sábado, 23 de mayo de 2015
Canto de la Luna secreta y otras historias de brujería.
Creer es asumir un salto al vacío. Volar con los brazos abiertos hacia lo desconocido.
Leí la frase sin comprender que podía significar. Estaba escrita en uno de Los Libros de las Sombras de la casa. Uno muy viejo y que nadie parecía haber tocado por muchísimo tiempo. Estaba lleno de polvo y con las tapas de cartón carcomidas por la humedad. Lo había encontrado en uno de los anaqueles de la Biblioteca desordenada de mi abuela, oculto entre montones de libros y hojas a medio escribir, olvidado quizás. Cuando logré sacarlo de entre todos los objetos que lo rodeaban, tuve la sensación que recuperaba un trozo de historia perdida.
Me lo llevé a mi habitación como si se tratara de un tesoro envuelto en viejos harapos de tela podrida. Abrí con cuidado los trozos de cuerda de cáñamo que lo envolvían y lo abrí con cuidado. Me entusiasmé. Me imaginé que había encontrado un libro oculto, con hechizos poderosos e ideas misteriosas que sólo yo podría leer. Pero por supuesto, bajo las humildes tapas de cartón no había nada de eso. De hecho no había nada más que pequeñas fotografías de gente a quien no conocía y la frase, escrita a mano. Ni un nombre, ni un dibujo de apariencia enigmática. Sólo la frase y nada más.
- Yo creí que tendría algo más...como de brujería - le dije a mi prima M., cuando se lo mostré. Ella lo tomó casi con fastidio y revisó las hojas amarillentas, con sus rostros desconocidos mirándonos desde ellas - creí que...
- Bueno, sólo se trata de una especie de álbum de fotos - comentó. Sacudió el libro de un lado a otro: el polvo brilló a su alrededor enredado entre los rayos de sol de la tarde - nada interesante.
- ¿Sabes quienes son la gente que aparece fotografiada? - pregunté. Prima los contempló por un instante.
- No sé. Seguro parientes de Europa que nadie recuerda ya. ¿Para qué te preocupas?
- Porque...me gustaría saber su historia. ¿A ti no?
- No. Sólo es papel viejo y una frase que alguien copió por decir algo.
Me lo arrojó. Lo tomé entre las manos con torpeza, ofendida por la manera como M. trataba mi libro. Lo apreté contra el pecho.
- Las fotografías cuentan historias - le recordé. Prima soltó una de sus risitas maliciosas.
- Si supieras de quien se trata o entendieras la frase. Así, es como tener nada. Sólo tienes allí un libro viejo y maloliente.
Salí de su habitación sin mirarla otra vez, furiosa por su petulancia. Pero después, sentada bajo el árbol de mango del jardín, pensé que prima tenía razón: el libro sólo estaba lleno de los recuerdos de alguien más, que yo no comprendía en absoluto y que además, no significaban nada para mí. A mis descreídos diez años, tuve la sensación que había obtenido un tesoro que realmente no lo era. Y que de hecho, era sólo una especie de pequeña pieza de un rompecabezas más grande que yo no tenía idea de qué podía ser. Me entristeció la frustración, el pensamiento que quizás nunca sabría que significaba la frase ni saber quienes eran los ojos tristes que me miraban con paciencia desde las páginas mohosas.
- La verdad no sé de quien se trata - comentó mi abuela cuando revisó el libro. Miró con atención las fotografías, una por una y por último hizo un chasquido de cierta impaciencia con la lengua - no, nadie me parece conocido. El libro debe haber llegado de algún pariente y lo guardé sin abrirlo. Que lamentable que no conozco a nadie que pueda importarle que lo hayas encontrado.
Me consoló que mi abuela entendiera mi tristeza por el misterio del libro. Pero eso no lo resolvía. Me quedé mirando la imagen de una mujer de cabello oscuro como el mio, que me contemplaba con sus bellos ojos tristes desde un espléndido paisaje de árboles y plantas tropicales. Llevaba un vestido blanco y se le veía feliz, sonriendo a la cámara. ¿Quién había sido? ¿Por qué el dueño del libro había decidido guardar su fotografía?
- ¿Y la frase? - pregunté acariciando con la yema de los dedos la fotografía. Aún no había fotografiado la primera vez pero ya sabía que una imagen podía conservar un momento para siempre. Aquello me parecía asombroso y tan bello que me dejaba sin aliento. Era como un misterio dentro de un misterio. Después me tropezaría con ese pensamiento - con otras palabras, idéntico sentido - en las frases de una fotógrafa a la que llegue a admirar de corazón.
- Déjame leerla otra vez - me pidió mi abuela.
Le extendí el libro. Leyó la frase con el ceño fruncido. Después me lo regresó. Lo sostuve con delicadeza. El olor a humedad y polvo de la solapa me hizo estornudar. Me cubrí la cara, preocupada porque mi abuela decidiera volver el libro a la biblioteca para evitar me enfermera.
- Bueno, es una frase muy vieja en brujería - me dijo - una muy vieja. Para nuestra tradición, creer es arrojarte a la nada, al caos. Al no saber. Es comenzar de nuevo a construir tu pensamiento. Es un ritual muy viejo y bello que se conservó por mucho tiempo.
- ¿Como...arrojarte a la nada? - pregunté asombrada por sus palabras. Suspiró.
- En los pueblos Europeos, hace mucho tiempo, cuando una bruja comenzaba su aprendizaje, se le cubría los ojos con un trozo de tela y se llevaba al bosque. Se le dejaba allí, sólo con su daga y un objeto muy querido que le guiara en la oscuridad, para enfrentarse a lo que le rodeaba por un día y por una noche. Debías atravesar todo el sendero de los misterios, sin mirar nunca, conteniendo el impulso de mirar sobre la venda. Recorrer el camino hasta encontrarte con tu verdad. Sólo entonces clavabas la daga en el suelo y sabías que estabas lista para comenzar a hacerte preguntas.
Me quedé boquiabierta. Todo lo que me contaba me parecía asombroso. Casi podía imaginar a una mujer desconocida, con el cabello largo y oscuro como el mio, corriendo por un bosque tenebroso con los ojos vendados. Ella tropezaba, caía, con la respiración agitada. Se lastimaba las rodillas, se hacia daño en las manos al palpar la tierra llena de piedras puntiagudas. Pero continuaba corriendo, la mano sosteniendo una daga plateada, hacia el centro mismo del bosque, donde la esperaba...¿Qué?
- Pero...¿Y cuales era la preguntas que debía hacerse?
- Para cada quien era distinto. Pero creer, es construir la verdad a la medida de tus percepciones, de tus sueños y aspiraciones - me explicó - uno crea lo que cree.
El juego de palabras me desconcertó. Lo repetí en voz alta y seguí sin entenderlo. Mi abuela rió en voz alta.
- Cuando seas mayor, lo vas a entender.
- ¿Que tan mayor?
- Mayor que ahora.
- ¿No me lo puedes decir ya?
Abuela tomó el libro e hizo algo muy curioso: acarició de la misma manera que yo el rostro de la desconocida del vestido blanco que nos miraba desde su paisaje eterno. Después me dedicó un guiño juguetón.
- Pensé que te gustaban los misterios.
Salió de la biblioteca con su acostumbrado paso lento, una danza del vuelo de su falda y su larga trenza cobrizo. Me quedé pensando que a veces, no sabemos que en realidad un misterio hasta que lo tenemos en frente.
***
Me pasé toda la semana siguiente preguntando a todos los miembros de la familia si conocía a alguno de los rostros del libro pero nadie parecía tener idea sobre la identidad de ninguno de ellos. Desanimada, me comencé a preguntar si realmente continuarían siendo desconocidos perdidos en una página en blanco. Entonces mi tatarabuela, en una de nuestras tantas tardes perdidas en el rincón del jardín donde le gustaba sentarse, me pidió ver de nuevo el cuaderno. Miró con atención el rostro de un hombre de bigotes que sostenía una niña risueña en brazos.
- Creo que este podría ser de mi tio abuelo, no lo recuerdo bien - dijo. Contempló el rostro sereno del hombre, su viejo traje impecable y sonrío - tiene su mismo aire amable, como de niño grande. Deberías preguntarle a tu tia M., tiene algunas fotos suyas.
Lo hice. La tia M. miró al desconocido largo rato, con la boca apretada con impaciencia. Me devolvió el cuaderno, sacudiendo la cabeza.
- La verdad no lo reconozco - dijo casi con tristeza - no tengo idea de quien es. Pero la niña, me parece que es la hermana de mi madre. Espera.
Rebuscó en la pequeña biblioteca de su habitación hasta que encontró un viejo álbum fotográfico con solapas de cuero taraceado. Se sentó a mi lado en la cama y se lo puso en las rodillas.
- No sé mucho de ella. Todos dicen que tenía una bella voz y que cantaba con mucha frecuencia. Y que lo aprendió de su padre - me explicó, pasando con cuidado las hojas muy viejas. Rostros de parientes que jamás había conocido me sonreían de entre las páginas y me asombró un poco el pensamiento de formar parte de una familia vieja y numerosa, que se recordaba así misma en las pequeñas cosas.
- ¿Como sabes esas cosas sobre alguien que no conociste?
- Uno crea lo que cree - dijo mi tia. Me sobresaltó escuchar esa frase de nuevo y sobre todo, en un momento en que no parecía tener mucha lógica utilizarla - mira, ella es.
Me mostró la fotografía de una mujer de rostro delicado y grandes ojos claros, sentada en un jardín de pequeñas flores en maceta. A su lado, había un anciano de rostro amable y barbilla cuadrada con un bigote canoso. Busqué mi foto del hombre desconocido y las comparé a ambas. Eran idénticos. Como también lo era la niña risueña de cabello rizado y la mujer en la que se había convertido.
- ¡Son ellos! - dije emocionada. Tia asintió, con una sonrisa.
- ¡Que extraño! Aquí están muy jóvenes. ¿Quién habrá guardado esas fotografías en este libro vacío?
Sacudí la cabeza. De pronto todas las imágenes del libro parecieron despertar, mirarme con atención. ¿Cual es mi historia? parecían preguntarme. ¿Quién soy? me sentí responsables por ellas, por devolverles un nombre un lugar en el tiempo. Por celebrar su existencia. ¿Pero cómo podía lograrlo?
- Habrá que preguntar - dijo mi tía, como si tal cosa.
Ahora eramos ambas quienes preguntábamos a cada miembro de la familia que conocíamos sobre los rostros desconocidos del cuaderno. Tia me llevaba ventana: escribió, telefoneó, visitó a cada pariente que pudiera ayudarnos con nuestra búsqueda y de pronto, empezamos a recopilar nombres, pequeños trocitos de anécdotas. Una nueva historia comenzó a brotar de entre las fotografías perdidas. Como si de alguna manera, las preguntas que nos hacíamos tia y yo, les devolvieran al presente, luego de tanto tiempo perdidas en el pasado. Me encontré asombrada por aquel hallazgo enorme, tan humilde pero significativo, que sostenía a toda hora entre las manos.
Pero la frase tenía sin tener sentido. La recordaba a toda hora: contemplando los rostros de las fotografías, hojeando las páginas vacías del cuaderno, incluso en esa nuevo habito mio de copiar nombres historias de parientes que nunca había conocido y que ahora formaban parte de mi Libro de las Sombras. ¿Cual era el salto al vacío que había dado quien sea que había escrito la frase? No podía imaginarlo. Pero la idea continuaba pareciéndome de enorme belleza en su misterio. A veces sostenía el libro contra el pecho en la oscuridad y me imaginaba corriendo por un bosque desconocido, avanzando con dificultad hacia un claro donde me esperaban mis preguntas. Y quizás mis respuestas.
Un mes después, había descubierto casi todos los nombres de los desconocidos del libro perdidos. Los anotaba con mucho cuidado, con mi letra fea y desordenada de colegiala junto a la fotografía correspondientes. La familia entera se unió aquel extraña aventura mía, mostrándome álbumes, buscando entre ellos las piezas perdidas que de pronto, parecían encajar con facilidad en el mecanismo de una vieja tradición intima. Todos, menos la de la muchacha de cabello oscuro y vestido blanco. A ella nadie la había reconocido, ni tampoco parecía ser pariente de alguien más. Continuaba allí, silenciosa, mirándome desde su paisaje desconocido y nítido con expresión bondadosa.
- No tengo idea de quien podrá ser - me dijo tia un poco frustrada - quizás se trate de una amiga de la familia. Por eso nadie la recuerda.
Pero no lo era. Yo lo sabía, aunque no podría decir cómo. Pero la cosa es que estaba completamente segura que la chica del vestido blanco, era parte de nuestra familia. Solía contemplar su rostro amable, delicado, un poco aturdida porque no pareciera encajar en ninguna parte, flotando ingrávida y olvidada en la historia familiar.
Pensaba en eso, la noche en que arranqué su fotografía de la hoja donde estaba pegada. Lo hice en un impulso, un único gesto firme que hizo que la imagen se desprendiera limpiamente de la página rallada y vacía. Me quedé con ella entre los dedos, un poco aturdida. La miré, ahora fuera del pequeño mundo de nombres y fechas que había apuntado. Aún sin nombre, aún sin nada que pudiera identificarla, devolverla al presente, contarme su historia.
Entonces noté que el borde de la fotografía estaba manchado de azul. Le di la vuelta. Sólo había una fecha: "Doce de Noviembre, 1943". Reconocí la letra de inmediato. Era la misma escritura bonita y firme que había escrito la frase en la primera hoja del Libro Olvidado. Me quedé boquiabierta.
Entonces, era ella, la que había dedicado tantas horas y quizás días y años a recopilar las fotografías. Ella, la que nadie recordaba ahora, era la que había avanzado en una lenta memorabilia familiar cuyo sentido no podía imaginar. ¿Que la había hecho recopilar todas aquellas imágenes? ¿Qué la había llevado a reunir aquel puñado de recuerdos fragmentados, que pertenecían a muchas partes distintas para construir una especie de pequeña historia sin palabras? Ya había notados que todas pertenecían a miembros de la familia siendo casi irreconocibles en su juventud. Niños, adolescentes, mujeres en la flor de la vida. Toda una mirada a quienes habían sido tantos parientes que ahora casi nadie recordaba en realidad. Había sido seguramente una tarea de cariño, de amor. De enorme paciencia. Pero ¿Por qué la había llevado a cabo?
Pensé entonces en la frase. Volar con los brazos abiertos hacia lo desconocido. Imaginé a la muchacha sin nombre avanzando en la historia - ¿Quizás la suya? - rebuscando en baúles y arcones, encontrando fotografías que ya nadie recordaban que existían, mirándolas con cariño y devoción. Pegándolas con enorme delicadeza en aquel cuaderno barato. Pensando en que quizás, las imágenes podrían hablar más que cien palabras. Que se deslizarían en el futuro como un enorme testimonio de amor. Claro, tenía diez años y no lo pensé de manera tan compleja: pero si supe que aquella mujer cuyo nombre no sabía, había recorrido un camino en solitario, un salto vacío, para recuperar un fragmento de historia de enorme valor personal. La vi, con los ojos de mi mente, llevando su bonito y sencillo vestido blanco, danzando en la oscuridad de algún bosque de imaginación, en medio del claro de árboles gigantescos, encontrando respuestas a sus preguntas.
***
Mi abuela miró con una sonrisa la fotografía, que ahora colgaba entre los libros de mi biblioteca de niña, en el lugar que había escogido especialmente para ella. Se inclinó para observarla más de cerca, con su habitual expresión de despierto interés.
- Y no llegaste a saber quien era ¿No? - me pregunté. Me encogí de hombros.
- Su nombre, no. Pero si sé que era una mujer que quería recordáramos a la gente que tenía en su Libro de las Sombras - porque eso era en realidad y ahora lo sabía - eso es más importante que su nombre.
Mi abuela asintió, como si meditara mis palabras. Luego se acercó a mi cama y me cubrió con las sábanas. Me gustaba ese momento en que mi abuela me daba las buenas noches. Era un momento que sólo era nuestro, que jamás compartíamos con nadie más de la casa. En el que podía decir cualquier cosa. Asi que pensé podría contarle la historia que había imaginado para la desconocida de la fotografía.
- Creo que es una bruja - continué - que quería conservar todos los rostros de la gente que quería. Que ya no estaban, que otros habían olvidado. Fue de casa en casa, preguntando por sus nombres, intentando rescatarlos de no estar en ninguna parte. Y pensó en llevarlos con ella en su Libro de las Sombras, como si fuera magia que heredar.
Abuela me acarició la frente con los dedos, escuchándome con atención. Me volví para mirar a la desconocida, eternamente bella en su vestido blanco, tan lejana y distante en su misterio.
- Para ella, fue creer en la familia, hacer...- parpadeé, medio dormida - preguntarse cosas.
Mi abuela sonrío. La mire entre la bruma del sueño, como flotando en medio de la luz tenue de la habitación y las estrellas de la ventana abierta. Ella se inclinó hacia mi.
- Las brujas llevan a su viaje hacia las preguntas, un objeto muy querido, ya te lo dije - murmuró a mi oído o creí que lo hacia - pienso que tu bruja llevó a su familia. A la que conoció y a la que quería conocer, para correr entre el bosque de los temores con paso firme. Todos esos rostros, la guiaron en la oscuridad.
Ya estaba dormida. Las palabras me llegaron desde lejos, flotando en la oscuridad de mi mente, enredándose con el sonido del viento con olor a montaña y a ciudad dormida. Sentí los labios de mi abuela en mi frente, sus dedos acariciando mi cabello con delicadeza.
- Y quizás esa bruja soñó con que alguien descubriera su propósito más que su nombre - continuó entonces - que re descubriera su camino en medio de las sombras. Que pudiera comprender el valor de crear para creer,
Desperté. La habitación estaba a oscuras. Mi abuela debía haberse ido hacía mucho rato, tanto que la Luna ya estaba alta y brillante en el cielo. ¿Había soñado sus palabras? Miré a la mujer de la biblioteca, a esa bruja desconocida que ahora formaba parte de mi vida.
A veces, hay historias desconocidas que forman parte de la nuestra. Pero esa es una historia que contaré después.
C'est la vie.
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