La cocina de una bruja es un lugar muy importante o eso solía insistir mi tia E., siempre que cocinaba. Inclinada sobre montoncitos de verduras y hortalizas, con las ollas humeando en las hornillas del fogón, me explicaba que desde hacia mucho, mucho tiempo, cocinar era un tipo de magia muy importante y trascendental. Yo la escuchaba, más por amabilidad que por verdadero interés, preguntándome con la insolencia de mis doce años, el motivo por el cual tia consideraba valioso algo que a me parecía tan cotidiano y definitivamente corriente. No se lo decía, claro está: Tia estaba por completo convencida que cocinar era la cosa más importante del mundo y me lo decía a cada pequeña oportunidad.
- Cocinar fue considerado por mucho tiempo un tipo de magia muy poderosa - me decía, mientras dejaba caer en la sopa las verduras cortadas en cuadritos y los trocitos de pollo pasados por agua - imagínate: poder transformar elementos comunes en algo tan delicioso que te haga sonreír al comerlo. Que te haga maravillarte por la sutileza de sus sabores, finamente combinados, que...¡Aglaia! ¿Me estás escuchando?
Guardé rapidamente el libro que había comenzado a leer mientras tia cocinaba y me quedé muy tiesa en la silla, entre avergonzada y divertida. Tia se acercó, moviendo el cucharon de madera que sostenía en la mano con aire amenazante. Me pregunté si me golpearía con él por atreverme a descuidar la lección de magia en la cocina. De inmediato me retracté por una imagen tan poco caritativa. La tia era una mujer adorable que seguramente jamás usaría sus amados útiles de cocina para golpear a nadie ¿O sí? No estuve muy segura, mirando el rostro redondo de mi tia sonrojado por la ira.
- ¿Te parece muy poco importante lo que pasa en la cocina no? - me reclamó. Me apresuré a sacudir la cabeza pero ella no me prestó atención - Que se trata de algo tan simple como combinar ingredientes ¿No?
Apreté los labios, conteniendo como mejor pude el "sí" que casi se me escapó de los labios. La verdad, con toda la desafachatez de mi casi adolescencia, estaba convencida que cocinar era cosa de todos los días, una rutina fastidiosa y machacona que nadie hacia de buena gana. Menos la tia, claro, me dije con cierto aburrimiento, que parecía tan obsesionada como para dedicar horas de su día a cocinar. Pero eso no se lo diría a tia, por supuesto, a menos que quisiera llevarme un buen coscorrón o peor aún, una palmada de madera de una de sus bonitas espumaderas talladas.
- Tia, lo que ocurre es que no entiendo por qué llamas "magia" a algo que puede hacer cualquiera - me disculpé en voz baja - Oye ¿Qué tiene de misterioso un pan con jamón o una arepa de queso? Eso no es...mágico en absoluto.
Abuela apretó su boquita de piñón enfurecida y se inclinó hacia mi. Retrocedí, amedrentada por su súbita furia. Tia por lo general era una mujer muy amable y risueña, aunque suponía que había equivocado el método y la forma de expresar mi opinión sobre su amada magia cocinera.
- No es tan importante como todo lo demás que te enseña mi hermana ¿No? - dijo en voz peligrosamente baja. Esta vez, tuve mucho éxito en poner cara de cualquier cosa y quedarme muy quieta, sin atreverme a decir nada. La verdad, era que aprender brujería había resultado algo muy distinto a lo que había imaginado un año atrás, cuando me había iniciado.
Había estado muy emocionada de convertirme en "bruja" o lo que yo asumía era una: una mujer con poderes misteriosos y extraordinarios, que aprendería secretos asombrosas día por medio. Pero en realidad aprender Brujería se parecía mucho a cualquiera de las asignaturas de la escuela y no las más divertidas por cierto. Mi abuela me hacia leer sobre filosofía y arte, me hablaba sobre historia, me educaba en cosas tan aburridas como nombres de plantas y viejos rituales cuyo único objetivo, parecía ser el obligarme a hacerme preguntas sobre mi manera de pensar y la forma como comprendía el mundo. Todo eso estaba muy bien, pensaba con cierto desánimo, pero no era ni remotamente divertido. Mucho menos misterioso. Se parecía más bien, a una manera de comprender lo invisible en mi mente. Más de una vez, escribiendo afanosamente en mi libro de las Sombras - que no se me permitía escribir en la computadora, sino a mano - me preguntaba si la magia era sólo eso: un montón de ideas profundas y algunas directamente incompresibles. ¿Donde estaba la magia en todo eso? ¿Donde estaba lo emocionante?
Mi abuela solía reír a carcajadas cuando me escuchaba quejarme sobre eso. Y más de una vez, me repitió que la magia era sutil y discreta, que toda bruja debía aprender a construir su propia idea sobre ella y sobre todo, hacerlo poderoso y perdurable. Pero a mi todo eso me sonaba a más libracos de filosofía que leer, nombres de artistas y escritores que memorizar y claro está, nada divertido que hacer.
- No tia...es decir sí es tan importante como todo lo demás - tan aburrido, quise decir en realidad, pero me contuve - sólo que no...
- ¿Quieres intentarlo tu?
- ¿Que yo que?
- Eso. ¿Quieres intentar cocinar? Y no un sandwich ni una merengada de helado - sonrío con cierta malicia - sino un verdadero plato mágico. Algo que vayamos a comer todo y que requiera que entiendas los sutiles equilibrios del sabor y la textura. ¿Te atreves? Entiendo que no quieras sino puedes...
Sentí que el orgullo me coloreaba las mejillas. Uno de mis peores defectos por entonces era sin duda, mi exaltado e irascible ánimo. Todo parecía disgustarme, molestarme e incluso directamente herirme. Y por supuesto, el reto de mi tia y el hecho que dudara fuera capaz de hacerlo, sólo había despertado mi genio imposible. Me paré de la silla de un brinco. Los libros que tenía en las rodillas se desparramaron por el suelo.
- Claro que puedo. No puede ser tan dificil - anuncié, con desfachatada arrogancia - dime que hacer y lo hago.
Tia se quedó de pie, mirándome con la cabeza ladeada y de pronto, durante un minuto que pasó muy rápido tuve la impresión que una cierta luz traviesa y malvada brillaba en sus ojos verdes. Una expresión muy rara en su rostro redondo y bondadoso. Y de pronto, pensé que la tia, con todo su aspecto mofletudo y dulce, era una bruja. Una mujer salvaje e inteligente, con un tipo de sabiduría que yo seguía sin entender muy bien. Un poco confusa, me pregunté en que me había metido.
- Muy bien, entonces harás las galletas para el ritual de Luna Llena - dijo con una sonrisa muy amable, ancha...y completamente falsa - las cinco fuentes que necesitamos para la celebración.
Me quedé en una pieza, sobresaltada y comenzando a preocuparme. Las galletas de avena y romero de Luna Llena, eran quizás uno de los elementos más importantes de algunos rituales de Luna Llena. No sólo se compartian entre los participantes sino que la bruja que oficiaba el ritual, solía levantar el cuenco para saludar a la Luna y a las viejas creencias. En otras palabras, era un símbolo, antes que una comida. Y ahora tendría que prepararlo yo. Me desesperé un poco.
- Pero...
- ¿No dijiste que era fácil?
- Pero...son las galletas.
- Son fáciles - repitió tia y se quitó su viejo delantal. Volvía a tener esa misteriosa expresión de niña traviesa - sólo sigue las instrucciones de mi libro y cocinalas. Mañana las comeremos.
La seguí por la cocina, nerviosa y un poco enfurecida. Intenté explicarle que en realidad, prefería preparar cualquier otra cosa - y no nada que fuera a probar el resto de la familia - pero tia se negó a escucharme. Me puso en las manos el delantal que se había quitado, su libro de las Sombras y un reloj. Lo miré todo desconcertada.
- Pero...
- Nos vemos por la tarde.
Salió de la cocina tan rápido que me sorprendió encontrarme sola allí, sosteniendo el delantal en una mano y el libro en otra. Sentí que la ira se me subía a las orejas. ¡Oh vamos, está bien! ¡Lo haré! me dije colérica. No tengo dudas que podré hacerlo...que las galletas...Miré la cocina enorme con cierta sensación de urgencia. ¡Vaya, vamos, Aglaia! ¿Que tan dificil puede ser?
Pues resultó por supuesto, que era muy dificil. La receta más complicada que podía imaginarme y además, llena de pequeños trucos cocineros de los cuales yo no había tenido la menor idea hasta el momento en que los leí. Y no sólo se trataba de eso: mientras traducía la maraña de instrucciones, que en ocasiones parecían saltar una a la otra sin formula de resolución y en otras simplemente contradecirse, encontré que en realidad, el Libro de las Sombras de mi tia no hablaba sólo de cocina - como había temido - sino de una serie de conocimientos que hasta entonces yo no había tenido idea podían tener relación alguna con la cocina. Y es que apenas comencé a seguir la receta, encontré que cocinar no sólo era mucho más complicado que combinar ingredientes sino además, mucho más profundo que sólo asumir se trataba de comida.
Para empezar, la tia consideraba que cocinar era no sólo una manera de construir una relación compleja y poderosa con quien cocinas. Y contaba - entre medidas de Avena, formas de machacar las hojas de Romero y tazas de azúcar - que por siglos, cocinar era una fuente no sólo de satisfacción sino de poder. Que en diversas cortes Europeas, cocinar era un acto de enorme importancia y que el cocinero, no sólo era el responsable de la salud del Rey su familia, sino también del buen nombre de su país ante los visitantes extranjeros. Pero que más allá del lujo de las cabezas coronadas, la cocina era considerada un misterio, una muestra de poder. Que el hombre cazaba para encontrar la carne que comería su familia, pero la mujer en la cocina, con el conocimiento heredado de cientos de mujeres sabias antes que ella, la que podía convertirlo en un platillo suculento que brindara placer y satisfacción a su familia. Y que más allá que eso, la cocina era la manera como los sabios de todas las épocas y por supuesto, las brujas, creaban grandes y poderosos portentos: Desde pocimas y bebedizos para curar, hasta comidas que proporcionaban placer y júbilo al espíritu hasta incluso, cosas tan temibles como provocar la muerte. Todo eso a través de la combinación de sabores y olores. De ingredientes misteriosos, de viejos secretos heredados de olla en olla.
Y allí estaba yo, rodeada de harina, huevos mal mezclados, mantequilla, con el cabello lleno de azúcar y raspadura de limón, pensando ya no en la cocina sino en el hecho de cocinar, en la maravilla de crear algo a partir de la nada. Mi abuela entró y salió de la cocina, sonriendo pero negándose a responder mis preguntas y lo mismo ocurrió cuando mi bisabuela apareció por allí, con el clock clock clock de su bastón de madera. Mi tia J., con una luminosa sonrisa de pillete miró mi mezcla aguada que yo intentaba espesar con ingentes cantidades de leche y me recordó que cocinar es muy parecido a la quimica cientifica.
- Sólo que en lugar de compuestos, creas magia - me recordó y se fue, dejandome con el cucharon en la mano, requemado por el caramelo y los dedos embadurnados de una mezcla ácida para galletas por completo incomible.
Pero seguí esforzandome, intentandolo. Y a medida que lo hacía, comencé a comprender el empeño de mi tia en cocinar bien, en crear algo hermoso a través de los ingredientes bien cortados, de las mezclas misteriosa de las cuales obtenía un sabor maravilloso, de los hervores olorosos de las ollas abiertas. De pronto, me encontré luchando contra mis propias ideas sobre la simplicidad de la cocina, asumiendo el hecho que lo que había en ella de mágico era algo más que lo aparente. Y sobre todo, algo mucho más profundo que la simple habilidad para combinar con habilidad los sabores. Había algo bello y sentido, en comprender que cocinar no sólo era una forma de crear algo nuevo, sino de expresarse. Me encontré pensando en las ocasiones en que tía me había obsequiado platillos suculentos que definitivamente, eran lo mejor de mi dia. O que consolaba mis tristezas con una de sus incomparables tazas de chocolate muy dulce. O en su te de Albahaca, capaz de hacerte sonreír por muy mal que te sintieras. Poco a poco y mientras luchaba con los ingredientes rebeldes, con las combinaciones inexactas, comprendí que cocinar no sólo era una forma de magia - que lo era - sino una forma de amar. Una noción profundamente dura y bella de conectar la naturaleza humana con algo muy sutil que apenas podíamos comprender. Una noción sensual sobre nuestra propia manera de disfrutar del mundo que nos rodea.
Claro que, pensar y reflexionar en todo aquello no mejoró mi capacidad como cocinera. Y cuando la tia volvió por su cocina, casi al atardecer me encontró allí, ante el enésimo tazón de mezcla de galletas aguado, con otra docena de huevos rotos, con la azúcar creando montoncitos en medio de las hojas chamuscadas de Romero. Lo miró todo, con una expresión de extraña dulzura que me sorprendió y después, me miró a mi, de pie junto al mesón, incómoda pero sobre todo, profundamente avergonzada.
- Tenías razón - dije sin pensarmelo - no pude hacerlo. No es sencillo, en absoluto. Cocinar es...
Ella levantó la mano, sacudiendo la cabeza. Me callé de inmediato. Ella se acercó al mesón y con cuidado, palpó la masa a medio fermentar. Luego miro los tazones rebosantes de mezclas fallidas, de extrañas combinaciones que había intentado hacer en medio de mi torpeza. Después me hizo una seña que me acercara. La obedecí de inmediato.
- No se trata de tener razón, sino que escuchar la sensibilidad que te permitirá comprender tantas otras cosas en tu vida - dijo. Tomó el tazón de una de las mezclas fallidas y luego de agregarle unos pocos toques de harina, comenzó a revolverlo con lentitud - no se trata de que sea sencillo, sino que comprendas que cada cosa que haces, tiene un peso y puede brindarte una sorpresa. Ahora observa.
Y sí, la manera como preparó las galletas a partir de mis trozos de masa endurecida, tazones manchados de huevo y mantequilla y hojas requemadas de caramelo, fue mágica. Lo fue en la medida que no se trató simplemente de una rutina, mucho menos una serie de gestos más o menos repetitivos, sino de aprender y comprender una cierta delicadeza en cada alimento, una secreta belleza que podía crear algo más hermoso y por supuesto, suculento de lo que podía imaginar. Mirándola batir los huevos con lentos movimientos de muñeca, cernir la harina con enorme delicadeza, comprendí que la cocina es un tipo de conocimiento intimo, infinitamente sensible. Una sabiduría del cuerpo y de la ternura de cada alimento, de cada pequeño sabor capaz de crear algo nuevo. Un símbolo de los misterios que guarda aparentemente lo sencillo.
- La magia de las pequeñas cosas - dijo mi tia cuando sacó la bandeja de galletas recién horneadas y las dejó sobre una de las cestas de Madera de la cocina - Cada cosa que haces es una forma de creación, una manera de expresarte. Y la cocina, es además, una manera de comunicar ideas sobre lo pequeño y hermoso.
Comí una de las galletas. El sabor exquisito se me derramó en la boca como una bendición. Mastiqué mientras la tia me miraba sonriendo otra vez, con su extraña sonrisa malvada que tanto me sorprendía. Cubrió las galletas con un paño seco y limpio.
- La brujería es un arte para creer pero también para crear. Y sobre todo, para hacerte comprender que cada cosa y elemento que te rodea, guarda un misterio.
Recuerdo sus palabras mientras saboreo mi propia fuente de galletas, muchos años después. No son ni remotamente tan buenas como eran las suyas, pero si, creadas con la misma dedicación ardorosa, esa comprensión de los diminutos enigmas que guarda lo misterioso que ella me enseñó. Y sonrío, asombrada no sólo de la idea que supone esa conciencia de lo bello y lo profundo, sino del poder de nuestros propia maravilla por lo desconocido. De las pequeñas piezas sueltas en el mecanismo de nuestra mente. De todo lo que aprendemos al asumir que cada uno de nosotros somos un pequeño enigma que comprender.
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