domingo, 23 de agosto de 2015
Pequeños fragmentos de lágrimas perdidas y otras historias de brujería.
Gloria era la niña más popular de mi salón y también, la que peor me caía. Nos peleamos con muchísima frecuencia y ella solía burlarse de mi a la menor oportunidad. Se mofaba de mi cabello despeinado, mis ojos grandes y asombrados, de mi cuerpo larguirucho y aun sin formas femeninas. También me señalaba con el dedo y me llamaba "Loca de las Escobas", lo que había provocado que más de una vez, le tirara del cabello y me castigaran por eso. Siempre le intentaba explicar a las monjas y maestras que Gloria me odiaba, que se burlaba de mi familia y creencias, pero no tenía mucho caso hacerlo. Gloria era Gloria, con su melena rubia rozandole la espalda y su sonrisa de niña buena y parecía que eso le permitía no sólo meterme puyas cada vez que lo deseaba sino además, ganar aquellas pequeñas batallas diarias.
Por ese motivo, me sorprendió cuando Sor Juana, que enseñaba Historia, decidió que trabajaramos juntas en el trabajo final de la clase. Cuando nos nombró a ambas y nos informó que tendriamos que formar equipo, ambas protestamos a la vez. Después intercambiamos una mirada furiosa, incrédula y bastante irritada.
-¡No pienso hacer nada con la loca de las escobas! - declaró y bastante molesta debía estar para no cuidar de parecer la niña dulce y amable que siempre fingía ser, al menos delante de las maestras - ¡Yo tengo muchas amigas!
Eso era cierto. De hecho, allí a donde Gloria iba, la acompañaba un grupito de niñas del salón, entre risitas y al parecer fascinada por todo lo que hacia y decía. No le faltaría compañera de equipo, insistió y señaló las numeras manos levantadas que insistían que sustituirme como su compañera de trabajo. Una de las niñas me dedicó una mirada torcida, mezcla de envidia y sorpresa. Gloria se paró muy derecha, ufana y arrogante, con los brazos cruzados sobre el pecho en actitud desafiante.
- Se lo dije Sor Juana, cualquiera quiere ser parte de mi equipo - se ufanó - no sé porque quiere que ella lo sea.
Sor Juana, sentada detrás del escritorio, sonrío y supe que habría problemas. La monja, como todo el resto de la congregación que dirigía la escuela, sonreía en mi pocas ocasiones y en el caso de Sor Juana, envarada, dura y muy severa, sólo lo hacia cuando estaba realmente furiosa. De hecho, su gesto parecía de todo menos una sonrisa: Los labios se le ponían muy tensos y blancos y parecía mostrar los dientes más como amenaza que como una forma de demostrar felicidad. Tragué saliva, asustada pero Gloria, acostumbrada a la adulación ajena y envalentonada como siempre, le devolvió la sonrisa.
- Yo quiero que trabajes con Aglaia porque he visto que no se llevan muy bien y que llegó la hora que lo hagan - insistió Sor Juana en un tono de voz muy medido y duro que me sobresaltó. Vaya que habrían grandes problemas, pensé un poco acobardada pero Gloria siguió sin darse por enterada.
- Pero yo no quiero... yo preferiría - comenzó a decir cuando Sor Juana se levantó con lentitud del escritorio, mirándola sobre sus anteojos de lectura. Esta vez Gloria pareció entender que por primera vez en mucho tiempo, alguien no sólo estaba complaciendo sus caprichos sino que además, estaba a punto de ponerla en su lugar. A pesar del miedo que sentía, sentí también una enorme satisfacción. ¡Al fin!
- Lo repetiré sólo una vez más: Vas a trabajar con Aglaia. Y quiero un buen trabajo - dijo Sor Juana en su acostumbrado tono comedido, que presagia uno de sus disgustos memorables - ¿Quedó claro?
Gloria se mordió los labios y estuve segura que iba a poner otra objección. Pero no lo hizo. Se dejó caer en el pupitre con un gesto brusco y a hundir la cabeza entre los brazos cruzados. Sor Juana me miró entonces, con la nariz respingona enrojecida por el disgusto.
- ¿Algo que decir?
- No, claro que no.
Me senté también, en un gesto rigido y cuidadoso que tenía por intención no disgustar aún más a la iracunda Sor Juana. Ella pareció apreciar mi gesto y sacudió la cabeza. El velo que le cubría el cabello pareció a punto de caer sobre sus hombros, pero como siempre se mantuvo milagrosamente ajustado sobre su frente pecosa. Pensé que una de las cosas que más intrigaba de Sor Juana, impaciente e irritable, era también su habilidad para verse siempre muy pulcra, muy severa y fría a pesar de sus habituales disgustos.
Gloria no levantó la cabeza el resto de la clase. El resto de sus amigas le dedicaron miraditas compasivas y palmaditas amables, a la vez que me miraban enfurecidas, como si hubiese sido yo y no Sor Juana, quien hubiese insistido en que debíamos trabajar juntas. Cuando sonó el timbre de recreo, Gloria tomó su morral y corrió afuera, en un gesto muy dramático que me fastidio. Flor, unos pupitres más allá puso los ojos en blanco.
- ¿Pero que le pasa? ¿Que tanto escándalo? - me preguntó mientras ambas almorzabamos juntas en el patio de recreo. Gloria y sus amigas estaban acurrucadas en el otro rincón, con las cabezas inclinadas y murmurando como abejas enfurecidas. Me encogí de hombros.
- Bueno, soy yo, la "loca de las escobas" - dije. Me dolió decirlo en voz alta - se debe sentir...uhmm
Como yo, pensé. Como si tuviera que ser amiga de la niña rara y pálida que pasaba más tiempo leyendo que jugando, la que jamás se peinaba y jamás había usado maquillaje, hablaba de muchachos o las peliculas de moda. Y es que yo, criada entre adultos y sobre todo, por mujeres indómitas y un poco locas, sabía muy poco de como ser "normal" o al menos a la manera que eran normales las niñas de colegios, con sus grupos de modas, sus actores de peliculas adorados y sus largas conversaciones sobre las fiestas a la que asistían. Era un poco deprimente a veces: me sentía como si viviera siempre a la periferia, al otro lado de la frontera de la popularidad, condenada a ser simplemente yo.
- Bueno, que se la pase la angustia o ya verás como se pone Sor Juana - dijo Flor con su habitual pragmatismo. Le dio un mordisco al sandwich que comía y masticó lentamente, mientras al parecer pensaba en la furia de Sor Juana por el mero hecho que alguien se atreviera a desobedecerla - yo no me arriesgaría a eso.
Aparentemente, Gloria tampoco. Al final del día, se acercó a donde me encontraba y se quedó de pie, muy rubia y pedante, esperando a que yo le dirigiera la palabra. No lo hice. Con una cierta alegría malsana me quedé sentada en el muro de las Begonias de la Escuela, mirándola con todo descaro y esperando que hablara.
- Ya escuchaste a la maestra - dijo por último. Me pareció que casi escupía las palabras - tenemos que hacer el trabajo ese juntas.
- Yo puedo escribir una parte por mi lado y tu la tuya, no tengo problemas - le respondí. Gloria apretó los labios, enfurecida.
- ¿Que voy a escribir yo?
- Lo que quieras. Yo puedo investigar y tu lo ordenas, no tenemos ni que vernos la cara - dije con cierta altaneria. La verdad era que estaba disfrutando aquello - De verdad, no tenemos ni que reunirnos ni nada más.
- Si quieres yo puedo dibujar los mapas y tu escribes todo - dijo entonces. Levantó su bonito rostro de mejillas sonrojadas - dibujo mejor que tu, como sabes.
Era verdad. De hecho, dibujaba mejor que cualquier otra persona que yo conociera. Tenía un talento enorme para usar los colores y las líneas y esa era una de las razones por las que era tan popular en el salón. Además de ser muy bonita, saber bailar y conocerse todos los chismes de moda, pensé con cierto rencor. Con todo, aquel ofrecimiento no me pareció del todo justo, asi que sacudí la cabeza.
- No, cada quien escribe lo suyo y ya tu sabrás lo que quieras hacer - insistí. Le extendí la hoja con los puntos que Sor Juana quería tocaramos en el trabajo pero Gloria no movió un dedo para tomarlo. Me encogí de hombros - ya tu sabrás.
Gloria no me respondió. Hizo una especie de puchero malcriado y corrió hacia el lugar donde su madre le esperaba, justo fuera de las rejas del colegio. La miré alejarse y pensé que realmente, nunca había sentido tanta antipatía por nadie. Gloria no sólo encarnaba todo lo que yo no era sino además, todo lo que se suponía yo debía ser y no quería. Con un suspiro me pregunté si siempre sería así, si el mundo me presionaría a la menor oportunidad para tener el cabello largo y sedosa, las mejillas sonrojadas, para ver películas y escuchar música que no quería. Ese pensamiento me ponía nerviosa.
- No tienes que hacer nada que no quieras, hija - dijo mi abuela cuando le comenté lo anterior ese día más tarde - Haz lo que quieras y lo mejor que puedas. Lo demás es aprendizaje.
Me encogí de hombros y me incliné sobre el teclado de la vieja computadora de la biblioteca para seguir escribiendo el trabajo de historia. Para ella era fácil, pensé con cierto fastidio. Era una bruja bella y respetada, que sabía de todo y a la que nadie se le ocurría criticarla. Conmigo las cosas eran muy distintas: era bajita, irritante y no muy agraciada, en medio de una multitud de niñas que se morían por ser identicas entre sí. Suspiré.
- Intento hacerlo, pero...
- ¿Que tanto te molesta de Gloria?
Mi abuela había escuchado con enorme paciencia mi perorata sobre la insufrible Gloria, sobre la popular Gloria, la necia de Gloria. Me encogí de hombros, con los labios apretados de tristeza.
- No me molesta ella, en realidad. Me molesta que al parecer yo le fastidie tanto - confesé - siempre se está burlando de mi, fastidiandome. Me dice "La loca de las escobas".
Pensé que mi abuela se enfurecería al escuchar el epíteto. En lugar de eso, soltó una carcajada tan alegre que me sorprendó. Me quedé muy confundida mientras ella caminaba por la biblioteca, quitando el polvo de sus libros de aqui para allá.
- Tu tatarabuela solía decir que a quienes molestamos, le damos la importancia de representar lo que nos preocupa en nosotros mismos - me dijo - en otras palabras, los convertimos en metáforas de lo que no quisiéramos mirar en nuestra mente o en nuestra manera de comportarnos. Tal vez Gloria te mira y siente que hay algo en ti, que le recuerda algo que desearía en si misma.
¿Que podía desear Gloria de mi? me pregunté. Acaricié con la punta de los dedos mi cabello rizado e indomable, recordé mi poco conocimiento sobre las cosas que estaban de moda, sobre muchachos y maquillaje. Gloria era admirada justo por las cosas que me hacian a mi la niña rara del salón. Esta vez mi abuela se había equivocado, sin duda y así se lo dije.
- Ah, seguro es así. Que sea bruja no quiere decir que sea infalible. O mejor dicho, no deseo serlo - comentó con una de sus carcajadas alegres - las brujas aprendemos cometiendo errores. ¿No lo sabias?
La verdad que no. Mi abuela sacudió la cabeza cuando la miré desconcertada.
- Hay una vieja leyenda irlandesa que contaba la historia de una bruja que le gustaba equivocarse. Llegar al camino incorrecto, cocinar con los ingredientes equivocados, leer el libro que no debía, llamar a sus niños por los nombres cambiados - volvió a reir - todo el mundo pensaba que estaba loca, hasta que una de las mujeres del pueblo donde vivia le preguntó por qué lo hacia.
- ¿Y que le dijo?
- Que todo lo equivocado abre una puerta nueva y desconocida. Que es magia pura, que es una forma de crear y construir por completo nueva - me explicó mi abuela - equivocarte quiere decir que estás intentando algo realmente bueno. Y es una forma de crecer y hacerte más fuerte. Quien no se equivoca, no aprende nada.
Me gustó esa frase. Me quedé pensando en ella mientras abuela continuaba ordenando sus cosas de la biblioteca. Luego suspiré, con cierto cansancio.
- Bueno, seguramente Gloria me odiará por no hacer el trabajo perfecto y dibujar tan bien como ella - me quejé. Mi abuela se encogió los hombros, en un gesto que la hizo parecer muy joven y despreocupada.
- Te lo dije, haz lo mejor que puedas y aprende de lo que ocurra. No hay otra manera de crecer.
Pensé en sus palabras mientras esperaba a Gloria en el recreo dos días después. Se suponía que deberíamos entregar el trabajo la semana siguiente y aunque yo había avanzado un poco en hacerlo, Gloria continuaba ignorando olimpicamente cualquiera de mis intentos por comparar apuntes o al menos, mostrarme lo que había escrito hasta entonces. Por último, le pasé una nota malhumorada en plena clase insistiendo sobre el tema y me aseguré que Flor se la hiciera llegar. La vi leer el papel y después arrojarlo al suelo. ¿Es que no le interesaba lo furiosa que se pondría Sor Juana si no llegábamos a entregar el trabajo? Sentí que las venas me ardían de furia ¡Que malcriada insoportable!
Pero quizás Gloria no era tan indiferente al disgusto de la monja. La miré acercarse a donde me encontraba, por una vez sin la escolta del pelotón de niñas sonrientes que la acompañaba a todas partes. Se plantó frente a mi y me extendió un fajo de papeles, sin dignarse a mirarme. Cuando los tomé, descubrí que se trataban de los mapas que debía incluir el trabajo, dibujados con tanta habilidad que dejé escapar un silbido involuntario de admiración. Tenían un trazo firme y colores extraordinarios. De nuevo, me sorprendió la habilidad de Gloria y la odié un poco por eso.
- ¿Y lo demás? - pregunté de mala gana. Ella finalmente me miró a la cara. Tenía el rostro sonrojado por el disgusto y la incomodidad.
- ¿Que cosa?
- ¡Tus apuntes!
- Eso es todo lo que haré para el trabajo - soltó altanera - si quieres lo aceptas o...
- ¿O que? - dije y en un arrebato de furia, arrojé los preciosos mapas al suelo. Gloria dio un salto de pura sorpresa y soltó un jadeo de consternación - ¡Estoy cansada que seas tan necia! ¡No voy a hacer este trabajo sola! ¡Y no me importa lo bellos que sean tus mapas!
Para dejar muy claro lo que decía, di un salto y pisoteé los papeles con un gesto que después, me parecería irrespetuoso y terrible, pero que en ese momento, expresaba mi frustración con la actitud de Gloria. Ella soltó un gemido de angustia y me miró con los ojos muy abiertos y aterrorizados.
- ¿Por qué haces esto? ¡Eres una loca! ¡Te ODIO! - gritó. Todas las cabezas del patio de recreo se volvieron para mirarme - ¡TE ODIO!
La miré correr por hacia el pasillo de la dirección, con la rubia melena flotando al sol. Ya me imaginaba que ocurrirá después, me dije con la respiración agitada: iría a acusarme con alguna maestra o quizás, a decirle a Sor Juana que yo había destrozado sus primorosos mapas. ¡Que se los dijera! pensé desafiante, ¡Que le contara...!
Me agaché a recoger los mapas. Estaban llenos de marcas de polvo y tierra, pero aún así eran muy bonitos. Me arrepentí de haberlos pisoteados pero no de haberle dejado claro a Flor que ella también tendría que trabajar en la Investigación de historia, por muy mal que le cayera yo y por muy mimada que ella fuera. Que no permitiría...
- Oye...
La voz me sorprendió. Dio un salto aún con los mapas en la mano. Una de las amigas de Gloria me miraba a una prudente distancia.
- ¿Que pasa? ¿También me vas a acusar con la maestra? - le grité. La chica me miró y sacudió la cabeza, pálida y avergonzada.
- Quería contarte una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Porque Gloria siempre dibuja y nunca escribe.
Me quedé en una pieza. Me levanté, sosteniendo los mapas con cuidado. Pensé que si los sacudía con un paño y mucha paciencia, podía dejarlos presentables. La niña me dedicó una larga mirada silenciosa.
- ¿Eres una chismosa? - me preguntó.
- ¿Como dices?
- ¿Vas a ir a contarle a todo el mundo lo que te voy a decir?
Nunca había hablado con ella. De hecho, tenía la impresión que era la primera vez que ambas intercambiabamos más que un buenos días. De todas las amigas de Gloria, era la única que jamás se reía de mi ni se burlaba, como la hacía ella. Era en realidad, tan callada como yo, inteligente y aplicada y ahora que lo pensaba, no entendía como era tan amiga de alguien como Gloria. Sacudí la cabeza, fastidiada.
- ¿A quien se lo voy a decir?
- A nadie se lo puedes decir.
- Te lo prometo. No le diré lo que quieras decirme a nadie.
La niña esperó y se sentó en una piedra cerca de las feas bigonias del colegio. No recordaba su nombre pero me daba vergüenza decírselo. Me devané los sesos intentando encontrarlo en la maraña de rostros de alumnas del colegio. Me senté a su lado en la muralla de las Begonias, entre incómoda y desconcertada.
- Gloria no lee bien - dijo entonces. Lo dijo en voz muy bajita y abriendo mucho los ojos, como si se sorprendiera de confesar aquello - No lo hace desde niña. Sus amigas la ayudamos a escribir los trabajos. Ella siempre dibuja. A ninguna le parece mal.
Me quedé boquiabierta. Jamás había notado que Gloria tuviera dificultades para nada y me pregunté si su amiga estaría mintiendo para justificar su flojera y su obstinación. Pero la niña se veía triste y sincera. No parecía especialmente interesada en convencerme de nada.
- Conozco a Gloria desde que eramos chiquiticas - me dijo - la quiero mucho, a pesar de...lo...
- Pesada que es - completé. La niña sonrío.
- Es pesada pero es mi amiga. Se pueden ser las dos cosas.
- ¿Tu dices?
- Conmigo lo es.
Recordé que Gloria siempre compartía almuerzo con la niña sin nombre. Que iban juntas de un lado a otro y que eran mucho más unidas que el resto del club de fans que la seguía a todas partes. Se me hizo muy raro y desconcertante pensar que Gloria tuviera una real buena amiga, alguien que se preocupara tanto por ella como para hablar conmigo y contarme algo tan serio.
- Creo que Sor Juana se sospecha que siempre le ayudo más de lo debido en sus trabajos - me explicó - y que por eso te dijo a ti, que nunca la vas a ayudar. Pero...
- No le voy a hacer el trabajo - insistí. Su amiga asintió, preocupada.
- Lo sé, pero tampoco creas que es por flojera. Gloria es una buena persona. Solo que tiene miedo y comete muchos errores.
¿Gloria con miedo? pensé asombrada. Más tarde, la miré sentada en su pupitre, muy erguida y altanera, sin dirigirme una sola mirada. Sus amigas cuchicheaban y me señalaban furiosas - sin duda les había contado lo de los mapas - pero yo solo la miraba a ella. Tenía las manos apretadas sobre el pupitre, el cuaderno cerrado. Ahora que lo pensaba, jamás la había visto escribir en él. Jamás...
- Oye ¿Le vas a decir a sor Juana que Gloria no ha hecho nada en el trabajo? - me preguntó Flor muy sorprendida, cuando le mostré los mapas. Pensé en contarle lo que la niña sin nombre me había dicho, pero me contuve. Sacudí la cabeza.
- Voy a intentar hablar con ella.
- Seguramente te va a gritar.
- Seguramente.
Hacia mucho tiempo, me había gritado con una de mis primas hasta quedarme ronca. Habíamos estado discutiendo por una necedad - me parecía recordar que por un cuaderno de dibujo - y de pronto, ambas estábamos todo lo furiosa que podían estar dos niñas de mi edad. Mi abuela nos había dejado gritar y lanzarnos improperios la una a la otra hasta que finalmente y sin que supiera cómo, comenzamos a reirnos. A carcajadas, hasta que nos brotaron las lágrimas. Entonces me sentí maravillosamente bien y tan alegre que sentí quería a mi prima mucho más que antes. Mi abuela sonrío cuando se lo conté.
- En Brujería, creemos que hay que dejar salir el fuego para mirar el humo alzarse al viento - me dijo. Parpadeé desconcertada.
- ¿Como es eso?
- Cuando estés muy furiosa, enfurecete aún más. Y después te sorprenderá encontrar que los motivos para estar tan disgustada son muy poco importantes. Comenzarás a pensar con claridad.
- Eso no pasa nunca - dije. Entonces recordé mi discusión con mi prima - bueno, no siempre.
- Tu intentalo. Aprende que enfurecerte es tan importante como comprender por qué lo haces.
Pensé en eso cuando me acerqué a Gloria. Estaba rodeada de su grupo de amigas y de inmediato me señaló y me gritó uno de los motes que solía ponerme. Soltó una carcajada maligna y luego saltó en un solo pie, como si estuviera sufriendo un ataque.
- Alli viene la niña de las viejas locas ¡La loca de las escobas! - gritó. Todas se rieron. Su amiga callada me miró a cierta distancia, preocupada y avergonzada.
Sentí que la furia me coloreaba las mejillas. Pensé que podía gritarle, decirle que ya sabía que era una tonta que no podía escribir dos palabras juntas. Me imaginé lanzandole hojas blancas, retandola a escribir cualquier cosa, mientras el resto de las niñas la miraban. Diciendole que era una niña torpe que...pero no lo hice. De pronto, sentí que la furia se hacia algo más denso y amargo, pero soportable. Tomé una bocanada de aire.
- Quiero hablar contigo una cosa - dije. Gloria soltó otra risotada y se acercó.
- ¿Me vas a devolver mis mapas?
- Hablemos de como vamos a escribir el trabajo.
Se puso pálida. Escucharme decir aquello pareció acobardarla como nada lo había hecho. Tuve la sensación muy clara que Gloria sabía exactamente a que me refería y que esa idea - el mero pensamiento que yo podía humillarla así - la aterrorizaba. Pero yo no agregué nada más y me quedé esperando hasta que ella pareció recomponerse un poco y volver con sus amigas. La escuché despedirse de ellas "Tengo que hacer lo que la monja esa me mandó" y después regresar a donde me encontraba, cautelosa. El grupo de chicas se alejaron, lanzandome miradas burlonas y vivarachas.
Nos sentamos juntas, una frente a la otra en el pasillo vacío frente al patio de recreo. Gloria parecía inquieta, abrumada y sobre todo incómoda. Y de pronto, sólo una niña de mi edad. Una niña preocupada, cansada y un poco hosca. Sentí una rara sensación de comprensión e incluso de simpatía.
- Tu amiga me dijo de tu...problema - comencé. Abrió los ojos, hizo un gesto entre furioso y triste. Me apresuré a levantar las manos - Oye, no se lo diré a nadie.
- Si, claro - se burló. Tenía lágrimas en los ojos. Me miró enfurecida y desafiante - ¿Por qué no?
Con su pregunta, entendí dos cosas: que sin duda, Gloria si diría algo así sobre mi sin saberlo y que además, lo había hecho antes. Parecía más sorprendida que cualquier otra cosa cuando sacudí la cabeza, aburrida de la discusión.
- Porque no creo que sea decente - dije simplemente - porque no me ayuda en nada. Lo único que quiero es que terminemos el trabajo ese y no tener que volver a hablarte.
Gloria apretó los labios. Supongo que para ella no era una experiencia común que alguien no quisiera ser su amiga o le adulara a toda hora. Extendí los mapas - que seguían siendo asombrosamente hermosos a pesar de estar un poco maltrechos - y se lo di.
- Incluiremos los mapas, pero tu debes hacer una introducción y la conclusión, yo puedo hacer lo demás - le dije. Gloria soltó un respingo impaciente.
- Yo no... - se mordió los labios - ¡Yo no puedo escribir como tu!
Ahora parecía francamente furiosa y dolida. Y recordé lo que me había dicho mi abuela: " Tal vez Gloria te mira y siente que hay algo en ti, que le recuerda algo que desearía en si misma. " ¿Se trataba de eso? me pregunté sobresaltada. ¿Gloria me tenía tanta antipatia porque yo podía escribir y ella...no? Suspiré desconcertada.
- ¿Que te cuesta escribir? - pregunté en el tono más inofensivo que pude.
- No sé. No puedo hacerlo - me dijo - las palabras me salen al revés o no puedo...
Se llevó un dedo a la boca y comenzó a mordisquearse las uñas bien recortadas y con barniz de un rosa brillante. Asentí sin comprender mucho pero ahora sí, mucho más consciente que el problema era grave y no una mera malcriadez suya.
- Yo te ayudo.
- Si te vas a burlar...
- Yo no me burlo de nadie - dije. Y me contuve para no añadir lo que se me vino a la cabeza "a diferencia de ti" - te ayudo y salimos de esta.
Gloria no parecía muy convencida. Por último estiró la mano con un gesto pomposo que casi me hizo reír. Le extendí la mia y compartimos un apretón rápido de manos sudorosas.
Los días que siguieron, fueron extraños. Gloria y yo pasamos juntas la mayoría de los recreos, para sorpresa de su grupo de aduladoras e incluso, llegamos a compartir un par de horas de biblioteca. Descubrí que Gloria tenía verdaderos esfuerzos por distinguir algunas letras y escribirlas en el orden correcto. Me pregunté si durante toda su vida, había tenido que pedir ayuda a sus amigas o seguramente a su madre, para llevar a cabo las tareas e incluso, aprobar los examenes. Gloria tenia buenas notas - era especialmente inteligente en matemáticas - pero ahora entendía, porque hacia tanto barullo en clase de historia o literatura. Porque sus trabajos siempre eran parte de los grupales. Porque jamás salía demasiado bien en los exámenes, a menos que alguien le diera una mano. Cuando le pregunté por qué no se lo decía a alguien, se enfureció.
- ¿A alguien como a quien? - me respondió - ¡Esto es mi secreto!
Su amiga sin nombre nos miraba de lejos. Supuse que se habian peleado, a juzgar por la manera como dejaron de dirigirse la palabra y evitaron mirarse. Con todo, la chica parecía aliviada porque yo estuviera ayudando a Gloria y de nuevo me sorprendió su lealtad. Me pregunté como habían llegado a ser tan amigas.
- No lo sé, lo somos desde niña. Quiero mucho a Luisa - me explicó Gloria, con sencillez. Me sorprendió escucharla decir que quería a alguien, que se expresara con esa sinceridad y comencé a preguntarme si había mal juzgado a Gloria, tanto como ella lo había hecho conmigo.
El viernes de esa semana, le dije que debíamos ir a mi casa para completar el trabajo. Se negó en redondo.
- No iré a esa casa de...
- ¿De brujas?
Apretó los labios, sacudió la cabeza. Supongo que seguía pensando que debía irse con cuidado conmigo, para evitar le dijera a todos lo que sabía de ella. Finalmente se encogió de hombros, con cierta irritación.
- Me da miedo lo que dicen de ti. Que tu abuela es una bruja y que...
- Lo son.
- ¿Pero de las de verdad?
- Ven y te cuento.
Gloria se mantuvo todo el camino hacia mi casa en silencio. Eso, a pesar que mi abuela le hizo preguntas muy amables y alabó su bonito peinado. Pero ella parecía desconcertada, como si la amabilidad le resultara desconocida. Cuando llegamos a la casa de mi abuela, miró todo con ojos redondos.
- ¡Pero es una casa muy bonita! - opinó mirando el jardin con ojos muy abiertos. Mi abuela soltó una carcajada.
- Caramba, con todo lo que intento que no lo sea.
Gloria se rió. Una risa de niña, abierta y franca. Sacudía la cabeza. Solo me faltaba que terminara cayendome bien, me dije entristecida y un poco furiosa.
Trabajamos durante toda la tarde. Gloria tenía serios problemas para unir una frase con otra y a veces, incluso le llevaba esfuerzo leerlas. Con paciencia, logramos avanzar hasta que logró redactar una introducción decente y una conclusión corta pero comprensible. Entre tanto, disfrutó de las galletas de Avena de mi abuela, hizo preguntas sobre las escobas colgadas en la pared y se sorprendió por los cristales que mi abuela conservaba en el salón. Al final de la tarde, estaba sorprendida y agradecida. Extrañamente feliz.
- Creo que tendremos una buena nota - opinó. Había vuelto a dibujar sus mapas y en conjunto, el trabajo lucia bien y ordenado. Me senti profundamente aliviada.
- Espero, esto fue largo.
Gloria me dedicó una mirada rápida y avergonzada. Me hice la desentendida. La verdad, seguía cayendome bastante mal pero tenía que admitir que no necesitaba sus disculpas o alguna frase empalagosa. Pero se ve que yo conocía bastante poco la naturaleza humana, porque poco después, Gloria se encargó de dejar claro que jamás me perdonaría si le decía a alguien "la verdad" sobre el trabajo.
- ¡No te volvería a dirigir la palabra nunca! ¡Ni nadie del colegio! - me aseguró. Y lo hizo como si se preocupara por mi, a pesar que al parecer estaba dispuesta a provocar aquello. Me encogí de hombros, mirando el trabajo terminado con cierto alivio.
- No se lo diré a nadie. No es lo decente.
Ella volvió a mirarme como si no comprendiera mis palabras bien. Finalmente se encogió de hombros y no me dirigió la palabra hasta que su madre la vino a buscar a casa. Mi abuela y yo la miramos alejarse por la calle, caminando muy altiva, con su larga melena rubia cayendole por la espalda.
- Y sigues sin soportarla - comentó. Sonreí, cansada.
- Es una petulante.
- Seguro que sí, pero ahora, tu sabes que puedes comprenderla mucho mejor. Y eso es bueno. Todo aprendizaje te hace crecer.
Me senté en el jardin un poco desganada. Le conté a mi abuela lo que me había dicho Gloria antes de irse, el hecho que continuaba siendo antipática y cruel conmigo. Mi abuela soltó una carcajada.
- Claro que lo es. Y probablemente seguirá teniendo tanto miedo como para seguir siendolo por mucho tiempo - dijo mi abuela - pero ya sabes que todo error y todo mal entendido es un aprendizaje. Que, cada día, vas creando una nueva perspectiva de ver el mundo, incluso en gente como Gloria, a quien no le simpatizas. Se trata siempre de crecer, a pesar de todo. O incluso, gracias a todo.
Miramos el atardecer juntas. Le tomé de la mano y ella me apretó los dedos con calidez.
- ¿Es otra cosa de la brujería? - dije con una risita. Me miró perpleja.
- Eso que acabas de decir, de la sabiduría y todo lo demás.
- Mi amor, vives en una casa de brujas que crecen a diario en su necesidad de crear y aprender - me respondió. Se inclinó, me besó en la frente - aquí, todo es brujería y magia.
El pensamiento me hizo sonreír.
***
Gloria y yo obtuvimos la máxima calificación en el trabajo. Sor Juana nos lo entregó mirándonos con su gesto serio y ojos muy abiertos, que en ella, era casi un halago.
- Las felicito a ambas - comentó - aunque no puedo dejar de admitir que me sorprende.
Gloria sonrío y aduló a la monja un poco. Yo las dejé a ambas en el escritorio y me regresé para recoger mis cosas del pupitre. Me sorprendí cuando encontré a Gloria esperándome en la puerta del salón, junto a su silenciosa amiga Luisa. Al parecer ya se volvían a hablar.
- Gracias - dijo entonces. Y lo hizo como si la palabra le doliera entre los labios. Me encogí de hombros.
- No hay de qué.
Nos quedamos en silencio. El tiempo se extendió y me sentí profundamente incomoda. Pero mucho más, cuando Gloria rebuscó entre sus papeles y me extendió una hoja doblada. Luisa, a su lado, sonrío.
- ¿Y esto?
- Guardalo. Lo vendes cuando me haga famosa.
Echó a correr y salió del salón junto con Luisa. Abrí la hoja: Era el precioso dibujo de una niña de grandes ojos negros y cabello rizado, bailando en un jardin desordenado muy parecido la jardin antipático de mi abuela. La niña, que se parecía mucho a mi, levantaba los brazos y reía con una amplia sonrisa. Leí lo que Gloria había puesto abajo: "La niña de las brujas".
No supe por qué, los ojos se llenaron de lágrimas. Tal vez porque era un dibujo muy bonito o que simplemente de pronto sentí, que había magia incluso en las cosas más pequeñas, como mi abuela solía decir. Guardé el dibujo, pensando sobre los aprendizajes, los errores y las puertas abiertas.
- Está muy bonito - opinó mi abuela, cuando fue a darme las noches y vio el dibujo colgado en la pared. Sonreí.
- Me lo hizo Gloria.
- Vaya, ¿Ya no te llama la loca de las escobas?
- Seguramente lo hará - me reí. Miré el dibujo - pero ya no me importa.
Mi abuela me guiñó un ojo y me cubrió con las sábanas. Miré el dibujo sobre su hombro. La niña que era yo parecía sonreír, danzando entre estrellas de papel.
***
Me apresuré a retocar el maquillaje. Una de las amigas que me esperaba en el salón, se quejó en voz alta de lo mucho que me tardaba.
- Agla, no tenemos toda la vida.
- Ay dejala, que siempre ha sido así - dijo Gloria. Se encontraba de pie junto a la pared del estudio, mirando lo que tenía colgado en ella. Llevaba el cabello rubio recogido en una larga cola, como lo hacia de niña. Pero ahora era una mujer, alta y pálida, casi seria.
Solté una carcajada. Me acerqué a donde se encontraba. El viejo dibujo, ahora enmarcado y resguardado en cristal, pareció mirarnos a ambas.
- Oye, no puedo creer que aún lo guardes - dijo. Y sonrió - yo lo habría roto.
- Casi lo hice - le hice un guiño amistoso - pero hay pequeños tesoros que hay que conservar.
Gloria acentuó su sonrisa maliciosa. Y de pronto, solo fuimos dos niñas, en medio del pasado que se recuerda, las puertas de la memoria que se abren y las pequeñas lecciones de magia que están en todas partes. Una manera de crear.
C'est la vie.
Fascinante historia. Te felicito.
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