domingo, 25 de octubre de 2015
Fuego en las estrellas y otras historias de brujería.
El circulo de velas parpadeantes parecía extenderse por el jardín entero. Mi tia E. me miró con cierta impaciencia cuando me detuve al borde, observando las llamitas bailotear en la oscuridad.
- ¿Vas a entrar o no?
- Bueno...
Volví a mirar las velas, tan pequeñas y chatas que parecían brotar de la tierra misma. A la luz del atardecer, tenían un aspecto bonito, limpio. Pero la verdad, muy poco mágico. O al menos como yo me imaginaba las cosas mágicas, en todo caso. Me incliné para mirar una de cerca: tia se había preocupado por poner una piedrita debajo de cada cabo de vela y el conjunto - con sus hilos blancos de cera flotando recién derretido - tenía un aspecto delicadísimo, casi artístico. Pero aún así, seguía siendo sólo una vela sobre un trozo de roca, en un jardín con la hierba mal cortada.
Pero claro está, una no le dice esas cosas a su tia. Menos, una tia tan malhumorada como la mía, que me miraba con los ojos entrecerrados y los brazos en jarra mientras yo seguía de pie al borde del circulo, pensando en esas cosas con toda mi curiosidad infantil. En vez de eso, hice lo que me había enseñado: levanté el brazo y con el dedo indice de la mano derecha, dibujé una puerta invisible sobre el aire de la noche. El viento me sopló en la cara y tuve una extraña sensación de sobresalto. Pero magia, lo que se dice magia, no pasó.
Entré finalmente al circulo. Volví a cerrar la puerta imaginaria como tia me había enseñado y me senté a su lado. A estas alturas me sentía un poco loca o al menos, una niña jugando a solas con su tia en la oscuridad. Pero bruja...torcí la boca para masticar las palabras que se me vinieron a la lengua. Segurito que a tia no le iba a encantar que le dijera lo decepcionada que me sentía de haber hecho mi primer gran gesto mágico y no haber sentido otra cosa que cierta confusión. Así que me callé y me senté a su lado, con las piernas cruzadas y la espalda rígida.
- Pues muy bien - dijo tia extediendo las manos sobre sus inmaculada falda de flores diminutas - ya aprendiste lo primero que toda bruja aprende: a trazar el circulo de energía a tu alrededor.
Dicho así, aquello sonaba misterioso y emocionante. Pero en realidad, lo que habíamos hecho era encender un montón de velitas diminutas, colocarlas en circulo y luego, levantar el brazo para crear otro con un gesto que aparentemente tenía que demostrar alguna cosa...que por supuesto, no tenía idea de qué podía ser. Algo de mi festiva incredulidad de ocho años debió notarse en mi rostro porque mi tia frunció el entrecejo e inclinó su rostro regordete hacia el mio.
- ¿Esto te parece una nimiedad no?
- No - dije perpleja.
- ¿De verdad?
- ¿Que es nimiedad? - respondí con toda sinceridad. La verdad era que jamás había escuchado la palabra antes.
Tia soltó un resoplido muy audible e inclinó la cabeza hacia mi. Me dedicó una de sus miradas verdes, cargadas de intención e inteligencia. Parecía un poco impaciente por mi comportamiento, pero sobre todo, desconcertada por mi incredulidad. La verdad no se me estaba dando muy bien eso de creer en "la magia" - lo que sea que fuera - y mucho menos, de entender lo que mis abuelas, tías y primas comprendían sobre la palabra. Después de todo, apenas llevaba seis meses viviendo en casa de mi abuela. Y menos de dos, aprendiendo eso que con tanto amor y devoción, abuela llamaba "brujería".
No era algo sencillo, por supuesto. A pesar que me entusiasmaba la idea de aprender algo que en mi mente tenía mucho de asombroso, las cosas no eran tan sencillas como creía o al menos, esperaba. Menos, para una niña de ocho años, con la cabeza llena de ideas fabulosas que se parecían muy poco a la tradición doméstica, sencilla e incluso discreta que abuela insistía era una forma de "celebrar" el mundo de las brujas. Al principio, había hecho muchas preguntas.
- ¿Pero no se supone que una bruja vuela? - pregunté muy solemne, mientras mi abuela cocinaba el almuerzo del día. Me miró por encima de sus anteojos de leer conteniendo una sonrisa.
- ¿No es más fácil ir en un avión?
- Pero...en los cuentos las brujas se montan en una escoba y vuelan - sacudí los brazos para explicar la imagen mental que me acompañaba a todas partes desde que había leído algo semejante - se montan en las escobas y van por el cielo.
Miré disimuladamente las escobas colgadas en la pared, quizás esperando que nada más con desearlo, una saldría volando rauda y veloz hasta llegar a mi lado. Aún faltaban unos cuantos años para que Harry Potter hiciera realidad mi sueño, pero mientras tanto, en mi imaginación ese tipo de cosas eran muy reales. Por supuesto, nada sucedió: las escobas siguieron colgadas en la pared, con su mango un poco deslucido y las cerdas de paja torcidas.
- Las escobas y todo lo que existe en brujería son símbolos de algo mucho más profundo y hermoso - explicó mi abuela - Todas las brujas son ritualistas, creen en el poder de lo simbólico y en la belleza de la mitología personal. Crean su propio paisaje de historias. Y cada uno es distinto.
No entendí nada de nada de lo que dijo mi abuela, aunque sus palabras me gustaron y me parecieron bonitas, asi que supuse las recordaría después. ¿Mitología personal? Me acerqué al horno donde hervía el asado negro y miré al techo: varios ramos de diferentes especias colgaban del punto más alto, envueltas en listones de tela rojo y verde. Me les quedé mirando desde abajo, a la distancia de mi poca estatura, preguntándome por qué estaban allí.
- Pero ¿Las brujas siempre tienen que hacer cosas así? - señalé las plantas - ¿guardar cosas como plantas y matas? ¿Las escobas? No entiendo para que tenerlas si no son de verdad...ya sabes, que hacen cosas...mágicas.
Abuela siguió revolviendo la sopa en la hornilla con el cucharón. Tenía el rostro enrojecido por los vapores de la cocina y el cabello en punta. No parecía la verdad, una venerable abuela sino un poco...loca. Me avergoncé del pensamiento, pero no pude evitarlo porque me parecía muy divertido. Abuela era muy distinta a cualquier otra persona que había conocido antes. Era por distancia, la más extraña, amable y graciosa. Y también, la más sabia.
Y era bruja, claro. No como la de los cuentos, como me había insistido con paciencia todas las veces en que le había preguntado. Una bruja que era algo más que una fantasía de mujeres de piel verdes y verrugas, nariz ganchuda y manos retorcidas. Una bruja de corazón intrépido, ojos despiertos y sonrisa interminable. Me lo había dicho desde los primeros días en que me había quedado en su casa, un año y poco más atrás y me había sorprendido su franqueza, la sencillez en la manera como usaba la palabra. Porque para ella "Bruja" era algo más que una idea, era una forma de mirar el mundo. Su reflejo en el espejo. Una aspiración total a la belleza espiritual.
Claro que, yo entendería todo eso muchos años después, luego de un largo aprendizaje y de poder yo misma llamarme de la misma manera. La niña de ojos asombrados en la cocina, seguía un poco desconcertada por la idea, tratando de darle forma, de encajarla en el mundo del colegio, de los almuerzos en familia, de los domingo en el cine con mamá. Todavía no lo lograba y me preguntaba con frecuencia si lograría hacerlo. Si alguna vez podría llamar "bruja" a mi abuela sin quedarme desconcertada, mirándome las manos, intentando comprender que quería decir al pronunciar una palabra semejante.
- Las brujas hacen lo que quieren - mi abuela soltó una carcajada - pero entre esas cosas, está crear una idea sobre su vida que vaya más allá de los objetos. Una bruja tiene un caldero, una daga, un cayado, un libro. Pero una bruja no se define a través de ellos. Una bruja es un corazón inquieto, furioso, lleno de preguntas. Una bruja es una mujer que crea y disfruta haciéndolo.
- Pero...¿Haciendo qué? ¿Creando qué? ¿Que es que lo hace una bruja que no hace otra gente? - insistí. Caminé por la cocina, mirando los viejos anaqueles de madera y cristal repletos de hierbas, las pequeñas estatuillas de madera de aspecto extraño de hombres y mujeres de aspecto extraño, las estrellas grabadas en todas partes. Todo se veía normal...pero a la vez no. Y aunque no sabía explicar en qué consistía la diferencia, si sabía que podía verla, notarla. Disfrutarla, incluso.
- Lo que les inspire su mente y su espíritu, mi niña - me contestó mi abuela. Tomó la olla, la puso en la siguiente hornilla de la cocina y la cubrió con una tapa. Se secó las manos en el delantal - Crear es un oficio de todos los días. Todos hacemos cosas propias y por el mundo a diario. Una bruja sabe el valor de todas esas cosas. Las aprecía, las construye de manera consciente para asumir su responsabilidad sobre ellas.
Una de las cosas que más me gustaba de mi abuela - la sabia, la bruja - era que siempre contestaba a todas mis preguntas. Y lo hacia como si yo fuera un adulto, sin disimular la complejidad de lo que me decía o adonarlo para hacerlo más comprensible. Por supuesto, muchas veces me llevaba esfuerzo seguir el hilo de la conversación pero ese pensar y re pensar había hecho maravillas en mi. No obstante que muy pocas veces comprendía las palabras de mi abuela, estaba consciente que quizás después podría comprenderlas. Las anotaba, las recordaba de vez en cuando. Poco a poco, aprendí ese juego de espejos que es aprender a través de tradiciones intimas, pequeñas. Palabra a palabra heredada.
- Pero ¿Hay algo que te haga bruja? - pregunté. Aquello era importante. Con apenas unos meses en casa, había descubierto que la casa de mi abuela no era sólo una casa asi sin más, era la casa de una bruja. Y de una venerable, que amaba la naturaleza, a su familia y disfrutaba demostrándolo. Una casa llena de flores, plantas, libros, fotografías, pequeños trozos de historias. Una casa donde nada era corriente a pesar de parecerlo. Una casa llena de magia.
- Sí claro - mi abuela se inclinó y me hizo un guiño malicioso. Luego apoyó su dedo indice en mi pecho - está aquí y se llama corazón. Una bruja es un corazón de fuego puro.
Pensé en esas cosas, sentada al lado de mi tia en la tarde de la primera vez que celebré Luna Llena. Sentada dentro del círculo de velas preparado especialmente para mi. Escuchando el viento bajar de la montaña y un poco inquieta, por no comprender en realidad que ocurría a mi alrededor. ¿Será que yo no era TAN bruja como lo eran mi abuela, mis tias y primas? ¿Me habría perdido de algo luego de un año entero de hacer preguntas, mirarlo todo con ojos asombrados, escuchar todo lo que mi abuela decía? Esa idea me preocupaba. O mejor dicho, me dolía. Porque si yo no podía ver - o sentir, más bien - la importancia del circulo mágico que habíamos creado...si yo no podía percibir esa magia que tia insistía que había...pues bueno...tragué grueso, muy preocupada.
La verdad, es que el circulo mágico era una de las pocas cosas realmente misteriosas que había visto hacer a las mujeres de mi familia. No se trataba de una metáfora, ni tampoco de una larga explicación filosófica. Era el hecho que bruja podía trazar con su energía - lo que sea que eso fuera - un lugar marcado con las cosas que la hacían especial y única. Era una idea que me había costado entender, que seguía sin estar muy clara. Oye, ¡Que solo se trataba de mover el brazo y decir que allí estaba un circulo! Pero...
La verdad, yo no veía nada. Por más que lo había intentado. Por más que había abierto bien los ojos mientras mi abuela lo invocaba con palabras hermosas y enigmáticas. No había otra cosa que cielo nocturno, hierba y la luz de la Luna. Pero a pesar de eso, mi abuela, tias y primas reían en voz alta, se tomaban de las manos. Celebraban que "el circulo" las uniera. ¿Que debía entender de todo eso? ¿Que había de mal en mi como para que circulo continuara siendo sólo una palabra para describir algo que no podía entender en realidad?
- Tia...- empecé. Las palabras se me atragantaron en la garganta - yo no...
Tia aguardó. Iluminada por la luz de las velas, tenía un aspecto extraño, casi misterioso. El cabello trenzado le caía sobre los hombros con mucha elegancia y parecía muy venerable, con sus joyas de plata brillando en la oscuridad. Pensé en lo hermosa que se veía, de pie en la oscuridad, con el brazo extendido, señalando al infinito con el dedo, creando un circulo invisible que sólo era visible a los ojos. Aunque no conocía las palabras para describir bien la escena, tuve la sensación que había algo muy viejo en su gesto, su postura, la escena completa. Algo poderoso.
- ¿Qué ocurre?
- Yo no siento nada cuando trazas el circulo - confesé finalmente. Sentí que el corazón se me caía al suelo y que un hilo helado me recorría la espalda - quisiera sentirlo. Quiero decir que si lo siento pero...Sólo te miro a ti y...
Era la pura verdad. Había intentado con furiosos esfuerzos de imaginación percibir el circulo, visualizarlo en mi mente a la manera como suponía las otras mujeres de mi familia podían verlo. Pero, ni antes ni después, el circulo había sido otra cosa que una idea brumosa de la que no estaba muy segura.
Y eso me dolía muchísimo. Para las brujas, el circulo de energía era realmente importante o al menos, era lo que había concluido luego de todos esos meses. Mi abuela solía decir que un circulo podía contener el Universo entero, la plenitud de comprender cada secreto del mundo. Que el circulo era una tradición tan vieja que se perdía en el tiempo, que parecía proceder de todas las naciones y de todas los pueblos de la tierra. Porque el Circulo de energia no era sólo la representación del perfecto equilibrio entre el espíritu humano y la naturaleza, sino también del misterio de un tipo de perfección elemental difícil de explicar. Sentada en la hierba, con la cúpula de la noche extendiendose brillante y púrpura sobre mi cabeza, pensé que quizás, yo no formaba parte de esa historia muy vieja que abuela insistía en llamar "familiar", de esa larga línea de brujas que no sólo podían comprender que era el círculo sino también verlo.
Pero con ocho años, no sabes explicar esas cosas. O al menos no de una manera comprensible. Expresar la frustración que puede producirte una idea semejante. Así que me quedé con las rodillas apretadas contra el pecho y el rostro oculto entre las manos, sin saber que hacer. Si es que tenía que hacer algo.
- Agla...
- Perdón, tia. Quizás no nací para bruja - respondí con mucha dramatismo.
Escuché a la tia reír. Me pasó un brazo por los hombros.
- Escucha, hay un secreto que toda bruja conoce bien temprano y este: El universo entero y el mundo completo, caben en un circulo - murmuró a mi oído. Suspiré, si, ya lo sabía, pensé. El mismo circulo que yo no podía ver - y ese circulo no está en ninguna otra parte que en el lugar más misterioso de toda la creación.
Levanté apenas los ojos.Tia me observaba con los suyos brillantes por la luz de las velas.
- ¿Donde es eso?
- Aquí.
Me apoyó la mano en el pecho. Parpadeé confusa.
- ¿Como es eso?
- Cierra los ojos y vamos a buscar el circulo - seguí mirándola, sin saber que me decía. Enarcó la ceja, impaciente - que bruja más terca. ¡Haz lo que te digo!
A regañadientes, la obedecí. Sentí sus dedos en mi frente y luego acariciandome el cabello.
- El poder de una bruja, la energía que crea un circulo no procede de nada que no poseas, no disfrutes, no puedas imaginar - me susurró al oido - una bruja es un paisaje interminable. Es un valle gigantesco a punto de crearse. Son cientos de pequeños fragmentos de luz y de sombra que unen para crear un país nuevo. En tu ment. En tu espíritu. Eso es lo que crea el circulo. No algo exterior, sino lo que sientes en tu interior.
"Ahora imagina que eres un árbol. Uno jovencito, de ramas delgadas y tronco agil. De esos que mueve el viento con facilidad. De los sacuden las hojas al doblarse frente a las tormentas. Tu espíritu es así. Aún eres una idea recién nacida, un pensamiento en el Universo tan diminuto que necesitas caminar y comenzar a avanzar para encontrar tu nombre, tu lugar bajo las estrellas. Y ese andar, es el círculo. ¿Lo puedes imaginar?
Claro que podía. Con los ojos apretados, me vi como un árbol, uno pequeñito de ramas muy cortas, danzando por las ráfagas de viento de la montaña. Un árbol que aún no sabía que lo era. Que se estaba haciendo más fuerte con lentitud. Tanta, que a veces no podía notarse. Y ese árbol, que era yo, parecía muy frágil, muy chiquito. Una tormenta podía golpearlo. Un rayo podía partirlo en dos. Me asusté pero también sentí esa conexión con el centro del árbol, la vida nueva naciendo en él.
"Ahora, imagina que tus raíces son tan profundas que se clavan a mucha distancia en la tierra. Eres muy joven, pero hay algo en ti muy viejo. Luz pura que te hace avanzar hacia ese centro del mundo de las ideas, que eres tu misma. Una raíz que avanza hacia el corazón, el espíritu, lo que tu mente es. La explicación a todas las cosas, las preguntas que no has formulado, los sueños que aún no nace, todo eso está en su raíz".
Vi las raíces enormes y fuertes del árbol que yo era. Las vi con tanta claridad que extendí las piernas y apoyé los pies descalzos en la Tierra. Imaginé mis raíces - esos pies de mi mente - abriéndose paso a través de las rocas, más abajo, más más profundo. Hacia un centro luminoso, hacia visiones tan poderosas que parecían abrirse en capas en un mundo subterráneo. Y esas raíces eran cada vez más fuertes, fértiles, grandes. Madera antigua sobre madera nueva. Viejas palabras sobre otras que acababan de hacer.
- Y esas raíces son todo lo que eres - dijo mi tia. Senti su mano en mi hombro. El calor de las velas a mi alrededor. Tan cercano, tan fuerte que de pronto, abrí los ojos sorprendida. La luz era la misma, pero para mi había cambiado. Había algo más intenso, radiante. Algo en mi que respondía a la luz - esa raíz es la historia de tu familia, antes y después de ti. Cada palabra que te hace crecer, cada idea que te hace madurar. Cada percepción que te hace mucho más fuerte, sabia. Cada rama, cada hoja de tu vida, es una historia que contar. Es un sueño que alcanzar. Y creces, tan rápido, como para alcanzar el cielo. Tan fuerte como para mirar el mundo con ojos asombrados. En el circulo de tus ideas. En el poder de todo lo que crees y asumes posible.
Se levantó del suelo. Lo hice también, con las rodillas temblando de una emoción que no podía comprender muy bien. Me tomó del brazo y me hizo señalar al norte, donde las velitas bailaban bajo el viento de Septiembre.
- Creamos el circulo en nuestra mente para recordar que nuestra historia - dijo mientras ambas girábamos en el sentido de las agujas del reloj, mirando la luz de las estrellas. La llamitas de las velas parecieron torcerse, aumentar de tamaño. Palpitar en la oscuridad. Pero de pronto, eran parte de mi, algo más profundo. Más significativo. Eran pequeños fragmentos de historia, de esa idea amplia sobre mi propia vida, que era una pieza de una tradición más vieja de lo que yo podía imaginar - Creamos el círculo para recordar de donde provenimos, hacia donde vamos. Que esperamos recordar. Hacia donde caminamos en la oscuridad.
Nos detuvimos, el dedo apuntando al norte de nuevo, el corazón latiendo muy rápido. Sentí que una emoción simple, de pertenencia, de compresión, de puro amor me recorría. Era muy pequeña para entender su trascendencia, su justo valor. Pero aún así, sentí esa definitiva sensación de reconocimiento. Ese poder real y consciente de ser parte de algo mucho más importante que mis temores. Mi capacidad para la esperanza.
- Crear un circulo es recordar todos los motivos que te unen, te atan y te liberan a tu identidad - dijo mi tía, con su sonrisa amable - una bruja lo sabe, lo necesita. Se apoya en esa idea. Siempre avanza hacia adelante en ella.
Me llevo muchos años comprender en realidad lo que podía abarcar esa idea, el poder real de un circulo que te une, que le brinda valor a cada una de tus ideas. Pero desde esa noche, jamás volvía temer que el circulo pudiera abandonarme, que pudiera dejar de percibirlo. Que incluso, pudiera dejar de comprender su importancia.
Porque descubrí que el circulo estaba en mi. En ese rincón del espíritu donde vive el poder de crear y aprender, de soñar y aspirar a la sabiduría.
Un símbolo de pura esperanza.
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