martes, 23 de junio de 2015

Todo los rostros de la identidad: ¿Por qué nos autoretratamos?





Hace unos días, un fotógrafo me confió que “jamás se autorretrataba porque lo consideraba una especie de violación”. Me lo dijo con una enorme convicción que me desconcertó. De hecho, pareció profundamente desconcertado por el solo hecho de poner en palabras una noción sobre la imagen, que hasta ese momento, tuve la impresión no había analizado lo suficiente. Por supuesto, como autorretratista, la frase me desconcertó, pero también me intrigó muchísimo por la carga emocional que mi amigo le brindó. La idea del autorretrato no sólo le molestaba, sino que además, reflejaba un cierto tipo de opinión sobre la imagen muy relacionada con la capacidad para debatir la idea que sostiene cualquier planteamiento visual. Cuando le pregunté en qué consistía agresión que sentía podía provocarle el autorretrato, pareció preocupado y también, incomodo.

— Lo que ocurre es que un autorretrato no sólo es un documento visual, también es una historia. Por lo tanto, la pregunta que suelo hacerme es ¿Que tanto puedo controlar lo que digo y lo que muestro? ¿Como puedo protegerme incluso de ese mirada escrutadora del otro? Es casi imposible controlar lo que puedes o no mostrar en un autorretrato. Llegados a cierto punto, toda imagen que produces es de hecho una autorreferencia. Pero el autorretrato es una deliberada expresión de tu capacidad interior para comprenderte y elaborar metáforas sobre lo que asumes personal.



Little Secrets - Autorretrato.
Sus palabras me conmovieron, aunque por supuesto, ya había pensado en ideas semejantes desde hacía décadas. Después de todo, prácticamente crecí frente al lente de una cámara. Como creo haberlo comentado antes me tomo autorretratos desde que tengo once años de edad. De hecho, me parece que podría decir que comencé antes, con la torpeza de mi vieja polaroid y una pequeña cámara Kodak que me habían obsequiado en algún cumpleaños. Por supuesto, no sabía lo que hacía — o por qué lo hacía — pero mirarme en imágenes siempre me produjo sobresaltos. Tal vez existe una definitiva dicotomia entre la imagen — o la percepción — que tienes de ti mismo en tu mente y la que te ofrece la realidad. O se trate de una cierta sorpresa filosófica. El caso es que siempre existe un genuino temor, una sensación de puro desconcierto que da paso a algo más. A preguntas, a pequeños cuestionamientos. A ideas que se crean en si mismas a través de esas imágenes que reflejan una cierta idea personal que nunca termina de completarse. Porque un autorretrato es, ante todas las cosas, un concepto a medio terminar de tu mente, de tu propio mundo, de tu espíritu.

Pero a los diez años, nadie piensa en esas cosas. Yo no lo hacia, al menos. Me tomaba autorretratos como quien intenta comprender una palabra especialmente difícil. Lo intentaba porque no sabía que me hacia sentir tan triste — o feliz — , o porque me ponía tan nerviosa en esas fotografías. De esa época conservo las interminables polaroids, de una niña medio borrosa de grandes ojos asombrados. De noche. De día. De pie en la calle. Tal vez una alegoría de esa sensación confusa de reconocimiento, esa borrosa imagen de la niña que apenas comienza a comprenderse. Un ojo que sobresale. Un mechón de cabello que vuela en el aire. De nuevo la eterna pregunta: ¿Quién eres?


La voz del Lirio - Autorretrato.
Supongo que comencé a hacerme autorretratos propiamente dichos, cuando entré en la adolescencia. En una época donde la identidad parece diluirse, que apenas te reconoces en la ráfaga de cambios que te golpean a diario, la belleza es en lo último que piensas. Ya para entonces, tenía mi vieja Canon EF — que todavía conservo — y tenía una noción bastante vaga, pero aun así, evidente, que estaba documentándome, que con cada fotografía, me miraba de una manera totalmente distinta a como podía hacerlo en el espejo, a través de las palabras o incluso, a través de las opiniones de los demás. Porque mi Querido diario durante la adolescencia tenía el sonido de un click y la consistencia del film. Mirándome, crecer, transformarme, de fotografía en fotografía, comprendí más de mi misma que de cualquier otra forma. Me vi reflejada de mil maneras distintas, fui testigo de mi crecimiento y fue la manera más sincera que encontré de decirle adiós a mi adolescencia cuando terminó.

Siendo ya una joven mujer, el autorretrato fue mi refugio. Y no hablo de una construcción narcisista donde adoré y apuntalé mi yo para encontrar un significado más o menos coherente de las esquinas y formas de mi mente. En realidad fotografiarme fue una manera de aprender del mundo, observando el único objeto de observación del cual podía abusar, maltratar y a la vez, consolarme. Me miré fijamente entre lágrimas, cuando murió mi abuela. Me sacudió el temor agudo cuando sufrí un asalto y comprendí la situación real que vive mi país. Me miré, una y otra vez, navegando entre emociones, entre palabras, gritos, risas, suspiros, angustia, desazón, belleza, alegría, satisfacción, amor, desnudez, soledad. Y me vi, con una frialdad de pesadilla, corriendo en un salón de espejos interminable, escapando de mi misma, cubriéndome la cabeza de pánico y quizá de puro miedo. Miedo por lo que veía, miedo por lo que me hacia sentir esa imagen que se deformaba, crecía se hacía única. Mi propio mundo desmenuzado, analizado y vuelto a construir a través de la fotografía.



Double Vision - Autorretrato.
De manera que sí, podía comprender perfectamente el planteamiento de mi amigo. Aún más, esa noción sobre el autodocumento espejo — el motivo por el cual nos fotografiamos o elaboramos una ideal visual sobre nuestra identidad — no sólo es parte esencial de por qué fotografío sino del constante cuestionamiento al que me someto al crear visualmente. Porque es inevitable, hacerte todo tipo de preguntas, sobre los motivos que te llevan a elaborar visiones y reflexiones visuales sobre quien eres. Pero mucho más allá lo es, cuando decides asumir que la fotografía puede ser de hecho reflejo de algo más profundo que un tópico o una idea esencial sobre lo que somos o quienes somos.

Claro está, la respuesta de mi amigo me obsesionó por días no sólo por resumir varios planteamientos básicos por los cuales el autorretrato tiene un valor esencial como obra creativa, sino también por demostrar la desconfianza que produce. Con frecuencia, el autorretrato se considera un tipo de género fotográfico menor, cuando no, por completo superficial. Un prejuicio que parece muy relacionado con ideas muy vagas y abstractas sobre el hecho que el autorretrato es un reflejo de cierta vanidad esencial o algo tan simple, como una imagen que ensalza la belleza o un tópico estético determinado. En realidad, el autorretrato es un documento de enorme valor personal y artístico. Una meditada reflexión sobre los elementos que componen nuestra personalidad y más allá, de como nos concebimos.

Y es que analizar un autorretrato — o lo que nos hace tomarnos uno — es parte de un trayecto emocional muy profundo y complejo, porque refleja, entre otras ideas, la manera como asumimos la diferentes dimensiones del Ego, los paisajes intrincados de nuestra mente, esas regiones luminosas y sombrías de nuestra individualidad. El autorretrato no sólo responde a una serie de cuestionamientos muy precisos sobre el ideario personal, sino que además, plantea toda una serie de inquietudes acerca de cómo nos percibimos a través de símbolos. Nada es casual en un autorretrato, aunque parezca accidental, fruto del azar o incluso, de decisiones estéticas superficiales. Un autorretrato es de hecho, una aproximación insistente a lo que se muestra como concepto artístico y que atañe a cada objeto de observación de nuestro mundo particular. Todo un autorretrato es una declaración de intenciones y también, un argumento sobre el quién somos y cómo aspiramos a ser comprendidos.



Feminidad - Autorretrato de María Perez.
Mi amiga María, que lleva a cabo un interesante proyecto de autorretratos basados en la intimidad, el auto descubrimiento y la noción sobre el documento de la historia personal, logró plasmar una dificilísima etapa de su vida a través de autorretrato. No sólo lo hizo creando metáforas personales sobre su identidad, sino que logró encontrar una combinación de símbolos esenciales, que convirtieron su fotografía en una idea profunda y que se sustenta sobre sus aspiraciones y reinvenciones personales. Porque para María, fotografiarse se trata de un proceso de descubrimiento, pero también, una percepción directa sobre el origen de sus dolores y temores. Y en medio de ese recorrido, María encontró en la fotografía un refugio, una manera de reflexionar sobre sus experiencias como una idea esencialmente visual. “Me he autorretratado en la miseria y en la calma…. A diferencia de los otras chicas, que hablan de vanidad o de mostrar lo triste de uno mismo, para mi, el autorretrato, es un tema de aceptación. Es la percepción que tengo de mi en mi vida cotidiana, esté pasando por un buen o mal momento. Me acepto como soy y muestro como me siento… Al principio fue difícil, poco a poco fui encontrando más formas de mostrarme y sentirme cómoda . Fue así como traspasé la frontera y el tabú de mirarme (que no tiene nada que ver con como me miran los demás), y ya no pude parar. El autorretrato es terapia para mi”, escribió cuando le pregunté al respecto. Para María el autorretrato no sólo es un reflejo de una idea personal, sino un motivo de cuestionamiento y reflexión sobre las ideas que se construyen a partir de sus planteamientos visuales.

Tal vez por ese motivo, con frecuencia, para mis alumnos de mi clase de autorretratos, la experiencia de fotografiarse por primera vez resulta inquietante y abrumadora. Lo es, a pesar de que la mayoría de hechos, son talentosos fotógrafos en géneros distintos y que tienen una considerable experiencia detrás de cámara. Y no obstante, sienten una profunda timidez al encontrarse frente al lente y elaborar discursos visuales donde deben mostrar y reconstruir su historia personal en imágenes. Una idea que desconcierta a la mayoría de ellos y sobre todo, les demuestra que el autorretrato tiene la capacidad de mostrar ideas sensibles o vulnerables a través de metáforas fotográficas inesperadas.

Y sin embargo, la experiencia resulta siendo no sólo asombrosa sino profunda, por el mero hecho de construir una nueva interpretación sobre si mismos. La mayoría se sorprende de lo que puede llegar a encontrar a a través de sus imágenes y aún más, de lo que puede crear a través de ellas. Uno de ellos llegó a insistir en que probablemente “el autorretrato le había brindado un definitivo empuje a esa curiosidad por si mismo que jamás había tenido y que siempre consideró poco menos que vergonzosa”. Cuando le pregunté como se sentía elaborando ideas visuales a partir de su historia personal, sonrío. “Libre, así me siento” me respondió.



Estelar - Autorretrato de Marianna Di Fernando.



Mi amiga Marianna, también tiene una percepción similar sobre el tema. Como fotógrafa, tiene una mirada romántica e idealizada de su entorno, que re elabora a partir de toda una serie de nociones y percepciones simbólicas que sostienen su lenguaje fotográfico.








Autorretrato - Marianna Di Fernando. 


Y sin embargo, es el autorretrato, donde Marianna encuentra ese equilibrio entre lo profundamente estético y el documento personal. Porque Marianna asimila la idea estética de su lenguaje y lo reconstruye a través del autorretrato, sino que además, lo dota de una metáfora propia que le brinda un enorme valor artístico. Y es que como fotógrafa, Marianna no sólo se cuestiona sobre lo que considera estético o no, sino como asume el valor de sus símbolos personales al momento de crear. ¿El resultado? Una obra onírica, profunda y estéticamente original.









Serie "Mecánicas Celestes",
"La Emperatriz" - Autorretrato.
No obstante, más de una vez, se insiste en la idea sobre el autorretrato como auto representación, o lo que es lo mismo, la idealización de un aspecto de nuestra personalidad. El personaje que creamos a través de la imagen basado en nuestras opiniones e ideas más profundas. Una idea que durante años construí y que de hecho, llegó a confundirme en más de una oportunidad. ¿Que tanto es un autorretrato una imagen que es de hecho una caracterización? ¿Que representa en realidad una fotografía donde somos una criatura de nuestra imaginación? Cuando le pregunté al respecto a uno de mis profesores de fotografía, pareció sorprendido que no percibiera de inmediato el juego de percepciones y simbología que intervienen en la creación de una auto representación.

— La auto representación es una metáfora dentro de una metáfora. Una construcción visual que se sostiene sobre la capacidad del fotógrafo para representarse y elaborarse como un personaje basado en sus inquietudes. De manera que si un autorretrato es el documento personal en estado puro, la auto representación es la alegoría sobre ese simbolismo personal, lo que lo hace mucho más intrincado e incluso poderoso que la mera autorreferencia.

Por supuesto, esa noción parece contradecir esa percepción personalísima del documento visual que se achaca al autorretrato. El debate, reflexiona sobre el argumento que se sostiene en el hecho que la idealización puede incluir — o no — aspectos esenciales de lo que consideramos elemental en la concepción visual y lo que no es. Y sin embargo, a pesar de su complejidad, la auto representación insiste en mostrar líneas coherentes sobre lo que desea mostrar, el lenguaje visual como un nueva proyección de ideas con respecto a lo que consideramos esencial en esa cuestión que se debate con tanta frecuencia como lo es la noción sobre el quien somos.









Elisa Bartolome es una fotógrafa española con una mirada muy profunda sobre su identidad personal. No sólo medita sobre sus ideas visuales a través de exquisitas imágenes, sino que las dota de una percepción alegórica.














Autorretratos - Elisa Bartolome. 

Y es esa a estructura entre lo que lo visualmente sugerente, la historia que la imagen cuenta y lo simbólico, lo que crea una percepción muy profunda sobre lo que el autorretrato puede ser y sobre todo, aspira a crear. A medio camino entre la autorepresentación y una meditada autoreferencia, el trabajo de Elisa apela a un tipo de imaginario femenino muy profundo y sobre todo, intrincando que sostiene su propuesta fotográfica.



Autorretrato - Cristina Rabascall.
Cristina Rabascall suele auto representarse con mucha más frecuencia que directamente documentarse. Su mitología personal es tan intrincada como las criaturas inquietantes que crea a partir de su imagen personal. Como fotógrafa, Cristina plantea la necesaria reflexión de cual es la frontera entre lo que consideramos documento referencial y lo que es, de hecho, una noción insiste sobre lo que nos identifica. Y a partir de ese análisis, ha logrado un tipo de equilibrio entre ambas ideas intrigante: Ninguna de sus fotografías es completamente un autodocumento formal, pero tampoco una representación real. Entre ambas nociones — percepciones de si misma y sobre todo, su capacidad para construir una noción formal sobre su imagen — nace un estilo visual que sorprende por su riqueza y sobre todo, desconcierta por ser de hecho una percepción sobre su historia personal por completo nueva. Una historia a medio construir entre la realidad y la fantasía.

¿Que hace a un autorretratista serlo? ¿Que crea esa cartografía de lo intimo que supone a un autorretrato? Me he hecho la misma pregunta la mayor parte de mi vida y sobre todo, en diferentes momentos de mi carrera fotográfica. ¿Un autorretratista es sólo el que se toma autorretratos o es el que inicia una búsqueda consciente de ciertas ideas básicas sobre si mismo? ¿Que hace que una fotografía se transforme en un autorretrato y obtenga una consiste relevancia documental sobre el hecho personal?

De jovencita, jamás analicé esas ideas a fondo. De hecho, pasé la mayor parte de mi adolescencia exclusivamente fotografiándome sin detenerme a pensar en el motivo por el cual lo hacia. Un recorrido en dirección contraria a través de la ese debate esencial sobre por qué deseamos captar imágenes. Mientras la mayoría de los fotógrafos comienza su trayecto fotográfico a través de una mirada curiosa con el entorno, yo lo comencé analizandome desde la percepción insiste de descubrir mi identidad. Me fotografié tantas veces y de tantas formas, que llegué a preguntarme si lo que hacia no era otra cosa que un ejercicio de auto exploración sin mayor trascendencia fotográfica o estaba intentando construir una reflexión consistente sobre quien soy y como me miro. La cuestión llegó a obsesionarme: por años me negué a llamarme a mi misma fotógrafa e infravaloré mi trabajo, convencida que de hecho, el autorretrato no era otra cosa que una manifestación de ciertas ideas sobre el ego y la vanidad. Finalmente, uno de mis profesores favoritos de fotografía, Nelsón Garrido, llegí para poner las cosas en su sitio. Cuando escuchó mi argumento sobre la mucha preocupación que me producía que mi trabajo fotográfico fuera solo una aproximación narcisista a la imagen, se irritó.

— Todo lo que hacemos es un autorretrato. Desde las fotografías aparentemente más impersonales hasta un documento personal, toda fotografía cuenta nuestra historia. Que hayas tomado la decisión de crear una estructura de trabajo basada en los autorretratos, no hace otra cosa que señalar hacia donde apunta tu interés fotográfico: ya sea que te mires como parte de un ejercicio visual o seas tu propio enigma visual que resolver, el autorretrato o el habito del autoretratista sólo es una visión sincera del ejercicio fotográfico. En la imagen, todos hablamos sobre nosotros y nuestra circunstancia. Nos guste o no, los aceptemos o no.

Luego de esa conversación, asumí el autorretrato como una percepción esencial de mi manera de crear. Fue una especie de reconstrucción de todo ese temor acerca de por qué me autorretrato o por qué es mi expresión visual predilecta, pero más allá, el núcleo de lo que hacemos o sustentamos sobre lo que la fotografía es — o se comprende — como lenguaje visual. Y es que somos una atribución inmediata de quien somos o como nos concebimos. Y más allá, como nos comprendemos y nos miramos a través de lo que fotografiamos o nuestras razones para hacerlo.

De manera que, luego de muchos años de profunda relación con mis símbolos personales y sobre todo, con mi propia capacidad para crear, continuo asumiendo el autorretrato como un espejo esencial de quien soy y hacia donde me dirijo como creadora artística. Más allá de la percepción del autorretrato como un acto de puro narcisismo — de ese deseo de la belleza, de la autocomplancencia — continuo preguntándome si estoy equivocada en la manera en que construido mi memoria visual hasta ahora, o simplemente debería entender que este documento visual caprichoso, doloroso y personal hasta lo inaudito es parte de un mundo enorme y brusco, que lleva esfuerzos explicar y mucho más, comprender.

Un cuestionamiento que probablemente seguiré haciéndome por mucho años más y que no está destinado a tener una respuesta concreta sobre la cual meditar. Una forma forma de expresión abstracta sobre nuestra identidad.

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