lunes, 14 de septiembre de 2015

ABC del fotógrafo curioso: Diez cosas elementales que deberías saber sobre el autorretrato


Autorretrato Francesca Woodman.



Hace unas semanas, recibí el siguiente comentario en mi blog personal:

“Ayer leí en el Fan Page de un fotógrafo que es necesario ser fotogénico y saber posar para hacer un autorretrato. Compartió varios artículos de como lucir siempre bien en las fotos e incluyó indicaciones de lo que se supone cualquiera que quiera tomarse buenos autorretratos debe hacer para lucir impecable. Me preocupé porque no soy fotogénico ni tampoco muy hábil posando. Tampoco creo que llegue a serlo, con práctica o sin ella. Pero me interesa fotografiarme o mejor dicho, quisiera hacerlo como parte de los ejercicios que llevo a cabo para aprender fotografía. Pero ahora, me pregunto si me aspecto físico es tan importante como para evitar que pueda tomar un autorretrato lo suficientemente bueno.

“¿Debo verme impecable para autorretrarme? ¿Debo ser atractivo para lograr una fotografía que hable sobre mi mismo?”.

Leí el par de párrafos con una sensación de cierta tristeza y sobre todo decepción. Por supuesto, no es la primera vez que alguien me plantea la idea que el autorretrato “debe” ser una fotografía que te muestre atractivo, deseable e incluso directamente hermoso, ni tampoco la primera ocasión en la que la idealización estética parece distorsionar por completo el objetivo y concepto de un autorretrato. Como autorretratista desde la infancia y profesora de autorretratos durante seis años, suelo escuchar opiniones parecidas y sobre todo, la manera como el autorretrato parece encontrarse a mitad de camino entre el documento artístico y algo parecido a un reflejo insustancial motivado por el ego. Una reflexión que minimiza e infravalora lo que el autodocumento puede ser y de hecho, plantea como recurso visual de un enorme valor creativo. Y es que el autorretrato no sólo medita sobre ideas profundas sobre la identidad, el yo y el entorno privado, sino que además, construye planteamientos más o menos concluyentes sobre los elementos que cimientan la individualidad y el cuestionamiento intimo. De manera que resulta doloroso cuando esa cualidad de mensaje complejo, elaborado a base de símbolos y metáforas personales, se minimiza a través no sólo de ideas estéticas básicas sino que se infravalora como medio expresivo debido a prejuicios estéticos. Porque más allá de una fotografía, el autorretrato es una historia concreta, un fragmento concluyente de historia personal.

Preocupada, intenté explicarle a mi interlocutor lo anterior lo mejor que pude. Le envié ejemplos y cuerpos de trabajo de reconocidos autorretratistas que no sólo desmienten la idea consecuente de la belleza — o el canon superficial a través del cual se suele definir el modelo estético — como elemento imprescindible sino que además, profundizan en el mensaje y la creación de un discurso sobre el hecho del autodocumento. Además, le hablé sobre mi experiencia personal: sobre el hecho que el autorretrato ha sido mi medio de expresión durante buena parte de mi vida y jamás he sentido la necesidad de verme “bella” — cual sea el significado que se le atribuya al término — ni mucho menos atractiva. Y que cada una de mis fotografías son parte de una búsqueda personal sobre mis motivos para crear y construir un lenguaje visual consistente.

Responderle, además, me hizo reflexionar sobre las ideas más comunes que suelen relacionar con el autorretrato. Los prejuicios, conceptos erróneos y sobre todo, la trivialización del autodocumento como recurso artístico e incluso terapéutico. ¿Qué hace a un autorretrato serlo? ¿Qué le confiere su profundidad, capacidad de expresión y el poder de construir un mensaje concluyente sobre nuestra perspectiva sobre nuestro mundo interior? ¿Qué lo diferencia de otros géneros fotográficos que también se basan en el autodocumento? Quizás, todos los cuestionamientos anteriores puedan resumirse de la siguiente manera:

* Un autorretrato no es un retrato de tu rostro: es un concepto.
Con frecuencia, un fotógrafo asume que el autorretrato sólo debe cumplir requisitos estéticos y visuales para poder sostenerse como documento creativo, siempre y cuando su rostro o su cuerpo sean el punto central de la imagen. Un error común que sin embargo desvirtúa el sentido más profundo del autodocumento en estado puro: Contar una historia. Un autorretrato no necesita cumplir las pautas y requisitos esenciales y comunes de un retrato, porque de hecho, no lo es. El autodocumento se basa en una serie de ideas complejas sobre el yo y la personalidad de su autor, que elaboran un mensaje metafórico y concreto sobre su mundo interior, opiniones, ideas, temores y puntos de vista. Un autorretrato no necesita construirse a través de límites y reglas fotográficas concretas y de hecho, pocas veces lo hace. Un autorretrato es un documento que se basa en la apropiación y reinvención de la simbología visual universal en la búsqueda de una creación intima. En otras palabras, es la conclusión de una serie de planteamientos complejos sobre los elementos que forman nuestra identidad social, cultural y personal.

* Un autorretrato no es hermoso: es significativo.
La belleza es un concepto subjetivo y por lo tanto, sujeto a múltiples interpretaciones y percepciones. Por tanto, la belleza — o su cualidad estética — en un autorretrato será también parte de ese conglomerado de ideas que se construyen a partir del autodocumento. Pero per se, un autorretrato no busca realzar la belleza de su autor ni tampoco hacerlo atractivo, a menos que esa reflexión estética incluya una reflexión profunda y consistente sobre una idea personal. Un autorretrato no necesita ser estéticamente bello sino una idea fotográfica profunda y planteada a través de expresiones visuales y artísticas muy concretas. El autorretrato, además, analiza la idea de la personalidad, sobre el supuesto de la concepción de una identidad personal elaborada sobre un discurso. Un autorretrato no busca la belleza como objetivo, sino que busca que lo que pueda resultar atractivo e incluso, directamente hermoso, posea un significado coherente con el mensaje que expresa.

* Un autorretrato no es una actuación: es una auto representación.
La autorretratista Cindy Sherman comentó una oportunidad que el autorretrato le había permitido explorar la idea de las multiplicidad de personalidades que habitan la mente humana sin caer en la locura. “Puedo ser todas las mujeres y criaturas que sueño, vinculando profundamente mi obra artística a mis temores, pasiones, deseos e incluso contradicciones” explicó, dejando muy claro que el autorretrato es de hecho, una representación de nuestras ideas creativas y no precisamente una actuación. Un matiz muy sutil que permite al autorretrato no sólo expresar ideas coherentes y consistentes sobre los temas sobre los que su autor reflexiona, sino brindándole un sentido único como medio artístico concreto. En otras palabras: el autorretrato admite la actuación y la construcción de personajes como medio de elaboración de ideas, pero siempre relacionados con las intenciones conceptuales y creativas de su autor.

* Un autorretrato no es un acto de vanidad: elabora ideas profundas sobre el yo.
En más de una ocasión, he leído a la maravillosa autorretratista Elina Brotherus insistir sobre el hecho que un autorretrato destruye — y reconstruye — todas tus concepciones sobre belleza, identidad e incluso, ideas tan privadas como los elementos que forman parte de tu personalidad. Y es cierto: Un autorretrato no trata de mostrar e idealizar el ego de su autor, sino que de hecho, lo fragmenta hasta crear una noción sobre su identidad basada en las ideas disímiles que lo cimientan. Una idea que en ocasiones puede llegar a ser devastadora: Todo autorretratista medita sobre el yo desde un punto de vista peligrosamente cercano al cuestionamiento, a la crítica, al debate y sobre todo, esa insistente necesidad de explorar las regiones oscuras y luminosas de su mente a través de ideas conceptualmente coherentes. De manera que no, un autorretrato no celebra la vanidad sino más bien, deconstruye el discurso sobre el cual podría sustentarse.

* Un autorretrato no es sólo una fotografía de tu rostro o tu cuerpo: es una manifestación de tu personalidad.
Se suele decir que toda manifestación artística es un autorretrato, un manifiesto de tus ideas más profundas y complejas, una forma de expresar ideas personalísimas a través de una concepción estética única. De manera que un autorretrato es un conjunto de ideas que se mezclan entre sí para sostener un discurso y no únicamente, una imagen que muestra determinada parte de tu rostro o tu cuerpo. Un autorretrato es una conclusión de reflexiones profundas, una síntesis estructurada sobre la forma como comprendemos lo que nos rodea, quienes somos o como asumimos nuestra visión particular sobre determinados puntos de vista. De hecho, un autorretrato puede incluir ideas tan sutiles como los objetos o espacios que te identifican, las expresiones creativas que otorgan valor a tu lenguaje y las expresiones concretas que construyen ideas elementales sobre tu forma de elaborar percepciones y reflexiones acerca de ti mismo. Un autorretrato es un reflejo de quien eres y eso incluye, por supuesto, todos los objetos, lugares, incluso pequeños fragmentos de historias que crean un concepto sustancioso sobre tu forma de comprenderte.

* Un autorretrato no es simplemente “posar” frente a la cámara: es crear una serie de conclusiones filosóficas e intelectuales sobre tu entorno.
Con frecuencia, mis alumnos de la clase de autorretrato suelen preguntarme que “expresión” debe tener su rostro al momento de tomar un autorretrato. Y mi respuesta, siempre es la misma: Tu rostro y tu cuerpo son expresiones estéticas que te permiten expresar ideas complejas y no sólo un elemento que refleja lo básico. De manera que la expresión — o el aspecto que tendrá tu rostro al momento de fotografiarte — son parte de la dinámica que crea y sustenta una imagen sustanciosa y concluyente sobre tu concepto visual. Y es que un autorretrato comienza a construirse mucho antes de apretar del obturador y captar la imagen: se trata de una serie de planteamientos coherentes, unidos y sustentados bajo un discurso elocuente sobre la identidad. Un autorretrato no es un accidente, muchísimo menos obra del azar. Tampoco una noción simple basada en el resultado inmediato de una fotografía. Es un documento que contempla y resume no sólo tu opinión como creador visual sino también, tu punto de vista creativo.

* Un autorretrato es una intención, no sólo una imagen atractiva:
Muchas veces se le suele llamar autorretrato a cualquier fotografía que un fotógrafo tome de su rostro, lo cual es un concepto equivocado. Por muy bella, atractiva, técnica y estéticamente correcta, un autorretrato es mucho más que una imagen inmediata del rostro o del cuerpo de su autor. Y es que el autorretrato profundiza en ideas insistentes que definen nuestra personalidad y nuestro particular manera de percibir el mundo. Crea una simbologia coherente sobre planteamientos complejos sobre lo que define nuestra identidad como individuo. De manera que una idea visual tan compleja, recurrente y sobre todo consistente, no puede construirse sin un análisis concienzudo y una reflexión profunda sobre nuestras ideas personales.

* Un autorretrato no es un selfie (ni lo será jamás):
Por todo lo anterior, es evidente que un autorretrato con real sentido conceptual y artístico no podrá ser — ni ahora ni después — un selfie, aún cuando la intención de ambos recursos visuales parezca muy semejante. Un selfie es una democratización y popularización del impulso de autorretratarnos, pero no, bajo ningún aspecto, un documento profundo que analice tu personalidad, los conceptos básicos intelectuales y emocionales de tu mente y tu manera de pensar. No se trata de denigrar o simplificar el importante fenómeno que el “selfie” ha supuesto, como medio y herramienta para la difusión de ideas concretas sobre nuestra época, pero el autorretrato — como género fotográfico — no sólo lo supera, sino que además, lo desborda y se perpetua por condiciones y percepciones distintas del objetivo que desea alcanzar.

* Un autorretrato no es un conjunto de ideas estéticas más o menos congruentes: Es una expresión consecuente de opiniones estéticas y artísticas.
Tomar muchas fotografías donde tu rostro o tu cuerpo sea el principal punto de atención, no construye un concepto de autodocumento válido. Tampoco lo hará insistir sobre ideas estéticas sin profundizar en el hecho conceptual que brinda sentido a un autorretrato y que no es otro, que tu necesidad de analizar y profundizar sobre percepciones del yo a través de medios y herramientas artísticas. Un autorretrato va más allá de lo aparente, lo inmediato, lo simple. Un autorretrato reflexiona sobre ideas conceptualmente enrevesadas para mostrar conceptos visuales sólidos. Un autorretrato examina y muestra no sólo la capacidad creativa de su autor sino las ideas que sustentan su cuerpo de trabajo.

* Un autorretrato no es sólo una fotografía sino un manifiesto artístico:
La mayoría de los fotógrafos que conozco suelen insistir que lo más complicado de un autorretrato es su preparación técnica. No obstante un autorretrato es más que una fotografía correcta: es una concepción subjetiva sobre la imagen que permite la expresión de ideas y reflexiones privadas de una manera coherente. Un autorretrato es una síntesis de expresiones e ideas personalísimas, que no sólo desbordan los aspectos técnicos básicos, sino que se sustenta sobre un discurso conceptual antes de un punto de vista meramente técnico. Todo autorretrato es un mensaje, una idea expuesta, una contradicción, una provocación que el autor elabora no sólo a través de las imágenes que logra captar sino de los recursos intelectuales y concluyentes que que la sostienen.



Me autorretrato desde muy niña, lo que equivale a decir que crecí frente al lente de una cámara y asumí mis transformaciones personales, emocionales e intelectuales a través de la fotografía. Y descubrí que el autorretrato no sólo una imagen personalísima, sino una serie de idea capaces de expresar mensajes claros y consistentes sobre quienes somos y quienes deseamos ser. Y en medio de ese proceso, descubrí el valor de la imagen inmediata no sólo como recurso artístico sino también, como necesidad creativa y más allá de eso, un elaborado documento intimo de enorme valor anecdótico. Como le escribí a mi interlocutor “una forma de descubrir no sólo las regiones más dolorosas y peligrosas de mi mente, sino esos espacios vacíos en mis ideas que gracias al autorretrato ahora tienen nuevo sentido”. Y es esa multiplicidad de ideas, esa expresión concreta y profunda sobre la identidad, lo que le hace tan valioso y trascendental. Una obra de arte por derecho propio.

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