martes, 29 de marzo de 2016
Crónicas del lector curioso: Diez libros sobre el luto y el duelo.
Cuando mi abuela murió, la pena me sumió en una especie de vacío insondable que no pude superar por meses. No sólo se trató del dolor paralizante que produce la muerte de cualquier ser querido, sino además la incertidumbre que me produjo asumir el hecho de su ausencia. Una especie de paisaje derruido sin frontera ni confín en el que tuve la sensación vagaba a ciegas. Recuerdo que por meses enteros, me desplomé en una amargura sorda que llevaba a todas partes. No hacía más que llorar, dejé de comer e incluso, perdí el ritmo de mi vida cotidiana. Finalmente, me encontré intentando avanzar más allá de ese lugar a fragmentos que me sofocaba y me aplastaba, sin lograrlo.
Entonces, tropecé con el libro “De Profundis” de Oscar Wilde. Recuerdo que en mi necesidad de consuelo, comproba docenas de libros semanales que iban a parar a la mesilla de noche y allí permanecían sin abrir. Y “De Profundis” no fue la excepción: lo arrojé en la pila siempre creciente y lo olvidé por el suficiente tiempo como para sorprenderme cuando volví a encontrarlo. Era casi la madrugada de una de mis largas noches de insomnio y miré el libro con un leve desconcierto. Nunca me había interesado demasiado aquella larguísima carta de dolor y sufrimiento que Wilde le había dedicado a su amante traicionero. Tenía la impresión era un documento un poco críptico, violentado por la angustia y el dolor de un hombre sorprendido por el horror, tan lejos de la obra previa de su autor que era toda una rareza literaria. Abrí la primera página con cierta desconfianza, preguntándome qué tendría que decirme Oscar Wilde sobre el sufrimiento que pudiera conmoverme en un momento tan duro de mi vida. Qué tanto podría aprender sobre sus reflexiones y delirios, tan poco comprensibles para mí.
Resultó que no sólo tenía mucho que decir, sino que gracias a “De Profundis” de alguna manera comencé a analizar mi dolor desde un nuevo punto de vista, algo que no siempre resulta sencillo y es probablemente el primer paso para toda curación espiritual. El libro, duro, descarnado, una visión profunda y descarnada sobre la decepción y el desconcierto existencial, no sólo me demostró que el sufrimiento es parte de la naturaleza humana y también, una etapa inevitable dentro de todo crecimiento intelectual. Eso, a pesar que el tono derrotista de la novela y su profunda decepción sobre la belleza y el poder de la pasión describen la realidad del dolor humano desde un punto de vista desalentador. Pero a pesar de eso, reconocerme en la angustia profunda de Wilde, en su completa pérdida de esos elementos privados que construyen nuestra perspectiva íntima sobre el mundo, me alivió. Me reconfortó como no lo había hecho ninguna palabra, consuelo, la compañía de nadie más. Lloré con el libro entre las manos, abrumada por esa pena compartida a través de hojas y siglos, de esa sensación de pérdida que Oscar Wilde describe con minucioso detalle. Y aunque él se enfrentaba a la desesperanza debido a una debacle emocional y yo al luto de la muerte de un ser querido, encontré que la tristeza tiene una línea en común que puede unirnos a todos, que se sostiene y se elabora a través de ideas consecuentes sobre el temor al olvido, la soledad y la angustia privada. Con su estilo preciosista, en ocasiones ampuloso pero siempre extraordinario, Wilde me habló sobre la vida y la muerte, la pesadumbre y la capacidad para el dolor mejor de lo que nadie lo había hecho hasta entonces.
Por supuesto, no podría asegurar que recuperé la cordura y la tranquilidad espiritual debido a que leí “De Profundis”. Pero sí debo reconocer que su lectura me permitió plantearme interrogantes privadas gracias a las cuales, tome decisiones concretas sobre lo que deseaba hacer con mi vida a continuación. Poco a poco, superé el estado de completa postración en el que había estado hasta entonces y me permití la posibilidad de comprenderme de una manera distinta. Mirando hacia atrás, siempre estaré convencida que el libro me dió el empujón que necesitaba para sobrevivir a mi sufrimiento.
Inspirada por ese recuerdo, decidí hacer una recopilación de los libros que sin duda, podrían brindar un nuevo significado al sufrimiento emocional o mental y que sin duda, podrían ayudar a su mejoría. Una lista corta, irregular y sin duda incompleta, pero donde intento recopilar las mejores historias que podrían no sólo consolar la pena como una forma de comprender el mundo sino ayudar a construir una nueva forma de asumirlo. ¿Y cuáles podrían ser esas pequeñas visiones sobre el dolor de inestimable valor? Quizás las siguientes:
* Lo que no tiene nombre de Piedad Bonett:
Descarnado, crudo y extraordinariamente bello, se trata de las crónicas de lo que vivió la escritora luego del suicidio de su hijo. No sólo es una mirada profunda al sufrimiento espiritual y moral de una madre que debe enfrentar la pérdida desde lo imprevisible y devastador, sino además, una reflexión sentida y sin cortapisas sobre el miedo, el duelo y el miedo que subyace bajo su angustia existencial. Con una prosa sincera y emocional, la autora recorre no sólo el abismo privado que ocasionó la pérdida de su hijo, sino sus implicaciones. Se plantea interrogantes sobre la naturaleza del dolor y sobre todo, esa profunda necesidad de comprendernos y sobrevivir al sufrimiento que todos descubrimos nos une en crisis personales especialmente duras. Un documento de invaluable sobre el horror de la ausencia, el recorrido hacia la necesidad de enfrentarse a ella y finalmente, esa serenidad desigual que proporciona mirarnos desde el otro lado de una tormenta personal de consecuencias imprevisibles.
La hora violeta de Sergio Molino:
Otro libro testimonial sobre la devastación emocional de la muerte de un hijo, pero mientras Piedad Bonett describe con su prosa exquisita el mundo que sobrevive a lo impensable, Del Molino medita sobre la paternidad desde una perspectiva cálida y sensible. Escrita como una sentida despedida a la memoria del hijo difunto, Del Molino se debate entre la soledad de su historia personal mutilada por la muerte y la forma como asume su cualidad inevitable. Una y otra vez, el autor se mira así mismo como parte de una idea mucho más grande a la cual sobrevive y además, forma parte de su futuro. A pesar del sufrimiento emocional, Del Molina plantea la idea de la esperanza que sobrevive a la tragedia y sobre todo, el poder del espíritu humano para enfrentarse al sufrimiento.
Di su nombre de Francisco Goldman:
El escritor Francisco Goldman se encontraba nadando en una playa pública junto a su esposa, cuando una ola los golpeó a ambos, matándola a ella casi de manera instantánea. El libro “Di su nombre” es la crónica no sólo de la muerte inesperada, del dolor insoportable, sino lo que vino después, una mezcla de pesadilla y duelo absoluto que sumió a Goldman en la absoluta desesperación. Un libro de extraordinaria belleza, que no sólo evoca las raíces del dolor humano — la vulnerabilidad de no comprender la mortalidad de quienes amamos y la propia — sino ese lento descenso a los infiernos que puede provocar cualquier luto. Contada a trozos y fragmentos que en ocasiones parecen no encajar, “Di su nombre” cuenta la depresión en la que Goldman cayó luego de la muerte de su mujer y además, esa necesidad suya de autodestrucción que convirtió los meses posteriores en un suicidio consciente. Finalmente, luego de un accidente en el casi muere, el escritor comenzó a replantearse su propia existencia: es entonces cuando comienza a escribir el libro. Un alegato sobre la desesperanza, la angustia y el vacío de la existencia tan extraordinario en su valor literario como en su belleza emocional.
Mi libro enterrado de Mauro Libertella:
La muerte en ocasiones, es mucho más que el dolor de la ausencia física: es un replanteamiento a trazos forzados sobre nuestra propia vida y la capacidad que tenemos para enumerar los dolores personales y confusos que parecen de pronto hacerse más claros y evidentes luego de la tragedia. Mauro Libertella no sólo analiza el tema desde una perspectiva fresca y directa, sino que además medita sobre las implicaciones del luto y la angustia, mezcladas con sentimientos mucho menos comprensibles como la amargura y la decepción. En clave de reflexión personal, el autor se pregunta luego del fallecimiento de su padre — el extraordinario escritor Héctor Libertella — cómo puede sobrevivir a su sombra y sobre todo, cómo puede luchar contra su recuerdo y su enorme influencia sobre su presente y futuro. Una extraordinaria mirada a la ausencia desde el desconcierto y el miedo sempiterno de comprender nuestra identidad.
Canción de tumba de Julián Herbert:
Con una enorme delicadeza, Julián Herbert analiza su relación con su madre en un diario íntimo donde apunta no sólo su personal punto de vista sobre el dolor y la angustia, sino también la complicada convivencia entre ambos. Lo hace mientras su madre agoniza unos pocos metros más allá, en la cama del hospital y deteniéndose con frecuencia en su narración para cuidarla. Todo lo anterior convierte su relato no sólo en una perspectiva única sobre la pérdida y la angustia moral, sino en una revisión concienzuda sobre los intrincados lazos que nos unen a quienes amamos y forman parte de nuestra vida. Conmovedor por momentos, desconcertante en otros el relato avanza con buen pulso hacia una conclusión elemental y no por ello menos importante que el autor celebra en cada palabra: Somos quienes amamos.
El año del pensamiento mágico y Noches azules de Joan Didion:
Una dupla extraordinaria y por momentos escalofriante sobre la muerte y el duelo. Y es que no sólo se trata de relatos separados que funcionan como espejos de una única historia, sino que además cuentan la lenta debacle emocional de la autora, que primero enfrenta la muerte de su esposo y después, la de su hija. Las devastadoras experiencias parecen completarse así mismas y de un libro a otro, estructurar una especie de mapa sobre el dolor y la agonía emocional. No obstante Didion no se regodea en la angustia y las cientos de implicaciones del duelo, sino que convierte ambos libros en una alegoría extrañamente sincera sobre el luto y más allá de eso, la manera en que podemos sobrevivir a nuestras peores tragedias.
Mi abuela, Marta Rivas González de Rafael Gumucio:
Para Rafael Gumucio su abuela fue no sólo una madre sustituta sino un personaje de enorme implicación en su vida. Como una super presencia que abarcó no sólo su niñez sino cada momento de enorme valor existencial, Gumucio no sólo narra su visión sobre la especialísima relación que les unía, sino también su muerte. Una revisión de extraña belleza sobre la perspectiva de la ausencia y el sufrimiento hacia la muerte inminente de quien amamos. Obra mínima e intimista, asombra por su conmovedora delicadeza pero sobre todo, su acierto al hilvanar los vínculos emocionales y personales como una especie de espiral interminable que sustenta la identidad.
Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente:
También desde la perspectiva del que sobrevive a un afecto de capital importancia, Giralt analiza la pérdida desde el recuerdo. Con un pulso exquisito y un buen gusto literario que por momentos sorprende y conmueve a partes iguales, el escritor avanza en la narración de la compleja relación que sostuvo con su padre con una mirada certera sobre la influencia que tuvo en su identidad y sobre todo, ese reflejo que fue de si mismo durante su vida. Una obra durísima y de enorme belleza, que no sólo elabora una curiosa mirada sobre los elementos que cimentan el luto sino también, la abrumadora soledad del que sobrevive.
También esto pasará de Milena Busquets:
Exquisita, por momentos irritantes, pero siempre con la capacidad de cautivar, la novela de la traductora Milena Busquets es quizás inolvidable por su necesidad de comprender el luto desde sentimientos tan dispares como la ira y la sátira cruel. Contada en clave levemente epistolar — aunque en realidad, es una narración circular que construye su propio laberinto de ideas — la novela elabora un elegante tapiz sobre los recuerdos, el dolor y la tristeza, pero que a pesar de eso, la vida continúa. Y lo hace en un hedonismo cercano a la pasión y a la decadencia, en un juego de espejos donde el luto y el sufrimiento parecen ser sólo piezas que justifiquen el vacío existencial que la muerte deja a su paso. No se trata de una visión tradicional sobre la muerte ni busca serlo. De hecho, la misma Milena Busquets, describe la novela como una carta de amor a su Madre Muerta, una visión profundísima sobre los lazos que nos atan a la nostalgia y una fervorosa rebelión contra la desesperanza. Toda una joya literaria.
Una lista corta sin duda y como dije incompleta, que no logra reunir todos los libros que pudieran simbolizar un consuelo parcial — una visión nueva, recurrente o simplemente balsámica — sobre el tema de la muerte. Aún así, son reflejos literarios de quizás esa visión de la muerte que todos tememos y que de alguna forma, se construye con piezas y elementos olvidados. Una noción sobre la pérdida basada en nuestros temores y más allá de eso, nuestra necesidad de sobrevivir a nuestra personal manera de comprender la soledad. Una forma de esperanza, quizás.
2 comentarios:
Muy oportuna esta recomendación,ya que estoy pasando el duelo, por la pérdida de mi esposa, y existen miles de preguntas que para mi no tienen respuesta y espero conseguirla en alguno de los mismos. Gracias.
Muy oportuna esta recomendación,ya que estoy pasando el duelo, por la pérdida de mi esposa, y existen miles de preguntas que para mi no tienen respuesta y espero conseguirla en alguno de los mismos. Gracias.
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