domingo, 11 de octubre de 2015
Danza en luz y otras historias de Brujería.
Mi abuela solía decir que el espíritu de una bruja es una mariposa: nace y se transforma en busca de la luz. Solía repetir la frase mientras me miraba copiar con paciencia algunas cosas de su libro de la sombra, inclinada sobre el escritorio y con los dedos tensos sobre el lapiz y el papel. Y lo hacía sobre todo, cuando me quejaba de lo fastidioso que me resultaba aquello, de lo tedioso que era copiar párrafo a párrafo a mano.
- ¿No lo puedo hacer con la computadora? - solía preguntar. Mi abuela reía en voz alta, divertida por mi impaciencia.
- ¿Y cual sería el trabajo en eso?
- Pero ¿Por qué tiene que ser trabajoso Buelita? - me quejaba yo, con la cabeza apoyada sobre el cuaderno emborronado - Es taaan largo.
Miraba a mi abuela con un puchero de pura malcriadez, los brazos cruzados sobre el pecho y el lapiz abandonado sobre la mesa. La verdad, no entendía por qué era necesario tanto esfuerzo por algo tan intangible como conservar palabra por palabra, la sabiduría que una multitud de parientes anónimos habían dejado por escrito en sus Libros de las Sombras. ¿Qué podía enseñarme lo que gente que no conocía pensaban hacía treinta o cincuenta años? ¿En que podían ayudarme recetas de cocina, propiedades de plantas y todo tipo de pequeñas curiosidades que las mujeres y hombres de la familia habían recopilado por más de un siglo? Con descreídos doce años y sobre todo, hija de una generación inquieta y acostumbrada a la tecnología, todo aquello me parecía una gran perdida de tiempo. ¿Y que era eso de la Mariposa? me preguntaba de mal humor, dibujando a despecho alas enormes de colores brillantes en las páginas de mi cuadernos. ¿Que se supone quería decirme mi abuela cuando me insistía en una de sus frases misteriosas?
Después de todo, aprender brujería no estaba resultando lo que me imaginaba de niña. No había secretos fabulosos en las páginas de los libros de la Biblioteca de mi abuela o grandes secretos de poder y magia que comprender. En realidad, lo que aprendía tenía mucho parecido con cualquier asignatura de la escuela, sólo que mucho más filosófico, concentrado en un tipo de sabiduría tan antigua como en ocasiones incomprensible. ¿Eso era todo? solía preguntarme con frecuencia, rodeada de cuadernos y libros, de interminables bocetos de hojas y árboles, largos párrafos de grandes autores que aprender. ¿Donde estaba lo asombroso en todo aquello? ¿Lo realmente divertido?
- ¿Como que una Mariposa? - pregunté malhumorada en una ocasión - ¿Me volveré torpe y revolotearé alrededor de las bombillas?
Mi abuela, que estaba sentada frente a su escritorio leyendo, no soltó una de sus acostumbradas carcajadas esta vez. Levantó la cabeza y me miró con cierta dureza. Sobresaltada, me quedé muy quieta, intentando sostener el gesto y preguntándome si había ido muy lejos esta vez.
- Hija, aprender y comprender hacia donde te diriges necesita de tiempo, de paciencia y sobre todo de perseverancia. Es una transformación.
Lo dijo con cierta tristeza, pero sus ojos seguían siendo muy duros. Estaba irritada, eso era evidente. Me sentí un poco culpable e incluso, preocupada. Mi abuela solía dedicar una considerable cantidad de tiempo a mi educación - sobre la brujeria y en cualquier otro ámbito de la vida - y me recriminé por faltarle el respeto - a su esfuerzo y devoción - de esa manera. Pero también, pensé que debía ser sincera. Que no podía fingir que estaba interesada en lo que me estaba enseñando cuando en realidad, me aburría. Sería otra forma de faltar el respeto a su confianza ¿no? me dije con cautela.
- Pero yo creí que la brujería sería algo distinto... mucho menos libros y si...otra cosa - comencé. No sabía como explicar que había imaginado mi educación como bruja como algo muy parecido a una aventura, a un gran y peligroso trayecto lleno de osadía y dificultades, que tendría que atravesar gracias a mi...bueno, está bien. Eso era muy fantasioso y hasta ridículo. Y sin embargo, eso era exactamente lo que pensaba - pensaba que tendría más que ver con cosas increíbles. No sólo sentarse aquí a...
A aburrirme, era lo que quería decir, pero me dio miedo decir algo que era lo bastante ofensivo como para hacer más penetrante la ya muy severa mirada de mi abuela. Así que me quedé muy erguida, con las manos sobre las rodillas, sin saber como remendar el entuerto o si quiera si debía hacerlo. Mi abuela finalmente sacudió la cabeza.
- Quiero que sepas que aprender brujería es exactamente lo que has estado haciendo hasta ahora - dijo entonces - en otras palabras, crear un mundo interior que puedas expresar hacia afuera. No habrá cosas fabulosas, ni misterios intrincados. No habrá búsquedas terriblemente peligrosas ni tampoco, terrores asombrosos que debas vencer. Será más bien como pequeños triunfos. Tan pequeños que a veces pasarán desapercibidos.
Me desinflé. ¿En serio todo lo que implicaba ser bruja empezaba con toooodo aquel larguísimo aprendizaje de libros, nombres de plantas, grandes autores universales, copiar palabras y caminar por el jardín? Vaya, no podía entender entonces por qué durante tantos siglos la brujería había generado desconfianza. Por qué había producido tanto temor irracional. Algo de lo que pensaba debió notarse en mi expresión: mi abuela se levantó de detrás del escritorio y caminó por la biblioteca, con gesto triste.
- Lo lamento, seguro es que no entiendo muchas cosas - dije - por eso...
- Dijiste lo que piensas.
- Sí, lo dije.
Silencio. Abuela se quedó de pie en uno de los anaqueles, el muy viejo donde guardaba los libros de las Sombras familiares. Aún no los había ojeado todos pero me pregunté si allí había algo que realmente pudiera despertar mi interés, que me hiciera cambiar de opinión. ¿Realmente me estaba perdiendo de algo? ¿Estaba comprendiendo las cosas desde un punto de vista equivocado? Y si no era así ¿Qué ocurría conmigo? ¿Por qué aprender brujería no me estaba resultando tan excitante ni tan placentero como esperaba?
- Me preguntaste por qué te hablé sobre las mariposas - dijo abuela de pronto. Asentí.
- Perdón, lo hice de manera muy grosera.
- Pero sincera. Una vez leí que las palabras sinceras no son elegantes y pocas veces, las elegantes son sinceras.
No supe que decir a eso, pero me gustó el pensamiento. Lograba ordenar un poco mi desorden mental y parecía colocar las piezas de mis pensamientos en los lugares correctos. No se trataba de impulsividad o malcriadez - o no del todo -, sino esa sinceridad indómita de mi edad. O eso quería creer. La verdad que todo el asunto comenzaba a parecerme confuso y un poco angustioso.
- No quise decir que no me gustara la brujería. Que no quisiera ser bruja - le expliqué entonces - sólo que imaginé tantas cosas distintas...
Mi abuela movió la cabeza y suspiró. A la distancia, la imagino tratando de comprender a esa nieta inquieta e impaciente, a la niña que debía educar como le habían educado a ella. Y la imagen me produce una ternura casi dolorosa. Un hilo de conocimiento uniéndonos a ambas, una historia compartida. En esas ocasiones sonrío de pura nostalgia.
- Y claro está, nada tiene mucho sentido entre tantos libros y párrafos y abuela hablando de Mariposa - se burló. Parecía haber recuperado todo su buen humor malicioso, así que me permití sonreír. Sólo un poquito.
- Bueno...sí.
- Te contaré algo de mi niñez.
Se dejó caer sobre su sillón favorito: uno enorme y tapizado en verde, que abuelo solía decir debía ir directamente a la basura, pero que abuela amaba especialmente. Se arrellanó entre los cojines remendados y me dedicó una de sus largas miradas profundas.
- Tampoco quería aprender brujeria.
- ¿Ah no? - me sorprendí. Ella me hizo una mueca traviesa.
- No, nada. Era intranquila, inquieta. Me la pasaba encaramada en todos los árboles. Lo menos que quería era sentarme a leer y a escribir. A mi que me dieran una escoba para volar.
Reímos juntas. Ella sacudió la cabeza.
- Pero claro, no hay escobas, tampoco varitas. Había conocimiento y uno a veces cree que eso es muy simple, muy ramplón. Vamos: solo son palabras en una hoja, dibujitos que hizo la abuela o esa otra tia. ¿En que me va a ayudar eso?
Me quedé boquiabierta. Era exactamente lo que yo pensaba sobre eso. Pero no me atrevía a decir nada. Me encantaba escuchar a mi abuela anédcotas sobre su niñez: después de todo no la imaginaba niña ni mucho menos joven. Para mi, ella siempre había sido la venerable Dama de cabello cobrizo que recordaba de toda la vida.
- Tampoco me gustaban las historias sobre mariposas - continuó mi abuela - hasta que una de mis tías me contó la de la Doncella mariposa, que me sorprendió y me hizo comprender unas cuantas cosas. Una historia verdaderamente mágica.
Silencio. Parpadeé sorprendida. Oye, eso se escuchaba bueno. O al menos lo suficientemente misterioso para despertar mi atención.
- Solía contarmela mi tia C, y lo hacia siempre de una manera distinta e intrigante - siguió - Me hablaba sobre las creencias en su nativa Hungría, donde se creía que una misteriosa mujer que una vez al año, se convertía en una preciosa mariposa real, de diminutas alas azules y tornasoladas. No obstante, nadie lo sabía porque de ordinario, la Doncella mariposa se ocultaba tras la rutina de una mujer a la que nadie miraba dos veces: alguién a quién todo el mundo consideraría débil: por la edad, por ser una mujer cansada y pesada. El cabello de doncella Mariposa llegaba hasta el suelo. Una anciana silenciosa y temerosa, oculta entre las arrugas de la edad y su temor."
Imaginé con absoluta claridad a la anciana que se convertía en mariposa. La piel arrugada, el cabello blanco peinado en una larga trenza que le caía por la espalda. Caminando encorvada por las calles de un pueblo bávaro, perdida entre la multitud. La imaginé tan clara que de pronto, pensé en ella como alguien real, con sus ropas azules y verdes, remendadas y rotas. Caminando descalza. La mujer que se creía Mariposa. La mujer que soñaba con serlo, quizás.
- Pero una vez al año, emergía la Mariposa - dijo mi abuela - de esa sencilla mujer. De esa mujer que no mirarías dos veces. De esa mujer tan encorvada y cansada, que inclina la cabeza para caminar. Una noche, nadie sabía por qué, extendía sus manos sarmentosas hacia el firmamento tachonado de estrellas púrpuras y danza, riendo, con los ojos abiertos, contemplando la belleza del silencio y la oscuridad. Entonces, descubría que tenía alas. Tan radiantes y azules como el firmamento, tan poderosas como para permitirle volar. Y lo hacía, alto y fuerte. Para recordarle a quien la miraba que había motivos aún para asombrarse. Que todavía existía la posibilidad de los prodigios.
Me emocionó la imagen. Vi con los ojos de mi mente a la anciana transformada en una mujer espléndida, volando rauda por el cielo azul de una noche cálida. Pero pensé también en quienes podían verla. En quienes podían asombrarse de su belleza, en quienes de pronto, comenzaban a comprender el poder de lo imposible.
- Con el aprendizaje de la brujería ocurre lo mismo - me explicó entonces mi abuela. Se inclinó hacia mi, para mirarme directamente a los ojos. Los ojos muy brillantes e inteligentes - parece sencillo, puede parecer cosa de todos los días. Poco importante. Pero poco a poco, va creciendo en ti, te va haciendo transformarte, brindándote fuerza y sabiduría. Fragmento a fragmento, pieza a pieza, hasta construir una mirada amplia y fuerte sobre el mundo. Como un capullo que te envuelve, que te cobija y te prepara para abrir las alas y volar, para encontrar una nueva forma de mirarte a ti misma y lo que te rodea. De lo que te hace poderosa.
Miró mis apuntes sobre el escritorio, mis lapices y mis creyones de colores, mis hojas cubiertas de apuntes y sonrío. Y yo los miré después, con una rara sensación de asombro, como si los descubriera allí por primera vez. Comencé a preguntarme cuanto había cambiado mi forma de ver el mundo - de mirarlo, más bien - desde que había comenzado a recorrer el camino del arte de la Brujería. Cuantas cosas había comprendido con profundidad, sobre mi espíritu y mi mente. Hacia donde me dirigía, que encontraría en mi camino más allá. Pensé en mi nuevo hábito de mirar las estrellas y hacerme preguntas. De esa sensación de perpetua curiosidad que me acompañaba a todas partes. De ese vínculo profundo y casi misterioso que sentía con todo lo que me rodeaba en cada ocasión que llevaba a cabo un ritual tradicional. Y entonces, me pregunté si cada momento de paciencia, si las palabras, los viejos aprendizajes se tejían a mi alrededor para sostenerme, para envolverme con calidez, para sostenerme en caso de necesidad. Para crear una mujer nueva que nacía cada día.
- Una vez leí que La Doncella Mariposa es la fuerza fertilizadora femenina - dijo mi abuela. Me tomó de las manos y las acarició con dulzura - Transportando el polen de un lugar a otro, fecundando el alma de los sueños nocturnos, vuela sobre campos de ilusiones, sobre los rostros dormidos, sobre las manos entrebiertas de los cansados y deja caer esperanzas. Ah, sí, Hermosa la doncella de la noche, elevándose en espiral hacia la luz de la Luna Oblicua. El espiritu de la Tierra, de la gran Madre olvidada, salta alegremente sobre el lecho del río y la voz del mar.
En un impulso irreprimible, abracé a mi abuela. Le eché los brazos al cuello y me apreté contra su hombro fuerte, muy fuerte. Quería decirle cuando agradecía su paciencia, que hubiese aceptado enseñarme, que me quisiera tanto como para obsequiarme un poco de su sabiduría. Quería decirle tantas cosas pero sólo la abracé, con los ojos cerrados, mirando en mi mente a la Doncella Mariposa volando sobre las nubes de un cielo imaginario.
- Nunca lo olvides, mi pequeña, la Doncella Mariposa está en nosotros...somos todos los que comprendemos nuestra capacidad para crear y soñar. Una vieja alma, una vieja historia, una joven esperanza.
Con el tiempo he descubierto, en mi misma y más allá del mundo de las ideas, que la Doncella Mariposa es la voz de ese aprendizaje continúo, de esa necesidad insistente de aprender y crecer. Es la vida carente de tabúes y restricciones, es amplia y generosa como la necesidad de comprender nuestra propia necesidad de un lugar y un momento de individualidad. Su mano sostiene la mia, en esas noches de insomnio, cuando miro al mundo dormir y me pierdo en el laberinto de mis ideas. Ese privilegio exquisito de encontrar un lugar donde reposen mis sueños y mis temores. La vanidad perpendicular de un renacimiento poderoso y fatal.
Mi espíritu es una Mariposa. El cuerpo de la tierra, un mundo en sí mismo. Tan vulnerable y sentido como un deseo, tan furioso y destructor como la necesidad. Danza, Doncella Mariposa, más allá de la voz de mi rostro y la creación de mi perspectiva de la verdad.
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