jueves, 17 de diciembre de 2015
Un viaje a la Mitología moderna: Unas cuantas reflexiones sobre Stars Wars.
Me encaramo en el árbol y de pronto, todas las estrellas parecen más cercanas, más brillantes. Con nueve años — casi diez — las miro con un regocijo salvaje y caliente que me colorea las mejillas. En mi mente, no soy la niña flacucha de cabello en punta, sino una valiente princesa Estelar a punto de salvar el Cosmos de un Villano de casco negro y pulido.
Una vez leí que el hombre siempre se cuenta así mismo las mismas historias. Que a pesar de los siglos y las transformaciones, los cuentos contienen las mismas emociones, la exacta visión de la imaginación y el asombro como para ser eternos. Una imagen perenne de una cierta idea sobre lo que la humanidad es que se conserva casi a escondidas en cientos de narraciones distintas.
No recuerdo cuando vi por primera Stars Wars. Probablemente siendo muy pequeña y a eso puedo atribuir la sensación que tengo en ocasiones que siempre estuvo allí, un recuerdo perenne con el que me tropiezo en todas partes al rememorar mi infancia. Tengo una imagen muy vieja de mi misma, sentada en el suelo de la habitación del salón de mi casa, mirando con los ojos muy abiertos a Luke y su sable de luz, a Leia corriendo arma en mano para salvar una nave espléndida, Chewbacca gruñendo con los brazos en alto. Maravillada porque el cine pudiera ser de esa manera, porque hubiese historias así que contarse. Y es que con siete años o menos, Stars Wars me demostró que la realidad podía ser otra cosa. Algo tan grande como emocionante, tan comprensible como desconocido. Un pensamiento que parecía abarcar tantas cosas a la vez, que nunca lo olvidé.
Y es que la magia de Stars Wars — como historia y como propuesta — es sencilla y casi rudimentaria. Un héroe que atraviesa un trayecto lleno de dificultades para reivindicarse en la raíz misma del bien y del mal. Nadie podría decir que se trate de una historia original y es que tal vez, eso es lo menos importante. Porque George Lucas no descubrió una nueva forma de contar leyendas y grandes aventuras, sino que construyó una manera muy original de comprenderlas. Tomó fragmentos de cientos de pequeños recuerdos Universales y los mezcló para sostener una visión extraordinaria e ingenua sobre el poder, la religión, la creencia, el amor y la lealtad. Lucas no inventó nada nuevo ni tampoco intentó hacerlo: el triunfo de su Creación reside en recurrir a esa frontera inocente donde todos creemos las mismas cosas y asumimos la realidad con simplicidad. Un cuento de Hadas que todos reconocemos tarde o temprano. Ya sea en un bosque encantado acechado por criaturas peligrosas o en una Galaxia poblada por monstruos y Caballeros con extrañas capacidades mentales, lo que se cuenta parece superar lo evidente. Stars Wars encarnó la vieja historia contada alrededor del fuego en familia, de la que se lee al dormir y se convirtió en algo más. En una referencia inmediata y trascendental de lo que se narra como parte de la cultura, de la identidad que todos compartimos.
Tal vez por ese motivo, todos sabemos alguna cosa de Stars Wars, seamos fanáticos o no. Hay una especie de idea general de un mito moderno que tiene la capacidad de asombrar, a pesar de su sencillez. Una reescritura de lo mítico que parece sostenerse de precisamente de una cultura acostumbrada al cinismo. Stars Wars cautivó no obstante ser lo suficientemente predecible como para que nunca llegue a ser otra cosa que una gran fábula cuyo escenario es una Galaxia muy muy lejana. Y es que quizás, el atractivo insistente, inolvidable y entrañable de la Stars Wars, sea justamente ese: La capacidad para formar parte de una pequeña historia que nos pertenece a todos de alguna manera. Que se crea y se construye con cierta noción de la esperanza que la saga — incluso la olvidable segunda trilogía — mantiene con enorme consistencia.
Pero seamos francos, no somos fanáticos de Stars Wars sólo por una serie de intelectuales razones psicológicas. Lo somos porque la historia te atrapa, capta esa atención infantil y casi inocente que de alguna forma nos sujeta con la suficiente firmeza como para hacernos emocionar en cada oportunidad que disfrutamos de la película. No importa que seamos los niños que disfrutaron de la Trilogía por primera vez o los adultos que hoy esperan reencontrarse con la mitología Pop en una sala de cine. Lo que cuenta Star Wars es mucho más importante que todo análisis. Es la emoción genuina de comprender un tipo de leyenda íntima de una generación despojada de todos sus ciudades. Los no creyentes en busca de nuevos iconos. ¡Y de qué manera los encarna Star Wars! ¡Cómo logra no sólo resumir los tópicos y estereotipos de todas las viejas historias! Un espejo donde la fantasía y la imaginación se reflejan desde una perspectiva fresca, creada a la medida de toda una nueva generación de creyentes.
Con toda seguridad, no hay otro razón para que sea tan perdurable. Para que forme parte de tantos pequeños trozos de infancia. Me recuerdo a mi misma, con el cabello recogido a lo Leia, dando saltos y convencida que tendría en el futuro, una misión tan importante como la fiera Princesa Cinematográfica. O asombrandome, ya de mayor, por las implicaciones filosóficas de la trama. O sonriendo con nostalgia al recordar las viejas escenas de batallas galácticas que transformaron la Ciencia Ficción para siempre. Y supongo que ocurre lo mismo para toda una generación. Como si Stars Wars pudiera resumir toda una perspectiva sobre lo que las historias pueden contar y sobre todo, lo que podemos esperar de ellas. Porque Stars Wars, parece no sólo vincula esa noción sobre el poder de imaginación bajo toda una interpretación creada para el lenguaje cinematográfico, sino además, la dotar de una desconocida seriedad. El antiguo cuento para niños recreado a un nuevo nivel, sino una propuesta intelectual de particular importancia.
Al menos, para George Lucas siempre lo fue. Desde el principio — allá por los primeros años de la década de los ’70 — se tomó muy en serio su creación y algo de esa contundencia se adivina en parte de su tono y propuesta. Tanto, como para crear un Universo coherente con sus propias y precisas reglas: Hubo un tiempo que Lucas pagó de su propio bolsillo a un hombre para que memorizara todos los datos relevantes de su trilogía. Una especie de guardián que sabía por ejemplo, la distancia exacta entre los planetas Hoth y Dagobah, cual era la genealogía de la familia Skywalker y la velocidad que — en teoría — podría alcanzar la X Wing de Luke. Pero también, era el responsable que el mundo creado por Lucas fuera tan real como para convencer, para construir toda una percepción creíble sobre su coherencia. Para Lucas, obsesionado desde antes de escribir la primera escena de cualquiera de sus películas con la trascendencia y el poder de contar, era de capital importancia ese rastro de realidad, de sustancia y de vida que debían llenar a sus historias.
Una anécdota que parece recordar el hecho que Stars Wars, es anterior a internet, a la repercusión del merchandising relacionado con las películas, incluso anterior al humilde Betamax y toda su influencia en la cultura popular. El mundo creado por George Lucas se basa en las infinitas ideas que parecen unir la emoción con la Ciencia Ficción para renovar el género, para dar un empujón definitivo al pesimismo cinematográfico que una larga post Guerra y el posterior conflicto de Vietnam habían convertido en una distopía recurrente. La fantasía se había impregnado de cierta tristeza recurrente, de un elocuente sermón sobre los peligros el poder y sobre todo, los temores de a la ambición humana. Lucas tomó todo eso y lo entrecruzó con todo tipo de mitos recurrentes para finalmente, otorgarle un lustre dinámico y brillante. Lo situó en pleno corazón de la Ciencia Ficción e inventó todo un nuevo lustre para esa fantasía basada en el Universo que comenzaba a descubrirse y sus promesas. Después de todo, la Primera fotografía de la Tierra desde el Espacio profundo se tomó en diciembre de 1968 y mostró a nuestro planeta más allá de la poesía y la religión. Una imagen de una solitaria bola color azul flotando en la inmensidad solitaria de un Universo inexplorado. George Lucas tomó esa nueva conciencia — esa noción de nuestra fragilidad y vulnerabilidad — y cimentó un perspectiva asombrada sobre culturas imposibles y criaturas amenazantes, pero tan parecidas a cualquiera de nosotros, como para resultar conmovedoras y reconocibles. Y así, Lucas renovó la Ciencia Ficción no para las grandes reflexiones sobre los dolores humanos, sino para la esperanza, las pequeñas puertas abiertas y cerradas de nuestra imaginación.
Más de una vez se ha dicho que Lucas plantó cara al pesimismo con una historia simple. Y es verdad, pero su simplicidad no carece de fuerza. En una ocasión, el director admitió que había basado su obra en el libro del mitógrafo Joseph Campbell “El Héroe de las Mil Caras”, en el que se analiza la recurrencia del mito y los personajes de la humanidad a través de cientos de culturas distintas. Un único relato arquetípico que cuenta lo mismo para asombrar de la misma manera al mismo público. Ya fuera desde la montaña del rito sagrado, el púlpito de la Iglesia, las páginas de un libro o desde una nave espacial. Campbell llamó “monomito” a esa cualidad común y además, lo dotó de importancia histórica. El Monomito no solo influye en la literatura, sino en nuestra perspectiva sobre la cultura a la que pertenecemos, la sociedad en la que nacemos y sobre todo, el legado de conceptos y creencias que recibimos al nacer. “El héroe se aventura fuera de su mundo cotidiano y llega a una región asombrosa y sobrenatural. Allí tropieza con unas fuerzas fabulosas y obtiene una victoria decisiva sobre ellas. Entonces el héroe regresa de su aventura con el poder de conceder favores a sus semejantes” dice Campbell para describir el Trayecto del Héroe originario y de pronto, la odisea de todos los héroes de nuestra infancia parecen revivir a su sombra. Los que vuelan, los huérfanos que visten máscara para combatir al crimen, los que montan a caballo. Y por supuesto, el jovencísimo Luke Skywalker, adolescente y rebelde, aburrido de su planeta de origen y de su tranquila vida de muchacho de campo, que emprende un viaje iniciático junto a un mentor de misteriosos conocimientos. Más allá de los monstruos al acecho, las magníficas naves, los rayos láser y los villanos de brillante armadura negra, Luke atravesó el mismo camino sinuoso hacia la redención que tantos personajes queridos y admirados en la cultura Occidental. Y Luke se convirtió en el nuevo ícono de la heroicidad por accidente, el aprendiz en vía de superar a su maestro.
Eso, a pesar de no ser perfecto: Luke era bajito, torpe y constantemente parecía sorprendido con lo que se iba tropezando a su alrededor. Tal como el espectador que lo seguía, descubría a poco un mundo extraordinario, un Universo expandido que Lucas elaboró a la medida para reflejar una nueva mitología. Sin llegar al Revisionismo — o no de inmediato, hay un poco de eso en el Retorno del Jedi — Lucas elabora toda una propuesta sobre lo recién nacido en el arte de narrar. Todo es nuevo, en esta miríada donde las criaturas más extrañas conviven en un extraño equilibrio con hombres y mujeres de aspecto corriente. Y más allá de eso, coexiste un cierto equilibrio conceptual. Stars Wars como un mito por si mismo. O mejor dicho, una herencia histórica de lo que un mito podría ser.
El éxito de Stars Wars — como mitología moderna y obra cinematográfica — tomó por sorpresa a Hollywood y lo transformó. El tradicional viaje del Héroe saltó de la literatura tradicional y se convirtió en la película preferida. Los guiones parecieron amoldarse al monomito, buscar esa elegancia trascendental que convirtió a la trilogía original en un éxito perdurable y sepultó en la indiferencia a la segunda. Una y otra vez, el fenómeno Stars Wars se reinventó para conseguir siempre sostenerse sobre una propuesta fresca. No parecía haber límite en esa capacidad de la historia para decir lo mismo en cientos de maneras nuevas. Con toda probabilidad ese fue el motivo que luego del viaje a la luz de Luke, fuera necesario contar el trayecto a la oscuridad. Entre uno y otro, la brecha se hizo más profunda y la idea, más elemental. Había mucho que decir sobre una Galaxia muy, muy lejana.
Por ese motivo, Stars Wars regresa. Esta vez, quizás consciente que el monomito ya resulta caduco — se le llama patriarcal y eurocéntrico — y busca un nuevo replanteamiento. Por ese motivo, el rostro de una mujer joven parece sustituir a Luke y una batalla de sables de luz roja con el viejo caballero Jedi a la saga, a la batalla entre el bien y el mal. No obstante, de nuevo el viejo cuento de Hadas se encarna en una lucha más allá de las estrellas y su planteamiento parece ser de nuevo, tan original como la primera vez que se proyectó en pantalla.
Y quizás, yo seguiré asombrandome como la primera vez. Como la niña que admiró a Leia, temió a Darth Vader y se preocupó por un Luke golpeado y agotado. Soñando con una nave que alcanzara la velocidad de la luz para llevarme a una galaxia muy, muy lejana. Para conocer una historia olvidada en las estrellas.
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