miércoles, 16 de septiembre de 2015

El país bajo la distorsión ideológica: Las mentiras predilectas del chavismo




Hace unos días, un buen amigo argentino me preguntó qué quería decir exactamente el término “bachaquero”. Cuando le expliqué se trataba del término que utilizaba el gobierno para referirse a los revendedores de productos básicos y a precios regulados en el país, se sorprendió del ligero matiz que sugería la palabra.

— ¿Y por qué no le llaman revendedores? ¿Es un término criollo? — insistió.
— No, en realidad se originó a partir de las hormigas bachaqueras, que pueden levantar el triple de su peso y trasportarlo hasta el hormiguero — le expliqué — hasta hace unos años, se le llamaba “bachaquero” a los contrabandistas en la frontera colombiana, que transportaban alimentos y gasolina para revenderla en su país.
— ¿Y ahora a cualquier revendedor?
— Se trata de un asunto de responsabilidad — intenté explicarle — un “Bachaquero” es un chivo expiatorio obvio, elemental y además de todo, necesario. El Gobierno insiste que el “Bachaquero” no sólo es quien provoca la crisis de abastecimiento que sufre Venezuela, sino que lo hace por una especie de profunda mala intención contra el país. El revendedor por el contrario sólo aprovecha la coyuntura, los errores del gobierno y saca ventaja de ellos.

Mi amigo pareció desconcertado. Le vi sacudir la cabeza en la pequeña pantalla del Skype. Y lo comprendí: probablemente no le sea sencillo comprender el intrincado diccionario de nuevos términos que el gobierno construye a conveniencia y para beneficiar su insistente discurso basado en el rencor y la culpa que justifica su ineficacia. Una y otra vez, primero Hugo Chavez y ahora Nicolás Maduro transformaron el lenguaje no sólo en un arma de guerra sino además, en una perspectiva distorsionada sobre el enfrentamiento. Una manera rápida de no sólo minimizar e infravalorar al contrincante ideológico, sino además, crear una nueva percepción social basada en toda una terminología propia. De manera que revendedor es “bachaquero”, la oposición — que incluye cualquier crítica o descontento genérico — es la “derecha” e incluso, el gobierno es “la patria”, como si ambos conceptos fueran indivisibles y yuxtapuestos. El chavismo, con su poco disimulada aspiración hegemónica, no sólo asume el hecho que necesita reconstruir como el ciudadano percibe al poder sino como se percibe así mismo, para sobrevivir a la muerte de Hugo Chavez. E incluso, al natural desgaste que sufre su base política luego de dieciséis años en el poder.

Tal vez por ese motivo, durante los últimos años, la ideología chavista ha dado el salto definitivo desde la política hacia algo más amplio: una percepción social que parece abarcar incluso rasgos culturales específicos. Se es chavista por razones de identificación, porque la militancia no sólo describe por quien votas sino también, como percibes al país que se construye basado en la ideología que promulga. El chavismo se elabora como un planteamiento que se basa no sólo en las tradicionales luchas de izquierda, sino también, en la revancha social y clasista a la venezolana. Esa considerable dosis de resentimiento que siempre estuvo muy cerca de la superficie de la sociedad venezolana y que Chavez supo usar con enorme habilidad para crear no sólo un piso político, sino un tipo de distorsionada inclusión. Por lo tanto, el chavismo no es sólo una expresión política ni mucho acaba con el ejercicio del poder. El chavismo intenta formar parte de una idea general sobre el ciudadano que le permite no sólo exigir un tipo de responsabilidad moral aledaña a la fidelidad, sino algo más confuso. Una visión terciaria sobre quienes somos y como nos comprendemos a partir de las definiciones generales que utiliza como método de identificación.

Por supuesto, concebido así, al chavismo no le interesa — ni antes ni después — la veracidad de sus afirmaciones, ni tampoco la manera como la percibe la oposición de conciencia o sus críticos. El discurso chavista se elabora y se vende únicamente para el consumo del partidario y con el eminente objetivo de ensalzar la necesaria fidelidad que cualquier ideología basada en la emoción y la identificación necesita. Por ese motivo, el chavismo insiste en términos y especulaciones que no sólo contradicen los hechos reales y comprobables, sino que además, pueden ser desmentidos con absoluta sencillez. No obstante, la insistencia del discurso no sólo busca construir una versión concreta de la realidad, sino además, anteponerla — por medio el compromiso partidista, la lealtad, incluso el temor — a cualquier otra. Para el chavismo, el discurso no sólo es una forma de división sino también, una manera de asumir que posee una versión concluyente sobre todo lo que ocurre y más allá de eso, de sus implicaciones. En el eterno de los culpables, chivos expiatorios y enemigos invisibles, el chavismo imita y refuerza viejas políticas de propaganda de otras experiencias totalitarias y que no duda en utilizar de la mejor manera que puede en toda oportunidad posible.

De manera que al preguntarnos, ¿cuáles son las mentiras predilectas del chavismo? Es necesario analizar no sólo la idea de lo falso y lo verdadero desde la óptica ideológica, sino también, a través de los elementos que la sustentan y el beneficio directo que como elemento de poder, obtiene de cualquier versión. Una y otra vez, la idea sobre la verdad en el chavismo es muy ambigua y se basa en la necesidad de control hegemónico de la información. Como toda percepción del poder basado en la necesidad de control absoluto de medios de comunicación y otras alternativas a la difusión de información, para el chavismo lo que es cierto — o no — es parte de una elaborada comprensión sobre las ideas básicas sobre la administración de poder y sus implicaciones.

Siendo así, ¿cuáles serían los planteamientos preferidos del chavismo para justificar y enfrentarse a la disidencia? Quizá los siguientes:

* La terrible y peligrosa cuarta república:
Durante casi cuarenta años, Venezuela disfrutó de un sistema democrático bipadirtista perfectible. Con enormes desigualdades pero también, con la posibilidad progresiva de madurez, la democracia de la llamada “Cuarta República” no sólo aseguró cierta estabilidad política en nuestro país — luego de décadas de dictaduras militares, escaramuzas políticas y desequilibrio de poder — y brindó un considerable equilibrio a la percepción de los poderes públicos. Y aunque la democracia a-la-venezolana nunca alcanzó un nivel de probidad lo suficiente como para asumir se trataba de un proceso sostenido de inclusión, la democracia bipardista sentó las bases para un tipo de construcción política que admitiera no sólo una evolución sostenida sino son duda, un necesario crecimiento. Sufriendo los altos y bajos de la renta petrolera y sobre todo, el progresivo desplome del nivel de vida venezolano al que se le llamó “La Venezuela Saudita”, La democracia bipardista sentó los elementos imprescindibles para comprender el hecho político venezolano de una manera moderna. A pesar de sus evidentes errores y vicios, la democracia venezolana permitió al país un crecimiento considerable no sólo a nivel cultural sino de medios y recursos concretos para su desarrollo.

Por supuesto, es innegable que a pesar de eso, la llamada “Cuarta República” sufrió de gravísimos vicios clientelares, de corrupción y burocracia que provocaron no sólo una enorme desigualdad social sino la marginación de una considerable parte de la población venezolana en la pobreza. Se trató probablemente de una combinación de factores, desde la fraudulenta administración de recursos hasta el hecho, que la política se concibió como un atributo de minorías basadas en el poder económico. De esta combinación de factores, nació una profunda crisis que dio pasó al chavismo como planteamiento político. Y es que de hecho, la Cuarta República y sus vicios no sólo crearon el ambiente idóneo para el castigo político sino la percepción de la necesidad de un cambio inmediato que permitiera la refundación de la república.

No obstante, Hugo Chavez Frías fue elegido presidente de un país que reclamaba una transformación política y económica necesaria, pero que permitía el libre disenso y también, la idea de la política como un debate ciudadano. La cuarta República no sólo permitió a Chavez alcanzar el poder por vías pacificas y electorales, sino además, gobernar un país relativamente estable.

De manera que culpar a la llamada “Cuarta República” por los innumerables errores políticos cometidos por el chavismo, por la represión, crisis económica, uso político de la revancha y el resentimiento social, la cada vez más profunda crisis económica, el peligroso aumento de la inseguridad y sobre todo, la pugnacidad y desequilibrio de poderes, no sólo es un error histórica sino una directa manipulación de la verdad. Es evidente que varios de los vicios de poder que el chavismo heredó de la Cuarta, no sólo se profundizaron durante el Gobierno de Hugo Chavez y Nicolas Maduro, sino que además, crearon una visión del poder basada en los peores errores de la tan criticada cuarta república. A través de casi dos décadas, el chavismo no sólo acentuó todo tipo de relaciones de poder distorsionadas sino que además, construyó todo un entramado legal y judicial que las protegen. En suma, el chavismo no sólo cometió los mismos errores de la democracia bipartidista sino que los acentuó como política de Estado y estrategia por la preservación del poder político.

* La guerra económica:
Según el Gobierno de Nicolás Maduro, la gravísima crisis económica que atraviesa Venezuela se debe a lo que llaman “La guerra económica”, que podría definirse como una componenda de medios privados de producción nacionales y el poder internacional para contrarrestar y sabotear cualquier política económica viable del gobierno chavista. Por supuesto, ese planteamiento parece ignorar no sólo el hecho que desde su llegada al poder Hugo Chavez atacó a los medios de producción privados, destrozó y en el mejor de los casos disminuyó la infraestructura agrícola, atacó la línea de producción y comercialización nacional, instituyó controles económicos y de divisas que no sólo aplastaron el mercado interno sino que llevaron al mínimo la capacidad adquisitiva del venezolano. No obstante, para el chavismo, el problema económico parece basarse esencialmente en una lucha de poderes donde los medios privados de producción y comercialización deben no solo plegarse a las expectativas económicas del gobierno, sino además, apoyar a costa incluso de su supervivencia, cualquier decisión de carácter político que pueda sustentar al poder. No obstante, resulta complejo analizar el panorama de una llamada “Guerra económica” donde el poder posee no sólo todos los controles, sino también la mayoría de los medios de producción. Aún más, la llamada “ofensiva económica” contra el gobierno parece ignorar toda una serie de puntos importantes que desmienten y contradicen la versión oficial:

Sólo el gobierno tiene la capacidad de atacar y controlar el sector productivo: Y lo ha hecho: durante la última década y media, el chavismo se aseguró no sólo de poseer los medios de producción sino también de controlar la linea de distribución y comercialización. Desde leyes impositivas hasta todo tipo de controles legales, el empresario venezolano es incapaz de llevar a cabo cualquier iniciativa sin que el poder sea no sólo quien controle todo lo relativo a la capacidad productiva sino también, a la forma como la negociación se percibe. En otras palabras, en Venezuela no existe libertad económica.
La inflación: Se trata de una variable económica que sólo puede producir una ineficaz administración gubernamental. Desde el déficit fiscal, que el gobierno ha intentado solventar reduciendo reservas internacionales hasta imprimiendo monedas, la inflación es un indicador económico que señala una oferta de dinero desproporcionada con respecto al dinero real que representa. El chavismo, en su intento de financiar las llamadas Misiones y sobre todo, el acelerado crecimiento del aparato administrativo, inundó al país de papel moneda prácticamente sin valor real, lo que provocó un aumento generalizado de precios en bienes y servicios. De manera que es prácticamente imposible achacar la responsabilidad del aumento de precios de productos e insumos a cualquier otra causa más allá del hecho que el Gobierno es incapaz de construir una planificación económica viable.
La merma de la producción: Desde la llegada de Hugo Chavez al poder, la política de su gobierno en cuanto a sus relaciones con los medios de producción se basó en ataques y sobre todo, destrucción del aparato productivo. A través de expropiaciones, deterioro de la infraestructura, descuido de los mercados de producción interna, el gobierno no sólo atacó directamente la posibilidad de producción nacional sino que elevó a un nivel muy peligroso las importaciones. Prácticamente cualquier producto de primera necesidad del país se importa y se hace basado en los beneficios de la renta petrolera. De manera que analizar la crisis desde la noción del “saboteo” a la producción nacional carece no sólo de sentido sino de lógica directa.
El bachaqueo: Una de las excusas favoritas del Gobierno para explicar y justificar el desabastecimiento es el “Bachaqueo”, que no es otra cosa que la reventa de productos regulados. Por supuesto, el gobierno evita mencionar el hecho que la escasez de productos alimenticios y de otros tantos rubros, no se debe al hecho que sean vendidos a precios distinto al que marca la llamada “Ley de precios justos”, sino al hecho básico que no hay posibilidad cierta de reemplazo de inventario. Con el gobierno controlando la entrega de divisas y sobre todo, torpedeando desde todos los extremos posibles la producción nacional, el abastecimiento de alimentos y productos no sólo resulta restrictivo sino sometido a las decisiones políticas del gobierno. Una perspectiva que no sólo limita en forma alarmante las posibilidades de desabastecimiento sino también, recuperación de la producción nacional.

* La inseguridad y el paramilitarismo:
Desde hace más de cinco años, en Venezuela no existen cifras oficiales sobre la inseguridad callejera que impera en el país. No sólo por el hecho que el Gobierno oculta y maquilla deliberadamente las estadísticas, sino que además, insiste en una política de menospreciar cualquier discusión real y concreta sobre el tema. Para el Gobierno, la inseguridad ciudadana tiene como única causa lo que llama “El paramilitarismo colombiano” y que no es otra cosa, que grupos armados financiados por el vecino país para la desastibilización política del país.

No obstante, las cifras cuentan una historia bien distinta: en Venezuela la inseguridad ha dejado casi 40 mil víctimas mortales en los últimos tres años. Y no se trata del acecho o ataque de elementos foráneos, sino el hecho concreto que no existen políticas, recursos técnicos o humanos, infraestructura e incluso, sostén legal para controlar el aumento exponencial de la violencia. El Gobierno no sólo se niega a promover una discusión real sobre los alcances de la violencia sino que además, no disimula su renuencia a plantear el tema como parte de cualquier debate político. Hasta ahora el gobierno chavista ha sido incapaz de implementar medios legales legítimos para luchar contra la inseguridad. Los diversos planes y otros tipo de estructuras basadas en el ataque de la consecuencia, no logran abarcar la profundidad y complejidad del problema. Para el Gobierno la inseguridad no sólo es parte de una expresión formal de diatriba política sino además, una percepción con respecto a la cultura de enfrentamiento en la que el chavismo se cimienta.

* El humanismo o la falsa idea de la izquierda venezolana:
Es un fenómeno curioso: en nuestro país el Gobierno se asume de izquierda, aunque la mayoría de sus políticas parecen coincidir mucho más con la Ultra izquierda o incluso la Ultra derecha, que una posición netamente humanista. Ya lo decía alguien en mi TimeLine: “Este Gobierno parece entender su ideología como un capricho personalista”. Una idea que parece tener su origen en las frecuentes contradicciones argumentales de Hugo Chavez Frías y Nicolas Maduro. No obstante, más allá de la visión del difunto líder, la cosa no parecer ser tan clara: La política se dirime a golpes de efecto y aún peor, de espontáneas admisiones de culpa y enmienda. Así que la pregunta válida es: ¿Nuestro gobierno posee realmente una tendencia ideológica?

La respuesta más simple parecería ser que no: A pesar del apoyo evidente y frontal de gran cantidad de líderes de izquierda y de gobiernos ideológicamente afines, el Gobierno venezolano continúa insistiendo en asumir una postura ambigua. Por ese motivo, decidí analizar y puntualizar algunas ideas que podrían ayudar a comprender la visión ideológica y discurso político-social, no solo del Gobierno sino de las diferencias afinidades partidistas en disputa. Una manera de comprender al país como un conglomerado de ideas entremezcladas, más allá de la pureza de la interpretación teórica.

Se dice que no existe un régimen político completamente puro, de manera que analizar al Gobierno venezolano bajo esa visión podría limitar su interpretación real. No obstante, hay lineas especificas que permiten definir de manera más o menos clara, la tendencia hacia la cual se inclina Venezuela. Intentaré además añadir los errores más comunes que solemos cometer en Venezuela al momento de definir al ciudadano según su parcela ideológica.

El esquema parcial de cualquier definición política de un gobierno podría resumirse así:

Derecha:

Por derecha se puede entender el conjunto de posturas, ideas, y actitudes políticas que tienen que ver con la preferencia en el sentido del deber, la defensa de la tradición y el mantenimiento de las jerarquías. Esta última idea puede traducirse, tanto por una defensa de los privilegios heredados, especialmente en un contexto histórico pasado y no tanto de hoy en día, como de reconocimiento de méritos personales, en una concepción más moderna.

¿Qué no es derecha?

* Un adversario de conciencia, un disidente, el opositor simple: Ejercer el derecho a la protesta no promueve ni se basa — al menos en origen — en el descontento genérico. En otras palabras, protestas no es esencialmente ideológico, sino el ejercicio de un derecho ciudadano.

Izquierda:

Al igual que la derecha, la izquierda política oscila entre un mayor o menor autoritarismo. A diferencia de la derecha plantea la igualdad social como meta prioritaria de su programa político, aunque en muchas ocasiones esa igualdad se consiga a costa de algunos derechos individuales como el de propiedad o el de libertad de empresa.

También como la derecha, los movimientos políticos izquierdistas tienen posiciones diversas sobre el capitalismo y la democracia. Para algunos el capitalismo es un sistema válido aunque es precisa la intervención del estado para garantizar la igualdad social; mientras que para otros grupos izquierdistas el capitalismo es un sistema intrínsecamente perverso que debe ser transformado de raíz. Igualmente existen movimientos izquierdistas defensores de la democracia burguesa instaurada en Occidente, y otros movimientos claramente contrarios a este sistema político. (Fuente: La Sangre del León Verde)

¿Qué no es Izquierda?

* No se es izquierdista o de ideas socialistas por el solo hecho de apoyar un régimen político. El izquierdismo es una postura ideológica que nace de la comprensión coherente de toda una serie de ideas políticas y sociales que sostienen una visión congruente sobre la cultura y la sociedad. La izquierda ideológica no es una postura que se asuma solo por el apoyo al Gobierno que se identifica con esta postura política.

Centro:

Centro Izquierda:

Se denomina centroizquierda o centro izquierda en ciencia política, al espectro político donde se ubica a formaciones políticas comprendidas entre el centro y la izquierda revolucionaria o rupturista. El centroizquierda por tanto se contrapone no sólo a la derecha sino también a dichos posicionamientos de extrema izquierda, como por ejemplo el comunismo. (Fuente: Wikipedia)

Centro Derecha:

Se ha aducido que la centroderecha encuadra esencialmente el conservadurismo laico o secular, además de algunas corrientes del liberalismo y del democristianismo. El electorado esencial lo componen todas las clases. Este sector generalmente percibe el rol del estado no sólo como garante del orden, sino también como garante de última instancia en materias de bienestar social. (Fuente Wikipedia)

¿Qué no es centro izquierda o derecha?

* Una postura tibia y poco concreta con respecto a políticas administrativas del Estado. En Venezuela suele definir el centro izquierda o derecha, como una interpretación a medias de términos ideológicos absolutos. Al contrario, se trata de una visión ideológica con la misma solidez y complejidad que cualquier otra corriente ideológica.

Hace poco, alguien me comentó que la política en Venezuela se consume como una forma esencial de discurso social. No estoy de acuerdo pero en lo que si coincido es que desde hace más de una década, La política es parte de la manera como el ciudadano común se comprende así mismo. Un país donde la identidad política pasó a formar parte de la identidad social.

* La ambigua contracultura chavista:
Como comenté antes, en nuestro país, el gobierno se llama así mismo “izquierdista”. No importa mucho si es tan conservador y limitante como la derecha más rancia, y mucho menos parece tener importancia que en la ideología que promete y compromete la consciencia, haya más de prejuicios que de verdadera liberación intelectual. El hecho es que por definición histórica, la izquierda se percibe como contracultura, oposición al poder establecido, lucha por valores humanistas. De manera que el gobierno, quizá en una de las jugadas ideológicas más certeras de su borrosa política comunicacional, logró identificarse con esa lucha urbana, esa visión de la juventud rebelde, contestaría. Sin serlo. Porque allí es donde asombra más, estas multitudes de jóvenes de puño alzado que se llaman así mismos revolucionarios y que insisten en apoyar valores que el gobierno denigra, o peor aún ignora. Y es que la Revolución Boliviariana, en su búsqueda de identidad, en ese proceso de construirse como un elemento sin sentido de una serie de ideas poco congruentes, encontró en la “rebeldía” una manera no solo de definirse, sino además de constituirse como una alternativa. ¿A quién? ¿A qué? Intriga como el Gobierno, que ejerce el poder sin restricciones, cuyos líderes se aseguran siempre que pueden de dejar bien claro que Venezuela es una región inhóspita para el pensamiento alternativo, haya logrado disfrazarse con tanta habilidad de la tradicional batalla ideológica. Porque la Izquierda en este país carece de sentido, eso lo sabemos. Es un nombre más, en una serie de definiciones contrahechas sobre un tipo de ideología rota. Y aún así, consigue disimular su raíz dictatorial a través de la defensa de una visión de si misma como liberadora. Una paradoja a toda regla.

Y no obstante, es quizás el truco más repetido de la historia, el más viejo de todos. Una trampa perfectamente construida para consumir la inocencia de la masa en busca de dialéctica e incluso de algo tan simple, como una identidad social.

En su inteligente libro “rebelarse vende” Joseph Heath y Andrew Potter dejan bien claro que el fenómeno se crea así mismo. En otras palabras, la contracultura solo existe en su necesidad de oponerse, en su interpretación como opuesto inmediato de una idea establecida. ¿Pero qué ocurre, como en Venezuela cuando la idea opuesta es la esencia misma de la idea contra la cual presume luchar? Alguien más cínico que yo, insistiría en un argumento casi morboso: el canibalismo del argumento ideológico que se devora así mismo, el marketing político construido a la medida de la ingenuidad social. Pero en realidad se trata de algo más simple y Heath lo resume de manera sencilla: “La contracultura ha sustituido casi por completo al socialismo como base del pensamiento político progresista. Pero si aceptamos que la contracultura es un mito, entonces muchísimas personas viven engañadas por el espejismo que produce, cosa que puede provocar consecuencias políticas impredecibles”.

Sin duda, la juventud Venezolana oficialista protagoniza un extraño fenómeno histórico: un espiral desconcertante donde ideología e identidad parecen chocar para crear algo totalmente nuevo. O tan viejo que resulta nuevo. Y quizás es esa novedad del encuentro de un significado a lo que se creía establecido, lo que le haga tan sencillo a la revolución roja disfrazarse de luchador, de rebelde, sin ser otra cosa que un experimento fallido de la ideología más vieja de todas: el poder intentando sostenerse sobre la frágil base de la distorsión histórica.

* El mejor cliente imperial:
Como buen hijo de la izquierda histórica del continente, el Gobierno venezolano sataniza a Norteamérica como el enemigo ideológico y político contra el que debe luchar. Claro está, la lucha no incluye el hecho que mantenga un sostenido intercambio económico a través de la venta de petróleo sino que también, continúe insistiendo en el reconocimiento político e incluso cultural del Gobierno estadounidense. Aún más ambivalente resulta, la encendida retórica chavista, cuando insiste no sólo en el hecho de asumir un enfrentamiento con su mejor y más consecuente cliente del hemisferio. ¿Se trata de una contradicción crasa o el mero hecho de asumir el planteamiento económico más allá del ideal ideológico? Es difícil precisarlo pero por ahora, el chavismo continúa insistiendo en enfrentarse a un enemigo silencioso y la mayoría de las veces precavido, para justificar sus preocupantes errores en material política y social.

* La patria y la visión nacionalista:
El chavismo suele confundir los conceptos de Patria y Gobierno con preocupante y frecuencia. No sólo identifica los elementos constitutivos del gentilicio con una idea distorsionada sobre la identificación militante, sino que insiste en construir toda una definición de ciudadano basada en la lealtad partidista. Es por ese motivo que acusa de “ápatrida” al opositor de conciencia y sobre todo, insiste en mezclar percepciones fundamentales sobre la nacionalidad y el fanatismo político en un único concepto. Para el chavismo, el nacionalismo es un arma que utiliza para avivar la emocionalidad y fanatismo y sobre todo, para manipular la lealtad de sus partidarios.



Resulta complicado definir la línea entre la realidad y la propaganda del poder en Venezuela. La línea entre ambas cosas resulta difusa y en ocasiones indistinguible, como si entre la noción de la realidad y lo que el Gobierno impone como versión oficial no existiera o en todo caso, se alimentara la una de la otra. Y es que en la Venezuela chavista, la verdad y la mentira, son armas del poder y más allá de eso, una forma de crear una estructura de manipulación tan efectiva como directa. Una manera de controlar no sólo la identidad del chavismo que se basa en la militancia sino más allá de eso, lo que se construye y se elabora como idea política basada en el poder hegemónico. Una aspiración al control total.

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