imágenes respecta, la censura está muy relacionada no con el ámbito objetivo de la presunción del contenido de la imagen, sino la manera como se asume el mensaje que transmite. Hace unos meses, Chelsea fue censurada por Instagram cuando incluyó una captura de pantalla de una fotografía en la que aparece con el torso desnudo, junto a otra del Presidente Ruso Vladimir Putin también con el pecho al descubierto. Cuando la fotografía fue borrada, Handler protestó contra la red social por considerar la medida misógina y retrógrada: “Eliminar esto sería sexista. Tengo todo el derecho de demostrar que tengo mejor cuerpo que Putin”, dijo con su habitual humor sardónico. Pero más allá de la burla, el planteamiento de Handler parece englobar la idea básica que para cualquier red social, la verdadera desnudez tiene una relación directa sobre el hecho de quien se desnuda y no con el desnudo en sí. Unos días después, volvió a incluir la fotografía del Presidente Ruso, esta vez incluyendo una captura de pantalla de la notificación de violación a la política con el subtítulo: “Si un hombre publica una foto de sus pezones, está bien, ¿pero por qué no una mujer? ¿Acaso estamos en 1825? “Instagram no respondió a los comentarios y de hecho, ningún vocero de la compañía pareció interesado en participar en la polémica. Pero el debate continúa, se hace cada vez más evidente, más incierto.

De hecho Handler no es la única celebridad que se ha enfrentado a la censura en las Redes Sociales y que ha reclamado el derecho a que la censura se atenga más al contenido que lo obvio, más al contexto que a la simple idea de un cuerpo desnudo o lo que este podría significar. Unos meses antes, la modelo y actriz Cara Delevingne publicó una fotografía con el tag #FreetheNipple, una campaña para hacer conciencia sobre la censura y la desigualdad de género que suele aplicarse en la censura de medios de difusión masiva. La hija del actor Bruce Willis, Scouts, también protestó contra las restricciones pretendidamente morales de las redes sociales bajo la misma consigna de Free the Nipple. La actriz posó mostrando su pecho desnudo y escribió “Es legal en Nueva York, pero no en Instagram”, decía el pie de fotografía, un mensaje que parece demostrar que lo que se considera censurable en la red, parece obedecer a una idea muy concreta sobre lo permisible o no con respecto a la desnudez. Y desde luego, a la desnudez femenina.

Hace dos días, Mi amiga Arlette Montilla publicó en su blog alojado en la plataforma Google Blogspot, un artículo sobre la percepción fotográfica de la maternidad moderna. El artículo, que además analizaba el hecho de la imagen como parte del documento personal, incluía fotografías de artistas que han dedicado su trabajo visual al análisis de la maternidad desde una óptica original y profundamente personal. Desde Elinor Carrucci hasta Ana Alvarez-Errecalde, el artículo analizaba la repercursión de un nuevo análisis de la maternidad a través de la fotografía y sobre todo, la renovada concepción del hecho físico de ser madre como un documento visual de considerable valor artístico. El texto incluía además, algunas fotografías de las artistas, donde se interpreta el valor visual de la relación de la mujer con su propio cuerpo de una manera por completo distinta.

Ayer, el blog de Arlette fue eliminado por Google por haber compartido y difundido “contenido no apropiado”. Además, borró también todo el contenido visual personal de Arlette en sus redes, en una medida que abarcó no sólo el contenido del blog en las que había incluido las fotografías sino también, todas las funcionalidades asociadas a Google que hasta entonces, Arlette había utilizado. Todo lo anterior, sin que Arlette recibiera un mensaje o una explicación sobre lo ocurrido más allá de la insistencia de un mensaje automatizado que indicaba que había “transgredido” las normas de funcionamiento y también de uso de la plataforma. Lo que sorprende aún más, es que no sólo la eliminación del sistema incluyó la identidad virtual de Arlette en Google, sino todo material, audiovisual, escrito o compartido en la plataforma e incluso elementos que pudiera haber utilizado a través de los recursos Google, aunque no tuviera relación alguna con la publicación que provocó la reacción del sistema. Todo lo anterior, relacionado con un “filtro automatizado” que consideró que las imágenes que Arlette usó en su blog como parte de un análisis artístico en concreto, eran contenido sensible e incluso directamente ofensivo. Una idea que parece englobar además el hecho, que esa noción sobre “material peligroso” también incluye una percepción del usuario no un elemento anómalo que debe ser restringido y eliminado del sistema sin el menor análisis sobre la sustancia del contenido. De nuevo, la censura a ciegas.

Por supuesto, que las normas de Google podrían justificar la decisión. Se insiste en el hecho que la plataforma debe actuar en base a algoritmos debido al número de usuarios que maneja, al hecho que sería virtualmente imposible el análisis individual y personalizado de los casos de riesgo. Aún así, cabe preguntarse ¿Olvida Google y cualquier plataforma social que sus usuarios y el material que incluyen en sus redes pertenecen a la identidad virtual de quien las utiliza? ¿No debería Google - y cualquier otra plataforma de Social Media — asumir la importancia y el coste real de la perdida de información sensible con respecto a sus decisiones al respecto? ¿No debería al menos existir un matiz que permitiera concebir la información que se censura no sólo como data sino como parte de la historia personal de quien la generó? ¿Hasta que punto los sistemas automatizados continúan siendo válidos, en la transformación cada vez más acelerada de las plataformas virtuales en verdaderas identidades funcionales del usuario? ¿Esta conciente Google y cualquier otra plataforma de la importancia y el sentido real del material que se comparte en los recursos que facilita y hasta que punto, es esa interpretación de valor real lo que sugiere la necesidad de un análisis mucho más profundo?

Las consideraciones inquietan, preocupan, continúan siendo insuficiente. Mientras tanto, usuarios alrededor del mundo continúan padeciendo de los “errores de algoritmo” que destruyen no sólo información sino parte de su historia personal. Como diría Arlette, en la reflexión que compartió en su perfil de Facebook luego de sufrir la censura de Google, la censura es algo más que una idea que se restringe, sino una visión sobre nuestros derechos y sobre todo nuestra opinión virtual que se mutila. “Así las cosas, no pretendo hacer de esto (la censura) una novela, y no me molesta tanto la inhabilitación propiamente (que bueno que mi identidad no depende de estos medios) como haber sido objeto de tan extrema medida de censura sin aviso ni investigación por parte de esta gente de Google. Vivo en Venezuela, un país afectado por la censura en muchos sentidos, que les puedo decir que ya no sepan. Sigo tirando letras” explica, en un colofón incompleto e incierto sobre un tema que probablemente continúe siendo debatido por años sin obtener verdadera respuesta.

¿Que ocurrirá en el futuro con la percepción de la censura debida sobre contenidos que de alguna u otra manera forman parte de nuestra personalidad virtual? Lamentablemente la respuesta aún parece sujeta a esa necesidad de comprender la red virtual como un conjunto de datos y no de vivencias codificadas de una manera totalmente nueva. Una restricción preocupante — y sobre todo, cada vez más insuficiente — a la manera como comprendemos nuestro material personal y nuestra identidad virtual.

C’est la vie.

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