martes, 26 de mayo de 2015

Breviario de la locura: Las cosas que te dijeron no estaban bien hacer, pero en realidad si lo están.






En el colegio, era la niña con el pupitre más desordenado del salón, pero aún así, tenía excelentes calificaciones. En la secundaria, tenía raros hábitos de estudio que nadie comprendía muy bien y no por ello, dejé de siempre sobresalir en mis asignaturas favoritas. En la Universidad, era la estudiante más nerviosa, neurótica e incluso, directamente insoportable. Y me licencié -en ambas especializaciones — entre los diez primeros puestos de mi promoción. A pesar de eso, durante mucho tiempo, soporté los epítetos de profesores, maestros e incluso mis compañeros de clases con respecto a mis costumbres personales y sobre todo, la manera como parecían salirse de ese espacio tan abierto interpretación llamado normalidad. La mayoría de las veces me preocupé, otras intenté cambiar pero casi siempre, continúe haciendo las cosas tal y como suponía debían hacerse. O mejor dicho, como creía estaban bien para mí.

Finalmente, al llegar a la tercera década de mi vida, comprendí que cada uno de nuestras rutinas y las mal llamadas manías, forman parte de esa percepción tan personal e intima que cada uno de nosotros tenemos sobre nuestro mundo particular. Esa construcción de la memoria que habita exclusivamente en nuestra mente y que le brinda sentido a lo que consideramos nuestra personalidad. Con el tiempo — y también con un enorme esfuerzo de voluntad — comprendí que gran parte de lo que me criticaban eran pequeñas cosas que considero elementales en mi identidad: mi forma de trabajar, de organizarme, como interpreto mi rutina diaria, mis ideas y opiniones y en las que no estaba dispuesta — ni estoy — a transigir. Así que asumí deliberadamente que mi comportamiento no sólo me definía sino lo que era más importante, formaba parte de toda esa serie de ideas que me sostienen como individuo. Que crean mi rostro más personal.

¿Qué está bien y que no lo está en nuestro comportamiento desde la perspectiva de la cultura que intenta que calces en un molde muy concreto de comportamiento? ¿Cuales son esas costumbres, hábitos e ideas que la llamada “normalidad cultural” denigra con frecuencia pero que para la gran mayoría de las personas resultan no sólo beneficiosos sino también directamente imprescindibles? ¿A que se llama normalidad en un mundo que intenta homogeneizar el comportamiento desde todo punto de vista? En mi particular caso, descubrí que desobedecer ciertas percepciones sobre mi misma, sería la mejor decisión que podía tomar. Y aprendí lo siguiente haciéndolo:

* Está bien ser desordenado:
Soy desordenada. Lo admito sin tapujos ni medias tintas. Mi escritorio es un caos de libros abiertos, hojas con párrafos a medio escribir, pequeñas notas dispersas, tazas de café en diferentes grados de deterioro, papel periódico y un sin fin de pequeños objetos inclasificables. A pesar de eso, en medio de esa aparente desorganización, me siento enormemente cómoda al trabajar. ¿El motivo? esa percepción sobre el desorden que podría tener cualquiera sobre mi lugar de trabajo no corresponde a la mía. En otras palabras, comprendo mi desorden mucho mejor que el orden de alguien más.

Puede sonar como un juego de palabras tramposo, pero en realidad se trata de una noción muy personal sobre como establezco mi nociones de espacio e importancia de los objetos que me rodean. Cada objeto a mi alrededor cumple una función dentro de mis hábitos personales de trabajo y sin duda, la forma como los organizo — aunque sólo yo parezca encontrarle sentido — es mi manera de elaborar un pequeño mapa de ruta de cómo funciona mi mente. Lo aprendí luego de años de forzarme a aceptar códigos de organización y de orden externos, de asumir que desorden eran perjudicial. Finalmente descubrí que esa organización individual de lo que nos rodea no es otra cosa que nuestro planteamiento organizado — o no — sobre una serie de percepciones personales. Un método esencial que nos permite sentirnos en un ambiente confortable para llevar a cabo cualquiera de nuestras rutinas indispensables.

A pesar de lo que pueda decir cualquiera, no hay una sola manera de ordenar tu espacio, tu agenda, tu cronograma, tus lugares de trabajo. El desorden se asume como lo contrario a la organización y en una sociedad tan metódica como la nuestra, la idea de romper ese orden sugerido puede parecer ineficaz y directamente peligrosa. Más de una vez, la mayoría de mis maestros y parientes me acusaron de directamente “sabotear” mi productividad debido a mi desorden y me advirtieron de sus “consecuencias”. No obstante, cada vez que decidía obedecer a la regla general sobre el orden, terminaba encontrándome tan incómoda y fuera de lugar entre mis propias cosas que por último, decidí no volvería a hacerlo nunca más.

Por supuesto, conozco la diferencia entre higiene y orden. Una vez a la semana limpio a profundidad todos los objetos y muebles que forman parte de mi estudio, escritorio y habitación. Pero en realidad, el desorden tiene mucho que ver no tanto la pulcritud, como la manera como comprendes tu concepto de orden personal. Sin duda, tu escritorio/biblioteca/habitación pueden parecer un caos para alguien más, pero tu ejerces el control directo sobre cada cosa que necesitas y que forman parte de tu mundo. Y esa visión sólo es tuya y sobre todo, sólo responde a tus intereses.

De manera que, sí, está bien ser desordenado.

* Está bien que te llamen “loco”.
Una de mis tías se enfureció en una oportunidad que una de mis amigas me llamó “loca”. Cuando le expliqué que no sólo no me molestaba sino que me enorgullecía de merecer la palabra, me miró como…bueno, como si realmente hubiese enloquecido. Así que le expliqué que desde mi punto de vista, la normalidad y la locura son percepciones sociales muy restringidas para definir algo tan complejo como el comportamiento humano. Y que entre ambas cosas, por supuesto, desearía ser llamada “loca” antes que normal. Por la expresión de su rostro, asumo que no comprendió.

La “normalidad” es una idea que obsesiona a mucha gente. Eso, a pesar que muy pocos lo admitan y mucho menos, puedan definir de manera sencilla que es lo que se considera normal. Al final del día, la “normalidad” parece sujeta a una serie de parámetros que tiene mucha relación con la forma como la sociedad y la cultura a que perteneces espera que te comportes y no con un patrón definido de salud mental, si tal cosa existe. Así que analizando el tema desde ese punto de vista, pasamos buena parte del tiempo obsesionados con un elemento que ni siquiera sabemos bien de donde procede o que sentido puede tener.

La “locura” además se percibe como una ruptura de ese orden estricto socialmente aceptable. Más allá de lo que pueda significar — e incluso, incluyendo el hecho que puede describir un trastorno físico o mental — la “locura” no es más que ese elemento discordante y original sobre lo que se asume como un “deber ser” general. A pesar que pocas veces reparamos en eso, la mayor parte de nuestra vida transcurre entre pensamientos, ideas y comportamientos muy relacionados con ese concepto de obligatoriedad. De manera que la “locura” — en su concepto más benigno, claro — surge cuando nos apartamos de esa línea. O lo que es lo mismo, disfrutamos de un comportamiento particular en lugar de general.

Así que, no te preocupes si alguien te llama “loco” sólo por el hecho de no cumplir ciertas rutinas que se consideran necesarias o comportamientos que se consideran parte de una idea rutinaria. Cada uno de nosotros, tiene una percepción primordial y personal sobre su identidad y lo que hace, su percepción sobre el mundo. Si esa percepción rebasa la “normalidad” no sólo se trata de una reinvención de una idea, sino un tipo de pensamiento creativo y original que te permita liberarte de ciertos límites. Y eso, créeme, siempre es bueno.

* Está bien ser histérico ( también lo es ser emocional, sentimental) al momento de expresarte:
Realmente la palabra “histérico” o “histérica” tiene un origen poco claro: según la inefable Wikipedia La histeria define un tipo del comportamiento psiquiátrico poco claro, asociado al comportamiento femenino. De hecho, la palabra proviene del francés hystérie, y éste del griego ὑστέρα, «útero» lo cual parece sugerir se trata de una afección “emocional”, “femenina” y sobre todo “incontrolable”.

Siendo muy jovencita, me preocupaba mucho parecer “histérica”, de manera que pasaba gran parte del día conteniendo cualquier estallido emocional de risa, llanto y por supuesto de furia. Me inquietaba sobre todo, que mis reacciones pudieran sugerir que perdía el control con facilidad y lo que me parecía más vergonzoso, no tenía la capacidad para alcanzar esa serenidad y leve cinismo que se suponía es lo aceptable entre los jóvenes adultos de mi edad. Después de todo ¿Quien quiere parecer llorón, malcriado, inestable…y sí, histérico? Por supuesto que yo no lo deseaba y durante mi adolescencia, me esforcé muchísimo por parecer distante, indiferente y fría en toda ocasión.

Hasta que dejé de intentarlo. Digamos que me agotó todo el esfuerzo que requería pensar cada palabra que decía o cada cosa que hacía. Así que me permití ser muy emocional y de vez en cuando histérica, sin ningún remordimiento cultural. Aprendí que expresar mis emociones como prefiero, como quiero, como lo deseo es mi derecho y sobre todo, una fuente de satisfacción continúa. Y más allá, una forma de demostrar mi absoluta independencia con respecto a mi identidad personal. Más allá de esa docta parrafada ¡Me divierto muchísimo con mi histerismo! Y es que gritar a todo pulmón, reír hasta las lágrimas y llorar hasta la extenuación es quizás la manera más sencilla, directa e inocente de comprender el enorme valor de ser responsable por mi manera de pensar.

Por supuesto, que ser emocional no implica que otros deban soportar mis estados de ánimo, de manera que también he aprendido el límite entre mis capacidad para expresar mis emociones y la paciencia de quienes me rodean. Algo que sin duda, fue otro pequeño triunfo en este vaivén emocional que de vez en cuando llamo madurar.

* Está bien dudar de todo, la incertidumbre y ciertas dosis de angustia:
Muchas veces me he preocupado porque con frecuencia, no sé si estoy tomando las decisiones correctas o no en mi vida. O sí de hecho, el camino que transito me permitirá alcanzar la satisfacción personal y el éxito profesional. Por años me pregunté si esas dudas y vacilaciones mostraban debilidad de carácter. Me abrumaba la sensación que cuestionarme sobre cada paso que daba o incluso, cada interpretación que tenía sobre lo que hacía no era otra cosa que miedo. O incluso algo peor: una inseguridad tan insoportable que terminaría saboteando cualquier determinación que tomara en adelante.

Era un poco de ambas cosas, pero aprendí que sentir miedo e inseguridad de vez en cuando no sólo es normal, sino que permite analizar tus decisiones con cuidado a pesar del natural entusiasmo inicial que cualquier idea pueda suscitar. Por supuesto, es insoportable siempre tener miedo y que las dudas te atormenten a cada paso, pero en mitad de ambas cosas — de la osadía a ciegas y una prudencia temerosa — hay un breve terreno que te permitirá reconsiderar las ideas de manera más meditada y sobre todo, asumir riesgos medidos. Así que está bien sentir miedo de vez en cuando. Y también, vencerlo siempre que se pueda.

* Está bien sentirte deprimido de vez en cuando:
Nuestra cultura está obsesionada con la felicidad. Con imágenes de hombres y mujeres riendo a mandíbula batiente, todos al parecer perfectamente satisfechos con su vida y con todos los elementos que la forman. Pero por supuesto, no es una imagen real ni mucho menos muy frecuente. En realidad, la sociedad contemporánea es esencialmente solitaria y promueve el aislamiento emocional, lo que provoca una lógica sensación de tristeza y desarraigo en quienes de alguna forman, sienten no pertenecen a ese mundo idealizado y luminoso que sea comercializa tantas veces. Es esa contradicción lo que hace que la mayoría de nosotros sienta cierta culpabilidad por no sentirnos llenos de esa alegría un poco disparatada que en todas partes se muestra como necesaria y que parece surgir de un concepto poco claro sobre la felicidad.

Sin embargo, la tristeza — mientras no sea crónica ni parte de un padecimiento físico o mental de cuidado — es un sentimiento natural y sobre todo saludable para cualquiera. A pesar de la insistencia de la publicidad y de los numerosos mensajes sociales que afirman lo contrario, no existe una sola forma de ser feliz ni mucho menos, una sola manera de expresarlo. Tampoco es necesario que lo seas siempre. Habrá buenos días, otros no tanto, algunos francamente insoportables, otros para celebrar. Y tienes todo el derecho de disfrutarlos — o lamentarlos — como lo prefieras o mejor dicho, como te sea más natural. Cada uno de nosotros tiene una ruta emocional propia y he descubierto que recorrerla es quizás la idea más gratificante de todas.

* Está bien quejarte, decir que no, ser egoísta:
Hace poco, leía un artículo que analizaba la actual tendencia de la bondad utilitaria. Todos somos ciudadanos universales, perfectamente conectados a las necesidades y preocupaciones de nuestro prójimo…o esa parece ser la idea general. Y es que nuestra sociedad parece obsesionada con una imagen ideal de un hombre o mujer bondadoso, lleno de virtudes e ideas enaltecedoras. Me encantaría decir que eso es cierto…pero creo que sabemos que la mayoría de las veces, las cosas no son tan sencilla. No obstante aunque no dudo de la buena voluntad de todos estos intentos por una sociedad más amable y empática, el hecho es que censurar las naturales imperfecciones del ser humano es poco menos que incómodo y directamente abrumador. Más de una vez, me he sentido presionada por esa idea general que asume que la bondad es una única idea evidente y que se expresa de una sola manera. Y sobre todo, esa percepción de lo “bueno” como cierto grado de obediencia al dogma general. Por años me debatí con la sensación que no estaba llenando mis propias expectativas sobre ese deber ser general e ideal sobre ser juicioso, amable y toda esa serie de ideas sobre esa aspiración espiritual artificial. Así que finalmente, acepté que de vez en cuando seré desagradable, antipática, egoísta y que está bien serlo.



A veces, creo que hemos perdido cierta percepción sobre lo obvio de ciertas ideas. Lo pienso mientras releo esta pequeña lista donde hago hincapié en ideas que deberían ser evidentes pero que a veces no lo son tanto. Y me hace sonreír que quizás lo esencial de todas las ideas que expresé más arriba es que somos una sociedad inocente, un poco desconcertada por su propia percepción sobre la importancia que le brinda a sus propias ideas. Probablemente todo se trate de burlarte un poco de esa idea que se considera elemental, me digo o algo tan simple como ser tu mismo, siempre que puedas. Pero quien soy yo para decirlo ¿No es así? Me digo con una sonrisa, después de todo soy una desordenada, loca e histérica. Y me gusta serlo la mayor parte del tiempo.

C’est la vie.

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