Decía Andrés Neuman que Cortazar — sus libros, su peso, su ideario — es un fenómeno adolescente. Y que puede ocurrir a cualquier edad. Porque Cortazar, profundamente juvenil e inocente siempre, a medio recordar, reconstruido cientos de veces en la imaginación, es una visión de la juventud eterna, de ese retazo de tiempo que no envejece jamás y que de hecho, es parte del imaginario fértil de la literatura que se asume como originaria. El lector que se re descubre así mismo a través de la lectura, que se asume como parte de la historia, que la recorre junto al autor con una sonrisa de asombro.
Y es quizás, Cortazar tiene la virtud de ser siempre joven en medio de esa constante revisión literaria al que está sometido cualquier escritor de su calibre. Desde el escritor bisoño y timorato cautivado por las traducciones y por Poe - siempre Poe, en todas partes - hasta el escritor del primer intento real de la antinovela, Cortazar tiene el poder de construir una versión del mundo que sustituye la realidad por algo mucho más complejo y sobre todo, hermoso. Más allá de la precisión narrativa - que existe -, Cortazar meditó sobre el simbolismo, lo atávico y lo esencial desde un punto de vista novedoso. No sólo por su absoluta sinceridad - sus obras tienen un poder de evocación que parece basarse esencialmente en su franqueza - sino en esa percepción de lo bello y lo dulce combinado con algo más surreal. Para Cortazar, nada es simple pero tampoco, insiste en la complejidad por necesidad. Hay en sus obras una idea que se conecta con algo mucho más profundo, ideal y duro. Una hipótesis sobre el poder de la palabra que crea que continúa resultando sorprendente en su profundidad.
Y es que Cortazar, construyó un Universo para el lector cómplice, el entusiasta, el imaginativo. Para todo el que construye un mundo imaginado a través de las palabras. Las historias de Cortazar no sólo sostiene lo que se cuenta sino también, esa otra visión de lo que se construye a través de lo que se sugiere, esa percepción sobre el mundo que se imagina tan cercana a la imagen colectiva. El escritor no sólo encontró en esa percepción sobre la literatura un motivo para escribir sino un sentido sobre el cual basar su planteamiento creativo. Porque Cortazar, asombró por lo original de su planteamiento y también, meditó sobre el sentido de esa novedad constructiva, de ese descubrimiento de lo elemental dentro de toda obra literaria. Esa visión que distingue, que hace inolvidable y enriquece cualquier relato.
Cortazar además, tenía muy claro el objetivo que buscaba al escribir. A diferencia de muchos escritores de su generación, Cortazar parecía mucho más empeñado en lograr esa comunicación sutil pero definitiva entre la palabra y el lector, que aspirar a un recurso creativo que le llevara a encumbrarse dentro del ámbito de las letras. Tal vez, eso explique su despreocupación en cuanto a premios y reconocimientos, esa humildad bisoña que conservó durante toda su vida. Una y otra vez, Cortazar insistió que la literatura era un instrumento para mirar al mundo - con una precisión asombrosa y un buen hacer conmovedor - más que un medio para mostrar su visión personal. Contradictorio o no, el concepto parece acompañar todo el trabajo del escritor, desde sus obras más reconocidas hasta las que suelen pasar desapercibidas al realizar un ideario complejo sobre su labor narrativa. Durante buena parte de su producción literaria, Cortazar se aseguró de dejar muy claro que lo realmente importante en su narrativa - el juego de crear - era ese lenguaje que le unía al lector. Que le hacia parte de una serie de ideas entremezcladas entre sí y que construían una idea esencial sobre lo que somos y su significado.
Muy probablemente por ese motivo, los cuentos fantásticos de Cortazar siempre sorprenden por su precisión, su pulcritud escénica, esa nostalgia que parece concatenar las ideas como una visión única. A diferencia de sus obras más reconocidas, sus cuentos son piezas sueltas de indudable belleza, dotados de una pulcritud estructural que puede desconcertar a quien espere encontrar la misma narrativa a piezas que reconoce de sus libros trascendentales. Pero Cortazar, gracias a los cuentos, quizás encontró algo más puro. una redención tardía y elocuente que supo manejar como una obra perenne y muy más intima. La pieza que encaja en un rompecabezas ideal, construido para y por la palabra.
En una ocasión, se le preguntó a Cortazar sobre el ámbito de sus narraciones cortas, tan distintas a sus novelas sorprendentes. Y contestó con una única frase que ha hecho las delicias de sus biógrafos y críticos por décadas: les llamó “mecánicas no investigables”. Una manera de asumir esa conciencia del escritor que reconoce sus pausas y ritmos, ese contundente análisis de lo esencial que brinda sustancia a cualquier narración. Alejado de sus tics habituales, de sus fragmentos perentorios, los cuentos de Cortazar se entremezclan entre sí para crear una idea mucho más amplia de lo que hasta entonces conocíamos. Ya Cortazar no provoca, no elude la estructura que narra y construye ideas, sino que avanza, pródigo y sólido hacia una comprensión mucho más profunda de su estilo.
Y es que Cortazar, es Cortazar y en sus cuentos es mucho más evidente esa identidad mutable. Un escritor devorado por sus personajes, convertido en uno de ellos. Se aleja con magnífico pulso del Cortazar el enamorado de París, el torpe romántico que es tan Horacio como la Maga, entre el puente y la eterna ensoñación. y se acerca más al Cortazar, escritor inspirado, creando y desdibujando los límites de lo literarario para aspirar a algo más, para ensamblar la realidad en fragmentos únicos, siempre completamente nuevos. El Cortazar sin edad, el Cortazar recién nacido, el Cortazar de los dedos abiertos para asumir su simplicidad. El clásico, el escritor. El de la fotografía a medias tintas. El símbolo, el trovador, el Cortazar que se construye a piezas. En todos ellos, el mismo fervor. Mirar el punto como es para luego crearlo otra vez ¿No ese el sentido de todo? Podría preguntarse Cortazar mientras Rayuela avanza, definitiva y concreta, mientras se hace cada vez más dulce, más hermosa, más dolorosa, más incomprensible. El contra escritor de la contranovela.
En sus cuentos, Cortazar que es un nombre sin nombre, una página sin página. Cortazar que forma parte de no sólo la adolescencia eterna, sino de la niñez perpetua y de la adultez que se mira con benevolencia. Cortazar niño, Cortazar hombre. Siempre entre palabras. Y mientras la Rayuela abierta sobre el suelo pareció definir lo que Cortazar podía soñar, sus cuentos re elaboran el mito, en todas las pequeñas cosas que Rayuela es y no es. Así de pequeño y así de simple. Así de importante y trascendental.
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1 comentarios:
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