domingo, 6 de marzo de 2016

Páginas rotas y otras historias de brujería.






La bruja caminó hacia el final de la cueva. Aún seguía sin poder distinguir la luz del exterior, pero podía oler el bosque más allá, la fragancia de las hojas frescas y jugosas. El mar que bordeaba la playa. Intentó caminar más rápido, pero estaba tan cansada, tan agotada. Y de pronto, escuchó el sonido de una voz. Tétrica, inquietante. Se dio la vuelta para mirar y...

Me detengo. Gloria me dedica una mirada sobresaltada. A su lado, Flor se cubre la cabeza con una sábana y parece temblar un poco bajo la tela. Juan, aguanta la respiración, con los dedos apretados en el cuerpo de plástico de la linterna.

- ¿Y qué pasó después? - me pregunta Juan con la boca entreabierta - ¿Quien la perseguía?

Intento contener la risa. Gloria pone los ojos en blancos, impaciente.

- Oye, sigue contando o de verdad me iré de aquí...- dice por último. Pero en lugar de sacar las piernas del saco de dormir, se acurruca un poco más, con los dedos apretados al almohadón - ¿Qué pasó con la bruja?

- Seguro la quemaron - suelta Flor. Y se me congela la risa de pillete en los labios. Juan suelta una especie de jadeo contrariado y Gloria se queda muy quieta, como si alguien hubiese dicho una mala palabra. Flor levanta las manos, con un gesto impotente - ¡Es verdad! ¡Eso hacian! ¡Quemaron a todas las brujas!

No sé que decir sobre eso. No es un tema que me guste tocar y tampoco sé mucho al respecto. Sólo lo que he leído en unos cuantos libros de las Sombras de la casa, de lo que escucho en conversaciones familiares o visto en alguna que otra película. La idea tiene ese vago lustre inquietante de las pesadillas, de algo que no puedes creer que sucedió, que fue real. Pero lo fue. Lo pienso a veces, mientras copio con cierto aburrimiento rituales y recetas de herbolaria. Mientras memorizo las invocaciones a la Luna Llena. Pienso que por cosas así de simples, familiares y rutinarias, mujeres en todo el mundo murieron. Fueron torturadas y asesinadas. Desde luego, no pensaba que alguien fuera a mencionarlo en la noche de mi cumpleaños, mientras celebro con Juan, Gloria y Flor en un campamento de tela vieja en el jardín antipático de mi abuela - la sabia, la bruja - . La verdad, no era algo de lo que quisiera hablar nunca.

- ¡Eso es cosa de películas! - protesta Juan con toda la sabiduría de sus diez años - ¿Que van a quemar gente así?
- ¡Que no! ¡Las quemaban! - insiste Flor con voz muy baja y temerosa - lo vi en uno de los libros de mi papá. A la gente la quemaban por...

Me mira, traga saliva. No quiere decir lo que tiene en la punta de la lengua. Me mira con preocupación y de pronto, sé lo que está pensando: Agla es una bruja. Lo es como lo fueron tantas mujeres en esa época de quemas y muerte. De pronto, no se trata de un rostro en una historia en las páginas de un libro, sino un rostro que reconoce, una figura real. De pronto, los siglos de distancia no parecen tan importantes. Como si el hecho que de comprender la magnitud de una tragedia muy vieja, de pronto la hiciera má dolorosa. Noto como la sorpresa se convierte en algo parecido al miedo, a la preocupación, a una leve angustia.

- Yo si he escuchado de eso - tercia ahora Gloria con vocecita trémula. El rayo de luz de la linterna va hacia su rostro y ella parpadea. La aparta de un manotón. Escucho a Juan disculparse entre susurros - que...bueno, había una cosa...una gente que podía...

- La inquisición - digo. Tengo la garganta tan seca que me hace un chasquido al tragar - se llamaba la Inquisición. Era como un tribunal.

De modo que es cierto, parece decirme la expresión de Juan, que se queda muy quieto y deja de mover el haz de la linterna de un lado a otro. De modo que sí, es verdad  que hubo algo como muertes por algo que soy, que me identifica, en lo que creo. Los cuatro nos quedamos en silencio, como si el peso de ese pensamiento nos aplastara, nos hundiera un poco en un nuevo conocimiento que quizás nadie deseó tener. Suspiro y me abrazo a mi almohadón de lunas y estrellas, con el corazón latiendo muy rápido. Es muy tonto que algo así me asuste, hago daño. Son cosas que pasaron hace muchos siglos, cuando el mundo era distinto. Más contrahecho e implacable. ¿Por qué te abruma ese pensamiento? me digo, me muerdo el revés de las mejillas, intento respirar con tranquilidad, pero no lo logro. Me afecta, aunque no entiendo por qué.

Claro que lo sé, me digo entonces, como si no pudiera huir de la idea. Me afecta porque soy bruja - o quiero serlo - porque tengo diez años y todas las mujeres que amo se llaman así mismas hija de la Diosa. Hijas de la Luna. Porque son mis creencias, las mismas que quizás celebraron esas mujeres perdidas, asesinadas, sin rostro por la historia. Y asusta. Aunque no sepa por qué ni tampoco tenga un motivo. Me asusta, me abruma. Me entristece.

Hace unos años, cuando leí por primera vez la palabra Inquisición, no entendí nada sobre ella. La encontré en un Libro de las Sombras de la casa, rodeada de dibujos de Iglesias y campos áridos. La contemplé, pequeña y rigida, en medio del resto de las palabras. Me pregunté por qué alguien había creado un paisaje tan triste para acoger esa palabra, para definirla. Me intrigó y me sobresaltó, como un pequeño misterio. Pasé la yema de los dedos sobre la palabra escrita en tinta de bolígrafo, en apariencia tan sencilla, tan frugal.

Tia E. me miró con rostro tenso cuando le pregunté por la palabra. Pareció ofuscada, impaciente. Luego, simplemente triste. No dejó de mover sus dedos nerviosos sobre el libro que leía mientras intentaba decidir, supongo, como explicar algo tan complejo a una niña pálida y ansiosa.

- Fue un tribunal que juzgó a las brujas - dijo simplemente. Lo hizo sin su habitual dramatismo y espontaneidad. Debía ser un asunto muy serio aquel para entristecerla tanto - La Iglesia decidió que algunas creencias podían hacer daño y decidió destruirlas.

Me quedé sin saber que decir. De pronto, los paisajes desolados y las hojas rotas dibujadas alrededor de la palabra, tenían sentido. Me recorrió un escalofrío de pena y miedo.

- ¿Juzgar cómo? ¿Que les parecía mal?
- Lo llamaron Herejía, una Ofensa a Dios - explicó tia con esfuerzo - y por tanto, debían ser perseguidas y destruidas. Ocurrió por toda Europa.

Sentí que la garganta se me cerraba con un nudo amargo y duro. Imaginé campos quemados, árboles decorados con cintas de colores arracandos de raíz, cocinas donde generaciones de mujeres habían preparado alimentos, medicinas y magia para la sonrisas, destrozadas, convertidos en cenizas. ¿Por qué había ocurrido semejante cosa? ¿Quién podría haber creído malo algo que simplemente era natural?

- Pero ¿Por qué? ¿Por qué hicieron algo semejante?

Tia E. apretó los labios. Cerró el libro que leía con un golpe seco y me miró, los ojos grandes y tristes. Había algo en ella atemporal y pensativo, como si un dolor muy viejo le coloreara la expresión.

- El que quiere destruir, lo hace sin importar las razones - dijo entonces. La voz seca y casi inaudible - Nadie tiene motivos para destruir, pero lo considera necesario. Y lo hacen: Viejas creencias y costumbres, formas de pensar. No sólo se trató de la Tradición de la Diosa, sino todo lo que pudiera contradecir a la Iglesia. Todo el que fuera incómodo, incluso contradictorio. A veces pienso que las grandes quemas sólo demostraron que el hombre siempre intentará destruir las ideas.

"Las Grandes Quemas" me repetí en voz baja. Y sentí miedo real, aunque sabía que todo había sucedido hace mucho tiempo y no podía dañarme. Pero sentí miedo de la imagen que se creó en mi mente. Del fuego quemando libros, anaqueles llenos de objetos heredados y atesorados, de hojas escritas a mano. De...Apreté los ojos. Pero la imagen siguió allí: la de una mujer de rostro pálido gritando de dolor con el fuego subiéndole por la ropa ennegrecida, ahogandola.

- ¿Nadie hizo nada? - pregunté sin aliento - ¿Nadie los detuvo?
- Te lo he dicho: no necesitamos motivos para destruir cuando se trata de odio, ignorancia y violencia - dijo mi tia con tono lleno de pesar - El odio se alimenta como el fuego del viento. Crece, avanza, destruye, lleva a escombros a todo lo que toca. El odio y la intolerancia pueden ser devastadoras. Pueden ser el germen que lleven al olvido a todo lo que el hombre ha hecho y creado.

La frase me sonó ominosa, como una de esas predicciones de las que se dicen, pronunciaban las Sibilas en  montañas y mares olvidados. Recuerdo que el miedo se transformó en otra cosa, en algo doloroso, intrincado. Incluso para una niña como yo, la idea que el odio pudiera triunfar y devastar algo tan valioso como las ideas y creencias, me producía algo parecido al pánico. A un simple pesar que no podía comprender muy bien.

Recuerdo esa sensación allí, rodeada de mis amigos, sintiéndome a solas con ese miedo inarticulado. ¿Como explicas que una tragedia de tantos siglos atrás pueda afectarte? ¿Como les haces entender que lo que temes no es lo que ocurrió sino esa sensación simple de todas las palabras que se perdieron, del amor y las creencias que dejaron de existir de la mano del fuego y la violencia? No hay una manera sencilla de decirlo, de comprenderlo. Me quedé allí, mirando el haz de la linterna siguiendo el compás del pulso nervioso de Juan, intentando ordenar mis ideas.

- ¿Y mataron brujas? - pregunta  Juan en tono solemne. Parece muy joven, con el flequillo sobre la frente pecosa, los ojos castaños muy abiertos y asombrados - ¿Mataron a todas las brujas?
- ¡Cállate Juan! - dice Gloria muy angustiada. Flor traga saliva, con un gesto curiosamente vulnerable.
- Esta si es una historia de miedo de verdad - murmura. Me dedica una mirada rápida y preocupada - ¿Mataban a...?

No completa la frase. No hace falta. Como yo, supongo, es lo que quería decir. Pero la verdad era que no solamente habían muerto brujas como yo o las mujeres de mi casa, sino también médicos, maestras, escritores, pintores. Gente buena llena de grandes ideas, de esas que cambian el mundo. Gente cuyo único delito había sido contradecir el miedo, mostrar asombroso por el conocimiento. Quizás creer en el valor de enseñar.

- ¿Por qué alguien quiso quemar a las brujas? - le pregunté había abuela casi a los gritos, unos días después de mi conversación con tia. Se quedó de pie, mirándome estupefacta. Cuando me acerqué a ella, noté que bajo la piel tostada por el sol, parecía un poco pálida y cansada - ¿Por qué nadie evito que pasara?

Abuela siguió de pie, con las tijeras de poder aún levantadas para continuar cortando las ramas rotas de su feo rosal. Parecía que mis palabras la habían paralizado de una forma misteriosa, secreta. Me contempló con una mirada lenta y densa, triste.

- Nadie evitó que pasará porque el odio toma el rostro de la ignorancia, de los temores y de los lugares oscuros de nuestra mente - dijo por fin en voz baja. Acercó la tijera al tallo de una de sus rosas deformes y pétalos muy rojos. El chas de la tijera al cortar el tallo me sobresaltó - El odio puede tener muchos rostros y muchas excusas. Y durante la inquisición las tuvo todas.

"¿Quién podría enfrentarse a un poder omnipotente como la Iglesia cuando decidió castigar a las brujas o lo que desde su mirada altiva creían que lo eran? No sólo apuntaron el dedo acusador a mujeres que practicaban los ritos de la Diosa, sino a todos quienes contradijeran el poder que sostenía la Iglesia. Pintores que mostraban el cuerpo humano hermoso y desnudo, escritores que se hacian preguntas. Creyentes en religiones con miradas distintas sobre Dios. Incluso quienes se atrevían a levantar la mano contra el horror. Todos fueron acusados y asesinados. Todos fueron destrozados por el miedo, por la avaricia y el horror".

Mi abuela siempre respondía mis preguntas. Y eso podía ser bueno o malo. Más de una vez, había pensado que había que ir con cuidado al momento de preguntarle cualquier cosa: Siempre te respondería con la verdad, por muy terrible, dura o descarnada que fuera. Por supuesto, yo no pensaba en términos tan complejos, pero si sabía que mi abuela se tomaba muy en serio el conocimiento. Tanto como para jamás ofenderlo, disimularlo, ocultarlo. Así que sus palabras siempre eran certeras, duras, pero sabias. Infinitamente bellas.

- Y...las brujas... murieron - dije. Me costó decirlo. Porque brujas no era una palabra ajena que describiera mujeres perdidas en la memoria del tiempo. Era mi madre, con sus ojos verdes y tristes. Mi abuela con su sonrisa amplia y maliciosa. Mis tias y primas. Eran mi mundo. Pensar en la muerte de quien amas nunca será sencillo y mucho menos, cuando esa muerte aparece en medio de las cosas habituales, de todo lo que haces. Sentí dolor y algo más angustioso abrumándome. Algo que me desbordaba, me recorría, me dejaba sin voz.

- Sí, murieron. Sentenciadas, quemadas, olvidadas. El cabello cortado, lastimadas para obligarlas a rechazar sus conocimientos - siguió. La voz endurecida, llena de un dolor palpable y durísimo - Las brujas, las sabias, las curanderas, las parteras, las libres pensadoras. Las de los espíritus de fuego, fueron asesinadas para que la Iglesia pudiera defender sus creencias. Para que pudieran asegurarse nadie podía contradecirlas.

"Fueron tiempo de oscuridad y de mucho terror. Los inquisidores viajaban de un lado a otro de Europa ejerciendo la justicia por fuego y por miedo. Heridas abiertas que por mucho tiempo, lastimaron no sólo la historia y la cultura. La palabra bruja fue convertida en un insulto, en una groseria impronunciable. En símbolo de miedo. Y la Tradición de la Diosa en un recuerdo vergonzoso, en trozos de algo que se creyó irrecuperable".

Suspiró, cortó la rosa de pétalos enorme. La tomó entre las manos con un gesto delicado.  Aspiro su perfume dulzón y se quedó allí, como si pensara en lo que acababa de decir. Yo también. Sacudí la cabeza. Y entonces comprendí.

- Pero...- comencé. Abuela sonrió. Una sonrisa pequeña, dulce. Pero una sonrisa al fin y al cabo - pero...tu eres una bruja. Y yo lo seré algún día. O creo yo lo seré.

Abuela se volvió para mirarme. Seguía pareciendo triste, cansada pero sus ojos brillaban por un entusiasmo vital irreprimible. Pura belleza y algo más sutil ¿Misterio quizás?

- Nada muere realmente - dijo entonces mi abuela. Siguió cortando una a una las rosas de su enorme rosal. El chas chas de las tijeras tenía algo de onírico, de músical - Todo se transforma, se hace más fuerte. Quemaron el conocimiento, pero siempre renace, mi niña. Siempre se hace más fuerte.


- Oye no seas rídiculo, ¡No quemaron a todas las brujas! - dice entonces Gloria, con un sacudón despectivo de cabeza - Agla es una bruja. ¡Está viva y bien!
- ¡Vaya es cierto! - grita Juan, en un tono exultante y feliz que me conmovió - ¡Es una bruja! ¡Nadie la pudo quemar!

El haz de la linterna roza mi cabeza y  me ilumina a la cara de golpe. Y de pronto, en medio del incómodo estallido de luz, tengo una rara sensación de reconocimiento, de felicidad. Una especie de profundo alivio espiritual que no sabría explicar muy bien. ¡Sí! ¡Estoy aquí! ¡Y estoy aprendiendo el Arte de la Diosa! ¡Estoy aprendiendo la vieja Tradición de mis mayores! A pesar de las quemas, del largo silencio del miedo, del horror.  Sonrío, mientras aparto de un manotón la mano de Juan y suelto una carcajada.

- Una bruja ciega - le digo. Gloria y Flor sueltan risitas.
- Oye, perdón - Juan extiende una mano torpe y me acaricia la mejilla - Pero es que es verdad ¿No las quemaron a todas entonces? ¿Como es que tu y tu familia están aquí?

Suspiro. No sé cómo explicar que el conocimiento, la sabiduría y el amor no se matan, no se queman, no se destruyen, a pesar del esfuerzo de cualquiera que lo intente. A pesar del horror y del miedo. Que siempre habrá un renacimiento en flor, una forma de comprender que siempre habrá luz a pesar de la oscuridad. No sé como explicarles porque ni yo misma lo entiendo. Porque se trata de un milagro pequeño, exquisito, mínimo. Pero tan poderoso como eterno.  Porque soy el eslabón más joven de una larguísima cadena de conocimiento y de ideas, de amor y profunda necesidad de crear. Porque soy bruja, que nadie pudo matar a la Esencia, ni el poder misterioso de la Diosa del Bosque. De ese poder de crear que permanece en la creencia, en la fe, en la capacidad para la esperanza. En esa capacidad enigmática, eterna y trascendental de soñar.


- Las brujas sobrevivimos al fuego, al terror y a las épocas oscuras porque lo que no sostiene es se lleva en el espíritu, no en la piel que puedes destruir - dijo mi abuela, con los brazos llenos de rosas, la sonrisa brillante de puro entusiasmo - Las brujas sobrevivieron al miedo porque lo enfrentaron con el conocimiento. Sobrevivieron a la muerte, porque lo que heredan no se toca con los dedos. Sobrevivieron al odio y al estigma, porque su creencia se basa en el poder del espíritu de fuego que se atreve, contradice y se rebela. Las brujas somos una idea, somos una forma de mirar el mundo con asombro y sabiduría. Somos la mano extendida hacia el futuro, ese conocimiento que se lleva en un lugar enigmático de nuestra mente. ¿Quién puede matar algo tan fuerte, tan primigenio y fértil? La bruja sobrevive porque el fuego está entre sus dedos, en su espíritu y su mirada al futuro. Nada tan poderoso puede morir jamás.

- Porque somos parte de nuestra historia - le respondo y el corazón me late tan rápido, lleno de alegría - porque mi familia y yo, somos parte de algo grande y bonito que sigue creciendo una y otra vez. Puedes quemar un libro pero no lo que llevas en el corazón.

El trío me mira con ojos muy abiertos y asombrados. Gloria, mueve los labios como para decir algo pero entonces, se inclina y sólo me abraza. Un abrazo fuerte, de nuevas amigas. Un abrazo de puro calor y buenos deseos. ¿Quién podría pensar que años nos peleábamos todos los días? Ahora es mi cómplice y mi amiga. Y está aquí, para recordarme que todo cambia, todo crece, todo se transforma. Y el conocimiento se crea así mismo.

- ¡Es que habrá brujas para rato! - se ríe a carcajadas Flor y también me abraza, alborozada y risueña - ¡para contar historias, para hacer cosas buenas!

Entonces es Juan quien se inclina y nos envuelve a las tres con los brazos. Un abrazo caluroso, feliz y sincero. El abrazo de un niño. El haz de la linterna gira otra vez y palpita en el techo de tela de la carpa. Como pequeños fragmentos de luz fugitivos, como mariposas de pura luz flotando en la oscuridad. Como fuego quizás, pero no del quema y destruye. Sino del que sostiene, brilla y crea en la eternidad.


***

A veces, bailo para la Luna Llena y las recuerdo a ellas. Las mujeres que me precedieron, las brujas que me dieron el nombre y me heredaron su conocimiento. Y sonrío de puro placer, de esa sensación de encontrarme vinculada a algo más poderoso de lo que puedo imaginar, a una idea tan vieja que a veces me asombra su terquedad por continuar existiendo. Y siento alegría, siento placer. Siento una espléndida sensación de reconocimiento, de poder y quizás de algo más puro que con toda inocencia, llamo saber. Una fragmento de estrellas eternas, una forma de soñar y aprender.

Verdadera magia, me repito en ocasiones.
De las que no se olvida y renace otra vez.




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