jueves, 31 de diciembre de 2015
El 2015, un año para contar nuevas historias de mujeres
La hermosa joven mira al príncipe con timidez, mientras él acaricia con la yema de los dedos su delicado tobillo. El corazón le late muy rápido y las mejillas se le colorean de rubor, cuando desliza la zapatilla de cristal —incómoda, dura, casi un cepo brillante y delicadísimo— por su empeine y se queda allí, lanzando destellos imposibles al borde de su feo y sucio vestido de mucama. La zapatilla se ajusta a su pie con facilidad, como si no hubiera nada más natural ¿Eso es todo? se pregunta Cenicienta, las manos apretadas en un nudo nervioso contra el pecho. ¿Ocurrirá algo más? Hay un largo minuto de silencio expectante y tenso, hasta que el príncipe levanta la cabeza y sonríe, todo hoyuelos y emoción. De pronto, sus ojos muy azules parecen mirarla —por primera vez y de verdad— y Cenicienta contiene el aliento, entre desconcertada y un poco abrumada por su expresión exultante.
— Mi hermosa Doncella — dice él entonces — La zapatilla ajusta en vuestro pie con absoluta perfección ¡Sois la mujer que se ha robado mi corazón en el Baile! ¡Ahora, os desposaré!
Un murmullo de regocijo y asombro recorre la habitación. Las Sirvientas, cocheros y guardias del Reino que miran curiosos la escena a través de las rendijas de las ventanas, se maravillan por las palabras del Príncipe. A las hermanastras de Cenicienta se les escapa el mismo jadeo de sorpresa, abrazadas una a la otra junto al marco de la puerta. La madrastra se deja caer teatralmente sobre un Sofá de terciopelo unos metros más allá, con los ojos en blanco de puro estupor y gime en voz muy bajita “¿Qué será de mí?”. Cenicienta en cambio, permanece silenciosa, mirando con los ojos muy abiertos y brillantes al Príncipe.
—Mi Señor , es un honor vuestras palabras… —comienza a decir. Aún con el Príncipe sosteniendole el tobillo, tiene una extraña sensación de irrealidad. Y peor aún, de incomodidad— pero…
— Os llevaré de inmediato al Castillo y os haré mi Reina. Y seréis la alegría del Reino. Os desposaré y tendremos muchos hijos hermosos que recordarán al mundo nuestro amor —sigue el Principe, sin escucharla, encantado con sus propias fantasías mientras la pequeña concurrencia de curiosos de ocasión suspira de emoción. ¡Qué gran acontecimiento este! se dicen unos a otros entre cuchicheos. ¡Qué gran prodigio del corazón este! ¡El Rey ha encontrado su Reina y ahora todos podrán celebrar 100 años de felicidad prometida!
— Mi Señor —insiste de nuevo Cenicienta. Forcejea un poco con los dedos del Príncipe, que aún le aprietan el tobillo. No logra liberarse de su apretón. Con el movimiento, la zapatilla de Cristal brilla y relampaguea, llenando de reflejos la habitación. Un ¡Oh! colectivo recorre de nuevo a los presentes— ¿Podéis escucharme? Señor mio…
— ¡Levantaos querida mía! —está diciendo ahora el Príncipe, en voz muy alta para que todos puedan escucharle— ¡Ahora vendréis junto a mi y…!
— ¡Señor! ¡No quiero ir!
La voz de Cenicienta rompe el encanto. El Príncipe parpadea, desconcertado y la contempla, con el ceño fruncido y la expresión ceñuda de un niño pequeño. Un silencio duro y afilado se extiende en todas direcciones. Cenicienta forcejea un poco y finalmente se zafa del apretón de la mano del Príncipe. Se levanta de un salto y se queda allí descalza de un pie y calzada en el otro con una suntuosa zapatilla de Cristal. Las aristas se le clavan en la piel y los pequeños remaches de plata le aprietan tanto los dedos que el dolor le sube por el empeine como un ligero escalofrío. “La Hada Madrina no pensó en esto” se dice cuando se la quita y la sostiene entre las manos, asombrada aún por su peso helado y firme.
— ¿Qué decís? —dice el Príncipe, que también se ha puesto de pie. La piel del rostro se le enrojece de furia— ¿Qué…?
— Que no deseo ir al Castillo —repite paciente Cenicienta. Hay otro murmullo de sorpresa a su alrededor, muy diferente al anterior— ni ser su Reina. O tener muchos pequeños Príncipes. Quizás ni siquiera quiera vivir feliz para siempre…
El Príncipe abre la boca como para responder algo, pero la palabra que jamás llega a pronunciar se convierte en una mueca casi graciosa. Cenicienta piensa que no le parece tan guapo como en Castillo, cuando bailaron juntos entre una multitud fascinada y envidiosa. Ahora, con el mohín de niño malcriado y los ojos convertidos en dos rendijas furiosas, tiene el aspecto vulgar del capricho empecinado. Infantil.
— Pero…
— Solo fue un baile. No quiero casarme con usted sólo por eso —repite Cenicienta. Mira a su alrededor pero todos las miradas la acusan y la señalan. ¡Ligera! ¡Libertina! ¡Descocada! parecen decir— Agradezco el honor…pero…
— ¡Pero!…¿qué? —exclama el Príncipe, ahora sí realmente furioso— ¡Doncella pueblerina y díscola! ¿Cuál objeción tenéis a este gran Honor que os ofrezco y que…!
— ¡Oye! ¡El cuento no es así! —me reclama mi prima pequeña. Sacude la cabeza, me arrebata el libro de las manos y mira las ilustraciones con un gesto furioso. Me quedo sentada muy quieta, conteniendo la risa— ¡Nunca escuché que terminara así! ¡Te lo estás inventando!
No puedo contener la risa. Pero mi prima, con sus descreídos diez años de edad, no parece muy convencida que el asunto tenga algo de gracioso y continúa mirándome con el libro apretado entre los brazos, muy fastidiada por mi versión de la historia.
— ¡Esa no es la Cenicienta! ¡Es otra cosa! —me insiste, preocupada— ¡No sé que es! ¡Pero no es el cuento! ¿Se pueden cambiar así?
Mi prima S. es una niña nacida en plena época de Internet, Redes Sociales y los smartphone. Para ella, es impensable un mundo donde no pueda echarle una ojeada a Facebook cada mañana ni conversar con su mejor amiga del colegio por WhatsApp. También es una niña que consume mensajes de todo tipo a través de la pantalla de la computadora y en menor medida la televisión, a diario. Opiniones, visiones y análisis de todo tipo, venidos de todos los medios posibles. Para ella, un libro es una curiosidad, una reliquia venido de otro siglo, con sus páginas y sus dibujos. Y por supuesto, Cenicienta también lo es. La colección de cuentos que sostiene entre las manos es el último intento de sus padres de recordarle que hay vida más allá de lo virtual, que es bueno y saludable pasar hoja tras hoja las páginas de un libro al leer. Y ella se lo toma muy en serio. Tanto como para apretar el pequeño tesoro contra el pecho y mirarme entre triste y preocupada, cuando no reconoce su cuento favorito. No lo ha leído antes —sólo ha visto la película, me cuenta— y no entiende por qué insisto en mirarlo de otra forma. En contarlo al revés.
— ¿Y si los cuentos de Hadas fueran distintos? —le digo entonces— ¿Qué pasaría si todo cómo se cuenta se pudiera cambiar? De principio a fin.
Mi prima es una niña a la que aún nadie le dice que lleva la falda demasiado corta, que debe peinarse así o asao para verse bella, que todavía no compite con el ideal de belleza de un país obsesionado con la mujer perfecta. Pero que seguramente lo sufrirá. Aún es una niña de cabello largo y despeinado, grandes ojos oscuros y piel pecosa. Una niña curiosa, que ríe a carcajadas y llora hasta quedarse exhausta por mero capricho. No obstante, muy pronto, tendrá que lidiar con lo que la cultura espera ella, con las ideas que la tradición cultural del país donde nació intentará encajarla, lo desee o no. Todavía está intentando comprender el mundo —y le llevará media vida hacerlo, supongo— y parte de ese aprendizaje es mirarse así misma y tratar de descifrar que mira. ¿De dónde obtendrá las ideas que le permitirán analizarse? ¿De las películas, la televisión, los videojuegos, los libros que quizás leerá? Dentro de unos cuantos años, la niña que es ahora mismo intentará contemplarse a través de todos los códigos que recibe a diario. A través del reflejo de los cientos de miles de mensajes cifrados que recibe cada día. Como si se tratara de una carrera de obstáculos, algo más grande que si misma.
— ¿Y…cómo los cambiarías? —me pregunta, echándole una ojeada curiosa al libro— ¿Qué le pondrías y le quitarías?
— Algunas cosas.
— ¿Me cuentas?
El 2015 fue el año donde de pronto, la figura de la mujer —como producto social y comercial— comenzó a analizarse de una manera por completo nueva, aunque podría decirse que el cambio comenzó mucho antes, casi de manera imperceptible. Desde los escarceos de la serie “Girl” para atacar la imagen de la “it Girl” hasta el debate sobre el discurso de género en mujeres tan jóvenes como Emma Watson y Malala Yousafzai, De pronto, la imagen de la mujer objeto —la frágil, la deseable, la abnegada, la heroína secundaria, la decorativa— dieron paso a una concepción novedosa, un protagonismo que asombró y desconcertó pero también, demostró que la forma como se interpreta a la mujer —su identidad— se está transformando en algo más. Como si luego de siglos de orfandad intelectual y menosprecio sobre lo que lo femenino puede ser, comenzara a evolucionar hacia ese reconocimiento sobre la figura de la mujer como individuo. Pienso en eso mientras tomo el libro de mi prima y miro a la Cenicienta de papel y tinta. Delicada y vulnerable. Un reflejo torpe de lo que alguna vez se asumió podía ser lo femenino.
La escritora Gilliam Flynn suele decir que ama los personajes femeninos poderosos. Si lo sabrá ella, que creó un nuevo tipo de mujer literaria que no sólo rompió con los tópicos de la mujer víctima, sino que además, asumió la pesada carga de sacudir a lo femenino de toda concepción masculina. Para Flynn, una brillante escritora que parece obsesionada con personajes dolientes, intensos y complejos —siempre femeninos— el hecho de la mujer poderosa forma parte de toda una reflexión sobre la forma como la cultura analiza el mundo femenino. Y ese punto de vista, no siempre parece ser bueno o mucho menos, alentador.
— ¿Qué te parece si Blancanieves no huye de la Reina Malvada sino que se le enfrenta sin necesidad de siete enanos, leñador o príncipe? —le digo a mi prima— ¿Te imaginas un cuento donde Blancanieves le de algunas trompadas a la Reina y se escapa feliz a lomos de su caballo blanco?
Supongo que una idea semejante se le ocurrió a Flynn cuando comenzó a desgranar el largo rosario de estereotipos femeninos para crear algo nuevo. En su novela más conocida “Perdida” (Random House, 2014) la escritora no sólo decide dar un golpe de Timón a cómo se percibe a la mujer en las novelas de suspenso, sino construir toda una estructura original que sostenga la idea. Se trata de una historia cruel, cínica y durísima, donde Amy, la protagonista absoluta de la trama, es una mujer que no sólo desconoce el viejo mandato de la vulnerabilidad femenina sino que además, lo convierte en otra cosa. Porque la Amy de Flynn no es una sola cosa, sino muchas: Dulce y atractiva, inteligentísima, cruel y déspota, violenta y despiadada si hace falta, Amy deja a un lado los tópicos de la mujer que sufre y trata de huir de los pequeñas fatalidades de la vida cotidiana, para convertirse en otra cosa. Una villana que no duda en mentir, robar y asesinar. Y que al final no sólo triunfa en su empeño de “castigar” a voluntad a quien le plazca, sino hacerlo sin perder la sonrisa. No hay arrepentimiento, culpa y mucho menos dolor en Amy. Para ella, su manera de actuar es necesaria, inevitable. Incluso se justifica, mientras la novela transcurre entre un análisis del papel de la mujer como chivo expiatorio y su nueva encarnación en un tipo de maldad muy específica. Y Flynn, cuyas historias suelen girar alrededor de grises morales, dota a su personaje no sólo de poder sino también, de veracidad. La Amy de Gilliam Flyn es tan dura como agresiva, tan original como inolvidable.
— Pero… ¿Está bien que Blancanieves hiciera eso? —pregunta mi prima muy asombrada. Me encojo de hombros.
— ¿Por qué no?
En una ocasión, a Flynn se le preguntó por qué las protagonistas de todas sus novelas era directamente villanas o al menos, tan complejas y duras como para parecerlo. La escritora pareció sorprendida del matiz sobre su obra y protestó sobre el hecho que “Amy” es simplemente un gran personaje, más allá de su género “Muchos autores se sienten cómodos escribiendo de la violencia masculina, que es un tema muy común en la literatura hasta el punto de que mucha gente considera normal las historias de agresiones, psicópatas y demás. Quería luchar contra la idea de que las mujeres son inherentemente buenas , maternales y todas esas otras asunciones que se hacen sobre las mujeres” insistió. No obstante, no todo es tan simple: Gilliam ha definido toda una nueva perspectiva sobre la mujer producto que por años fue parte del imaginario colectivo y lo hace, en medio de un Thriller con connotaciones románticas, donde se mezcla la acción, lo voluptuoso y lo siniestro para crear una narración rápida y dura, que se sostiene sobre sus contradicciones y sus cambios de ritmo. Todos los personajes cambian de una connotación a otra y lo hacen, sin que la historia se resienta. Más bien, el lector agradece el cambio, lo asume necesario.
Sin embargo, el mayor logro de Flynn es burlarse de un modelo de mujer del cual se abusa en todo tipo de productos comerciales. De las películas a las novelas, la mujer frágil —o como la llama la escritora “Cool Girl”— pareció ser por años la única forma de asumir la existencia cultural de la mujer. Y Flynn lo describe magistralmente con una bien medida crítica a la sociedad machista que crea a la mujer ideal:
“Ser una chica cool significa que soy una mujer sexy, inteligente y divertida a la que le encanta el fútbol, el póker, los chistes guarros y que eructa, que juega a los videojuegos, bebe cerveza barata, le gustan los tríos y el sexo anal, y se atiborra de perritos calientes y hamburguesas como si estuviese protagonizando la mayor orgía culinaria del mundo, mientras, de alguna forma, consigue mantener una talla XS, porque las chicas Cool son por encima de todo sexis. Están buenas y son comprensivas. Las Chicas Cool nunca se enfadan; solo sonríen con desazón, de una forma encantadora, y dejan a sus hombres hacer lo que les dé la gana […].
Los hombres creen que esta chica existe. Quizá estén engañados porque hay muchas mujeres que están dispuestas a fingir que son esa chica. Durante mucho tiempo, las “Las Chicas Cool” me han irritado. Veía a los hombres —amigos, compañeros, extraños— atontados por estas horribles mujeres falsas y quería sentarlos y decirles calmadamente: ‘No estas saliendo con una mujer, estas saliendo con una mujer que ha visto demasiadas películas escritas por hombres socialmente ineptos a los que les gusta pensar que este tipo de mujer existe y que les besará’.
Se trató de quizás el manifiesto más violento contra la cultura de la mujer objeto que se ha visto en años. ¡Y sorpresa! sin estar incluido en un sesudo libro sobre el género y los tópicos que le acompañan, sino en un Best Sellers que se mantuvo como primero en ventas en EEUU casi diez semanas. El concepto de Flynn sobre la mujer suscitó debates encendidos. Se le acusó de feminista y machista a la vez. De ensalzar un tipo de mujer amoral y desalmada. Flynn, con una sonrisa en los labios, se limitó a decir “Mi Amy es tan real como lo es cualquier otro estereotipo”.
— O imagina que la Bella escapa del Castillo, sin mirar a atrás, sin escuchar las súplicas de la Bestia —sigo, mientras mi prima comienza a sonreír divertida— Nada de perdonar gritos y encierros. Nada de perdones. Bella escapa y se va a leer a donde le plazca.
Hace casi cuarenta años, una Princesa tomó un arma y decidió enfrentarse a un régimen despótico y autoritario. Leia Organa, hija de la segunda Oleada feminista, vino para romper todo tipo de patrones sobre lo que hasta entonces había sido la mujer en el cine. Lo hizo con un nuevo tipo de libertad que la convirtió de inmediato en un ícono y que sin duda, marcó un patrón a seguir en lo que a la identidad puede ser en el cine. Protagonista de una de las saga más cinematográficas más populares de todos los tiempos, Leia Organa representó un hito en todo lo que un personaje femenino podía hacer. Arma en mano, abrió el camino para toda una nueva generación de mujeres que no eran madres, esposas ni tampoco objetos del deseo en las historias a las que pertenecían. Una nueva generación de heroínas.
No obstante, esta poderosa Princesa guerrera, tuvo que enfrentarse a la idea tradicional de lo que debía ser un personaje de su talla. Para el “Retorno del Jedi”, Leia parece disminuida, un poco desdibujada en medio de la batalla del bien y del mal que encarnaría su hermano en la ficción, Luke. Aún peor el recorrido de su madre en la trilogía que narra la caída en el Lado Oscuro de Anakin Skywalker: Padmé Amidala (encarnada por una confusa Natalie Portman) pasa de ser un líder político en ciernes a esposa sufrida quien muere “con el corazón roto”. La transición de mujer de poder a secundario de ocasión, transformó el personaje no sólo en un tópico que parece desmerecer la imagen de su hija en la ficción, sino además, sepultar la única figura femenina de la llamada Segunda Trilogía en la banalidad. Como si la fulgurante figura de Leia fuera fugaz, su madre en la ficción pareció apuntalar el hito que encarna.
No obstante, El capítulo siete de la saga (Stars Wars: the Force Awakens, 2015) no sólo reinventa el mito original de la serie de películas con un aire fresco y moderno, sino que además, retoma la visión sobre el poder de sus personajes femeninos. Rey, su protagonista, parece ser además de una revisión sobre lo que Leia Organa pudo ser, toda una nueva visión de lo cómo se percibe actualmente a la mujer o en todo caso, como comienza a ser percibida. Rey, independiente, fuerte y moderna, dejó a un lado la aparente fragilidad de Amidala y la virtual desaparición de la trama Central de Leia, para convertirse en el secreto mejor guardado de la saga. No se puede ver de otra manera: Rey, con pulso firme y experto, toma el mando del Halcón Milenario. Lo hace sin que los guionistas añadieran alguna ayuda extra. En solitario y sin añadiduras, Rey toma el control de la Saga sin aparente esfuerzo. “La princesa Leia fue un gran ejemplo para muchas generaciones de mujeres –pondera la actriz Daisy Ridley, que encarna la nueva heroína -. Pero El despertar de la Fuerza presenta una nueva ola de papeles femeninos increíbles y con verdadero peso en la historia de la que formo parte”.
No es la única, por supuesto. Este año vimos el resurgir de Tris Prior de la saga “Divergente” y el desenlace de la taquillera “Juegos del Hambre”, donde Katniss Everdeen cumplió su destino como origen de una revolución de consecuencias imprevisibles. Alejada de la dicotomía virgen u Objeto sexual, el personaje de Katniss evitó ser marginada y se convirtió en algo por completo nuevo.
— ¿Y que pasaría si Rapunzel no arrojara su cabello por la Torre, sino que se lo cortara, lo atara y bajara para buscar al príncipe? —continuo contándole a mi prima— ¿Qué ocurriría si ella decidiera enfrentarse sola a la malvada mujer que la tiene atrapada?
— ¡Wow! —dice mi prima entusiasmada— ¿Eso puede hacerse? ¡Yo quiero que lo haga!
El personaje de Katniss de la saga "Los juegos del hambre" lo hizo, sin duda. Sin caer en los extremos habituales sobre las mujeres en libros de acción, el personaje no sólo escapa a los límites y restricciones tradicionales que intentan dividir lo masculino y lo femenino. Katniss, de hecho, se convierte en un símbolo justo por su capacidad mutable: Es cazadora y protectora de su familia, pero a la vez, también llora y se preocupa por ellos con una conmovedora angustia contenida que la hace falible y humana. La escritora Suzanne Collins, creó un personaje que combinó todas las identidades de la mujer y además, la dotó con una inteligencia estratégica que casi siempre suele atribuirse al hombre. En suma, construyó un nuevo tipo de mujer y le brindó los matices necesarios para ser creíble. De hecho, Collins parece regodearse en esa ambigüedad: Katniss parece incómoda —se ridiculiza así misma— cuando el Gobierno totalitario que rige Panem, la obliga a parecer femenina y frágil. Y no obstante, en sus mejores momentos, Katniss parece evitar esa visión de la mujer tradicional. Llevando atuendos de batalla y armas que maneja con habilidad, Katniss corre con paso ligero hacia un tipo de percepción de lo femenino poderoso y contundente.
— ¿Te imaginas? —le digo a mi prima— ¿Qué todas las princesas pudieran ser como quieren? ¿Hacer lo que quieren? ¿Que no podrían hacer? ¿A donde iría la Bella Durmiente una vez que el Príncipe la beso? ¿No tiene curiosidad de comprender el mundo luego de 100 años dormida?
La revolución de las mujeres poderosas parece estar en todas partes. Desde la espléndida Charlize Theron, demostrando con un sólo brazo y una dura mirada de sobreviviente que una mujer puede liderar una película de acción sin el menor esfuerzo, pasando por la Nora Durst de The Leftovers, que durante la segunda temporada de la serie tomó una extraordinario protagonismo, la Kimmy Schmidt de Unbreakable (Protagonizada por una Ellie Kemper en estado de Gracia) a la magnifica Jessica
Jessica Jones (una super heroína atípica y formidable que sobrevive en Nueva York) los roles para mujeres parecen cada vez mucho más complejos, poderosos y sobre todo, consistentes de lo que nunca había sido. De pronto, el estereotipo de la mujer frágil, víctima de las circunstancias, a la espera de ser rescatada,
parece desaparecer, refundarse en una nueva mujer que asume la noción sobre quien es —y quien puede ser— con firmeza. Un tópico nuevo que brinda a lo femenino la posibilidad de mirarse desde una perspectiva desconocida y con toda seguridad perdurable.
Mi prima mira de nuevo su libro. Pasa hoja tras hoja con sus delgados dedos ágiles. Finalmente sonríe y me lo extiende de nuevo, sonriendo con todos los dientes.
— ¿Me cuentas como terminó el cuento de la Cenicienta? —Cuando voy a tomar el libro, lo retiene un momento— Pero como tú lo estabas leyendo.
Ambas sonreímos. Y por un momento me emociona pensar que mi prima, con diez años, aún construyéndose como individuo, tendrá muchos nuevas cosas que mirar sobre si misma. Muchas nuevas preguntas que hacerse e infinitas respuestas que buscar. Que quizás, no soñará con Principes azules —ni de ningún color— que vengan a rescatarla sino con un camino que recorrer a lomos de su caballo blanco.
Una idea extraordinaria. Una esperanza.
Cenicienta toma una bocanada de aire, un poco aburrida, mientras el Príncipe continúa sacudiendo los brazos y lanzando improperios contra ella. “Desobediente, malcriada, desagradecida” le dice, con el rostro empapado de sudor. Ella finge escucharlo, pero en realidad mira por la ventana, hacia el cabello con una fina silla inglesa que alguien ató al cercano potrero. Lo contempla mucho rato y después el camino más atrás, polvoriento y soleado. Y lo que puede significar.
— ¡Esta deshonra os costará caro! —sigue diciendo el Principe— ¡No podeís…!
Cenicienta sonríe. Y luego hace algo que deja sin voz al Principe y al resto de quienes lo observan: Se inclina hacia él y lo besa. Un beso lento, radiante, como los que despiertan a bellas durmiente y rompen maldiciones de manzanas envenenadas. Lo besa por tanto tiempo que el Principe olvida lo que decía y que tanto le obsesionaba y se queda allí, fascinado por el olor del cabello de la doncella.
— Lo lamento, Mi Principe. Pero un baile no es suficiente —dice entonces ella, un movimiento de labios contra su boca. Empuja hacia los brazos del Príncipe la zapatilla de cristal y cuando él la sostiene, Cenicienta retrocede. Libre y descalza, el cabello despeinado, el rostro sonrojado—. La vida me espera más allá.
Y corre Cenicienta, ya no de las doce campanadas, sino hacia la libertad. Tropieza con las asombradas hermanastras, con la gente del pueblo desconcertada. “Disculpe usted” “lo lamento tanto”, dice entre sonrisas. y corre hacia el caballo del Príncipe, que corcovea cuando ella salta con agilidad sobre la silla y sujeta la brida con firmeza. Mira de nuevo el camino, la promesa más allá.
— ¡Esperad doncella! —el Príncipe aparece por la puerta de la casa, con el cabello despeinado y los ojos brillantes de emoción— ¡Esperad! ¿A dónde iréis ahora?
Cenicienta se suelta el cabello, sacude la cabeza y luego se sujeta con fuerza al caballo, que patea el suelo polvoriento, impaciente por correr. La luz del sol ilumina la escena y todos, incluyendo a las hermanastras envidiosas, la Madrastra enfurecida, la gente del pueblo desconcertadas, pensarán después que hubo algo de heroíco en ella, de inolvidable. Incluso el Principe, que aún no sabe que pensar sobre aquello, que sigue percibiendo el delicioso sabor de los labios de la joven en su piel.
— ¡No lo sé! —responde Cenicienta. El cabello alza las patas delanteras, se sacude y ella ríe, todo rizos rubios y exhuberancia— ¡A donde sea que el corazón me lleve!
Y la ven alejarse a todo galope hacia el sol radiante de la tarde. Una mujer que va descalza y sin peinarse. Libre y furiosa. Feliz y valiente.
Inolvidable.
miércoles, 30 de diciembre de 2015
Entre hojas y anaqueles: Mis doce libros favoritos del año.
¿Que hace a un libro mejor que otro? La verdad, nunca he sabido la respuesta. No hablo por supuesto, no me refiero únicamente a lo que puede brindarle mayor o menor valor literario a un libro, sino al valor de su historia. A esa cualidad que no sólo hace más cercano, comprensible y sobre todo preciado, por encima de cualquier otra. Esa cualidad misteriosa y significativa capaz de cautivar al posible lector. Sí, se trata de una visión elemental y quizás muy simple, pero es la más sencilla sobre la que puedo ponderar. Y la razón para esa visión tan ingenua, con toda seguridad es una sola: Soy una lectora devota.
Soy de los lectores que siempre desean leer. Por cualquier excusa, motivo y en todos los momentos posibles. De los que siempre se encuentran en compañía de sus libros favoritos y los que aún debe descubrir. De los que lleva siempre un par de libros en el morral, o los deja en el escritorio de trabajo, para hojearlos a la menor oportunidad. De las que tienen una mesa de noche rodeada de libros a medio leer, llenos de anotaciones y hojas medio arrugadas con sus párrafos favoritos copiados a manos. De las que considera a las librerías un hogar. De las que despierta a mitad de la noche para continuar leyendo un libro que dejó a la mitad. O de las que sencillamente no van a dormir para poder terminarlo. De las que atesora los libros como pequeños fragmentos de historia personal.
De manera que hablar sobre “libros favoritos” siempre me parecerá una temeridad, sobre todo todo, porque estoy convencida que cada libro brinda un mensaje, una idea nueva, una dimensión del mundo inolvidable. Incluso los más sencillos, los aparentemente tópicos, siempre abrirán puertas desconocidas en nuestra imaginación. Así que al momento de redactar una pequeña lista sobre mis historias favoritas durante el año 2015, me encontré que no sólo se trata de escoger sobre la calidad narrativa, semántica e incluso de un libro sobre otro, sino de una visión que pueda haberme sorprendido quizás, fascinado, mucho más que otras. ¿Qué tan válido resulta escoger un libro sólo por la capacidad que tuvo para cautivar mi imaginación? No lo sé. Pero es quizás la manera más sincera que tengo que hacerlo, la más cercana a la manera como percibo los libros y lo que pueden brindarme: Una lugar por descubrir en mi mente. Un paisaje por completo desconocido que descubro — y paladeo — gracias a las palabras.
Siendo así, ¿Cuales podrían ser mis historias favoritas en un año lleno de extraordinarias propuestas? Quizás los siguientes:
Cicatriz de Sara Mesa.
Si tuviera que describir “Cicatriz” con una sola palabra, seguramente sería “Claustrofóbica”. Porque en la novela de Sara Mesa, no abundan los escenarios ni tampoco se prodiga en la descripción de sus personajes. La historia parece transcurrir exclusivamente en las reflexiones, pensamientos y contradicciones que se yuxtaponen entre sí para sostener un ritmo lento y asfixiante. En “Cicatriz” la realidad parece una idea accesoria, que no encaja en ninguna parte y sin duda, es el triunfo de una combinación arriesgada de visiones sobre la personalidad del otro, el aislamiento, el dolor y la soledad moderna. Mesa, con un pulso narrativo que impresiona por momentos, no sólo sostiene y mezcla todo tipo de percepciones sobre los espacios interiores distorsionados por la angustia existencial — los moldea a conveniencia, los construye a partir de diminutos cambios de perspectivas — hasta lograr una historia desoladora que nunca cae en lo tópico, a pesar de bordearlo. Una novela que se lee de un tirón y que deja un regusto amargo al acabar.
Esto también pasará de Milena Busquets.
A Milena Busquets no le conocía, aunque había leído los mejores comentarios sobre su anterior obra “Hoy he conocido a alguien” (2008), donde ya deslumbró por su capacidad para contar historias mínimas con una enorme capacidad emocional. No obstante, la experiencia emocional de “Esto también pasará” me asombró no sólo por su sutileza sino por también, por su soterrado cinismo. Y es que Busquets, construye una historia sólida y conmovedora sobre el dolor y el duelo, pero sin caer en los clichés habituales sobre el sufrimiento espiritual y la desolación tras la muerte de un ser querido. El libro desconcierta por su sinceridad, su sencilla crudeza para contar la vida común, pero sobre todo, por su intrincada línea de pequeñas escenas que se concatenan para mostrar algo tan aparentemente simple como el sufrimiento humano. No obstante, no hay nada superficial en esta colección de diminutos fragmentos de dolor y existencialismo: Busquets los evita con una precisión que por momentos puede parecer cruel, pero que se sostiene sobre su capacidad para la ironía y un velado sentido del humor. Por momentos insoportable en cierto parlamento snob, la novela avanza con buen pie hacia una culminación descarnada sobre la angustia íntima y el espíritu quebrantado en busca de una justificación personal.
El Reino de Emmanuel Carrere.
No hay mucho que decir sobre Carrere que no sea obvio: su capacidad para contar historias parece íntimamente mezclada con una prosa inteligentísima y una sensibilidad especial para encontrar grietas en argumentos culturales que suelen tomarse por absolutos. Tal vez por ese motivo, su obra parece una combinación de crítica dura a la realidad, pequeños desvaríos sobre la razón pura y algo más cercano a la crítica intelectual. Su más reciente libro, “El Reino”, parece sortear todas sus anteriores ideas con enorme pulcritud para crear un panorama completamente nuevo sobre lo que Carrere desea contar. Y en esta ocasión, el motivo de su curiosidad — su principal motor a la hora de contar, como ha repetido tantas veces — es la religión. El foco medular de lo que nos hace creer y asumir las singularidades de la fe. ¡Y de que manera lo hace! Asombra su buen hacer para no sólo contar con notoria consistencia histórica los primeros años del cristianismo, sino para brindarle un indudable cariz de misterio a medio descubrir, de historia incompleta que de hecho, es el mayor triunfo de una narración por momentos abrumadora. Pero Carrere no se pierde en detalles insustanciales ni devaneos innecesarios: La Obra avanza con pie firme y se cuestiona así misma tantas veces como para que en ocasiones pueda provocar verdadero malestar. Carrere insiste, elabora una reflexión dura y temible sobre los peligros de la fe y por último, lanza al aire una visión durísima sobre el dolor del hombre despojado de sus Dioses. Una novela extraordinaria y una de mis favoritas inmediatas.
Teleshakespeare de Jorge Carrión.
Publicada en el 2012 pero como bien me acotó su autor en Twitter, con una primera edición latinoamericana publicada este año, Teleshakespeare es quizás uno de esos libros destinados a ser actuales por mucho tiempo. Y es que Jorge Carrión — profesor de Literatura Contemporánea en la Universidad Pompeu i Fabra — no sólo logró elaborar una reflexión completísimo sobre la llamada “Edad de Oro” de la televisión actual, sino también de sus implicaciones culturales. Punto a punto, Carrión analiza el impacto de las series como nuevo vehículo de construcción cultural y analiza las mejores de la década bajo la percepción de toda una nueva forma de literatura y espectáculo destinada a perdurar. Para Carrión, la serie no es sólo un producto televisivo, sino también una mezcla consistente de ideas sociales que la pantalla chica refleja con muchísima más propiedad y acierto que cualquier otro medio. Para Carrión “la novela se ha impuesto como gran modelo narrativo: lo hizo con el cine, lo ha vuelto a hacer con el videojuego, el cómic y las series de televisión. Los lectores estamos sedientos de ficciones y nos gusta poder escoger entre varios lenguajes para consumirla”. En base a ese análisis, el autor pondera y reflexiona sobre los medios, la democratización del producto literario y sus alcances. Imprescindible para todo aquel que se llama Seriófilo.
Felices los Felices de Yasmina Reza.
No se trata de un libro sencillo ni pretende serlo. Su autora ha sido acusada en multitud de ocasiones de misógina y misántropa, parece regodearse en esa presunción del odio y el rechazo para crear una visión inquietante sobre las relaciones de pareja, los dolores emocionales de una generación que juzga simple y cultura acostumbrada a la inmediatez. Para Yasmina Reza no hay puntos medios: su obra parece insistir en los extremos, en la búsqueda sentimental y sobre todo, en la infelicidad. Porque nadie se equivoque: Reza no escribió sobre historias de amor al uso, sino de las más dolorosas, las angustiosas, las duras, las temibles, en una combinación que termina por abrumar en ocasiones al lector. Reza, con una delicadeza que llega a convertirse en una durísima crítica existencial, la felicidad no es otra que una idea comercial, manida y sin sentido sin otro valor que la idealización de un sentimiento caníbal como es el amor. Llamado “El cuento de hadas roto” su libro es quizás el mejor reflejo de toda una nueva percepción sobre el sufrimiento emocional y las trampas emocionales de nuestra cultura.
Patria o muerte, de Alberto Barrera Tyszka
Como Venezolana, estoy obsesionada con la situación política y social de mi país, y “Patria o muerte” de Alberto Barrera pareció reflejar esa necesidad de comprensión y reconocimiento mejor que cualquier otro texto que leí durante el año. Para el escritor, el deterioro de Venezuela como idea comienza y termina con el Venezolano y su concepción sobre el país, una idea que desarrolla de manera impecable en un libro sin concesiones. Venezuela, convertida en un organismo vivo y amenazado por sus propias debilidades y dolores, avanza en la historia como otro personaje, padeciendo el sufrimiento y la angustia existencial que parece sostener una historia basada en el dolor emocional de una sociedad adolescente. Como escritor, Barrera tomó la arriesgada decisión de basar su obra en un hecho histórico muy concreto: La muerte del Presidente Hugo Chavez. No obstante, la novela no se tambalea por el hecho político o por sus implicaciones. No se contamina por sus posibles interpretaciones. Con una visión impecable sobre la historia y sus infinitas ramificaciones, Barrera encuentra una forma de contar la historia Venezolana a los propios Venezolanos y se supera así mismo con una conclusión poderosa sobre la identidad y el gentilicio de un país roto por la incertidumbre. Un libro extraordinario y necesario para comprender no sólo la crisis de Venezuela sino también, analizar la noción sobre el legado histórico de un tipo de dolor social muy específico y perdurable.
La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexiévich.
Svetlana Alexiévich saltó — literalmente — a la fama internacional luego de ganar el premio Nobel de literatura del año. No obstante, esta periodista en estado puro y además, firme convencida del valor de la palabra como documento social e histórico, ha transitado durante buena parte de su vida entre su capacidad para contar la historia de su país y más allá de eso, de asumir el debate sobre el legado histórico ruso. La obra de Svetlana Alexiévich no es sencilla ni pretende serlo: se trata de un compendio de narraciones que muestran a la Unión Soviética — sus transformaciones, miserias y dolores — desde un punto de vista objetivo y duro que llega a sorprender y conmover. Alexiévich analiza a su país desde una óptica firme, con un pulso preciso cercano en la dureza. Y ese es quizás su mayor mérito. Conocida sobre todo por su libro Voces de Chernóbil (donde recopila de manera magistral docenas de testimonios sobre el desastre nuclear que Régimen Ruso intentó silenciar), su obra parece insistir sobre esa perspectiva de Rusia como víctima de sus propios errores y temores. En La guerra no tiene rostro de mujer la periodista muestra una serie de dolorosos y en ocasiones escalofriantes testimonios de las mujeres soviéticas que sobrevivieron a la II Guerra. Una crónica a trozos sobre historia desconocida de un país conocido por su secretismo.
Marie Antoinette de Benjamin Lacombe.
Desde que se publicara su primera obra (Caperucita Roja, Edelweis 2004), el ilustrador Benjamin Lacombe ha deslumbrado al público con sus reinvención del género de la novela ilustrada. Con un estilo que suele ser descrito como una combinación de Disney con tintes Siniestros, Lacombe reflexiona sobre la belleza, la mitología y el amor desde una cuidada colección artística que le ha ganado millones de adeptos alrededor del mundo.
Este año Lacombe publicó el que quizás es su libro más ambicioso: “Maria Antonieta” donde intenta contar no sólo el mundo de la jovencísima y trágica monarca, sino su particular punto de vista sobre si misma. Esposa del Rey Luis XVI, la reina consorte pasó a la historia como símbolo del exceso y la belleza. Mito e icono popular, Maria Antonieta es no sólo una aproximación a la Francia de su época — con todas sus virtudes y miserias — sino a un fragmento de historia que parece demonizarla e idealizarla a partes iguales. Pero Lacombe no se limita a ilustrar, sino a crear un diario intimo ficcionado a través de sus extraordinarias ilustraciones. Con una enorme delicadeza, el autor define a la Reina que murió, sino también a la mujer muy joven que Reinó en un país imposible durante tiempos convulso. La humaniza hasta crear un personaje tan real como profundamente humano. “Definieron rápidamente a esta reina como frívola y leve, pero al hallar sus cartas, descubrí a una mujer mucho más interesante e inteligente que lo que decía el cuento popular. Yo reto a cualquiera a que encuentre a una chica de 14 años capaz de escribir una carta de esa profundidad en un idioma que no es suyo”, insiste Lacombe, que realizó una cuidada investigación por casi dos años, en compañía de la historiadora Cécile Berly. Una joya para los amantes del género pero sobre todo, para los que deseen disfrutar de una delicadísima reinterpretación de la Francia Pre revolucionaria.
Los malos de Leila Guerriero.
La periodista Leila Guerriero en esta ocasión asume la labor de un concienzudo editor para recopilar las escalofriantes historias de catorce personajes, que según la autora y el grupo de periodistas que le acompañan, encarnan la maldad en Estado puro. Torturadores, asesinos en serie, personajes políticos, el libro es un recorrido por todos los rostros de la maldad Latinoamericana, reconstruidos en narraciones durísimas y abrumadoras. Hay una cierta visión pesarosa sobre la maldad reconvertida en símbolo de situaciones históricas, momentos políticos, como si el recorrido por el núcleo de lo que la maldad puede ser, describe mejor que cualquier otra cosa a nuestro continente. Más allá de los estereotipos, “Los malos” es un retrato audaz y durísimo sobre el horror y los alcances de la violencia en el ser humano.
Sumisión de Michel Houellebecq.
Houellebecq no es un escritor cómodo y con frecuencia se regodea en esa capacidad suya para irritar y cuestionar. Su libro más reciente “Sumisión” parece resumir ese particular talento suyo para el escándalo: Publicado unos días después del ataque a Charlie Hebdo, esta fantasía distópica de una Francia musulmana provocó que el escritor tuviera una escolta policial. Aún continúa teniéndola: el escritor menciona de vez en cuando que conversa con sus “amigos policías” sobre Borges y que goza de esa extraña sensación de encontrarse al borde de la muerte con más frecuencia de la que puede imaginar.
La novela “Sumisión” parece redondear toda la mitología que rodea al escritor. La novela narra a una Francia futura, al borde de una guerra civil y de la conversación al Estado islámico. Lo hace, además, regodeándose en los miedos, temores y esquirlas de una visión racista y prejuiciada sobre el futuro. En la historia, la incertidumbre está en todas partes y parece mezclarse con un ambiente opresivo y doloroso que termina creando una visión aterradora sobre el país galo. Una y otra vez, Houellebecq juega con símbolos y aliteraciones sobre lo que Francia como estado Laico puede ser y la manera como se percibe así misma. Una y otra vez, cae en una especie de interpretación siniestra sobre su aparente inocencia. El resultado es una novela cruda, poderosa e inolvidable que probablemente marque un antes y un después en la obra del escritor.
The Door de Magda Szabo
Sazbo es poco conocida en latinoamérica y quizás por ese motivo, me sorprendió su estilo duro, directo y franco. No obstante, esta escritora Hungara creó durante casi 50 años una dimensión literaria por completo nueva sobre el poder, el temor y la compulsión intelectual. Y es que quizás, Szabo (que murió casi centenaria en 1990) no sólo reflexionó en sus novelas sobre el terror de la inmediatez con mucho más tino que escritores modernos, sino que además, logró encontrar una forma de contar el dolor existencial que no llega a conmover a pesar de asombrar. Todo un logro en medio de terrores modernos y sustanciales que convierten a la escritura en un terreno minado de clichés. La novela “The Door” es el mejor ejemplo de esa combinación del horror, lo bello y lo absurdo: se trata de una novela inquietante donde se invierten las relaciones de poder pero más allá de eso, se analiza el tiempo y la convivencia desde un punto de vista casi temible. No hay nada verdaderamente claro en esta historia, mezcla de humor negro y un absurdo bien medido para sorprender, que avanza contando la historia de la Hungría herida por la post guerra y una infinita angustia existencial. Un juego de espejos extraordinario que convierte a la novela en una obra imprescindible.
Outline por Rachel Cusk
Quizás la novela más “tradicional” de mi pequeña lista anual. Y sin embargo “Outline”, no tiene nada de tópico, no obstante tocar temas habituales y aparentemente trillados como el amor, el duelo, el orgullo y la estupidez. Con una prosa limpia, intensa y por momentos brillante, la escritora atraviesa todos los estados del ser para asumir una visión descarnada sobre quienes somos y como nos comprendemos. Una expresión profundamente dura sobre la identidad, el dolor emocional y los pequeños momentos de felicidad espiritual.
Una lista corta, sin duda, pero que resume mi trayecto por el mundo de la palabra este año. Un recorrido profundo, emocional y como siempre privado que me demostró de nuevo el poder de la literatura para crear, ennoblecer y sobre todo consolar como una forma de arte de infinita belleza. Una manera de soñar.
martes, 29 de diciembre de 2015
Memorabilia apresurada: Las doce cosas que no haré el año que viene
Nunca he comprendido muy bien el objetivo de los propósitos de año nuevo. De hecho, lo comprendo tan poco que desde que recuerde, me he burlado un poco de esa propensión tan optimista que muchísima gente tiene de predecir qué hará en un futuro cercano. O lejano incluso. Una especie de esperanza difusa y superficial machacada de buenas intenciones.
—Qué cínica — dice mi amiga L. cuando le digo lo anterior. Me encojo de hombros.
—Mira, somos hijos de la incertidumbre —le digo, muy consciente de lo poético —y cursi— que suena la frase.
—Somos sobrevivientes —me responde; otra cursilería más, me digo con una sonrisa—, pero entre ambas cosas, está el hecho que asumir que podemos planear, aunque sea sólo un poco lo que vendrá, me consuela. ¿A ti no?
—La verdad es que no.
Reímos juntas. A menos de una semana del fin del año, el pensamiento de lo que nos espera a unos días de distancia, parece más una excusa para asumir nuestras fallas y temores, que cualquier otra cosa. Pero también, es una manera de comprender que construimos algo nuevo con cada decisión, omisión e incluso, esa inexacta capacidad que todos tenemos de reflexionar sobre nuestras pequeñas dudas. Y el fin de año es la mejor excusa —mejor que cualquier otra, debo decir— para asumir que podemos mirarnos de una forma por completo novedosa. Un volver a nacer tan inocente como oportuno, tan sin sentido como cualquier otro.
—¿Qué planeas entonces para el año que viene? ¿Dejarte llevar? —se burla L., muy consciente de mi cinismo. De esa ambición mía, tan infantil, de control.
No sé que responder a eso. La verdad es que nunca me he planteado algo tan simple como una especie de hoja de ruta sobre lo que haré —o no— en el transcurso del tiempo. Me obsesionan mis aspiraciones, como a cualquiera tampoco, pero también se muy bien que cada una de ellas depende de mi capacidad para transitar a través de los obstáculos y algo tan simple como el temar. Más bien, he aprendido a esbozar una teoría sobre lo que aspiro, lo que asumo real, lo que le brinda cierta coherencia a mi vida. Y sin embargo…me pregunto si eso es suficiente. ¿En eso se basan los propósitos de año nuevo? ¿En nuestra capacidad para creer que todo es posible por el mero hecho de desearlo? ¿De admitir que soñar es un poco rozar lo que necesitamos, incluso desde esa dimensión de lo inconcreto? Me quedo un poco en blanco, con la sensación que quizás, es cierto que todos necesitamos creer firmemente en que el futuro puede construirse a golpe de expectativas. Y que tenerlas, a pesar de lo que creamos, puede sostener algo tan frágil como nuestra manera de mirar al mundo.
—¿Y si pienso en lo que no haría? —digo de pronto. Mi amiga me mira con una ceja arqueada.
—¿La lista de los no-propósitos? —Se ríe— Bueno, suena válido.
—Suena realista.
—Ya veo —suspira; nos encontramos sentadas en un viejo y destartalado café que visitamos desde niñas, cuando ambas éramos un par de colegiadas mal humoradas convencidas que debíamos enfrentarnos a un mundo especialmente tedioso. Me hace gracia que cada año regresemos al mismo lugar, para tomar un poco del café amargo del dueño, un viejo italiano que durante década y media, nos ha ignorado casi con obstinado cariño. El paso del tiempo puede ser un truco de la imaginación, pienso, saboreando el café con placer.
—¿Y cuáles serían esos no-propósitos?
Sostengo la taza con firmeza. De pronto y aunque no lo admitiría en voz alta, siento un ligero vértigo de expectativa. ¿Qué puedo predecir no haré el año entrante? ¿Qué puedo asegurar estará fuera de mis opciones? Quizás lo más sencillo será asumir que toda decisión tiene un cierto trasfondo de una insistente búsqueda de identidad. ¿Qué principios personales puedo prometerme a mi misma no quebrantaré el año que viene? Con toda probabilidad, seguramente los siguientes:
* Dejaré de atacar a mi cuerpo como un enemigo invisible:
Me daré la libertad de disfrutar lo que como, aunque no siempre sea lo más saludable ni mucho menos, lo más apropiado para mi salud. Me perdonaré cometer pequeños pecados y cuando decida que necesito un buen mordisco de chocolate para sobrevivir a un día especialmente duro. Me aseguraré de hacerme responsable no sólo por mi salud, sino por el hecho de aceptar mi cuerpo con todas sus imperfecciones. Las evidentes, las que temo, las que serán más visibles en el transcurrir de los doce meses que esperan. Y me alegraré de comprender que mi cuerpo puede proporcionarme felicidad, incluso con algunos kilos de más alrededor de la cintura y unos cuantos músculos flácidos. Me recordaré cada vez que pueda que mi cuerpo es la suma de sus pequeños y extraordinarios misterios. Un paisaje de mi historia personal.
* No me juzgaré:
Ni tampoco insistiré en criticar hasta la última de mis decisiones con una ferocidad que no dedico ni al peor de mis enemigos. Asumiré que cometo errores con frecuencias y que de alguna forma, hacerlo me permite comprender mi vida como un cúmulo de experiencias e ideas por completos. Disfrutaré de mis torpezas, de mis tiempos muertos, de la momentánea pereza, de no tener el impulso inmediato de hacer el bien. De reír por mis fugaces episodios de pura crapulencia. De asumir que puedo —y en ocasiones necesito— ser grosera e insoportable sin motivo alguno. Que puedo responder con malhumor, que puedo gruñir y quejarme. Y que todo eso es parte de la infinita belleza de sentirme cómoda en mis huesos pero sobre todo, en mi necesidad de comprenderme a mi misma.
* No me importará la opinión ajena a pesar de lo significativa que pueda parecerme:
Y eso implica, dejar caer el fardo de las culpas y las expectativas. O arrojarlo tan lejos donde no pueda molestarme. Intentaré no me irrite o me preocupe la opinión de quienes respeto intelectualmente. Aprenderé a admirar con toda la libertad, sin que eso implique menospreciar mi propio punto de vista. Abandonaré el nocivo hábito de prohibirme dudar, cuestionar o criticar a quienes amo cuando creo que debo hacerlo. Aceptaré que en ocasiones el amor —filial, romántico, fraterno— no implica aceptar por las buenas la perspectiva de alguien más. Que puedo ser todo lo testaruda que quiera para defender mis argumentos. Que debo serlo, de hecho. Que puedo enfurecerme hasta las lágrimas por construir mi punto de vista. Que no tiene la menor importancia si lo que creo es minoritario, irritante o no coincide con el punto de vista general.
* Me censuraré menos:
Y eso incluye, disimular mi estado de ánimo, mi opinión y perspectiva. Me permitiré estar todo lo furiosa que quiera siempre que pueda. No me importará si mi enfado molesta a alguien más o le parece una muestra de agresividad. Seré todo lo militante, radical, ambigua y por supuesto, contradictoria que quiera. Me conservaré todo lo integra que pueda con respecto a lo que creo, aspiro, deseo, me gusta, sueño. No me importará si lo que disfruto inquieta, irrita o desconcierta a los que me rodean. Seré libre —aún más de lo que soy— para decir lo que quiero, siempre que lo deseo. Disfrutaré de la controversia, del enfrentamiento, del hecho que lo que opino y reflexiono no siempre sea cómodo y sustancial para quienes me rodean. Y disfrutaré de esa expectativa de no saber nunca donde encajará mi punto de vista. Y la aventura de ser todo lo osada que pueda para construir mi forma de pensar.
* Me reiré a todo pulmón de chistes políticamente incorrectos:
De los racistas, de los sexistas, de los ofensivos, de los groseros, de los verdes. Dejaré de pensar que existe alguna cosa que el humor no pueda traducir en carcajadas. Dejaré de creer firmemente que todo debe tener un equilibrio de sacrosanto respeto y creeré con mayor firmeza en las virtudes del humor negro, de la sátira, del sarcasmo. Intentaré convencerme que nada es sagrado, que la blasfemia, la herejía y la grosería son tan necesarios como la admiración y lo admirable. Que puedo enfrentarme a lo que se supone debe ser correcto, en busca de un motivo consistente para creer, militar y sostener como opinión. Y lo haré, porque la búsqueda de la verdadera dimensión de lo que pienso, atraviesa no sólo lo que temo, sino lo que puede escandalizarme. Lo que asumo real y lo que puedo desmenuzar a través de mi opinión. Agradeceré el valor de la grosería y la provocación.
* Dejaré de recordar pequeños errores y ofensas:
Porque con toda honestidad, no tiene el menor sentido sostener una carga emocional que no tiene otro valor que la que le otorgo. Así que la arrojaré todo lo lejos que pueda, todas las veces que sea necesario. Aprenderé —recordaré— que lo único que puedo controlar es mi reacción a lo que hacen los demás y nunca su comportamiento. Que soy mucho más independiente y libre en la medida que dejo de sostener los dolores y terrores de quienes me rodean. Recordaré que cada quien insiste en sus circunstancias y que debo aprender a apartarme de ellas, sin creer que debo comprenderlas también. En suma, dejaré de mirar atrás para juzgar, ni siquiera a mi misma.
* No me cansaré de insistir en lo que deseo hacer:
A toda hora, en todas partes, en todos los lugares posibles. Me declararé obsesiva, insistente, tediosa, irritante. Disfrutaré de todo lo que aspiro, de seguir el camino que creo debo recorrer. Llevaré papel y lápiz a todas partes, para escribir todo lo que necesite, no importa si quienes me rodean creen que es suficiente, si no tiene sentido, si carece de lógica. Fotografiaré todo lo que crea debe ser conservado, atesorado, querido, comprendido. Leeré todos los libros que pueda, memorizaré todas las frases que me cautiven. Imaginaré un mundo de palabras e imágenes. Llevaré un bolso lleno de palabras, de imágenes, de deseos, de pensamientos, de temores, de decisiones, de asombro. Me deleitaré con las obras de pintores que nadie recuerda, cantaré canciones que nadie escucha. Y continuaré creando mi mundo de belleza personal, para que proteja mucho mejor de como lo ha hecho hasta ahora, del desconsuelo, el dolor y la angustia.
* No criticaré a mis seres queridos por su mal humor eventual (o incluso el frecuente)
Les perdonaré los pequeños roces, las críticas, los momentos de silencio y los de desahogo. Escucharé con amabilidad sus quejas y dolores, asumiré con buen humor sus momentos de irritación. Les consolaré en los de amargura y dolor. Sabré comprender que el buen humor no es necesario y que sonreír jamás es una obligación. Que las mañanas pueden ser conflictivas, los días largos y tediosos, las noches privadas y quizás pesarosas. Que está bien la tristeza, la angustia, la desesperación, la furia. Y que todos tenemos derecho no sólo a expresarlas como nos plazca sino a que quienes nos rodean, lo acepten con naturalidad.
* No olvidaré el valor de ser infantil, torpe e irritante:
Porque es divertido. Porque es saludable. Porque es natural. Porque es parte de la vida adulta recordar las ventajas de la niñez. Porque es una manera de asumir que somos parte de un inevitable ciclo de crear a través de nuestra historia. Porque está bien hacer pequeñas locuras con más frecuencia de la que podamos admitir. Porque es hermoso la libertad de no temer a nuestra vulnerabilidad. Porque está bien correr a toda velocidad bajo el sol, gritar hasta las lágrimas de emoción, bailar dando saltos y traspiés. Reír hasta que quedar débiles y sin aliento. Comer con la boca abierta. Salir despeinado. Abrazar con fuerza hasta quedarnos sin aliento. Besar en público. Un buen beso apasionado. Saludar a quienes queremos con entusiasmo. Agarrarnos muy fuerte de las pequeñas cosas, de las insustacionales, las simples, las aparentemente sin forma, para sobrevivir al desconsuelo. Y está bien por supuesto, saber el valor de hacerlo. De ese recorrido a ciegas hasta el centro mismo de una felicidad muy inocente y personal.
* No dejaré de ver malas películas, música escandalosa y leer libros baratos:
Y comentarlos. Y disfrutarlos. Y reír con ellos. Y criticarlos. Y no creerme una gran intelectual por hacerlo. Y maravillarme de las cosas simples y quizás rudimentarias. Y no criticar a quien las cree complejas y maravillas. Y recordar que toda forma de arte es sanadora, enaltecedora, asombrosa en esencia.
* No pensaré que cada error que cometo es imperdonable:
Y me perdonaré todas las veces que pueda por mis torpezas, mis blanduras y flaquezas. Por los terrores y temores. Por la timidez y la necedad eventual. Por las palabras que no dije o las que se me escaparon sin pensar. Por mi inocencia, por mi cinismo, por mi pereza. Por mi energía desbordada y desordenada, por todo lo que temo y lo que aspiro por pura ensoñación. Por todo lo que no encaja bien en mi vida, por lo que deseo que encaje. Por lo que deseo entender y aún no logro. Por los silencios empecinados, por las largas parrafadas sin sentido.
Mi amiga L. me mira con un gesto sorprendido y un poco conmovido luego de escuchar todo lo anterior. Tomo un sorbo de café con cierta timidez, como si el silencio significara alguna cosa que no puedo comprender. Finalmente deja escapar un lento suspiro, que puede significar cualquier cosa, pero que a mi me parece una respuesta en sí mismo.
—¿Entonces, no te parece bien mi lista? —Pregunto por fin. Ella sonríe. Un gesto amplio, amable y entrañable.
—No solamente me parece bien, sino que me estoy preguntando si no necesito una parecida también.
Reímos juntas. De pronto, el olor de la ciudad, su bullicio irritante, me parece soportable, casi amable. Parte de todas las cosas que sueño y que aspiro. Una de esos pensamientos románticos inevitables, supongo. Y me pregunto, mientras paladeamos ese momento de paz absurda, un poco inesperada, si el tiempo tiene como único propósito recordarnos que siempre puede ser un buen momento para empezar a construir lo que deseamos. A pesar de los pequeños terrores. De las piezas perdidas y sueltas en nuestro pensamiento. De lo que podemos encontrar. No lo sé, me digo, incapaz aún de admitir mi súbito optimismo. Pero es una idea bonita, de esas perdurable. De esas que tampoco debería censurar con tanta frecuencia el año entrante.
—Por todo lo que empieza —dice L., levantando la taza la café con un gesto simple pero a la vez, curiosamente significativo. Hago lo mismo y pienso en los grandes y pequeños momentos, dignos de atesorarse. Ah, también debo perdonarme la cursilería eventual el año siguiente, pienso.
—Y lo que termina —añado. Ambas tomamos el último sorbo de café y me encuentro pensando que somos inocentes en nuestro empeño de brindar sentido a la realidad, cada día, por todos los motivos. Gracias a las buenas excusas que nos damos a nosotros mismos.
¿Eso está mal? Me digo con una sonrisa secreta. No sé que podría responder a eso.
C’est la vie.
lunes, 28 de diciembre de 2015
ABC del fotógrafo curioso: La imagen como una forma de arte y otros cuestionamientos modernos
Con frecuencia, se insiste en que la fotografía no se aprende, sino que se practica, una frase que parece resumir las ideas — y también prejuicios — más habituales que se tienen sobre la educación fotográfica. Por supuesto, no se trata de algo que sorprenda: la fotografía fue considerado quizás por demasiado tiempo la consecuencia de una actividad mecánica antes que intelectual. Por casi medio siglo, el conocimiento fotográfico se transmitió de manera oral y a través de la experiencia de un fotógrafo a otro, en una especie de tradición semejante a la del pintor y aprendiz. El fotógrafo enseñaba lo aprendido bajo un método rudimentario pero efectivo que permitía al futuro creador visual, asumir la fotografía como una técnica y arte en constante transformación.
No obstante, llegado a cierto extremo, incluso esa metódica transmisión de conocimientos resultó insuficiente para educar — en todo lo que implica crear desde la técnica con aspiraciones estéticas y conceptuales — a cualquier artista que aspirara a crear a través de la imagen inmediata. Así que enseñar — y aprender — fotografía se encontró en medio del insistente debate de hasta donde se puede enseñar un talento artístico — de poderse — y hasta que punto es necesario enseñarlo.
Tal vez por ese motivo, aún ahora, es necesario comprender la educación fotográfica entre ambas vertientes. Una discusión esencial que permite al fotógrafo no sólo diversificar sus medios de aprendizaje — ¿que enseña? ¿Que permite el aprendizaje fotográfico como elemento teórico? — y sobre todo, hacia donde se dirige como creador visual. Un fotógrafo no es sólo el operario de una herramienta mecánica y tecnológica: es un artista que utiliza la cámara para crear expresiones visuales sustentadas en concepto. ¿Cuál es entonces el punto intermedio entre ambas cosas? ¿Qué conjuga la experiencia constante del fotógrafo con el conocimiento técnico?
Quizás, nadie tenga una respuesta a ese planteamiento. No al menos, una que pueda abarcar todo lo que la fotografía es y sobre todo, puede aspirar a ser a través de las connotaciones estéticas y artísticas que pueden otorgarle sentido y forma. Aún así, el debate parece abrir la reflexión hacia un aspecto más amplio de la fotografía no sólo como un conocimiento que se crea y se sustenta a través de la práctica incesante, sino una forma conceptual de expresión artística. La fotografía como arte pero también, como trayecto intelectual que construye una propuesta estética.
¿Y que aspectos pueden sustentar esa hipótesis? ¿Que ideas pueden construir una perspectiva sobre la fotografía basada en su aprendizaje como elemento artístico? Tal vez las siguientes:
* Reflejo, ventana o puerta.
Ninguna fotografía es inocente, mucho menos accidental. Cada idea fotográfica contiene una serie de símbolos, referencias e ideas basadas en el punto de vista de su autor y sobre todo, en su necesidad de comunicar expresiones intimas a través de la imagen. Por tanto, incluso las fotografías aparentemente casuales, contienen una considerable cantidad de información específica sobre las opiniones y percepciones del fotógrafo sobre el espacio, la identidad y la connotaciones que el autor brinda a lo que le rodea. Por tanto, la fotografía no es simplemente un documento en estado puro — que podría serlo — sino también, un reflejo sobre el mundo interior del fotógrafo y más allá de eso, la capacidad que tiene para construir ideas complejas sobre sí mismo y lo que asume real.
Pero también, la fotografía puede ser una ventana: una expresión visual consistente sobre la realidad creada para no sólo expresar las ideas íntimas del autor, sino también la realidad que la sustenta. ¿Que vemos cuando contemplamos una fotografía? ¿Que mensajes pueden construir no sólo los elementos que las conforman sino también los que sostienen su capacidad de reflexionar sobre la realidad? La idea de la fotografía como una ventana no sólo sustenta los anteriores cuestionamientos, sino que además, los transforma en teorías concretas sobre el hecho de fotografiar. Captamos imágenes no sólo para mostrar — o analizar — escenas de lo que nos rodea sino para plantear conceptos sobre la realidad que asumimos de enorme valor artístico.
El concepto de la fotografía como puerta parece contradecir las ideas anteriores, porque confiere valor específicamente a ideas fotográficas basadas en el tránsito de la imagen desde el documento a la hipótesis. ¿Qué es la fotografía? ¿Una idea privada que se construye a través de una imagen y se muestra como parte de un paisaje de símbolos? ¿O algo mucho más sutil, elaborado a base de lo que asumimos la fotografía puede mostrar, incluso involuntariamente? La fotografía como documento puro no sólo abre espacios intelectuales y conscientes sobre la realidad — la analiza, la desmenuza, la comprende — sino que también, sostiene toda una declaración de ideas. Una puerta abierta hacia un concepto muy específico basado en la realidad. Una perspectiva que atraviesa la realidad para expresarse y sobre todo, para crear una respuesta — imaginaria, inexacta, siempre incompleta — sobre la reflexión que intenta construir a través de la creación artística.
* La problematización del mensaje.
El investigador y profesor de fotografía Venezolano Wilson Prada, suele decir que toda fotografía debe “problematizar” las cuestiones sobre las que medita, con el objetivo de madurar y profundizar en el mensaje en que se basa. Por supuesto, el planteamiento abarca ideas tan abstractas como cuál es el propósito de la fotografía y más allá de eso, que asume necesario el hecho fotográfico para expresar una idea compleja. No obstante, la “Problematización”, término que parece apelar a la necesidad de reestructurar lo esencialmente fotográfico hacia una idea mucho más sensitiva y complicada, se basa en la transformación del lenguaje visual. En la capacidad para madurar, hacerse más simbólico y abstracto, en encontrar un punto exacto que pueda sostener no sólo lo que se plantea — como concepto y como hecho estético de la fotografía — sino algo más profundo. La idea que crece y se hace mucho más personal como expresión de la capacidad creativa del autor fotográfico.
¿La fotografía evoluciona? ¿La idea fotográfica crece y se hace cada vez más personal? Puede hacerlo, en la medida que el fotógrafo esté consciente que la fotografía es una manera de mirar, no solamente la mirada que dirige hacia una situación, idea o expresión artística. La fotografía se hace cada vez más profunda e intricada en la medida en que su autor tome el riesgo consciente de construir planteamientos más duros, inusuales. Que recorra el camino menos transitado en cuanto a lo que desea construir como expresión del yo. La fotografía no es un arte sencillo: es un planteamiento que re dimensiona la realidad a través del intento de su autor por crear una idea concreta. Y a través de ella, una expresión elemental sobre su identidad.
* El mensaje, el símbolo y el lenguaje.
El fotógrafo Constantine Manos suele decir que la fotografía es un abstracción que se construye a través de elementos simbólicos, lo que equivale a decir que una fotografía sólo tiene sentido si se sustenta sobre el contexto necesario o mejor dicho, en un correcto uso del mensaje como medio de expresión. Eso, a pesar de considerar la fotografía un lenguaje Universal que puede ser comprendido por cualquiera. No obstante, a pesar de lo general de su planteamiento — la imagen se mira como una expresión concreta de la realidad que se concibe como idea formal — la fotografía tiene un mensaje implícito, una intencionalidad que la dota de sentido y profundidad. Y esa capacidad de construir ideas se basa esencialmente en el hecho que toda fotografía contiene información evidente o sutil sobre su autor, el momento histórico que capta o incluso, concepciones tan ambiguas como lo emociones y las percepciones intelectuales del fotógrafo sobre su entorno. ¿Como construir una idea consistente sobre planteamientos tan generales a través de la imagen? Asumiendo el hecho que toda imagen es una reflexión consistente sobre nuestra identidad.
Dice Manos que todo fotógrafo es un creador comprometido con su propio discurso, en otras palabras, el mensaje que sostiene su creación visual. Y por ese motivo insiste en que la fotografía debe mostrar un punto de vista subjetiva por necesidad. “Intenta no hacer fotos que simplemente muestren cómo es algo. Por el modo en el que unas los elementos de la imagen en la fotografía, enséñanos algo que nunca hayamos visto antes y que nunca jamás volveremos a ver. Y recuerda que capturar el momento hace una imagen mucho más singular con el paso del tiempo” dijo en una ocasión en que se le preguntó cual era su mejor consejo para los fotógrafos de la nueva generación. Y en cierto modo, más que un consejo, es un análisis concienzudo sobre lo que la fotografía puede ser: Un documento destinado a persistir en el tiempo y a contar una historia capaz de sustentarse en la interpretación de su autor.
* El medio es el mensaje.
Decía Marshall Mcluhan que toda obra artística debe expresar un mensaje. Claro y definido, sutil y ambiguo. Cual sea la connotación esencial de lo que se crea, la obra artística se sustenta sobre un mensaje que intenta transmitir no sólo el pensamiento subjetivo de su autor sino algo más amplio: los símbolos que puede contener y que forman parte a la cultura a la que pertenece, a la idea mucho más amplia que la conforma. Crear imágenes no solamente implica asumir que hay algo que decir sino también, que será expresado de una manera nueva.
Tal vez por ese motivo, el fotógrafo Jonas Bendiksen, suele insistir en que la fotografía necesita ser comprendida como un todo ( o mejor dicho, un cúmulo de significados conceptuales bien estructurados ) y no solamente como una reflexión visual basada en accidentes conceptuales. “La fotografía es un lenguaje. Piensa en lo que quieres contar con ella. ¿Qué te interesa? ¿Qué preguntas quieres hacer? Luego, ve a por ello y vuélcate a hablar sobre ese tema usando la fotografía. Crea una obra sobre eso” suele recomendar el fotógrafo, conocido por su espléndido y concienzudo trabajo fotográfico, pero sobre todo, por su capacidad para contar historias visuales. La idea que se construye a través de lo que se asume inmediato y lo que no puede serlo. La suma del mensaje visual.
* La fotografía como Identidad.
La fotografía es como cualquier otra manifestación artística, una mezcla de identidad, capacidad de observación y sobre todo, una idea específica sobre lo que creas y como expresa tus ideas. De manera que la imagen — como producto — se basa en quien eres, qué deseas decir y sobre todo, como deseas comunicar el cúmulo de reflexiones y pensamientos que la fotografía suele contener. Una experiencia que usualmente conduce hacia una forma de crear basada en lo singular de nuestro planteamiento.
Así que, crea tu propio Universo, tu lenguaje, tu punto de vista sobre quien eres y lo que construye tu imagen como mensaje artístico. Crea a partir de todo lo que pueda sostener lo que haces, lo que consumes como idea, lo que te rodea como elemento y que puede ser transformado en lenguaje. Cuestionate no sobre la originalidad — un tema que necesita un largo debate — sino en la singularidad de lo que elaboras como idea. No se trata que tan distinto seas, sino con que facilidad puedes expresar visualmente tu particular punto de vista sobre quien eres y cómo interpretas el mundo. Después de todo, la fotografía es un ejercicio de continua introspección y también de un incesante cuestionamiento personal.
* El Asombro y la imagen incesante.
El tema de la originalidad es un debate muy frecuente en la fotografía: ¿Puede crearse algo realmente y fresco en la actualidad? ¿Puede alguna fotografía sorprender y desconcertar en una época como la nuestra, donde los medios se han democratizado y la accesibilidad hacen que se produzca una incesante sucesión de imágenes? Y es que en el arte, la teoría sobre lo que es original o no, suele ser asumida como una idea que se basa en la forma, más que en el concepto y por lo tanto, construída sobre la posibilidad de ser visualmente atractiva, antes que cualquier otra cosa. No obstante, la originalidad fotográfica no se basa en cuánto puede asombrar como producto, sino cuanto puede intrigar como concepto, lo cual crea una connotación de la imagen por completo nueva.
¿Qué hace a una fotografía única? ¿Lo que se muestra o lo que se analiza? ¿Lo que se sostiene sobre un concepto visual o lo que se sustenta sobre la aspiración estética de su autor? Quizás se trata de una combinación de ambas cosas. Y más allá de eso, de una búsqueda de significado más que de expresión consecuente. Una fotografía es una pieza artística en tanto sea capaz de mostrar ideas complejas a través de elementos. Una fotografía puede provocar asombro gracias a su capacidad de dar una vuelta de tuerca a conceptos muy manidos y conceptualizados. De manera que una pieza artística fotográfica encuentra su valor en la reflexión de la imagen una construcción de ideas basadas en dimensiones nuevas de lo que se plantea. O lo que es lo mismo, en su capacidad para mostrar una nueva expresión de lo común.
* La identidad y la creación fotográfica.
¿Quienes somos como artistas? ¿Qué deseamos expresar? ¿Que planteamientos mostramos con respecto a nuestra herramienta creativa? Son preguntas que suele plantearse con frecuencia cualquier creador visual. Y no obstante, la idea sobre la creación fotográfica parece basarse en reflexiones incluso más desconcertantes. ¿Que hace una fotografía sea única, reflejo de la identidad de su autor? ¿Qué hace que pueda comprenderse como una idea compleja, elemental y sobre todo consecuente con el punto de vista del fotógrafo? ¿Lo hace su capacidad para reflejar el mundo interior del creador o se trata de algo más profundo y elemental?
Quizás no existan respuestas para ninguno de esos planteamientos. O de haberlas, estén basadas en nuestra personalísima percepción de lo que un fotógrafo puede crear a través de su imagen. ¿Es la fotografía un concepto o algo más enrevesado? ¿Una mezcla de nuestra individualidad y como elaboramos nuestra personalidad artística? Tal vez sea una combinación de ambas cosas, pero es labor del fotógrafo — como artista pero sobre todo, constructor conceptual — encontrar esa idea que sustente tanto lo que muestra — como elemento esencial — y lo que comunica — como expresión ideal — de la fotografía. Una forma de construir una idea mucho más amplia de la realidad.
Una lista corta, sin duda, pero que aún así resume parte de las inquietudes de buena parte de los fotógrafos que conozco sobre el motivo por el cual fotografiamos, nuestra intención artística y lo que parece ser más importante, la idea que construye algo tan profundo como nuestra intención al crear.
domingo, 27 de diciembre de 2015
Cantos olvidados y otras historias de brujería.
La Luna llena brilla entre las nubes y la miro con el mismo asombro con que lo he hecho desde niña. Y es que de pronto, parece no existir el tiempo más allá que en los recuerdos. Cada escena de mi memoria iluminada con este brillo plateado, con esta sensación de regocijo y asombro. Un eco de todos los rostros de la mujer que soy, de la niña que fui, de la bruja en que me convertí, de todos las imágenes y sueños que atesoro.
Coloco una vela que marcará el circulo de luz. ¿Cuando fue la primera vez que lo hice? Tenía diez años, creo y quería ser una bruja. Lo deseaba tanto que no podía pensar en otra cosa. ¡Y que experiencia era esa sensación! La de mirar el misterio como algo cercano en mi vida, la de creer que había algo más que la realidad de lo evidente rodeándome. Una vela que simboliza el comienzo, las puertas abiertas. Una vela para recordarme que todo trayecto, tiene un primer paso.
Completo el circulo poco a poco. La luz de las velas parpadea, hace retroceder la oscuridad. Cuando era pequeña, creía que entre las sombras, había rostros que podían mirarme, que se escondían entre el filo de la luz para aterrorizarme. Y fue el ritual de Luna llena, el más sencillo y el más significativo, el que me enseñó que la luz y la sombra son compañeras. Que todo principio tiene un fin y que todo idea nos lleva a un conocimiento mucho más profundo. Una forma de mirar los infinitos paisajes de nuestra mente, lo que somos y lo que deseamos ser.
El circulo está completo y yo estoy de pie en medio de su resplandor. Y me recuerdo, con tanta claridad como si recién acabara de suceder, bailando y riendo a viva voz. Una adolescente delgaducha y de piel pálida, frágil en su torpeza, tan viva en su deseo de aprender. Solía celebrarlo a solas, con esa furiosa independencia de la primera juventud, intentando cometer mis propios errores, encontrar el mapa de mis pequeños triunfos. Un ritual a escondidas, con mi cámara al hombro, con palabras sueltas escritas en hojas de papel. ¡Y que asombro ese! Con los brazos levantados hacia la oscuridad, de pie, desconcertada por el calor en la punta de mis dedos, por la sensación de poder de ese diminuto gesto. Hija de la Luna, doncella del viento. Bruja, soy.
Me siento en medio de la luz y de pronto, el resplandor parece hacerse movedizo, blanco y azul, tan cálido que me lleva esfuerzos respirar. Y pienso que de niña, estuve convencida por mucho tiempo que el circulo mágico de cualquier ritual era la casa, era la esperanza, era la belleza, era el tiempo creándose poco a poco a través de palabras y gestos. Que invocar en voz alta, cantar y bailar, eran una manera de sentir el poder de la tierra, tan cercano como real. De construir una mirada nueva sobre lo viejo y conocido. Aquí, en silencio, rodeada del olor del viento. Del lento palpitar de mi nombre en las estrellas.
Levanto las manos para invocar. La Luna ahora pendula sobre la ciudad, brillante y plateada, durmiendo en paz. Y recuerdo en todas las noches en que la visto de la misma manera, en que me he asombrado de ese vinculo misterioso entre su rostro y mi identidad. Una vez pensé que la noche puede tener el olor a secreto, a algo tan exquisito como desconocido que no sé muy bien que puede ser. ¿Quienes somos al formular un deseo? No lo sé. Levanto las manos para agradecer esta noche entre todas las noches, para celebrar la vida y el tiempo, que transcurre y crece en mi. ¿Te recuerdas de niña? Tan pálida y tan asombrada, tan convencida que había magia en los pequeños gestos, que había belleza en cada ritual mínimo y elemental de nuestra identidad. Una sonrisa al tiempo perdido, a los trozos encontrados de historias sin nombre. Y Las brujas allí, al filo de la noche, para recogerlos todos. Para bailar llevándolos apretados contra el pecho, en las palabras que se elevan en la luz hacia la Oscuridad, hacia la belleza, hacia el tiempo y hacia esa eternidad simple de mis párpados cerrados.
Y la celebración me recuerda a tantas otras que he llevado a cabo. Ese vinculo que me une a una historia mucho más vieja que la mía ¿Esperanza quizás? La luna parpadea entre las ramas de los árboles. Aquí estoy, pienso mientras me desnudo. El viento se escucha a los lejos, se enreda en el sonido de la ciudad. Una y otra vez, el circulo de fuego me recuerda el valor de crear. La Luna en lo alto y esta convicción muda y abrumadora, que pertenezco a este canto invisible, a esta línea que invade y llena mi tiempo privado, con una dolorosa belleza. ¿Quién soy? Me pregunto. ¿Quién deseo ser? Las palmas levantadas hacia la luz plateada. ¿A donde quiero que mi espíritu me conduzca? No lo sé. Y tal vez este desorden, de piel y de alma, de pies que bailan y manos que se sacuden, sea una verdadera forma de crear.
Una vez, mi abuela me dijo que toda bruja es un corazón aventurero, una lengua de fuego y un espíritu temerario. Una bruja vuela con alas rotas, salta a ciegas, grita hasta quedarse sin voz en la Oscuridad. Una bruja cree firmemente aunque no tenga sentido hacerlo, llora con toda libertad, ama hasta la locura. Una bruja es salvaje, poderosa en su integridad, inocente en su capacidad para crear. Y somos, más allá del tiempo, hijas de nuestra historia, de nuestros errores y temores. De todo los recuerdos olvidados y encontrados. De los fragmentos de pequeños momentos que encajan con dificultad en nuestra memoria.
Levanto los brazos hacia la Luna. Hacia el misterio de esa fe por la esperanza, por la necesidad de encontrar mi camino en medio de todos los pequeños dolores y sinsabores del camino que me lleva a la sabiduría. Porque el legado que heredé fue la visión del futuro, la certeza que el conocimiento perdura a través del tiempo, una y otra vez, bajo la luz de la luna llena, en el bosque de nuestra memoria, el tiempo que se construye a partir de las ideas. Una noche que se repite muchas veces, un pensamiento capaz de unirnos y conectarnos más allá de cualquier idea consciente. La vida, en nosotras, en la belleza y la fuerza que nace de nuestra Tradición.
E imaginé, no solo a las brujas de mi familia, sino al magnifico árbol de la Brujeria extendiéndose en todas direcciones, abriendo sus ramas a través del mundo. Vi con los ojos de mi mente a la hechicera de Senegal, a la curandera de Nicaragua, a la partera guatemalteca, a la wicca escocesa, a la joven que siente el llamado de la naturaleza, al muchacho que enciende una vela en luna llena y no sabe por qué lo hace. El Poder más antiguo de todos: el tiempo extiendose en todas direcciones, creándose con el rostro del pasado, con el rostro de las viejas celebraciones, de la felicidad de Antaño, del fuego redentor, del lenguaje del viento. Y fue tan absolutamente real, la convicción que la Antigua Tradición persiste en cada remembranza, en cada ocasión en que podemos comunicarnos con esa parte intangible pero totalmente real en nuestro interior, que tuve la convicción que la Diosa está presente en nosotros tan vívidamente como cuando para el mundo, su nombre era bendito y sinónimo de secreto de la energía Universal.
Sonrío, en medio del circulo de luz, casi rozando la oscuridad. Y de pronto, el pasado y el futuro tienen un sentido, una forma de manfiestarse. Cuando me llevo lo mano al cuello para rozar al estrella de plata que llevo puesta, una sensación de paz me recorre, me recuerda algo tan simple, tan pequeño, tan sutil que casi lo olvido a diario, solo para recordarlo un poco después.
El poder de la fe y el amor.
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sábado, 26 de diciembre de 2015
La voz del viento y otras historias de brujería.
Nueve estrellas para recordar el Cielo Infinito. Nueve destellos de luz para celebrar el nacimiento de la esperanza. Que la bruja baile y sonría. Que el tiempo sea una forma de crear, las manos alzadas al viento, los sueños palpitando en la punta de los dedos. Que sea cada noche de Solsticio un momento para reir y crear. Que sea cada aspiración y deseo un sueño a punto de crear.
En una ocasión le pregunté a mi abuela - la sabia, la bruja - si podíamos celebrar la navidad como el resto de las personas que conocía. Durante todo ese diciembre me había deleitado mirando los árboles decorados y pesebres de mis vecinos y de pronto la casona familiar, con sus pequeñas luces parpadeantes y su sobria decoración de ramas de pino y campanas de cristal, me sabía a poco. Realmente, no tenía mucha idea de por qué festejábamos las fiestas de esa manera austera y simple y lo único que quería era un poco de fastuosidad y brillo que tanto me impresionaba en otras partes.
- ¿Como lo hace el resto de la gente, mi niña? - me preguntó mi abuela. Me encogí de hombros.
- Con un bello árbol lleno de bambalinas. Y un nacimiento con vacas y ovejitas. ¡Incluso una montaña! - le expliqué ilusionada - ¿No podríamos celebrarlo así?
Nos encontrábamos en la cocina de la casa, rodeadas de los olores deliciosos de los platos que comeríamos la noche del solsticio. El cerdo en el horno se doraba en el horno con un aroma suculento, la torta de chocolate brillaba sobre un plato de porcelana blanco e incluso, el ponche parecía elegante en su sencillez en una bonita botella de cristal. Las hierbas recién compradas parecían flotar contra el techo de madera, impregnándolo todo con sus esencias. En ocasiones como esa, tenía la sensación que en casa, había un especial interés por despertar los sentidos, por celebrar con olores y sabores, los grandes acontecimientos familiares.
- Porque no es nuestra creencia - me dijo mi abuela por último - pero también es muy bonito hacerlo así. Te puedo ayudar si quieres un arbolito y un pesebre.
Me quedé un poco anodada. ¿Que tenían que ver las creencias con la manera como uno celebraba la navidad? ¿No era un tiempo para estar feliz y contento sin importar el motivo? Con diez años, todavía no entendía mucho la manera como el mundo se comprendía así mismo, esas líneas invisibles que parecían dividirlo en pequeños lugares apartados.
- La Navidad Cristiana es una combinación de muchos mitos y creencias de muchas culturas distintas - me explicó cuando le dije lo anterior - No sólo celebra el nacimiento de un hombre extraordinario como lo fue Jesucristo, sino muchas otras cosas que por siglos, formaron parte de pueblos y tribus de toda Europa. Lo que ahora llamamos Navidad, es en realidad la combinación de mitos y visiones muy antiguas.
Me quedé muy sorprendida. La semana anterior, las monjas bigotonas del colegio donde estudiaba habían dedicado varios días a contarnos la historia del Niño Jesús. Habíamos leído los pasajes de la Biblia donde se contaba como un ángel había anunciado a su madre que nacería y luego, el largo y difícil camino que sus padres habían recorrido hasta llegar a una ciudad donde nadie quiso recibirlos. Por último, Sor Elizabeth, nos había descrito con emoción su nacimiento en un pequeño Pesebre, rodeado de humildes animales y bajo la luz de una estrella que anunciaba lo ocurrido al mundo.
- ¿Pueden imaginarlo? Dios convertido en un niño pequeño, en los brazos de Santa María Virgen - dijo con su incómodo acento francés - Un niño que vendría a cambiar la historia y a recordarnos que Dios nos ama. ¡De eso se trata la navidad!
Todas las niñas de la clase parecían un poco aburridas por la historia y supuse se debía a que la conocían tan bien como para que no les interesara en absoluto. Pero era la primera vez que yo la escuchaba y me sentí entre asombrada y desconcertada por todo lo que contaba la Hermana Elizabeth. Sacudí el brazo para llamar su atención.
- ¿Y quien envió la estrella? - pregunté muy intrigada. La hermana frunció los labios, como si mi pregunta le parecería algo de mal sabor.
- Dios, Damita. ¿Quién más tiene el poder de hacerlo?
- ¿Dios mandó una estrella para alumbrar sólo a su hijo? - pregunté, totalmente anonadada con la idea. Hubo risitas a mi alrededor y de pronto, tuve la impresión que mi curiosidad, como siempre, no agradaba mucho a nadie. No me importó.
- ¿No crees que no es una buena razón para hacer brillar una estrella?
- Pero... - tragué saliva. A mi alrededor, algunas de mis compañeras de clase me dedicaban miradas aburridas e irritadas, como si no entendieran el objeto de seguir preguntando sobre el tema - ¿Y no todos somos todos sus hijos? ¿No es eso lo que usted dice siempre?
La monja se quedó rígida, con las manos apretadas sobre el faldón de gruesa tela azul marino. Se balanceó sobre sus pies en un movimiento que me pareció casi nervioso.
- Pero se trataba de su propio Hijo, el enviado para salvarnos del pecado original - terció. Parpadeé.
- ¿Y los demás no merecemos una estrella?
A la hermana Elizabeth se le enrojeció la piel con el comentario. Se quedó muy quieta, mirándome con sus ojitos brillantes y duros como piedras unos minutos y sólo entonces, noté que había dicho algo seguramente muy después insultante. Me pregunté qué podría haber sido.
- ¡A la dirección! - me gritó sin responderme. Sacudí la cabeza y abrí la boca para contestar. Extendió el brazo hacia la calle - ¡A la dirección ya mismo!
Mientras caminaba por el pasillo solitario de la Escuela para recibir mi castigo, me pregunté que podría haber molestado tanto a la hermana Elizabeth. Claro, con frecuencia mis preguntas le fastidiaban y le enfurecían, pero esta vez parecía verdaderamente molesta. La directora, una monja bajita y de piel moteada de manchas rojas, sacudió la cabeza muy irritada cuando me escuchó explicarle que había sucedido.
- ¡Por supuesto que tenía que disgustarse Hermana Elizabeth! - me riñó - estas cuestionando una de las creencias que sostienen lo bonito de la Navidad: Saber que el mundo recibió un regalo extraordinario con el nacimiento del hijo de Dios.
- Pero...
- ¡Pero nada! - bramó la hermana Rosa y por una vez, decidí callarme sin chistar - ¡La navidad es una fecha muy importante y debes entender la bendición que significa recibir la Gracia de conocer su significado!
Pensé en sus palabras mientras escuchaba a mi abuela hablarme sobre la navidad en términos que seguramente la hermana Rosa consideraría muy groseros. Mi abuela me dedicó una sonrisa casi maliciosa cuando se lo comenté.
- ¿Crees que se molestaría de saber que la Navidad proviene de cientos de fiestas muy antiguas? - me preguntó. Suspiré.
- Creo que sí.
- Es probable que tengas razón - dijo mi abuela. Tomó varias ramitas de Romero y Albahaca que colgaban del techo y comenzó a desmenuzarlas con dedos ágiles sobre un tazón de arcilla - Con toda seguridad, tu Directora no sabe que la Navidad es la mejor manera de entender que la Humanidad se encuentran en constante evolución. Eso es bueno y bonito. Como si el mundo fuera siempre joven.
Recordé el aspecto árido, duro e impaciente de la Hermana Rosa. No, ella no parecía muy feliz ni tampoco joven. Me aguanté la risa loca que se me subió a la garganta gracias al pensamiento, porque sabía que mi abuela lo consideraría irrespetuoso.
- Pero ¿Entonces la Iglesia no celebra que Jesús nació sino otra cosa? ¿Por equivocación o que ocurre allí? - le pregunté intrigada. Seguía obsesionada con la visión de los árboles centellantes de luces eléctricas y los preciosos pesebres con figuras de porcelana y cerámica. ¿No era eso una manera de mostrar amor y alegría por el nacimiento del Niño Jesús? ¿Y que era entonces?
- No hay ninguna creencia o religión pura, mi niña - dijo mi abuela tomando el montón de hojitas reducidas a trocitos y arrojándolas a la olla donde cocía lo que parecía ser algo espeso y grumoso de un olor extraño - todas provienen de alguna parte, nacen de algún punto de vista previo. El cristianismo no es distinto.
"En la cultura Griega, durante los meses que podrían corresponder a Diciembre y enero, se celebraba el culto a Dionisos, que los griegos relacionaron con Osiris, que era el padre de todos los dioses Egipcios. No muy lejos de allí, en Alejandría se llevaban a cabo las ceremonias del templo de la Virgen, el Koreión, pues la Virgen - una Diosa sin nombre y poderosa - había dado a luz a su hijo Aión. Como ves, todo se parece mucho a lo que cuenta la navidad actual. Como si fuera otra nueva manera de entender creencias muy antiguas"
Por supuesto, no entendí todo lo que me decía mi abuela. Me perdí en el montón de nombres y referencias históricas que mi abuela me explicaba, pero lo que si tuve muy claro, es que la Navidad, no era una idea original y mucho menos, sólo cristiana. Me sobresaltó ese pensamiento: recordé el disgusto de la Hermana Elizabeth por mis preguntas, el enojo autoritario de la Directora por insistir en ellas. ¿Que pensarían de las cosas que mi abuela me decía? ¿Cómo les haría sentir que antes del Niño Jesús otros hijos de Divinidades habían nacido en la misma fecha?
- Pero...¿El niño Jesús entonces...? - no sabía como explicar lo que pensaba - ¿Por qué se celebra la navidad como se celebra?
- Mi niña, todos miramos el mundo en la misma dirección aunque no lo sepamos. Celebrar la Navidad, El Solsticio, Fiesta de la Cosecha, Celebración de Dionisos, como sea que le llame lo que te hace comprender el valor espiritual de lo que amas y consideras bueno, simboliza algo extraordinario: la capacidad del espíritu humano para encontrar razones para celebrar lo bueno, lo profundo y lo infinito. Cada cultura tiene fechas y motivos para celebrar. Los antiguos celtas, la llegada de un nuevo ciclo que les brindaría una nueva oportunidad de comprender el mundo. Los griegos, una fecha para asombrarse de lo Misterioso. Y los Cristianos, celebrar el nacimiento de un hombre que creyó firmemente en la Esperanza. ¿Lo entiendes? El mundo siente la misma necesidad de sonreír y maravillarse. Y todos tenemos buenas razones para hacerlo.
Pensé en cómo la madre de mi amiga Flor había tardado varios días en decorar, rama a rama, el alto pino que colocó en el salón. De como había cuidado hasta el último detalle de su gran pesebre en una esquina de su jardín. Recordé su sonrisa emocionada cuando me lo mostró. En su emoción como de niña, tan parecida a la de Flor mientras daba palmas al ver las luces navideñas parpadear. Era forma de celebrar, bonita y festiva, pero...no se parecía en nada a lo que comentaba mi abuela. O a mi me lo parecía.
- A veces, olvidamos de donde proviene lo que forma parte de nuestra vida - con cuidado, revolvió el liquido espeso de la olla y lentamente este comenzó a espesarse. De pronto, reconocí que se trataba de cera de velas, derritiéndose poco a poco y mezclándose con las especias. El olor se alzó en espiral, pareció enredarse en las hierbas que decoraban el techo - pero está allí, en las grandes y pequeñas cosas. Cada veinticinco de diciembre, buena parte del mundo se toma un momento para pensar en todo lo bueno, lo especial y lo importante que forma parte de su vida. Y lo hace con una gran inocencia. Como antes, como después.
Mi abuela dejó la cera calentándose a fuego lento y luego, tomó una pequeña caja de la alacena. Cuando lo abrió, descubrí que guardaba cuatro cilindros de arcilla, bien cortados y envueltos en papel transparente. Tomó uno y con cuidado, comenzó a mordearlo, presionando las esquinas, estirando un poco el material hasta que de pronto, una estrella de cinco puntas apareció entre sus manos. Sonreí, asombrada por su habilidad.
- En brujería, creemos que toda creencia es esencialmente inspiradora, que es capaz de hacernos recordar por qué la capacidad para crear y la esperanza son los mejores elementos del espíritu humano. Recordar que a pesar de lo que nos hace diferentes, hay una idea que nos une, que nos enlaza unos a otros, que nos hace sonreír a pesar de todo. Una forma de comprendernos como partes de una misma idea muy grande y profunda.
Mi abuela siguió moldeando las estrellas con cuidado, con los dedos enrojecidos por el esfuerzo y el rostro iluminado por una amplia sonrisa. Luego, tomó un pequeño cuchillo de punta afilada y con una habilidad impecable cortó y delineó las esquinas para perfeccionar el aspecto de las estrellas. Aún así, se veían humildes, artesanales. Como las decoraciones del salón, pensé. De hecho, nuestra casa, durante las fiestas navideñas, no tenía un aspecto tan espléndido como la de los vecinos. Y comenzaba a entender por qué. Me quedé un poco asombrada por la simplicidad de la idea.
- ¿Celebramos entonces todo lo bueno? - pregunté. Abuela siguió moldeando con enorme delicadeza la arcilla con la cabeza ladeada y los ojos entornados. Tuve la sensación que pensaba en mis palabras y en muchas otras más, que quizás lo que le decía invocaba.
- El Solsticio de Invierno era en Europa una fiesta que recordaba que todo ciclo termina para permitir que otro comience. Que la oscuridad antecede a la luz y que la Luna descubre al sol cada amanecer. En brujería, creemos que el Solsticio representa todo lo hermoso relacionado con nuestras manera de construir la bondad: la familia, el aprendizaje, los amigos queridos, los que están ausentes. Cada idea que forma parte de lo que somos, de lo que creamos, lo que construímos, lo que recibimos y dejamos partir.
Mi abuela suspiró. Sobre la mesa, había 9 estrellas de cinco puntas de arcilla, con un aspecto delicado y primitivo. Abuela las acarició con los dedos con cuidado, como si disfrutara de su textura.
- Una bruja sabe que no necesita razones especiales para celebrar que hay esperanza y que siempre se puede volver a comenzar, que nuestra vida se encuentra en constante renovación y que somos parte de una ciclo interminable de pensamientos que nacen y mueren para crear otros nuevos - me explicó - No hay un motivo único para reir, para recordar las pequeñas luchas diarias, los triunfos y el aprendizaje diario. Sin embargo, celebra por el Sol, por la Luna, por la alegría de quienes les rodea. Por comprender el poder de crear y creer.
Llevó hasta el mesón de la cocina las estrellas y luego, con una enorme delicadeza, vertió la cera sobre cada una de las estrellas. El olor profundo y denso de la mezcla me abrumó por un momento. Luego se hizo lento y frágil, flotando por las ráfagas de viento que entraban por la ventana. Toda la escena tenía algo de onírico. de exquisito. De enorme significado, aunque no supiera exactamente cual era en realidad.
- La Navidad es un momento que recuerda que lo antiguo y lo nuevo, siempre crearán una nueva aspiración a construir algo significativo - me dijo entonces. Las nueve estrellas de cera brillaban bajo la luz del sol de la tarde como pequeñas gotas de oro - Que celebramos el Nacimiento de un gran hombre, pero también, las viejas culturas que durante ciclos, supieron que la Tierra se renueva en cada ciclo, que el Infinito habla el idioma de las estrellas y el mundo es hermoso en su inocencia. Como sea que lo celebres, eso es valioso, es trascendental. Es eterno.
Nos quedamos las dos de pie, frente a la ventana de la cocina. Más allá, las casas de los vecinos comenzaban a titilar en encendidos colores en la semi penumbra del atardecer. Los imaginé sonriendo, junto a sus pinos y pesebres. Imaginé esa felicidad antigua, tan vieja que quizás no sabía de dónde provenían. Como las hierbas en mi casa, que recordaban viejos rituales perdidos y las estrellas que parpadeaban en luz, para recordar ciclos nuevos. Tomé la mano de mi abuela y apreté sus dedos entre los míos.
- De verdad, no creo que necesite un arbolito para estar contenta - comenté. Lo dije con total sinceridad, aunque seguía fascinada por el brillo de las casas ajenas. Pero aún así, comprendí que todos, de alguna manera mirabamos la esperanza de la misma manera, con la misma ingenuidad y emoción. Y eso era suficiente para mi.
- Podríamos hacerlo aún, si lo deseas - comentó mi abuela. Me encogí de hombros.
- Bueno, quizás el año que viene - miré hacia la bóveda nocturna que parecía pendular sobre el mundo - Abuela ¿Entonces todos merecemos una estrella?
- Todos merecemos esperanza. Y sí, una estrella que nos recuerde que somos parte de una gran historia.
Abuela sonrío y yo también. El atardecer llegó como un lento resplandor de fuego carmesí y verde. Y después, el silencio dulce y sosegado del viento del montaña, de esa pálida brisa decembrina que parecía cargada de deseos y sonrisas, flotando como un deseo silencioso en la oscuridad.
***
Nueve estrellas para recordar el Cielo Infinito. Nueve destellos de luz para celebrar el nacimiento de la esperanza. Que la bruja baile y sonría. Que el tiempo sea una forma de crear, las manos alzadas al viento, los sueños palpitando en la punta de los dedos. Que sea cada noche de Solsticio un momento para reir y crear. Que sea cada aspiración y deseo un sueño a punto de crear.
Y bailo, en la Oscuridad de una noche que celebra la bueno y lo profundo de quienes somos. De esa esencia que crea y construye los lugares misteriosos de nuestro espíritu. Por todos quienes están convencidos del poder de las buenas intenciones. Por el poder de las brujas que construyen cada día esa visión del mundo siempre en renovación. Una y otra vez, en medio de los sueños perdidos y encontrados, de las historias incompletas que nacen en cada rayo de luz y sol. Una celebración sin nombre, tan antigua como inolvidable. Parte de nuestro mundo interior.
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