lunes, 17 de agosto de 2015

La originalidad en el cuerpo de trabajo fotográfico: Unas reflexiones




Hace unos años, uno de mis profesores de fotografía me retó a tomar autorretratos donde abandonara lo que llamó “mis vicios más evidentes”. A saber, mi tendencia a llevar el cabello suelto, los ojos muy maquillados, usar espacios vacíos y levemente desenfocados como fondo y sobre todo, tener un aspecto un poco atemporal e incluso, distante. Me insistió en que debía rebasar las ideas estéticas que hasta entonces me habían parecido elementales en mi trabajo y tratar de probar que nuevo punto dentro de mi lenguaje fotográfico. Me asusté.

— Pero esas ideas visuales son las que me definen — le expliqué — si no las uso, será el trabajo de otro. O al menos, no el que yo creo me representa mejor.

— Entonces lo que haces es repetir elementos durante tus fotografías, no expresar ideas — me respondió — intenta decir lo mismo, pero de una manera por completo nueva.

Al principio, aquello no resultó del todo bien. Comencé a fotografiarme intentando aproximarme a lo estético de una manera nueva, pero me sentí profundamente incómoda, irritada e incluso desconectada de la idea esencial de mis imágenes. Siempre me había obsesionado lo femenino, la idea de la identidad de la mujer como una percepción fotográfica, pero dejar a un lado los planteamientos que consideraba indispensables en la idea, me dejó un poco confusa. Una y otra vez, me encontré que en realidad, no sabía a donde dirigir mis esfuerzos visuales, si no podía recurrir a ese imaginario tan personal que me había creado por años. Además, estaba el hecho estético muy específico que mis autorretratos siempre habían tenido una idea visual muy semejante entre sí y renunciar a ella, me hizo sentir perdía parte del considerable esfuerzo y trabajo que le había dedicado. Cuando se lo expliqué al profesor, me miró con cierta irritación.

— Si te resulta sencillo, ya no estás diciendo nada. Estás repitiendo los mismos planteamiento de maneras distintas o profundizando sobre las mismas reflexiones sin mucha profundidad. Intenta decir algo nuevo, siempre analizando tus obsesiones, pero desde un matiz nuevo. Te sorprenderá lo que encuentres.

A regañadientes, continué intentándolo. Probé con nuevas formas de iluminación, analicé desde otro punto de vista mi forma de concebir el espacio e incluso reflexioné sobre el análisis artístico de los símbolos que solía utilizar desde una dimensión nueva. Pero mis fotografías seguían pareciéndose mucho unas a otras. Tanto como para parecer versiones más o menos idénticas entre sí. Desanimada y cansada, recuerdo que apagué todos los equipos de iluminación y me senté en medio de una colección de trozos de tela, espejos y pelucas, preguntándome si había llegado a algún tipo de frontera en mi capacidad creativa visual. Es una idea que aterra y sobre todo, te hace cuestionarte si tu obra fotográfica es de hecho un cuerpo de trabajo autoral o sólo una colección de fotografías parecidas entre sí.

Entonces, me miré en el reflejo de uno de los espejos que estaba utilizando y no me reconocí. Era un ángulo poco favorecedor. Me veía pálida, con las mejillas blandas, los labios entreabiertos y un poco cuarteados. Pero era yo, al fin y al cabo, con los ojos muy abiertos y preocupados, ojeras púrpuras y el cabello despeinado. Tomé la cámara y sin moverme de donde me encontraba, me fotografié.

La imagen que resultó fue muy extraña: era un autorretrato de una mujer que no reconocí, pero que aún así me parecía profundamente familiar. Descubrí entonces, que por primera vez en mucho tiempo no me estaba autorrepresentando — que es una variante conceptual del autorretrato — sino mirándome. Y eso me paralizó de miedo. Pero fue un miedo lírico, de esos que inspiran. Recuerdo que pensé, que tenía tanto tiempo sin mirarme — a la cara, más allá de la necesidad de conceptualizarme como idea creativa — que me sorprendió lo que encontré. Y también me desconcertó. ¿Por qué había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que me había auto documentado? ¿Qué ocurría con mi forma de fotografiar que había convertido mis autorretratos en infinitas representaciones de un yo idealizado? Entusiasmada y confusa, anoté todas las preguntas. Y me decidí a responderlas fotográficamente lo mejor que pude.

Por casi dos semanas, me fotografié desde ese ángulo intimista que tanto me molestaba. No me preocupé por verme hermosa o pensar en mi como objeto fotográfico, sino crear una expresión elemental sobre mi inquietud sobre la identidad de la mujer y el concepto de lo femenino. Seguí fotografiándome hasta que las imágenes me resultaron insoportables por su crudeza, hasta que me provocaron dolor y llanto. Pero seguí hasta que me asombré por los resultados que obtuve, hasta que me desconcertó ese lento trayecto hacia una nueva percepción de mi individualidad. Cuando miré las fotografías como un conjunto — un ensayo quizás de un tema recurrente — encontré los mismos elementos que hasta entonces había utilizado pero elaborados de manera distinta. Una nueva perspectiva pero con un idéntico mensaje. Una expresión novedosa de una percepción personal.

Cuando se las mostré, mi profesor miró las fotografías con una sonrisa de satisfacción. Levantó una de ellas — en donde me miraba al espejo con un gesto de profunda angustia por el mero hecho de no poderme ocultar detrás de mi cabello o del maquillaje que solía usar en mis autorretratos — y la contempló de cerca, quizás estudiando mi expresión casi infantil de miedo o el simple hecho, que era en si misma un manifiesto de intenciones.

— Cuando encontramos la manera de decir las mismas ideas pero de formas por completo nueva, alcanzamos una idea fotográfica profunda pero sobre todo, una identidad fotográfica de inestimable valor — me dijo — un fotógrafo debe tratar de encontrar no sólo una forma de expresarse sino de alcanzar una suficiente coherencia visual como para continuar haciéndolo mientras evoluciona como creador artístico y quizás, a nivel personal.

Nunca olvidé ese consejo. De hecho, lo aplico la mayoría de las veces en mi trabajo fotográfico. Y es que la capacidad para reinventarse que todo fotógrafo debe asumir como necesario, es parte de toda una construcción conceptual que debe cimentar no sólo lo que se crea como expresión visual, sino lo que se expresa a través de un conjunto de imágenes. Porque la fotografía, más allá de un documento inmediato, es también la combinación de símbolos estéticos y metafóricos que brindan a cualquier expresión creativa un valor consistente. Por tanto necesario — cuando no, imprescindible — que la fotografía no sólo tenga un valor autoral concreto sino también, admita las transformaciones y concepciones evidentes y conscientes del fotógrafo como creador. Así que, vale la pena preguntarse ¿qué podemos hacer para asegurarnos que nuestras imágenes puedan transformarse y construir un discurso fotográfico que admita nuestra evolución personal? Luego de investigar algunas semanas al respecto, creo que podría resumir esa búsqueda de la siguiente manera:

* ¿Qué ves en tus fotografías?
En una ocasión, el investigador fotográfico Wilson Prada me insistió que para analizar toda fotografía, debemos primero comprender los elementos que la forman. Puede parecer un enunciado sencillo, hasta que caemos en cuenta que la mayoría de las veces, pasamos por alto una serie de detalles específicos dentro de una imagen que pueden resultar imprescindibles para comprender el mensaje que expresa. Una idea que el profesor Prada suele resumir con la frase “el arte de saber mirar”.

— Todo fotógrafo debe dedicar unos minutos a observar una fotografía analizado cada uno de los elementos que la componen, incluso si parecen superfluos o accidentales — me insistió — eso te permitirá no sólo analizar las imágenes como un conjunto de mensajes sino también las implicaciones que pueden tener.

El método es en realidad sencillo: se trata de desglosar la imagen enumerando los elementos que la forman por separado. Haciéndolo, te permite asumir que cada objeto y detalle de una fotografía crea una unidad temática, sino que además, te permite comprender la imagen como parte de la capacidad del fotógrafo para metaforizar su lenguaje visual. Más allá: Obliga el observador a ser muy consciente de las ideas que se exponen en un documento fotográfico y más allá, como se compone el lenguaje para resultar — o intentar serlo, en todo caso — comprensible.

El ejercicio también es válido y necesario para tus propias imágenes. Mira tus fotografías con atención y analiza como elementos únicos todo lo que la conforma. Desde lo más insustancial — o que puede serlo — hasta lo que define de manera muy evidente tu estilo visual. Se trata de un ejercicio visual que te permite no sólo analizar la recurrencia de los símbolos que utilizas para expresar tus ideas sino también, comprender hasta que punto, tomamos decisiones estéticas y artísticas aunque no sepamos que lo hacemos. Clasifica, detalla, construye un panorama visual sobre lo que haces o decides dentro del espacio visual y mental de cada una de tus imágenes. Es probable descubras utilizas con mucha frecuencia un tipo de iluminación o que siempre utilizas las mismas reglas de composición para componer el espacio que creas en imágenes. Progresivamente esa atención a lo que haces como creador — y sobre todo, tu manera de ejecutar tus ideas fotográficas — construye una perspectiva muy específica sobre tu lenguaje visual y sobre todo, a donde te diriges en la construcción de ideas específicas. Más allá de eso, esa reflexión incesante sobre que deseas expresar y los motivos por lo que lo haces.

* Rompe tus propios esquemas:
Hace unos años, me tropecé con una galería fotográfica vía web donde las imágenes eran virtualmente idénticas: desde el manejo de la luz hasta la reflexión sobre los espacios y fondos creaban retratos tan semejantes entre sí que me llevó esfuerzos reconocer que había de hecho, diferencias evidentes entre ellos. El fotógrafo siempre fotografiaba a sus modelos de pie en planos muy abiertos, con luz muy delicada y usando una paleta de colores muy similar. Cuando meses después conversé con el autor, me sorprendió escucharle decir que le preocupaba tomar decisiones artísticas nuevas, porque podrían contradecir su “espíritu artístico”.

— No me atrevo a cambiar algunas de las cosas que hago regularmente porque eso implicaría simplemente perder mi identidad — me explicó.

No supe que responder a eso y de hecho, me llevó unos meses investigar lo suficiente como para poder hacerlo con propiedad. Para entonces, ya había leído el imprescindible La aventura semiológica de Roland Barthes y tenía algunas ideas mucho más claras sobre el quehacer fotográfico y sobre todo, el hecho conceptual como parte del discurso autoral en el ámbito visual. De manera que le escribí al fotógrafo, preguntándole si lo que creaba su expresión fotográfica eran los elementos que usaba — el esquema de valores y expresiones constructivos — o algo mucho más profundo que no había explorado. Unas semanas después, respondió mi correo electrónico con una sola imagen: Una fotografía de si mismo de espaldas, con los brazos colgando junto al cuerpo. Había fuertes contrastes de iluminación y noté que el plano se había reducido tanto como para resultar claustrofóbico.

“Estoy trabajando en mis diferencias, veré a donde me conducen”, me escribió simplemente. Mucho después, me contaría que le llevó meses de experimentación llegar a esa única imagen sino además, crearla de manera consistente.

No se trata sólo de hacer lo que jamás harías fotográficamente o innovar tomando riesgos creativos — que también es una forma de evolución — sino obligarte como ejercicio conceptual e intelectual a profundizar en tus ideas y metáforas en formas por completo novedosas. Con frecuencia, como fotógrafos creamos de maneras muy semejantes, lo cual resulta inevitable: somos una combinación de experiencias y referencias que mezcladas crean un resultado semejante. O lo que es lo mismo, todos miramos en direcciones distintas del espectro fotográfico por razones personales. Pero, de vez en cuando se hace necesario que esa mirada no sólo se transforma en un tipo de análisis mucho más intrincado sino que además, admita la reflexión sobre ideas conceptuales mucho más complejas que las que hasta entonces hemos manejado. Y es que el replanteamiento de esquemas — y sobre todo, el análisis conceptual de la visión fotográfica — puede permitirte la oportunidad de encontrar planteamientos nuevos sobre nuestras opciones creativas y más allá de eso, las razones por las cuales creamos.

* ¿Eres consciente de cuantas veces repites la misma imagen? Y otros cuestionamientos que necesariamente debes hacerte:
Hace poco, leía un artículo sobre una preocupante tendencias de imágenes idénticas entre fotógrafas de la misma edad y parecida condición social. El artículo, analizaba ideas sobre la identidad y la individualidad creativa, basándose en la repetición incesante de imágenes muy parecidas entre sí. Desde el uso de tonos pastel y rosa, hasta escenas familiares captadas desde la misma perspectiva y bajo el mismo planteamiento visual, esta nueva visión de la fotografía más preocupada por parecerse entre sí que por diferenciarse. El artículo finalmente, analizaba el hecho que la creatividad visual, parecía enfrentarse a la necesidad de la comercialización inmediata y algo que resultaba mucho más preocupante, el superficial análisis del concepto fotográfico en las ideas que propone.

De manera, que es necesario que en ocasiones, analices con un sentido crítico lo que estás creando fotográficamente. No se trata sólo de analizar lo que contienen tus imágenes o el discurso que manejas, sino hasta que punto tomas decisiones artísticas basadas en la complacencia de ideas externas que deseas imitar o que te parecen inevitables. ¿Utilizas una paleta de color específica gracias a tus referentes o se trata de una forma de acentuar el mensaje que manejas? ¿Las fotografías que tomas forman parte de un cuerpo de trabajo concreto o sólo intentas imitar las fotografías que te agradan? ¿En qué consiste tu trabajo autoral? ¿Lo tienes? ¿Cuáles son las ideas que manejas con mayor frecuencia? ¿Por qué lo haces? ¿Lo haces de manera original o te limitas a versionar imágenes estandarizadas? Una y otra vez, planteate ideas específicas, asimila lo que haces como una forma de expresión de tus ideas, obligate a superar vicios con respecto a la creación artística que puedan afectar tu trabajo fotográfico como trasfondo personal y cultural.

* Imitar te enseña, innovar te permite crecer:
Unos años atrás, conocí a una fotógrafa cuyo portafolio era más o menos, una copia libre de las mejores fotografías de una conocida artista visual muy conocida en Redes Sociales. Las imágenes no sólo eran virtualmente idénticas sino que también, un compendio de trabajo confuso que parecía incluir una serie de ideas intermedias entre la identidad fotográfica muy poco trabajadas. Poco después le mostré el conjunto de imágenes a uno de mis profesores, que siempre solía insistir que imitar es el medio más rápido de aprendizaje del que dispone cualquier fotógrafo.

— ¿Es válido todo esto? — pregunté — quiero decir, no hay una sola imagen que sea suya. Son versiones y reinvenciones de otro autor.

— Todos copiamos, sepamos o no, porque la originalidad fotográfica nace del planteamiento, no de la imagen en sí — me contestó — pero, llegado a cierto punto, todo autor desea crear. Utilizar las ideas que le agradan para construir algo nuevo y personal.

— Pero esto es sólo una copia de muchos otros trabajos — insistí —. ¿Cómo puedes crecer como artista sólo haciendo lo mismo que otros?

— Eventualmente, todo fotógrafo encuentra que decía decir sus propias ideas — me dijo el profesor — quizás se trata de una evolución como planteas o del hecho que un creador visual, necesita hacerlo. El hecho es que imitar es una manera de aprender técnica fotográfica y algunas nociones básicas sobre reinterpretación, pero crear te hace evolucionar.

La idea me desconcertó por meses, sobre todo después de leer el estupendo libro “Modos de Ver” de John Berger. El autor, no sólo analizó como afecta nuestro modo de ver — físico y mecánico — la forma como interpretamos lo que nos rodea, sino que además reflexionó sobre la originalidad, el hecho de la construcción de un lenguaje fotográfico y algo que elaboró toda una nueva teoría sobre la concepción fotográfica: El sentido de la propiedad. ¿Que símbolos y expresiones visuales podemos considerar nuestros? ¿Que hace la diferencia entre un símbolo Universal y la forma como lo utilizamos a nivel personal? Porque para Berger, no se trata sólo que lo visual se construye desde la identidad que reinventa sino también, de la uniformidad de símbolos e ideas que cimentan una expresión ideal sobre lo que deseamos expresar. En otras palabras, porque creamos lo que creamos e incluso, por qué asumimos la capacidad creativa visual como una forma de comprensión del lenguaje visual desde lo intimo.

Más allá de eso, lo visual como recurso y expresión creativa, forma parte de una serie de ideas específicas que se sostienen sobre un discurso intimo. En su libro “El ojo y el espíritu” Maurice Merleau Ponty reflexiona sobre la mirada más allá de lo evidente, sobre la búsqueda de ideas y propuestas más allá de lo que consideramos obvio. Y aunque Merleau Ponty se refiere en especifico al ámbito pictórico, su análisis podría incluir con toda la facilidad a la fotografía. Para el autor, de la misma manera que para Berger, la originalidad es un concepto que debe basarse no en la forma, sino en el fondo de lo que expresa. En la capacidad de analizar y trasponer ideas comunes desde puntos de vista novedosos. En definitiva, en la mirada autoral que brinde identidad a la idea que plantea.

Así que imita, si lo deseas pero recuerda que el planteamiento visual personales una forma de construir una idea artística propia y sobre todo, nueva sobre lo que deseamos crear. Un discurso a nuestra medida que puede expresar no sólo la manera como nos comprendemos, sino la percepción esencial de quienes somos.



Una lista corta, quizás, pero que resume esa búsqueda incesante de lo que consideramos imprescindible y sobre todo, personal en nuestras imágenes. Y es que después de todo, fotografiar es el arte de mirar y también, de construir ideas esenciales que puedan reflejar lo que consideramos esencial como metáfora de nuestro lenguaje creativo. O lo que es lo mismo, esa idea intima que nos distingue no sólo a nivel visual sino también intelectual. Una manera de crear.

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