lunes, 23 de noviembre de 2015

ABC del fotógrafo curioso: algunas reflexiones sobre la identidad autoral de la obra fotográfica





El investigador fotográfico Joan Fontcuberta suele insistir en que la imagen fotográfica se ha convertido en una repetición de motivo sin sustancia. Una frase muy dura que comienzas a comprender cuando le echas una ojeada a las plataformas y redes sociales dedicadas a la imagen y encuentras la misma fotografía repetida en infinitas versiones. Sobresalta, encontrar el mismo motivo, el mismo uso de colores, incluso la misma composición y disposición de objetos para decir poco menos que nada. Las sucesión de imágenes se hace interminable, hasta el punto de volverse abrumadora, desconcertante.

En el mundo de las palabras, existe un fenómeno parecido, al cual se le llama “Saciedad Semántica”. Probablemente, a todos nos ha ocurrido alguna vez: repites la misma palabra muchas veces, hasta que deja de tener sentido, se hace incomprensible y hueca. Para Fontcuberta, lo mismo ocurre con las imágenes: a fuerza de repetirlas, copiarlas, estirar su significado hasta que se desmenuza en la percepción, el lenguaje visual pierde sentido, se fragmenta, se pierde. Una idea curiosa, sobre todo en un mundo de imágenes, donde la fotografía dejó de ser una exposición de motivos y se convirtió en documentación de lo cotidiano. ¿Qué construimos cuando las imágenes carecen de individualidad y comienzan a ser exactas, copias del mismo concepto? ¿Qué se expresa en un Universo visual carente de originalidad que parece repetirse, olas superpuestas de la misma idea que llegado a un punto deja de tener todo significado? Un pensamiento preocupante.

No se trata de una reflexión sencilla: cuando se analiza la imagen como discurso, surge la disyuntiva de reflexionar sobre la realidad del concepto fotográfico como discurso y más allá de eso, como elemento constructivo de una serie de símbolos personales que se asumen como privados. Entonces, el cuestionamiento inmediato parece abarcar no sólo la idea de la fotografía como documento sino también, de la expresión de la idea que se crea como ideal artístico. Entre ambas cosas, la originalidad parece ser un elemento que pocas veces se analiza y sobre todo, se comprende como parte de la expresión visual individual.

Aún así, cabe preguntarse ¿qué elementos deberíamos analizar con respecto a la frescura de nuestro planteamiento, a la originalidad de nuestras imágenes y sobre todo, nuestra capacidad para reinterpretar nuestros símbolos personales? Quizás los siguientes:

* Lo vi una vez, lo veo siempre
Hace unos años, decidí analizar las imágenes que se comparten en la plataforma de Tumblr desde el punto de vista de la recurrencia de un mismo concepto. Por su innumerable variedad de fuentes y la incontable cantidad de usuarios que incluyen imágenes de todas partes del mundo, se trata quizás de la red Social con mayor variedad de planteamientos fotográficos existente. Y por ese motivo, el lugar ideal para llevar a cabo un pequeño experimento sobre la Saciedad semántica visual.

Vi la primera fotografía casi por azar: Una cama deshecha, con una portátil abierta, junto a una taza de café. Detrás, la perspectiva abarca una ventana abierta y una bella ciudad a media luz. Continué explorando la red y de pronto me tomé con la misma fotografía (en concepto, en manejo visual) pero de otro autor. Y de nuevo, otra vez. La misma imagen. La ventana abierta, la cama desordenada, las almohadas blancas, la portátil abierta o cerrada. La taza de café medio llena, vacía o dispuesta cuidadosamente entre las sábanas como al descuido. Sonreí, asombrada —y un poco preocupada— y de pronto, decidí navegar utilizando las habituales etiquetas de identificación. Y el fenómeno se repitió hasta el infinito: la misma cama, bajo la ventana que se abre a una ciudad cualquiera —dejé de notar cual era a la décima fotografía, pero casi siempre es Nueva York — , las sabanas con pliegues, las almohadas como abandonadas. Y de pronto, tuve esa misma sensación de secuencia absurda, de idea que se repite sin sentido, de anomalía, que suele producir la Saciedad Semántica. Solo que esta vez, hablamos de fotografía, esa enorme herramienta y arte de pura creatividad, que se supone capta las interminables variaciones de las experiencia visual de la mente humana. ¿Qué estaba sucediendo? Me pregunté mientras continuaba mirando la misma fotografía una y otra vez, hasta que con un sobresalto cerré la página y me quedé, entre mareada y abrumada, tratando de comprender la idea. ¿A dónde va el lenguaje visual cuando la originalidad se ha perdido?

* Tal vez a ningún lugar.
De manera que analizar la recurrencia y la repetición de las imágenes, atraviesa el difícil camino de comprender la idea visual no sólo como un lenguaje, sino también un recurso interpretativo. ¿Cuántas de estas imágenes son producidas como un documento visual único? ¿Cuántas de ellas se asumen como elementos artísticos personales? ¿Cuántos de sus autores las analizan como una expresión ideal de una idea visual concreta? Probablemente muy pocas: se trata de un fenómeno repetitivo de visión cultural sobre una idea concreta, una expresión elemental sobre el objetivo del fotógrafo al captar una imagen y lo que resulta aún más intrigante, el valor que le otorga a su creación fotográfica. ¿Por qué fotografiamos lo que fotografiamos? ¿Qué nos hace conscientes del hecho fotográfico como lenguaje íntimo y creativo? La respuesta puede encontrarse en manera como reflexionamos sobre lo que queremos expresar y sobre todo, como lo hacemos.

*De la copia, la recopia: La idea ausente:
Por supuesto, todos sabemos el viejo dicho: “Todo está inventando”. Y no seré yo quien contradiga esa idea tan antigua como todo arte. Igualmente, es evidente que el arte sobrevive a pesar de eso, y la fotografía no es la excepción. Tal vez se trate como apuntaba Cartier Bresson, que a mayor facilidad, mayor desastre creativo. O sea simplemente el hecho, que nos acostumbramos a creer que las imágenes pueden o no expresar un mensaje mientras sean visualmente atractivas. ¿Es eso válido? ¿Cuál es el límite entre la referencia, la copia, la repetición del motivo? ¿Es la referencia una necesaria contaminación visual? ¿Hacia dónde se construye el lenguaje visual que una y otra vez medita sobre ideas vacías Habría que meditar además, del hecho que la imagen es esa captura de lo momentáneo, el presente convirtiéndose en pasado. ¿A dónde vamos visualmente hablando? ¿Qué idea del mundo es esta donde la originalidad y la individualidad carece de sentido? ¿Cuánto de lo que pensamos y creamos es copiado a una idea más vieja? ¿Cuánto hay de nosotros en cada obra que firmamos autoral? Son ideas que no puedo dejar de meditar, mientras insisto en mirad red tras red social y me encuentro las imágenes, las mismas, una y otra vez, formando parte de una especie de cultura general de la imagen anodina.

Insistiré siempre: No soy quién para decir que es bueno o que es malo en fotografía. Pero siempre será preocupante esa pérdida de la identidad en beneficio de lo simplemente estético, de la capacidad para hablar un lenguaje particular que cada fotografía lleva aparejado. Resulta angustioso sin duda, pensar que hay un cierto anonimato en la copia, esa idea superficial de fotografiar por fotografiar, que parece amenazar la integridad misma de ese pensamiento que parece animar toda imagen fotográfica: Hablar un lenguaje personal.

* De los elementos que crean y sustentan el lenguaje y su posterior distorsión
También lo ha dicho Fontcuberta: El arte es una ficción. Con todo lo que esa frase implica por supuesto. Y es que en mundo sobrepoblado de imágenes, creadas, retocadas, deformadas, construidas y pinceladas a placer, ya uno no sabe que es real y que no lo es. O a donde mirar, siendo francos. Como amante de las fotografías, en ocasiones me abruma esa sensación que la imagen lo abarca todo, y peor aun, una gran constelación de trabajo visual indiferenciable, sin personalidad, una especie de repetición hasta lo desconcertante, de lo mismo, dicho de la misma manera, una y otra vez.

Continuando con Fontcuberta, es uno de esos fotógrafos que atraviesa con toda libertad el limite entre la palabra y la imagen, con unos resultados muy interesantes. Hace poco, leí por alguna parte, que se quejaba que “todo se ve exactamente igual, a donde mires, es difícil definir la fotografía si todo tiene el mismo sabor”. Que frase surreal. Un poco hedonista incluso. Pero que real. Porque actualmente, en este mundo de accesibilidad y facilidad para la imagen, la individualidad de cada documento visual parece diluirse, carecer de sentido. Abres una revista y encuentras cientos de imágenes idénticas, cada vez más limitadas a un espectro de belleza que llega a sobresaltar. Tal vez por ese motivo, la identidad en la fotografía se ha convertido en la nueva búsqueda del Santo Grial visual —o acabamos de recordar que siempre lo ha sido— y resulta curioso, que la gran mayoría de los fotógrafos que deambulan por el mundo fotográfico, parezcan haber olvidado esta máxima, esta idea perenne sobre la personalidad y la idea visual.

¿Qué hace que una fotografía sea una obra autoral? ¿Qué destruye esa perspectiva? No resulta sencillo analizar la idea sobre lo original desde un punto de vista específico, si lo comprendemos como una serie de planteamientos que se nutren de todo tipo de referencias visuales inmediatas. ¿Qué puede ser original en un mundo que se nutre de una ilimitada colección de imágenes que proceden de un único deseo vanidoso de crear y construir una imagen consumible? No resulta sencillo, mucho menos comprensible a primera vista, el fenómeno de la creación visual como tendencia. Y sin embargo es indispensable para comprender la forma como analizamos las ideas y sobre todo, asumimos la realidad elemental y conceptual del motivo por el cual creamos. Una expresión de valor e ideas que sustenta y profundiza la creación fotográfica.

* Ahora lo ves… y lo volviste a ver: Imaginario visual limitado
Hace poco, me ocurrió una cosa muy incomoda: conversando con un amigo fotógrafo, me mostró una imagen que de inmediato identifiqué con la de un gran maestro de la fotografía en mi país. Sin dudarlo, alabé la obra del gran creador visual…hasta que mi amigo, con una sonrisa, me corrigió: la fotografía que veía era de hecho, tomada por otra persona. Miré la imagen de nuevo, aturdida: el mismo tipo de contraste, el mismo uso de la luz, incluso la exacta composición, la búsqueda dramática de luces y sombras. Y me asombró, ya no el parecido, sino la idea de la imitación, tal vez como homenaje, tal vez como influencia definitiva, tal vez como una forma de recrear esa exactitud del maestro venerado. No obstante, me continuó molestando la similitud, el calco casi completo de un estilo. Y no pude menos que preguntarme hasta que punto era beneficioso aquello. ¿Dónde está la personalidad del autor en la imagen? ¿Cuál es su mensaje, en medio de todo lo que heredó, quiero creer de manera inconsciente del fotógrafo que admira? ¿Existe el mensaje en una fotografía donde la personalidad de quién la tomó queda por completo diluida en un concepto más amplio, más restrictivo y limitado? Aun no tengo la experiencia en el mundo fotográfico para responder con propiedad estas preguntas, pero el cuestionamiento continúa inquietándome y aumentando en su profundidad.

Un pensamiento inquietante, en un mundo donde la imagen es parte de la realidad, de una manera tan intrínseca que pareciera que no podemos desligarnos de ella en un solo instante. Y de nuevo pienso en Fontcuberta, quién bromea y postula que el arte —el visual, el de la palabra, el de todos los días— despierta emociones por el mero hecho de recordarte que el mundo es una ficción. Así, sin más: una ficción surrealista que parece manifestarse en todas la maneras posibles, entrelazando conceptos sin sentido hasta crear los propios. Y entonces, siendo así, no cabe sino preguntarse —con cierta preocupación— si la perdida de identidad de las imágenes —la copia de lo visto y lo que se admira— no es una deformación de ese mensaje visual que parece pertenecernos a todos y a nadie, ser parte de una especie de metamensaje sin sustancia, que parece debilitarse a medida que las imágenes se hacen más y más generales. No deja de ser sintomático —y evidente de esta carencia de individualidad, de esta fragmentación del yo— la adoración casi venial a eternos maestros fotográficos cuyo estilo definió el actual, creo esa sincronía del simbolismo y la elegía visual en piezas visuales atemporales. No obstante, no es una admiración del que aprende, sino del que intenta comprender como obras de casi medio siglo de creación tenga aún hoy tanta vigencia, sean parte de una especie de paralelismo visual entre hoy y lo que se propone como futuro que asombra pero sobre todo desconcierta.

¿Quiere decir entonces que todo lo que fotografiamos es una copia necesaria de alguna concepción artística y fotográfica previa? ¿O se trata de una reformulación del ideario hacia la tónica personal? Entre ambas ideas, parece subsistir esa percepción sobre la fotografía como hecho documental y personal y más allá de eso, como producto artístico. ¿Por qué creamos lo que creamos? ¿Por qué asumimos las ideas básicas de lo que es artísticamente coherente como una mezcla de la referencia y lo creativo? Un pensamiento para debatir.

Tal vez me estoy preocupando demasiado por temas sin resolución. No dudo que así sea. Pero hay una reflexión de Fontcuberta que en ocasiones me obsesiona, y que de alguna forma, da sentido a esta inquietud: “Interviene en todo este asunto de ‘lo real’ —pensemos en el cuento de Henry James sobre la obra y el modelo— desde una singularidad evidente: se desmarca del rebaño y cambia el chip de la costumbre. Para él, la ficción es, ni más ni menos, un recurso adecuado mediante el cual reinventarse a sí mismo.” Y que certidumbre esa, cuando la reinvención pasa por encontrar la propia identidad, y la construcción de una memoria visual propia. Una singular forma de mirarte y a la vez construirte, que en este mundo de imágenes prefabricadas parece haberse perdido y peor aún, carece de importancia.

Un mundo de imágenes uniformes en la búsqueda desesperada de su autor.

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