jueves, 13 de agosto de 2015

Un mirada a la confusión contemporánea: ¿Por qué somos tan susceptibles a las redes sociales? Algunas reflexiones.






Hace unos meses, me tropecé con una de mis vecinas en uno de los pasillos del lugar donde vivo. Era muy temprano por la mañana y me sorprendió encontrarla sonriendo a solas, de pie junto a una de las rejas ornamentales que rodean el hall de la construcción. Luego de intercambiar varios saludos incómodos — a pesar de coincidir en áreas comunes con cierta frecuencia, somos virtualmente desconocidas la una para la otra — nos quedamos en un incómodo silencio. Unos minutos después, señaló una de las ventanas hacia el juego de rejas y ventanas que decoran uno las paredes del edificio. Seguí el gesto, mirando el bonito resplandor de los rayos del sol sobre los cristales biselados.

— ¿No le parece hermoso el amanecer que me regala Dios? — comentó — siempre le agradezco al Señor que piense en mi a diario.

Me quedé sin saber que responder a eso. Aunque conozco las creencias de mi vecina — una convencida Cristiana — nunca habíamos conversado sobre ellas. Y mucho menos, de ese punto de vista un tanto inusual. Así que me esforcé en sonreír y mostrarme amable, a pesar de lo extraño y un poco inquietante — para mi — del comentario.

— Que nos regala a todos, supongo — respondí. Ella parpadeó y frunció los labios, ofendida.

— Me refiero a que a MI me regaló este amanecer porque estaba deprimida. Dios me conoce, conoce mi nombre y mi vida — me explicó en voz muy alta — Es mi amanecer y mi regalo.

Por supuesto, no añadí nada más a esa asombrosa declaración e intenté no parecer demasiado desconcertada. Unos minutos más tarde, escribí el siguiente comentario en mi TimeLine de Twitter:

“Me aterroriza un poco la gente que cree que la naturaleza le envía señales muy concretas o le obsequia fenómenos por completo corrientes. Podemos tener la sensibilidad para disfrutar de la belleza, pero la idea que nos pertenece es otra cosa”.

No me pareció una reflexión especialmente aguda ni tampoco polémica. Un poco después y aún desconcertada por la extraña escena anterior, añadí:

“Lo admito, me asusta el fanatismo religioso. De hecho, cualquier expresión de fanatismo, sea cual sea el origen y de donde venga me parece atemorizante”.

Tampoco creí que se tratara de una aseveración especialmente crítica o lúcida. Sólo consideré que era de hecho, una opinión cualquiera, sin mayor valor que reflejar mi punto de vista sobre un asunto bastante específico. Por ese motivo me sorprendió que unas horas después, un conocido me envío un muy airado correo, exigiendome “disculpas” por imprecar su parecer religioso.

“Que no entiendas mi manera de creer no quiere decir que tengas derecho a ridiculizarla vía redes Sociales” me escribió en un larguísimo correo donde hacia referencia no sólo a nuestra amistad sino también al hecho que sus opiniones religiosas le habían sostenido y confortado por años “mucho menos, sacarlas a colación en público. Es acto grosero, ofensivo y mezquino”.

Me llevó algunos minutos tratar de entender a que se refería. Y de hecho, no lo logré. De manera que le telefoneé de inmediato, preocupada por lo que comentaba en su correo y además, su evidente disgusto. Me quedé de una pieza cuando me explicó casi a regañadientes que me había leído muy temprano “burlándome de sus creencias”.

— ¿Pero cuando lo hice? — pregunté muy confusa.
 — Hablaste sobre fanáticos religiosos. 
— Pero…¿Por qué asumiste me refería a ti?

Silencio. Uno de esos muy incómodos que te hacen sentir hay una serie de ideas mal resueltas en medio de una conversación sencilla. Finalmente, escuché a mi amigo suspirar.

— Hablabas sobre fenómenos y creencias — me explicó — y después de fanatismo. Soy de tus pocos amigos que profesan una religión que con frecuencia se le llama “fanática y extrema” ¿Como no pensar te referías a mi?

Mi amigo es un convencido Testigo de Jehova. Y de hecho, tiene toda la razón cuando me indica que es uno de las pocas personas que conozco que profesan una religión que la mayoría se juzga a priori con una serie de juicios de valor muy poco halagadores. Pero yo nunca lo he hecho. Más de una vez, hemos sostenido interesantes diatribas sobre su punto de vista y las ideas que sostienen sus creencias y me ha sorprendido que aunque no lo comprendo de todo, asumo su convicción como parte de su manera de comprender la fe, desde un punto de vista que considero respetuoso. Cuando se lo recuerdo, parece incómodo.

— Pero sé que a mucha gente le parece incómodo la forma como asumo la religión. 
— Me estás acusando a mi de haberlo hecho -le recuerdo con cierta impaciencia. Le escucho suspirar. 
— Tienes razón.

Le expliqué lo mejor que pude el motivo por el cual había hecho el comentario público que tanto le había molestado y mi amigo no sólo se sintió desconcertado por su actitud sino por la inmediata reacción que le había provocado. Unos días después y cuando volvimos a comentar el tema con cierta tranquilidad, admitió que se había sentido aludido de inmediato aunque en ningún momento, tuvo motivos para hacerlo o incluso concluir que mi comentario — o cualquier otro — fuera una opinión directa contra sus creencias o contra cualquier idea relacionada con su punto de vista religioso. Para mi amigo, el tema pareció resumirse con una idea que nos sorprendió a ambos y que llamó, con cierta jocosidad: “la suceptibilidad melodramática” que acentúan las redes sociales y en la que parece tan sencillo caer.

— Creo que todos estamos tan concentrados en nuestro mundo que suponemos que cualquier idea, se relaciona inmediatamente con lo que pensamos y como vemos el mundo — me dijo, aún un poco avergonzado por todo lo ocurrido. Me encogí de hombros. 
— Esa noción del melodrama no es nueva. 
— Pero ahora es mucho más visible.

Es verdad. Como buena parte de mi generación, crecí en medio de la revolución de las Redes Sociales. Me hice adulta en medio de una visión sobre la información, la opinión, lo privado y lo público que tiende a transformarse. Se trata de una manera por completo nueva de interactuar y que por supuesto, crea toda una nueva dinámica, con respecto a la idea esencial de lo que consideramos real, irreal, personal o no o lo que puede serlo. Más allá de eso, las redes sociales construyen toda una nueva estructura de lo que las relaciones personales pueden ser y como las percibimos. Una nueva comprensión sobre nuestra habilidad para comunicarnos, comprendernos e incluso, esa noción tan amplia sobre la identidad como es razonar sobre nuestra individualidad a partir de como nos expresamos.

Porque en nuestro siglo — y sobre todo en las últimas décadas — las comunicaciones virtuales han sustituido las relaciones interpersonales. Una idea que puede ser tan buena como mala, pero sobre todo, que posee sus características específicas aún en revisión. La generación que creció frente a las pantallas de una computadora, concibe las comunicaciones como una interrelación infinita de información, como la habilidad para la construcción de ideas más o menos elementales sobre nuestra identidad y algo que por ahora, resulta aún confuso: esa percepción sobre nuestras emociones a través de esa noción descontextualizada, personalísima y sujeta a interpretación que suponen las redes Sociales.

Hace poco, leía en el libro “Como nos sentimos” del escritor Giovanni Frazzeto sobre los sentimientos y nuestra experiencia cotidiana, sobre el hecho que las Redes Sociales no sólo han sucintado toda una original visión sobre nuestros sentimientos sino como los entendemos dentro de una idea Universal y casi siempre, sujeta a rápidas transformaciones. El escritor, un biólogo molecular que trabaja en el Instituto de Estudios Avanzados en Londres y Berlín, muestra no sólo una visión fresca sobre los cambios que las redes sociales suponen sino también, esa nueva percepción de lo que la virtualidad puede crear como idea concreta sobre quienes somos. Para Frazzeto, las redes sociales se convierten sen una caja de resonancia para el ego — exacerbado, exagerado y sobre todo, construído a bases de ideas esenciales extrapoladas a niveles por completo desconcertantes — y también, para esa re interpretación de la identidad privada convertida en pública.

* El ego, el dolor, el miedo y las emociones humanas bajo un nuevo cariz:
En una ocasión, la comediante Whoopy Goldberg comentó que las Redes Sociales eran el caldo de cultivo ideal para la histeria y otras locuras que antes se mantenian decorosamente en pivado. La frase despertó una inmediata polémica y por semanas, se debatió sobre el hecho que las Redes Sociales parecen crear un curioso fenómeno donde el ego — tradicionalmente reservado a espacios domésticos o personales de poca trascendencia — tenía una desconocida repercusión. Todos queremos ser comprendidos, mirados, aceptados, incluso atacados en una especie de ciclo interminable que conlleva un reforzamiento y sobre todo, una idea esencial sobre como nos asumimos reales. Y es que al parecer, la reflexión de la Goldberg parece resumir toda esa percepción sobre lo individual que la interacción virtual brinda un contexto totalmente novedoso. Más allá de eso, la virtualidad no sólo es capaz de mostrar la identidad como una idea que puede construirse, corregirse e incluso examinarse a la medida de nuestras ideas y sobre todo, como deseamos ser percibidos.

En uno de sus mordaces artículos en el períodico El País de España, la periodista Delia Rodriguez ponderaba sobre la influencia de las Redes Sociales en nuestra vida y llegaba a la conclusión, que no se trata que la virtualidad nos ha hecho más histéricos, histrionicos o melodramáticos, sino que lo muestra de manera más clara. Se trata de una toma de conciencia sobre cuantos nos importa la autoimagen y más allá de eso, la noción del quienes somos como parte de nuestra interacción digital. La periodista reflexionaba sobre el hecho que cada cosa que incluimos en internet tiene un único objetivo: hacernos más visibles, gustarnos más, “incluso a nosotros mismos”. Y añade “Para el resto, observarlos es como ver gente con los brazos en alto pidiendo amor desesperadamente y, claro, nos da pudor. La matanza de Texas de las neuronas espejo, que diría una amiga.”

Pero se trata de algo más que eso: después de todo, los sentimientos no se pueden reducir a mera química, sino a verdaderas reaccionas cerebrales y emocionales que crean una percepción sobre nuestra vida por completo nueva y que las Redes, en inevitabilidad, hace muy visible. Para Giovanni Franzzeto la cosa no es tan sencilla como “el como nos sentimos” sino más bien, “que produce la sensación desde el origen”. Y esa interrelación de ideas, lo que las Redes sociales amplifican, mezclan y convierten en una idea por completo novedosa sobre nuestro propio mundo emocional. Según el escritor “Las emociones son lo que entendemos como reacciones químicas y los sentimientos, nuestra comprensión de estas emociones”. Aunque usamos el cerebro para comprenderlas e interpretarlas, esta distinción es importante”, sobre todo, desde la perspectiva sobre como nos miramos a través de un reflejo público de la magnitud de las Redes Sociales. Una y otra vez, el escritor insiste que las Redes Sociales crean un ambiente esencial para la una idea gigantesca sobre el quienes somos. Una implicación que parece relacionarnos en interminables implicaciones con todo lo que nos rodea. De manera que de pronto, no sólo se trata de nuestros sentimientos, sino de todas las ideas que las crean, las construyen, las elaboran y las sostienen. El magma de un tipo de percepción ególatra que nos coloca en el mismo centro de un debate emocional en ocasiones inexistente.

Y es que las Redes Exacerban a niveles desconocidos la necesidad de atención clásica y natural en cualquier de nosotros. Desde las celebridades que son famosas sólo por su habilidad para llamar la atención, hasta el hecho que la fama se ha transformado en una manera de comprender la reacción inmediata que pueda provocar en el otro, las Redes Sociales masifican el ego a niveles de creación multilateral. Hablamos de una necesidad imperiosa de no sólo recibir reafirmación, sino también, de elaborar ideas y pensamientos que se entremezclen con esa noción Universal sobre lo que parece ser una conciencia colectiva originada e impulsada desde las redes. Y es que surgen las preguntas inmediatas: ¿Qué deseamos obtener cuando las Redes sociales se transforman no sólo en nuestra vitrina sino también, en la manera como manejamos las ideas y las expresamos como códigos de comunicación? ¿Que provoca esa necesidad insistente de mirarnos como parte de una interrelación elocuente de nuestras ideas? Nadie parece saberlo muy claro, pero es evidente que las Redes Sociales son no sólo la consecuencia sino también, la herramienta ideal para esa desproporcionada visión sobre la identidad.

En una ocasión, la Antropóloga Margaret Mead escribió que los chimpancés dedican un quinta parte de su tiempo a despiojarse para cultivar una forma primitiva de lazos sociales. Dos pasos más allá después de la evolución y cincuenta años después que la científica lo asumiera como un rasgo indicativo de la necesidad de entender lo que somos como comunidad, la nueva generación de hombres y mujeres asumen la misma necesidad de empatía pero desde un extremo por completo nuevo: esa virtualidad que no sólo consuela el miedo al rechazo sino que lo transforma en algo más. Una necesidad imperiosa de mirarse, comprenderse y estrechar lazos más o menos reales sobre la base de la emoción del reconocimiento a medias.

Ya lo decía Andy Warhol en su célebre y socorrida frase “todos tendremos quince minutos de fama”. No obstante, lo que el excéntrico jamás podría prever es que el fenómeno pop de masas se convirtiera en una percepción tan accesible como inmediata. Tal pareciera que sólo se necesita crear y construir una imagen a través de las Redes Sociales, para alcanzar el tan deseado estrellato inmediato. O al menos, la suficiente exposición como para que podamos rozar esa necesidad de popularidad que forma parte de nuestra naturaleza. Y entre una cosa, parece existir una visión inusual sobre como nos reconocemos, como nos comprendemos y como nos enfrentamos unos a otros.

Porque el drama — esa necesidad tan emocional de mostrar nuestro ego como parte de un complicado juego de espejos — parece necesitar que esa exposición pública sea constante. Las Redes Sociales no sólo parecen un reflejo fidedigno de la íntima tragedia humana, de la fantasía infantil que todos somos omnipresentes y además, todos somos llamados al estrellato instantáneo. También lo dijo Margaret Mead y más tarde, lo reafirmó Robin Dunbar: “los seres los humanos tendemos a formar grupos de 150 personas, porque a partir de ese número empezamos a confundirnos y dudamos de la existencia real del reconocimiento que necesitamos”. Pero internet lo hace otra cosa: Podemos extender esa red imaginaria de relaciones hasta extremos irrisorios e irreales. Y lleva claro está, esa percepción adolescente de la necesidad de amor y aceptación a un nivel casi monstruoso. Literalmente necesitamos ser omnipotentes y que todos nos amen. E incluso, que ese amor sea algo más que una correlacción de sentimientos y experiencias. Necesitamos la convalidación continúa y a ser posible, convertida en una incesante

* Del dolor del ser a la necesidad de reconocimientos: dos extremos el mismo planteamientos.
Cuando leí el mensaje, no supe que pensar. Una conocida me acusaba en términos muy explicitos de “difamar” el buen nombre de una amiga en común y me insistía en que debía “reflexionar sobre los sentimientos que estaba expresando hacia alguien en esencia inocente y amable”. Me explicaba que insistir en criticar y lastimar vía Redes Sociales a alguien era un método “mezquino de ataque”. Lo extraño de todo el asunto es que no recordaba haber mencionado en ninguna parte y bajo ningún concepto, el nombre de la persona a quien hacia referencia.

“Oye, creo que estás por completo confundida. No tengo la menor de a cual insulto te refieres e incluso, cuando pude haberlo hecho” le respondí de inmediato “¿Podrías explicarme?”

De inmediato, la bienintencionada me envió como respuesta los enlaces electrónicos de varios artículos de fotografía que escribí durante los últimos meses. En cada uno de ellos, subrayó frases que hacian referencia a varios enunciados sobre errores fotográficos muy comunes y también, de opiniones que había emitido sobre el quehacer del creador visual. Seguí sin entender la insinuación, de manera que le pregunté directamente a que se refería.

“Nuestra amiga se siente profundamente ofendida porque criticas sus trabajos de esa manera” me explicó.
“No me refiero a nadie en particular en mis artículos, hablo sobre mi experiencia fotográfica. Por favor, ¿Podrías indicarme donde la menciono? Me disculparé de inmediato por la groseria”.

No recibí respuesta inmediata. De hecho, transcurrirían algunas horas hasta que mi interlocutora me explicara que le “parecía evidente” que varias de mis reflexiones estaban “destinadas a la crítica”. Una y otra vez me insistió que mi amiga se había sentido aludida y también, profundamente ofendida por mis comentarios, al punto de dejar de seguirme en todas las redes Sociales. Cuando le expliqué que siempre uso ejemplos genéricos en mis artículos sobre técnica fotográfica y que además, nunca se me pasó por la cabeza utilizar el trabajo de alguien conocido como ejemplo sobre lo que considero correcto o no, pareció un poco desconcertada. Le mostré libros y manuales de fotografía donde se citaban ideas análogas y también con ejemplos muy semejantes a lo que yo podía utilizar. No supe muy bien como reaccionar a algo sobre lo que no había provocado y por tanto, no tenía control. Cuando le comenté lo anterior, la conocida resumió el tema con cierta incomodidad: “No es sencillo saber que se debe tomar personal o que no”.

Tal vez por ese motivo, Frazzetto no es del todo optimista con respecto a la influencia de las Redes Sociales, a pesar de su capacidad para acotar distancia y permitir que la cercanía emocional sea una experiencia por completo novedosa. Para el biólogo, que está convencido que las relaciones interpersonales son mucho más importantes que un conjunto de palabras, las Redes Sociales son formas de expresión incompletas y peligrosamente interpretativas. “Las redes sociales son más virtuales que reales. Sí que hay historias, pero a mí me preocupa más la cantidad. En Facebook puedes ver muchas de esas historias en muy poco tiempo y eso hace que sea todo muy confuso” Y es que además, el sentido de las ideas a la manera de las redes Sociales es por completo efímero sobre todo proclive a la distorsión. Todo lo que leemos, comprendemos y vemos en las redes sociales es esencialmente interpretativo, lo que crea un riesgo al momento de asumir las ideas sobre quienes somos y cómo nos relacionamos. Franzzetto además opina que “internet siempre será diferente en este sentido por la falta de contacto humano: no miramos a los ojos a la gente. Estamos ‘desaprendiendo’, olvidando cómo sentir y cómo relacionarnos con otras personas”.

Y es que en su libro el escritor no sólo demuestra de manera fehaciente que las Redes Sociales no sólo confunden esa percepción sensorial sobre lo que somos y como nos percibimos, sino el hecho de como incluso reaccionamos a las emociones, las satisfactorias y las que no lo son tanto. Desde linchamientos virtuales hasta actos de vergüenza pública masiva, fama instantánea y también, claro está, relaciones instantáneas, crean toda una visión sobre las relaciones que parecen resumirse a una idea básica, lineal y evidente sobre nuestra identidad. Las relaciones interpersonales parecen simplificarse, convertirse en ideas confusas que finalmente, terminan siendo meras interpretaciones de algo mucho más complejo.

En más de una ocasión, me asombra el alcance de las redes sociales como Herramientas de comunicación, pero también la manera como se manejan las ideas y visiones desde esa distancia prudencial, sin duda ambigua y en ocasiones peligrosa que representa la virtualidad. Y mientras miro a buena parte de mi generación mirando atentamente la pantalla de su teléfono o su portátil, me pregunto si somos conscientes del hecho que esa mirada desde la periferia nos está transformando no sólo como individuos, sino también en observadores desconcertados de un paisaje emocional por completo nuevo. Una nueva interpretación de la identidad.

C’es la vie.

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