domingo, 26 de julio de 2015

La sonrisa de los pequeños secretos y otras historias de brujería.






Cuando era niña, solía pensar que la naturaleza - así, en general - era una criatura viva. Que podía mirarme y comprenderme con la misma atención que cualquier ser de carne y hueso. Y que por cierto, era tan inteligente como cualquier ser humano. No tenía idea de donde había sacado esa percepción, pero de pronto, tuve la sensación que en todas partes, encontraba huellas y pruebas que era cierto. Por supuesto, que no era una idea fácil de entender y mucho menos, muy clara. Pero me obsesionaba. La pensaba a toda hora y momento. Era como una perspectiva del mundo muy privada que nadie podía entender.

Por supuesto que, a mi prima M., pragmática y malcriada, toda esa chorrada de la naturaleza viva, le traía sin cuidado. Las veces que intenté explicarle la idea, me escuchaba con los ojos en blanco y mascando chicle con un gesto displicente muy chocante y que en lo particular, solía irritarme de inmediato.

- ¿Entonces qué? ¿No pisas una cucaracha por que te morirás de culpa o que cosa? - me dijo en su habitual tono burlón - ¡La niña botánica!

Soltó una carcajada que me resultó muy hiriente. Sentada en el butacón de su habitación, tuve deseos de salir corriendo arrojando la puerta. Pero no lo hice: por alguna razón me parecía muy importante que esa adolescente petulante, de cabello repeinado y mejillas maquilladísimas, me comprendiera.

- No se trata de eso. A veces siento que todo tiene...un hilo que lo une - comencé, intentando explicarle lo que pensaba tantas veces al día que se había convertido en una especie de imagen recurrente sobre el mundo - como si los árboles, el cielo, las plantas, fueran algo tan elemental para todos como comer o dormir. Como sí...el mundo estuviera vivo.

La miré, con los ojos muy abiertos y sorprendidos. Caramba, eso si que no lo había pensado antes. ¿El mundo, vivo? ¿Ese planeta enorme que todos habitábamos teniendo quizás un espíritu, una personalidad? Tuve una imagen mental clarísima: imaginé la curva celeste en el espacio, flotando radiante contra el infinito y la línea de los continentes y países, moviéndose en un parpadeo. Respirando bajo el fragante vaivén de los mares, del cielo azul interminable. Lo vi tan claro, que me quedé de pie, con las manos extendidas, como si esperaba que la tierra bajo mis pies comenzara a mecerse con suavidad.

- ¡Mira que dices necedades! - soltó mi prima, sacándome de mis fantasias - ¡La tierra solo es tierra! Y los mares agua sucia que sale de los desagues del mundo. Los bosques y selvas viven y mueren sin que nada cambie. Toda esa cursileria tuya del Mundo vivo, no es otra cosa que una necedad de niña. Cosas que te crees escuchando tanto a la abuela y a las tias.

Sacudió su brillante melena rizada con un gesto coqueto y se miró de nuevo al espejo, para comprobar su maquillaje. Me quedé muy quieta, conteniendo la respiración, como si sus palabras me hubieran golpeado físicamente. Los ojos se me llenaron de lágrimas que me apresuré a ocultar.

- Mira, lo que yo te digo es, empieza a mirar el mundo con todas sus cosas feas - me dijo, con su mejor voz de adolescente experimentada de dieciséis años - el mundo es como es. Y soñarlo bonito no lo hará distinto.

Salió como un vendaval de la habitación, dejando un rastro de perfume dulzón en el aire. Me quedé allí, hundida entre sus cojines de ganchillo, sintiéndome muy triste y angustiada. Un poco rota. Y es que de pronto, tuve la impresión que mi prima me había golpeado, no con sus manos, sino con sus palabras, lo cual era más doloroso aún. ¿Sería verdad que el mundo como yo lo veía era simplemente una de mis fantasías de niña? ¿Que era más feo que bonito? ¿Que era más simple que complejo y rico? Ese era un pensamiento triste. Miré por la ventana el bello jardín de mi abuela, tan caótico como frondoso y de pronto, me pregunté como sería mirarlo como un conjunto de plantas mal recortadas, de árboles viejos y polvorientos, de flores brotando por doquier. ¿Quizás era sólo eso?

- ¿Que te preocupa niña?

Casi me caí del cojín de la sorpresa, pero en realidad no era extraño que mi tia E. apareciera como por ensalmo en mitad de alguna habitación silenciosa. Era la madre de mi prima y todo lo que su hija no era. Alta, de bellos ojos grises, silenciosa y amable, era quizás la mujer más intrigante de la familia. Sabía que había enviudado siendo muy joven y en ocasiones, me preguntaba si esa leve dulzura suya, tenía que ver con esa temprana tristeza. No lo sabía, pero el caso era que con sus prolongados silencios atentos y sus gestos delicados, era como una heroína trágica y discreta. Siempre vestía de gris y llevaba el cabello bien peinado en una trenza impecable. La viva imagen de la dulzura, o así me lo parecía a mi.

- Una discusión que tuve con prima, no te preocupes - le dije, encogiéndome de hombros - nunca nos entendemos.

Tia me miró unos minutos en silencio. Sus ojos brillaban como la plata pulida, reflejando la luz de la ventana. A pesar de su edad - debía tener casi la misma que mi madre o más - su aspecto era el de una mujer mayor, con sus pequeñas arrugas alrededor de los ojos y los labios. Me hizo un gesto cariñoso mientras se inclinaba para recoger la ropa que su hija había dejado amontonada en el piso de la habitación.

- Lo sé. ¿Qué la provocó esta vez? - insistió. Suspiré. Me avergonzaba expresar en voz alta una idea que ahora comenzaba a parecerme tan ridícula. Pero, al parecer la tía no se iba a dar por vencida hasta que le respondiera.
- Le dije que creía que el mundo estaba vivo. Y ella me dijo que no. Que sólo era un montón de plantas y tierra sin más - le expliqué en voz bajita - que sólo es una gran piedra...

Apreté los labios. La tía siguió recogiendo piezas de ropa sucia, calcetines disparejos y zapatos sin trenzas. Lo arrojó todo en una esquina de la habitación y después me miró. Tenía su acostumbrada expresión sobria e incluso dura.

- ¿Y tu que piensas? ¿Que tiene razón? ¿Te convenció?

Esa pregunta me sorprendió. Había esperado que tia, una adulta de verdad, no sólo apoyara la idea de prima, sino que además, me dijera su punto de vista. Pero ahora me miraba, al parecer muy interesada por lo que podía decir.

- Pienso que...- tragué saliva - me da miedo que sea cierto.
- Pero piensas también que no puede serlo.
- Espero que no lo sea - admití - me gusta pensar que...

Miré por la ventana. El sol parecía estallar en la línea vertical de la montaña. Más allá, Caracas resplandecía en rojo llameante en las últimas luces de la tarde. Todo era tan bello, tan asombroso, que la mera idea que no significara nada me dolía. O mejor dicho, que sólo fuera algo que mirar sin el menor sentido, como si el mundo solo fuera accidental.

- Me gusta pensar que puede ser importante toda la belleza - continué - que...es capaz de mostrar que la vida puede ser asombrosa. O no sé...

Me entristecí otra vez. Ni yo me podía explicar la sensación que me hacía sentir el sonido del viento, el sabor de mis frutas favoritas, caminar descalza por la hierba mal cortada del jardín desordenado de la casa. Solía sentir que esas sensaciones eran pequeños portentos, obsequios que disfrutar de un mundo generoso y espléndido que apenas comenzaba a descubrir. Pero si era como decía prima...bueno...sacudí la cabeza un poco entristecida. Entonces todo eran pequeñas cosas dispersas, como si la naturaleza fuera ciega en su capacidad de mostrar belleza y también fealdad.

- Y puede ser así - dijo mi tia cuando le expliqué lo anterior - de hecho, es más probable que el mundo sea caótico que un organismo organizado como tu lo entiendes. Pero aún así, mi niña, está vivo. Y lo que sientes y lo que de despierta, también es real.

- Pero...¿Entonces solo me imagino esas cosas?  - pregunté con cierta impaciencia - ¿Que el sol tiene un brillo como de oro y las hojas de las plantas tiene un olor único? ¿Si de verdad no me esforzara tanto en ver las cosas así serían así de bonitas?

Tia suspiró y se sentó en la cama de su hija. Rodeada de cojines multicolores y los  afiches de actores de Moda colgados en la pared de la habitación, tenía un aspecto venerable y muy sencillo. Me llevó esfuerzo a reconocer a mi prima en ella, pero cuando lo logré, de inmediato noté el parecido: ambas tenían el mismo cabello grueso y brillante. También una expresión fuerte y delicada. Aunque tia era mucho más dulce, como si el paso de los años le hubiera moldeado una expresión mucho más blanda que la impertinente que solía tener prima. Eso me hizo sonreír, a mi pesar.

- Brujita, el mundo es lo que deseas que sea. Somos el conjunto de nuestras percepciones, de lo que vivimos y lo de que experimentamos cada día - me respondió - somos todo lo que creemos, lo que asumimos real o no. Y de esa manera miramos el mundo. Tu mirada es una muy bella y radiante. Una muy sincera.
- ¿Y por eso necia? - me lamenté.
- Por eso real - me corrigió - Por eso es parte de como percibes todo lo que te rodea. Me hablas de un mundo vivo, de un mundo lleno de pequeñas hilos que unen una cosa con otra. En realidad, lo que miras es tu propia mente, tu propia capacidad para disfrutar de lo que te rodea, de lo bello y de lo feo que puede contener. Eso es un tipo de visión. Una forma de soñar.

Sacudí la cabeza. Era una idea muy bonita, pero no me satisfacía. En realidad, no quería que el mundo fuera como me lo imaginaba, sino que en realidad lo veía como era. Una sutileza que con once años no podía definir bien pero que aún así, expresaba una serie de ideas sobre lo que creía real - y lo que no - que comenzaba a perfilar mi personalidad. Mucho después comprendería que esa necesidad de hacerme preguntas y de mirar ambos puntos de vista sobre lo mismo, sería una manera de crear que terminaría disfrutando y apreciando de por vida.


- Pero entonces...el mundo no es así en realidad ¿Verdad? - me quejé en voz muy bajita. Tia soltó una carcajada en voz baja.
- Hace mucho tiempo me hice la misma pregunta.
- ¿Cuando?
- Cuando mi esposo murió.

Contuve la respiración. Tia casi nunca hablaba sobre eso o al menos, no conmigo. Sabía que el tio, a quien sólo conocía en fotografías, había muerto luego de enfermar aún siendo muy joven. Había ocurrido apenas unos pocos años después de casarse y cuando aún, mi prima era una bebé. Siempre me había preguntado como tia se había enfrentado sola a una situación tan dura y angustiosa. Como había logrado recuperarse del dolor de algo así. La idea me producía angustia. ¿Como sobrevives a la muerte de alguien que amas?

- Era muy joven, casi una niña aún - continuó - y cuando ocurrió, sentí que había estado engañada durante toda mi vida. De pronto, la felicidad, el amor, incluso el bienestar se habían transformado en miedo. En angustia. En una percepción del mundo tan dura que comencé a preguntarme como podíamos ser tan hipócritas o ingenuos, para creer en la bondad o la maldad, en la belleza o lo feo. En cualquier idea que adornara el mundo. Me quedé devastada. Me quedé enfurecida. Y me hice las mismas preguntas que tu. Pero claro. Mucho más profundas.

Sacudió la cabeza y luego hizo algo muy extraño: tomó su larga trenza y comenzó a deshacerla. Lo hizo con gestos rápidos, enterrando los dedos entre los largos mechones de cabello grueso y dejándolo caer sobre sus hombros. Con la cabeza medio inclinada, su perfil tenía algo de radiante, delicado. Como si la niña rota que me describía aún sobreviviera en el rostro de la mujer que era.

- ¿Y que hiciste? - pregunté curiosa.
- Odiar - respondió. Y sonrío. Una rara sonrisa de dientes blancos y regulares, pero carente de toda alegría - los amaneceres por recordarme que comenzaba un día en soledad. Las noches por traerme sueños con tu tio. Los días por la ausencia. La lluvia por deprimirme. La luz del sol por invasiva, por quemante. De pronto, el mundo no era nada más que dolor. Y me regodeaba en eso. Me regodeaba en la sensación de creer que la realidad era una colección de momentos desagradables y rotos.

La imaginé, muy joven y bella, como la había visto en algunas fotografías de la casa, tan parecida a prima que en ocasiones, las había confundido ambas. Llorando, rebelandose contra la tristeza de aquella manera. Con los labios apretados, los ojos grises secos de furia. La imagen me asustó, me lastimó.

- ¿Y...como...? - comencé. Tragué saliva - ¿Como fue que...?
- ¿Como dejé de odiar?
- Sí.
- No es sencillo.

Sacudió la cabeza. La melena entrecana le cayó sobre los hombros. Se inclinó un poco, apoyando las manos sobre las rodillas, como si escuchara sonidos muy lejanos que yo no podía.

- Me pregunté si el mundo era como yo lo veía o como era. Y cual era la diferencia entre ambas cosas. Una pregunta filosófica. Una pregunta abstracta que una madre viuda con una hija en brazos no se puede dar el lujo de hacerse, pero que me hacía - me explicó. Me sorprendió que me hablara así, como si yo fuera una adulta. Como si yo pudiera comprenderle a cabalidad, sin saber si lo haría. Me pareció un gesto tan afectuoso que me emocione - Después de todo, nada me satisfacía. Cada cosa a mi alrededor me molestaba. Me hería. El mundo era en realidad una imagen de mi tristeza.

Miró a su alrededor. Deteniéndose en las muñecas que prima coleccionaba en estantes de un chillón color rosa, en los libros desordenados. En las cortinas de colores vivos. En los dibujos que su hija colgaba en las paredes, de grandes trazos firmes que mostraban rostros sorprendentes. Una habitación radiante de belleza, llena de sueños e ideas. Me gustaba estar allí justamente por eso, a pesar de que mi prima me cayera muy mal casi siempre.

- Hasta que un día, lamentandome, la belleza me atrapó - dijo. Una frase rarísima que no entendí del todo - me atrapó. No puedes escapar de lo bello. De lo que te conmueve, de lo que te emociona. No puedes huir siempre de la satisfacción, de la alegría. Aunque lo intentes, aunque lo hagas con tanta furia que el mundo se transforme en una colección de sombras. Porque sí, todo lo que te rodea está vivo. Lo está porque tu lo asumes imprescindible, enorme. Radiante, desbordante de ideas.

Se levantó. Caminó por la habitación. La miré con la boca abierta por su efusividad, por su vitalidad. Era mi tia, con su ropa gris impecable, pero también la mujer de cabello suelto y enmarañado que me decía esas cosas. Que me hablaba sobre un mundo vivo, tal y como yo lo había soñado. De subito, tuve la impresión que no sólo se trataba de la belleza del mundo sino de algo más profundo: su significado. La forma como podía verlo pero también percibirlo. Asumirlo. Aceptarlo.

- En brujería, se suele decir que la bruja hace del mundo, arte. Que la magia es ese arte convertido en expresión de algo más allá de ti mismo - continuó la tia - que lo que ves, como lo percibes, son esas infinitas cualidades y elementos que puedes descubrir. Que a medida que profundizas, que buscas en medio de lo que te rodea, encontrarás algo más valioso que lo obvio. Me ocurrió a través mi hija, me ocurrió con mi vida. Encontré que las lágrimas solo eran una dimensión de las cosas. Que la furia, el luto, el dolor, sólo era un reflejo de los cientos de ideas que miras a diario. A pesar de la tristeza descubrí que deseaba encontrar significado, continuar. Y fue como renacer. Fue como sobrevivir.

Me miró, con una sonrisa amplia y amable. Y esta vez, si fue una verdadera sonrisa. Una espléndida y brillante, que nunca le había visto. Me pregunté por qué la tia guardaba el secreto de esa sonrisa. Ocultaba esa bella expresión de paz que me mostraba en ese momento. ¿O era que yo sólo la había visto por primera vez? ¿Qué sólo en esta ocasión me había dedicado a mirar a mi tia más allá de lo que aparentemente mostraba? La idea me fascinó.

- Una vez leí que toda bruja construye mundos - me dijo. Suspiró, un gesto largo y sentido que me conmovió - y es verdad. La capacidad para crear es una manera de mirar el tiempo. De asumir las ideas más profundas. De creer y de crear.

El viento de Agosto entró por la ventana y de pronto, tuve la sensación que la noche brillaba en todos los objetos de la habitación. Como si la luz lenta y reposada que entraba por la ventana, formara parte de todo, de cada cosa y pensamiento que flotaba en el silencio. Cuando mi tia se inclinó para besarme en la frente, la abracé.

- Te quiero tia - murmuré. Ella río y me apretó entre sus brazos un momento.
- Ve a crear mundos. A eso vinimos a este.


***

Tendida en la hierba mal cortada del jardin antipático de mi abuela, miro el cielo centellante en púrpura. Las estrellas parecen arremolinarse en la cúpula celeste, bailar y retorzar en medio de la oscuridad sedosa. Cuando escucho a mi prima acercarse, la ignoro.

- ¿Y ahora que te pasa niña botánica? - me dice. Pero sonríe al hacerlo. Se deja caer a mi lado, un gesto lento y cálido - ¿Que miras?
- Los mundos.
- ¿Cuales?
- Esos.

Señalo las estrellas, la oscuridad. La luna que pendula. Pienso en lo que dijo tia unas horas antes, sobre el poder de crear y de crear. De mirar más allá de lo evidente. Quizás mi prima no lo vea, o yo me lo imagine. Pero en medio de ambas ideas, hay un poder misterioso, discreto, hermoso. La imaginación que se eleva, la mirada que crea emoción. Una región nueva de mi mente. Cuando mi prima se ríe en voz baja, no me molesta. O no tanto, pienso con cierta irritación.

- ¿Y que mundos son esos? ¿Me cuentas?
- Si quieres.
- No tengo nada mejor que hacer.

Ahora reímos juntas. Y de pronto, su risa me recuerda a la de su madre, a la de esa mujer desconocida de cabello suelto y ojos grises que sonríe feliz. Pienso entonces en todo lo que somos y ocultamos, en la belleza de lo que aspiramos y en ocasiones intentamos alcanzar. En todo lo que nos obsequia la realidad y en nuestra manera de comprenderla. En la capacidad para crear.

Un sueño a medio completar.

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