jueves, 8 de octubre de 2015

Es mi fiesta: Lo extraño, lo bonito y feo de las celebraciones personales.




Hace unas semanas, celebré mi cumpleaños. Y lo hice a la manera que supongo lo hace buena parte de la humanidad: rodeada de mis amigos y parientes más queridos, agradeciendo obsequios — y hasta buenos deseos — y claro está, disfrutando de un trozo de pastel. Esas pequeñas ocasiones que parecen ser idénticas, cualquiera sea el lugar o el momento donde se disfruten. En medio de la celebración, uno de mis amigos me miró con una expresión traviesa.

— ¿Te gusta mi obsequio? — comentó. Parpadeé. Justamente, mi amigo me había insistido un poco antes que no necesitaba obsequiarme alguna cosa para demostrar el cariño que compartíamos.
— ¿Cual podría ser ese?
— No hacerte sentir incómoda — respondió. Soltó una carcajada — creo que la mejor manera de demostrar amor es no abrumar con tonterías.

La idea me hizo soltar una carcajada. Mi amigo sacudió la cabeza divertido. Varios de los presentes se volvieron a mirar y parecieron muy interesados en el comentario. Varios minutos después, debatíamos en voz alta de todas las cosas que cualquier cumpleañero agradecería no recibir. Todas esas pequeñas costumbres engorrosas, hábitos insistentes y rutinas vergonzosas que todos hemos soportado al celebrar el cumpleaños. Una pequeña colección de pequeñas torpezas sociales que todos hemos sufrido alguna vez.

¿Y cuales podrían esas costumbres tan extrañas para celebrar el cumpleaños que parecen provenir de ninguna parte? Los siguientes, sin duda:

* La llamada a medianoche: Gracias pero no es gracioso, ni simpático ni mucho menos agradable. Aunque usted crea que sí.

Me despierta el sonido de mi teléfono celular. Viviendo en el tercer país más violento del mundo, las llamadas nocturnas nunca son bien recibidas ni mucho menos apreciadas, cualquiera sea el bienintencionado motivo por el cual se realicen. Temblando de miedo, alargo la mano hacia la mesa de noche junto a mi cama y me llevo el teléfono al oído, sin saber que esperar o mucho menos, que puede estar ocurriendo que amerite una llamada al filo de la media noche. Cuando contesto, escucho un coro de gritos y alaridos ininteligibles al otro lado de la línea que provocaron un escalofrío.

— ¿Quién habla? — balbuceo. Alguien suelta una carcajada. — ¡Eres un año más vieja! ¡Que sean muchos más!

Sí, lo sé. Se trata de un acto de cariño y sé también , que muy probablemente, debería apreciarlo como una muestra de amor. Pero resulta difícil hacerlo a mitad de la noche, aturdida y con el corazón latiendo tan rápido que apenas puedo respirar. ¿Realmente es necesario la llamada a medianoche para celebrar el cumpleaños? ¿Por qué la insistencia en ser el primero en recordar el día del nacimiento de cualquiera?
Al parecer, no se trata de una costumbre nueva: Hace unos meses, leí que en Irlanda, suele celebrarse el cumpleaños a media noche. Y también, en varios países de Europa del Este. ¿El motivo? recordar que cada año de vida es una celebración de experiencias y que todas comienzan, con la primera hora del día, que de hecho simboliza la vida que renace. En la República Checa, el homenajeado suele esperar junto a su familia el primer minuto del nuevo día, para agradecer que continúa con vida y que disfrutará de toda una nueva experiencia vital.

Pero si retrocedemos un poco más en el tiempo, quizás encontremos el origen de la insistencia de ese primer saludo para celebrar un nuevo año de vida: En el Medioevo, solía recordarse el día del nacimiento de personajes de cierta relevancia con una Misa, oficiada a medianoche. Después, el homenajeado solía salir a la calle para repartir monedas y pan entre quienes lo esperaban en las calles, para asegurar la prosperidad y la alegría en el nuevo año que comenzaba.

De manera que quizás, como en tantos otros aspectos de nuestra vida, la celebración del cumpleaños no sea sino otra manera de recordar un pasado distante, una idea tan antigua que forma parte de nuestra manera de comprendernos como parte de un gran mecanismo cultural. O una gran travesura pienso, con el teléfono apoyado en la oreja y escuchando el coro de felicitaciones a gritos al otro lado de la bocina, de la que todos somos partes.

* La misma llamada, pero muy temprano en la mañana:

No soy una persona matutina y probablemente, no lo seré jamás. Por ese motivo, una llamada al amanecer — sea por la razón que sea — nunca será un obsequio que agradeceré especialmente. Aunque se trate de una voz entusiasta deseándome muchos años por vivir y los mejores deseos en el día en que celebro mi nacimiento.

No se trata de una costumbre del todo inocente y a diferencia de la celebración a medianoche, tiene un origen pagano en lugar que netamente religioso. En varios países asiáticos, se asegura que ser el primero en felicitar a quien celebra su cumpleaños, asegura prosperidad y bonanza en los meses siguientes. Y en Finlandia, la celebración del cumpleaños se realiza a primera hora del amanecer, para festejar la idea del renacimiento espiritual, una idea que parece provenir de antiguas costumbres rurales de varios pueblos Europeos.

— ¡Que sean muchos años más! — grita una de mis amigas más queridas a todo pulmón. Parpadeo, intento responder. Una confusa cólera se me sube a la garganta. — ¿No es muy temprano para una llamada? — logro responder. Ella ríe a carcajadas. — ¡A despertarse! ¡Hay que empezar a vivir desde temprano!
La frase me hace recordar algo que leí hace unos cuantos años: en Vietnam, despertar el día de tu cumpleaños muy temprano se interpreta como un buen augurio. En algunos lugares de Francia, el día de cumpleaños se celebra con un copioso desayuno para justamente, recordar que es el primero de muchos días por venir. De manera que quizás la llamada tempranera, por muy incómoda que sea, es parte de toda una tradición muy antigua de recordar cuanto debemos agradecer por contar un año más al calendario. Pero ¿No podría ser un poco más tarde? me digo bostezando, mientras mi amiga sigue gritando y riendo al otro lado del teléfono.

* La pregunta: ¿Y que haces? ¿Que te han obsequiado? y cualquier interrogatorio parecido.

El día de mi cumpleaños, mi prima mayor me telefoneó desde Amsterdam para celebrar la fecha. Y también, someterme al interrogatorio habitual sobre cuantos obsequios había recibido hasta ese momento, cuantas felicitaciones había recibido e incluso, cual había sido mi momento favorito del día. Todo esto, en una rápida sucesión confusa que me llevó esfuerzo responder puntualmente. Cuando logré hacerlo, se burló de mi torpeza.
— Mientras más regalos cuentes, más recibirás — me aseguró. — ¿De donde sale eso? — ¿No lo sabias? Si dices en voz alta todos los regalos que has recibido, ¡Se multiplicarán!
Nunca había escuchado aquello, de manera que dediqué algunas horas a investigar al respecto. ¿El resultado? me tropecé con una vieja costumbre africana que insiste que los Dioses siempre querrán darte el doble de lo que agradeces, mucho más si lo haces el día de tu cumpleaños. Una costumbre muy curiosa que hace además que buena parte de los cumpleañeros de origen Senegalés tengan el hábito de recitar a gritos todos los obsequios que reciben en el día en que celebra su nacimiento.
También, tropecé con una vieja costumbre italiana, que indica que cada regalo que recibes el día de tu cumpleaños, será el doble si lo disfrutas con una sonrisa. Una idea que parece provenir de cuernos de la abundancia y Cornucopias rebosantes de fruta y prosperidad. Sonrío, al imaginarme a un campesino siglos atrás, recitando con mucho esmero la lista de obsequios que quizás había recibido, en espera de muchos más.

* El coro impenitente: ¡Que nos cuente cuantos años cumple!

No es que me moleste o me incomode en alguna forma responder a preguntas sobre mi edad, pero quizás comience a incomodarme si debo hacerlo tantas veces que tengo la sensación que lo único que puedo decir sobre mi vida es cuantos años cumplo. Y al parecer el día del cumpleaños es la ocasión propicia no sólo para soportar la multitud de bromas al respecto, sino también, admitir el paso del tiempo.

Y aunque parezca muy simple, el habito de preguntar — sin la menor discreción — cuantos años celebra el homenajeado, es una costumbre que heredamos de algún ancestro Irlandés: en varios lugares del llamado país verde, preguntar la cantidad de años que suma el homenajeado es una manera de atraer prosperidad y alegría. Aún hoy, se lleva a cabo una extraña tradición que consiste en sostener de cabeza al cumpleañero y rozar su cabeza contra el suelo, tantas veces como años cumpla. Una y otra vez, el grupo de amigos y parientes del festejado, recordará lo bueno y lo querido de su vida y sobre todo, celebrará que aún resten muchos años para continuar celebrando. Por supuesto, habría que investigar un poco más que tanto disfruta el homenajeado la costumbre, siendo que para entonces debe haber bebido al menos seis cervezas y quizás un par más, para asegurarse que los Buenos Dioses del campo bendigan sus pasos.

* Obsequiar algo que te gustaría recibir. Y hacerlo con la mejor intención, claro.

Hace unos años, uno de mis amigos me obsequio una camiseta enorme de un color chillón que aseguro “le recordaba a mi” en muchas formas. Siendo que con frecuencia sólo visto de negro, me llevó esfuerzo comprender el comentario y por supuesto, el presente.

— Pero ¿Cómo te recordó a mi? — pregunté. Levanté la prenda de ropa y el escandaloso color fucsia pareció iluminar mi piel y mis manos con un resplandor fosforescente.
 — Porque siempre insistes en que somos nuestras manías y rarezas — me explicó con enorme entusiasmo — o sea que, somos lo raro y lo extraño. Y pensé que te gustaría algo que me lo recordara.

La verdad que no me gustaba en absoluto, pero no me quedó otro remedio que llevar la estrafalaria camiseta un par de veces como agradecimiento a la buena voluntad de mi amigo. No obstante, unos días después, me encontré conversando sobre el particular con un amigo antropólogo que encontró muy interesante un hábito tan antiguo.

— ¿El de regalar cosas por completo sin sentido? — pregunté. El colo fucsia de la camiseta me hizo parpadear. Mi amigo soltó una carcajada. — No exactamente. Regalar lo que creemos es especial y bonito. Es una vieja costumbre tribal de algunos pueblos asiáticos himalayos. La idea básica es regalarte lo que considero valioso y de alguna manera, demostrarte cuanto te quiero.

Me explicó que en muchos pueblos Himalayos, la comida y la ropa escasea, por lo que un obsequio — de cualquier índole — siempre es una muestra de amor y aprecio desinteresado. Y obsequiar lo que deseamos — o lo que nos gustaría tener — es una forma de celebrar lo que nos une, el “como te miro y te comprendo”, una percepción sobre las razones por las que nos consideramos cercanos o queridos. La idea me desconcertó, no sólo por su profundidad, sino por su dulzura.

— En otras palabras, me regalas un punto de vista — comenté. — O algo mejor: lo mucho que significas para la vida de alguien más.

Así que la siguiente ocasión en que me reuní para tomar un café con mi amigo el entusiasta del color Fucsia, llevaba puesta la camiseta. Y sonreí al hacerlo, a pesar de la incomodidad. Después de todo, me digo, mientras mi amigo celebra lo bien que me sienta el color y lo mucho que le alegra le haya gustado su obsequio, pocas veces somos conscientes de esa noción de complicidad que nos une a alguien más.

* Cantar cumpleaños a gritos. Inevitable pero…

Hasta el siglo IV de nuestra Era, la Iglesia cristiana rechazó la celebración del cumpleaños por considerarlo “pagano” o lo que era lo mismo, una forma de celebrar costumbres y ritos tribales que desaprobaba por una multitud de razones. Por ese motivo, celebrar el cumpleaños fue durante muchísimo tiempo una fiesta privada, que incluso podía resultar peligrosa. Aún así, muchos campesinos del norte de Europa seguían celebrando el hecho de estar vivos a pesar de la prohibición eclesiástica, por razones tan extravagantes como curiosas: En la antigüedad, las costumbres de felicitar, dar regalos y hacer una fiesta — con las velas encendidas que la completan — tenían el propósito de proteger de los demonios al que celebraba su cumpleaños, y de garantizar su seguridad durante el año entrante (Fuente Wikipedia). Más allá de eso, para buena parte de la población Europea de las provincias, el propósito de la celebración de cumpleaños era mucho más pragmática: Las familias solían reunirse y compartir festines de carne y vino caliente que muy pocas veces podían permitirse en cualquier otro momento del año. Era el momento para celebrar la vida y sobre todo, lo que el año que culminaba había proporcionado a la familia.

Pienso en esa escena mientras un grupo de entusiastas amigos cantan a todo pulmón el tradicional Feliz cumpleaños. Todos llevan un vaso con bebida y se aseguran de levantarlo en mi honor. Y me hace sonreír el pensamiento que quizás, sea la misma escena que ocurrió en alguna aldea remota muchos siglos atrás, donde un grupo de hombres y mujeres celebraban para agradecer no sólo un nuevo año de vida sino la oportunidad de renacer cada año bajo el sol.

* Los palmadas brutales en la espalda: Quiero conservar mis pulmones por un año más, gracias.

Cuando era una niña, recuerdo que cuando una de mis compañeras de clase celebraba su cumpleaños todas las demás nos abalanzamos sobre ella para propinarle palmadas en la espalda. Era una ocasión extraña, violenta y muy divertida: la homenajeada corría para escapar de la multitud risueña y empecinada en demostrarle su afecto golpeandole, para terminar, exhausta y risueña, recibiéndolas con la cabeza inclinada. Nunca supe de donde provenía la costumbre, pero por supuesto, siempre me pareció tan hilarante como para continuar llevándola a cabo por años y en todas las oportunidades posibles.

Por ese motivo me sorprendió descubrir que no se trata de una travesura infantil, sino una costumbre tan vieja que se remonta a Grecia, donde se creía que toda persona recibía la protección de un espíritu o Daemon desde su nacimiento. El espíritu, que solía imaginarse como una presencia constante e invisible, se celebraba a través de ritos muy personales, como dar palmadas cada vez que se tomaba decisiones importantes…o golpear la espalda para recordar su presencia el día en que se recordaba el propio nacimiento. La idea evolucionó y pareció asimilarse en cientos de costumbres y pequeños matices distintos: desde la idea del ángel custodio, el hada madrina y el santo patrón. Y también, celebrándose con palmadas o golpes en los hombros y brazos para celebrar su presencia. Una manera de reconocer lo mágico en nuestra vida o quizás, me digo recordando ese entusiasmo juvenil un poco trepidante que recuerdo tan bien, una forma de celebrar ese origen misterioso de nuestra percepción sobre lo que nos rodea.

* No olvidar que a pesar de mis quejas, agradezco todo lo anterior.

Lo pienso, mientras un coro de rostros queridos entona por enésima vez el manido “Cumpleaños Feliz” y me enfundo en una rara camiseta de flecos y lentejuelas que jamás usaría de no ser porque se trata de un obsequio entusiasta. Sonrío mientras corto el pastel de cumpleaños, gritando porque así lo indica la tradición o soplo la velita para demostrar que aún soy lo suficientemente fuerte y joven para hacerlo (una costumbre Polaca, por cierto). Y agradezco, claro está, el amor en cada pequeño hábito, en los agradables y los irritantes, en los grandes y sutiles. Poder seguir celebrándolos como parte de mi historia personal.
C’est’ la vie.

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