sábado, 21 de mayo de 2016

Alas de tinta otras historias de brujería.



- El nombre de una bruja es una puerta al misterio.

La frase me dejó boquiabierta. Miré a mi tia P. mientras ella continuaba hojeando su libro de las sombras. Las páginas se movían entre sus dedos como el aleteo de pájaros ligeros. Imaginé que las palabras escapaban del papel, flotaban a nuestro alrededor como presencias invisibles. Esa imagen me encantó.

- ¿Por qué? Sólo...es un nombre - respondí con toda la sabiduría de mis nueve años. Tía me miró por encima de sus anteojos de leer.
- El nombre es la manera como una palabra te identifica, pero más allá de eso, es un elemento de tu personalidad. De esos elementos enigmáticos que te hacen ser quien eres y nadie más. ¿No te parece importante eso?

Crucé los brazos sobre el pecho, sin saber que responder a eso. Jamás le había prestado mucha atención a mi nombre: era un sonido, un conjunto de letras que formaban parte de mi incluso antes que pudiera recordarlo. Eran como el color de mis ojos o el sonido de mi voz: huellas de algo más extraño y profundo que me definía mejor que otra cosa. Claro está, era muy pequeña para pensar en términos tan complejos: sólo sabía que mi nombre era un tesoro privado. Una pequeña huella de recuerdos y pensamientos que llevaba a todos lados. ¿Eso era misterioso? me pregunté con la cabeza ladeada, mirando sin ver la luz jaspeada que iluminaba la biblioteca de mi abuela - la sabia, la bruja - y la hacia parecer vieja y trágica. Tal vez.

- Bueno, sí - dije sin comprometerme - pero...¿Qué hace un nombre? ¿Qué lo hace ser tan especial?

Llevaba más de un año viviendo en casa de mi abuela y ya sabía que para las brujas, nada era lo que podía mirarse - comprenderse - a simple vista. Una escoba no era para barrer, un caldero para cocinar, los libros sólo para leerse. Había algo más profundo y significativo en cada objeto, un significado oculto que debes descubrir para asumir su verdadera importancia. Me pregunté si un nombre - esa palabra tan corriente, tan habitual, tan íntima - sería algo más que una monótona combinación de letras. Si para las mujeres de mi casa - sabias, poderosas, salvajes - la manera como te llamabas era algo más de lo obvio. Supuse que sí. Me entusiasmé. Eso sonaba a uno de esos conocimientos extraños que las mujeres de mi familia solían celebrar y que yo deseaba más que cualquier otra cosa aprender.

- Un nombre es una herencia. La primera cosa que te pertenece por completo y que conservarás hasta el último día de tu vida - explicó mi tía - un nombre es una huella de toda la historia que te precedió, de lo que unió a tus padres o quizás, lo que brindó sentido y fuerza a los pensamientos de quien te lo da. Un nombre no es algo sencillo: es una forma de mirarte. Es la primera puerta que debes atravesar para conocer los vericuetos de tu camino interior.

No comprendí nada de eso, claro está pero si lo suficiente para saber que para mi familia, cómo te llamabas era un asunto tan importante como para que tuviera huella en tu vida, la presente y la futura. Comencé a imaginarme los nombres como pequeños símbolos personales, brillando invisibles sobre tu piel, hasta que alguien notaba su existencia. Esa idea me gustó.

- ¿Y el nombre de una bruja es importante por todo eso? - pregunté.
- Una bruja considera su nombre como conocimiento - explicó - una mezcla de la Tradición en la que nació, los conocimientos y deseos de quienes le precedieron y su propia identidad. Un nombre es una ciudadela del tiempo, un recuerdo de tiempos donde no existías pero ya eras parte de la historia de tu familia.

"Por ese motivo, por siglos se conservó la costumbre que una bruja jamás diera su nombre. Que no lo llevara escrito ni tampoco lo pronunciara en voz alta. Era una forma de conservar el poder, su voluntad, sus forma de contemplar el mundo. La fuerza del espíritu de una bruja depende de su identidad y por ese motivo, la protege, se regocija en ella. Celebra lo que es y lo que será. Crea lo que sueña y lo que será. A través de quien es, de sus conocimientos e ideales. Y tu nombre, ese que te ha dado tu familia, te recuerda todo eso. Te hace creer en el poder de las ideas. De asumir que eres parte una historia más vieja que la tuya.

No supe que responder a eso, si es que se podía responder alguna cosa. Me quedé mirando el libro abierto sobre sus rodillas y de pronto, tuve la impresión que las páginas llenas de palabras, se movían de un lado a otro, se entremezclaban entre sí para desbordar el filo de la hoja, para abrirse camino en la realidad. De pronto no eran sólo palabras escritas en tinta o en lápiz, sino criaturas diminutas y vivas, trepando hacia los dedos de mi tia, hacia sus manos, hacia su rostro. Lo miré todo entre horrorizada y desconcertada.

- Somos un poder secreto y preciado - dijo entonces mi tia. Su rostro lleno de palabras, el largo cabello trenzado rebosante de ellas - Somos una palabra que construye historias. No lo olvides.

***


Desperté sobresaltada. No recordaba con claridad con qué había soñado. Debía haber sido algo espeluznante: el corazón me latía muy rápido y tenía las sienes húmedas de sudor nervioso. Me quedé tendida entre las sábanas, con los ojos abiertos en la oscuridad hasta que me calmé a medias. Intenté captar algunos fragmentos de imágenes desdibujado que logré atrapar: La biblioteca de mi abuela, mi tía P. sentada con un libro sobre las rodillas. ¿Qué significaba todo eso? Me dio media vuelta para mirar la pequeña ventana de mi habitación. La Luna Llena brillaba en un cielo cuajado de estrellas. Su visión me conmovió.

Durante las últimas semanas mi vida había sufrido un cambio tan radical que aún intentaba comprender a cabalidad: Había renunciado como pasante de un lujoso bufete de abogados de mi ciudad y en una decisión que aún me preguntaba si tenía algún sentido, regresé a las aulas de clase para comenzar una segunda licenciatura, esta vez en literatura. Seguía recuperandome de la incertidumbre, pero sobre todo la sensación extraña y dura de haber desperdiciado casi un lustro de mi vida recorriendo un camino erróneo. No era algo simple de asimilar: me encontraba en los primeros años de la veintena y mientras la mayoría de mis amigos y conocidos se debatían con los problemas de la primera adultez, yo tenía la sensación de haber retrocedido a una adolescencia artificial y caótica. Sentada en el pupitre de la Universidad, siendo la estudiante de mayor edad en un salón atestado de chicos brillantes y entusiastas, tuve la sensación que caía en un anonimato triste y desolador. Como si hubiese perdido la mayor parte de las piezas de mi identidad y me encontrara rota en medio de un paisaje desolado.

- Bueno, pero ya lo decidiste ¿No? - me animó mi amiga Gloria cuando nos reunimos esa semana para almorzar. Me encogí de hombros, deprimida y apabullada por el golpe de timón en mi vida.
- No es tan sencillo.
- No he dicho que lo sea mujer - tomó un sorbo del jugo de naranjas que acompaña su plato de pasta - oye, seguiste a tu corazón. Renunciaste a un trabajo y una profesión que odiabas por seguir tu instinto. ¿No es eso lo que hacen las brujas?

Sonrío con aire de pillete, como si se tratara de un chiste que sólo ella comprendía. Suspiré e intenté contener la palabrota que me subió a los labios como respuesta.

- Me siento cometí un error inmenso: arrojar por la borda una licenciatura de cinco años para comenzar de nuevo - expliqué - y en medio...de la nada. Avanzando a ciegas. No sé si seguí mi instinto o sólo cometí el peor error de mi vida.

Gloria me dedicó una larga mirada apreciativa mientras masticaba un trozo de los canelones que había ordenado. Noté que ahora estaba realmente preocupada, como si notara que por primera vez, la enorme angustia que me agobiaba. Extendió la mano para apretar la mía con un gesto cariñoso, muy poco común en ella.

- Estás en pleno período de ajustes. Pensabas que ya habías cumplido una etapa de tu vida y ahora vuelves a comenzar - suspiró - empezar de nuevo nunca es fácil. Pero en tu caso, estoy segura es necesario.

Apreté sus dedos, agradeciendo sus palabras. Pero me pregunté si debía explicarle lo duro y abrumador que me resultaba aceptar que había equivocado el rumbo al retomar uno por completo nuevo. Si ella estaba consciente de todo a lo que renunciaba por perseguir mi viejo sueño de dedicarme a la literatura. Después de todo ya no era una niña enamorada de los libros, sino una adulta que trataba de encontrar su lugar en el mundo. Y no estaba resultando sencillo, ni por asomo.

- Ojalá fuera así de bonito - murmuré. Gloria ladeó la cabeza.
- ¿Qué te molesta tanto?

Apreté los labios. No sabía como explicarle la escena que había vivido unos días antes y que me había herido más de lo que me atrevía a admitir. Tampoco era algo que pudiera explicar con facilidad. Se trataba de una mezcla de humillación, una dolorosa sensación de derrota y algo más sutil que no podía explicar muy bien. ¿Amargura quizás?

Todo había comenzado cuando recibí la primera asignación de una de las asignaturas más complicadas de la nueva licenciatura. El profesor que la impartía tenía fama de gruñón y pareció muy satisfecho cuando la mayoría de la clase pareció confusa al escucharle explicar lo que deseaba recibir como trabajo de clase: una comparación entre dos libros de muy difícil lectura y que al menos en apariencia, no tenían ningún punto en común. Escuchó las quejas y reclamos con una expresión de agría satisfacción que me desconcertó.

- Un buen lector sabe encontrar líneas que vinculen ideas en apariencia peregrinas - explicó - y eso espero de ustedes, ni más ni menos. A no ser que quieran admitir no están hechos para esto.

Un nudo de nerviosismo se me cerró la garganta. Durante las primeras semanas en la nueva Licenciatura había temido escuchar precisamente eso. A pesar que amaba leer desde que tenía memoria, sentarme en un pupitre para analizar los mecanismos que sostenían y creaban los libros había sido una experiencia por completo nueva y en algunas ocasiones, dolorosa. Me sentía fuera de lugar entre aquel grupo de adolescentes aventajados, llenos de ideas y puntos de vista que tenía la impresión me sobrepasaban. Como en esta ocasión: mientras la mayoría parecía entusiasmado por el reto, yo me sentía torpe y un poco a la deriva.  Tomé una bocanada de aire, tratando de calmarme. Lo mejor que podía hacer era asumir el reto de la mejor manera que pudiera. Levanté la mano. Me dedicó una mirada miope. No respondió de inmediato. Varias cabezas a mi alrededor se volvieron para mirarme. Noté como la verguenza me subía a las mejillas en forma de ráfagas de calor.

- ¿Usted que desea? - preguntó luego de unos cuantos minutos de tensión. Tragué aire.
- Sólo saber si la comparación debe incluir... - el profesor parpadeó y levantó las manos.
- ¿Usted espera que le diga que hacer?
- No, por supuesto.
- Entonces haga lo que debe hacer si esperar yo resuelva sus problemas - me gruñó y noté con toda claridad el placer que le producía decirme aquello en voz alta. Apreté los labios, conteniendo la ira que me sofocó - Usted...señorita... - abrí la boca para decirle mi nombre. El profesor sacudió la cabeza - no me interesa su nombre: usted aquí y mientras no demuestre que vale la pena me aprenda su nombre, sólo es una hoja en blanco.

Se dio la vuelta con un gesto brusco y comenzó a escribir en la pizarra, dejándome aturdida y humillada como pocas veces en mi vida. Escuché risitas y murmullos y luego un silencio aplastante que me dejó sin voz. Me refugié en el cuaderno abierto sobre el pupitre, aguantando como podía las ganas de llorar.

Por supuesto, no podía contarle a Gloria esa escena. O al menos, no quería hacerlo de inmediato. Me encogí de hombros, tomando una lenta bocanada de aire.

- Temer que no todo fuera como lo esperé - murmuré. Eso era verdad a medias y no sabía cuál era el límite entre la excusa y la realidad - el caso es que...tengo que intentarlo. No sé si resulte, pero...
- ¡Esa es mi bruja! - dijo Gloria con una amplia sonrisa - eso es todo lo que debes hacer. ¡Lucha! ¿No deseabas esto? ¡Ahora que lo tienes no lo sueltes! ¡Es tu sueño!

Aunque bien intencionadas, sus palabras me golpearon en el rostro. Tenía razón, claro está. Pero además, parecían describir - de una forma sutil y compleja - el dolor que me provocaba el mero pensamiento que quizás no lograría triunfar tal y como había esperado.  Apreté los labios para disimular el desaliento lo mejor que pude.

- Lo intentaré, claro está.
- Y vencerás.

No estaba tan segura de eso, pero tampoco era de las cosas que deseaba decirle a mi amiga de momento, de manera que me callé y sonreí, como si sintiera su mismo entusiasmo.

***

Durante casi una semana trabajé a la extenuación en la asignación de clases. Dediqué horas a la investigación y redacción, comprobé datos, corregí estilo y fondo. Cuando finalmente dejé el fajo de papeles junto a la pila creciente que formaba los trabajos del resto de la clase en el escritorio del profesor, me reconfortó el pensamiento que con toda seguridad, obtendría alguna calificación aceptable, en el peor de los casos.

Tal vez por ese motivo, me sorprendió - y me humilló tanto - reprobar. Me quedé mirando la calificación remarcada en llamativa tinta roja en la esquina de la hoja hasta que pude contener las lágrimas lo suficiente para pensar con claridad. Aturdida y desconcertada, pasé una a una las hojas del trabajo mirando la corrección del profesor - párrafos enteros tachados, notas burlonas en los bordes - hasta que no pude soportarlo más. Con paso lento, me abrí paso entre la multitud que salía de clase y me acerqué a su escritorio. Ni se molestó en levantar la cabeza cuando le llamé por su nombre. Cuando lo hice por segunda vez, levantó los ojos en un breve gesto que me hizo recordar un perro furioso.

- ¿Qué ocurre? - me espetó.
- No entiendo por qué obtuve una calificación tan baja - protesté - es decir, no sólo cumplí con los requisitos...sino que...
- Es un trabajo vulgar - dijo sin más. Me quedé petrificada con el trabajo apretado contra el pecho - Una mera copia de ideas de otros. Una gran cantidad de citas que yo mismo habría podido encontrar.
- Pero...
- ¡Ese trabajo no tiene personalidad! ¡No tiene inspiración! ¡No tiene identidad! - bramó entonces, como si le irritara que yo continuara allí de pie, exigiendo explicaciones - es un reflejo plano de un punto de vista vacío. Y no pedí eso.

Me mordí los labios para evitar se me escapara la frase malsonante que pensé. El profesor me dedicó una mirada dura y elocuente.

- Se escribe desde las vísceras y se mira la literatura desde lo profundo. Lo que usted hizo es anónimo, sin nombre. Y por eso la reprobé.

No supe que responder a eso. El profesor frunció el ceño como si pensara en algo complejo y difícil de explicar. Me dolió esa mirada elocuente, un poco decepcionada. O quizás me lo imaginé todo y toda la escena sólo le provocaba aburrimiento y tedio. El caso es que se inclinó de nuevo y siguió leyendo el libro abierto que tenía sobre el escritorio, a pesar que yo continuaba allí de pie.

- Somos lo que creamos - dijo entonces - y todo el que ama lo que crea, debe luchar porque sea suyo.

La frase me sorprendió, me golpeó como un sacudón. Se parecía mucho a mi amor por la lectura y la escritura, a la sensación que me despertaban las palabras.  Pero cuando intenté responder, el profesor pareció ignorarme y desistí.

***

La biblioteca de mi abuela siempre tuvo un aspecto desordenado y rico, con sus libros desordenados en los anaqueles, las mesas llenas de hojas a medio escribir, fotografías enmarcadas colgadas en las paredes y pequeñas figuritas insólitas adornandolo todo. De niña, amaba deambular por ella de un lado a otro, tomando libros al azar. Leyendo frases de aquí y de allá. Como si tratara de encontrar tesoros perdidos. Como si coleccionara mariposas convertidas en palabra.

Tomé un libro pequeño con solapas de madera. Parecía muy viejo. Cuando lo abrí, una polilla torpe voló de sus páginas en blanco y se elevó por el rayo de sol que entraba por la claraboya del techo. La miré boquiabierta, asombrada por el brillo de sus diminutas alas, la manera como captaban la luz.

- Un nombre es el tesoro que toda bruja lleva como una huella de su tradición - la voz de mi abuela me sorprendió. Estaba de pie en la puerta de la biblioteca y llevaba un vestido blanco atado a la cintura, el cabello trenzado, los ojos brillantes de sabiduría - Una bruja usa su nombre como un escudo, como una forma de crear. Como un reflejo de si misma.

- ¿Mi nombre es importante? - mi voz sonó pequeña y frágil en medio de los libros perdidos. Mi abuela se acercó a donde me encontraba.

- Una bruja sabe que su identidad es su voluntad convertida en un rostro, en una palabra, en un elemento distintivo de si misma. Por ese motivo, las brujas de la antiguedad jamás escribian su nombre ni se lo decían a nadie más. Una bruja sabe que su nombre es una llave hacia su esencia, hacia su corazón, hacia el centro de sus ideas.

Otra polilla voló del libro que sostenía entre las manos. Mi abuela contempló su vuelo errático y vulnerable con rostro serio.

- Somos nuestra identidad, nuestra capacidad para asombrarnos y aceptar los que nos hace distintos, únicos, irrepetibles. ¿Piensas a menudo en el poder de tu voluntad? Se manifiesta a través de quien eres. De todas las cosas que te definen. No lo olvides otra vez.

Quise decir algo, pero ahora eran cientos las polillas doradas que brotaban del libro. Bailoteando en la luz, elevándose en espiral hacia la claraboya del techo. Y de pronto, la luz tenía alas, se elevaba desde las páginas abiertas del libro el blanco para alcanzar la Luna Llena que brillaba en el cristal. Un reflejo de puro resplandor dorado que me rodeaba y al final, me devastó.

***

Durante el día, intenté recordar el sueño que había tenido esa noche, sin lograrlo. Tenía la sensación que se había tratado de algo importante, esencial, pero no sabía qué podía ser. Además, tenía muchas más cosas por las cuales preocuparme: estaba a tres días de la entrega de la segunda - y definitiva - asignación que el profesor gruñón me exigía para aprobar su asignatura. Y en esta ocasión, se trataba de un trabajo incluso más complejo que el anterior: una reflexión sobre el trabajo de un escritor especialmente complejo y críptico. Tenía la sensación que era la última oportunidad que tenía para demostrarme a mi misma que había la decisión correcta al volver a la Universidad. De vencer mis temores y terrores. Pero también, que era muy probable me equivocara de nuevo. Que quizás...era una prueba que no podría superar.

El profesor me ignoraba con más ahínco que nunca. Dedicó dos clases enteras a explicarnos por qué era tan importante aprobaramos la segunda  asignación y a dejarnos muy claro, que de no hacerlo, ya podíamos despedirnos de la asignatura.  Varios de mis compañeros entraron en pánico, otros decidieron no arriesgarse a una segunda nota reprobatoria y hubo quien asumió era una señal para despedirse de una licenciatura cada vez más dura y cuesta arriba. Casi lo hice yo también, pero al final decidí que debía hacer un nuevo intento. Que antes de abandonar aquel sueño largamente acariciado, debía al menos comprobar que en realidad carecía de lo que sea podría necesitar para triunfar.

Fueron días agónicos: dediqué horas de lectura y escritura, sólo para terminar rompiendo las hojas y borrando reflexiones enteras que me parecieron por completo anodinas. Una y otra vez intenté completar  cuidadosos análisis académicos para luego decidir que carecían del menor valor. De la menor personalidad, me dije con mordiendo los labios. Eran simples palabras unidas unas con otras, pero sin emoción, sin amor, sin otra cosa que simples ideas yuxtapuestas. Arrugué la enésima hoja y me quedé mirando el escritorio repleto de libros. Faltaban diez horas para la entrega. Tenía sólo esa noche para terminar el trabajo, si es que pensaba hacerlo. Sentí un nudo de pánico en la garganta y por un momento, me tentó la idea de abandonarlo todo. De dar por terminada la aventura de recobrar mis sueños de infancia. Me imaginé a mi misma guardando los libros recién comprados, arrojando al cesto de la basura mis apuntes. Y luego, rebuscando mi armario los severos trajes de abogado que había vestido hacía tan poco tiempo. Me vi con los ojos de la imaginando volviendo a llevarlos, aceptando el futuro triste y gris que esperaba por mi. Regresando al lujoso escritorio de madera donde habían ido a morir todas mis esperanzas.

Sentí un ramalazo de pánico. Tomé papel y lápiz y en un impulso maníaco, doloroso, comencé a escribir otra vez. Pero esta vez no intenté redactar una sesuda reflexión sobre un escritor sino liberar aquel miedo, el dolor profundo que me producía la pérdida del futuro - que tanto temía - y que el escritor que debía analizar expresaba tan bien. Lo hice a la carrera, tachando y escribiendo con el pecho cerrado de miedo. Con los ojos llenos de lágrimas, la boca seca de horror. Escribí por angustia, por algo semejante a una desazón blanca y sin confín. Escribí por mi, por la niña que había sido, por la mujer que había soñado ser, por la adulta que había perdido toda aspiración por el ideal.

El manuscrito tenía el aspecto de un estropicio de tachones y borrones cuando lo dejé en el escritorio del profesor. De nuevo me ignoró, pero noté que movía un poco la cabeza cuando miró las hojas repletas de palabras escritas a manos, medio arrugadas. No me importó. Con el corazón aliviado de pena - y aún así, abrumado de puro dolor - pensé que no podía hacer otra cosa. Que ese largo panegírico a mi sueños era lo mejor que podía hacer y que al menos, había sido sincera al hacerlo. Un pensamiento doloroso pero aún así tan pacifico que me reconfortó.

Pasé esa tarde releyendo al escritor, esa espíritu atormentado y violento que me había cautivado. Antes de dormir, una de sus frases flotó en su mente: "nuestro nombre es el dolor y la alegría". Sentí que finalmente recordaba algo que había estado perdido en mi memoria, que de pronto, mi mente entera se iluminaba de comprensión. Pero más tarde no pude recordar que era.

***

Me acerqué al escritorio con paso lento. El resto de mis compañeros debatían y se lamentaban por las bajísimas notas y reprobados que habían obtenido. Me pregunté cuál sería la mía. Que tan bajo me había calificado el profesor. Me quedé de pie junto al escritorio, mientras él rebuscaba entre el montón de papeles a su alrededor, con una extraña sensación de cansancio casi dulce. Me saltó el corazón cuando noté que levantaba el mío. A la distancia no distinguí la calificación.

- Aquí tiene - me dijo. Levantó la cabeza, me miró por encima de sus enormes anteojos de pasta - buen intento Berlutti.

Me quedé boquiabierta.  ¿Había dicho mi nombre? Tomé el trabajo con un gesto tembloroso y miré el circulo en tinta azul en una de las esquinas de la primera hoja del trabajo. Había aprobado. Y con buena calificación. Pero ¿Cómo...? ¿Qué había ocurrido?

- El que lee sueña con escribir. Y el que escribe sueña con si mismo - comentó de pronto el profesor. Tuve la extraña impresión que había leído mis pensamientos, mi confusión. Él me dedicó una mirada larga brillante de inteligencia - si quiere seguir lo que desea, debe buscarse así mismo. Su propia identidad y su nombre.

Recordé a medias la imagen de una biblioteca iluminada por el sol, el aleteo de las alas de una polilla. Parpadeé desconcertada, sin saber de dónde venían las imágenes. No pude recordarlo. Cuando miré de nuevo al profesor, estaba inclinado sobre su escritorio, ignorando de nuevo el mundo a su alrededor. Pero sentí que había algo nuevo que me rodeaba, una sensación inusual y hermosa. Esperanza quizás.


***

En el sueño, me trepo al anaquel más alto de la biblioteca. El mueble se mueve un poco, como si no pudiera sostener mi peso. Pero de alguna manera lo hace y logro alcanzar el último libro que guarda, más arriba de todos, bien protegido por la distancia de cualquier mirada ajena. Extiendo las manos, rozo con los dedos su solapa de cuero. Casi lo alcanzo. Me esfuerzo un poco más y entonces el libro rueda por la madera y cae en las palmas de mis manos abiertas. Su peso tiene algo de fresco, salvaje, generoso.

Y cuando los abro, son mariposas las vuelan en bandadas hacia la claraboya. Cientos de mariposas amarillas y azules que brillan bajo el parpadeo de las estrellas. Vuelan en espiral, cada vez más rápido, más arriba, con más fuerza. Y en medio del aleteo de sus alas frágiles, escucho mi nombre. Un eco entre ecos. Un susurro en sombras. Mi nombre, como una oración secreta. Una mirada a la esencia de mi espíritu. Un mar en calma a través de la noche.


Abro los ojos en la oscuridad. Tengo la mano apoyada sobre el pecho. Bajo mis dedos el corazón late muy rápido. Una mariposa azul vuela junto a la ventana entreabierta. Bambolea contra el cristal y entonces, emprende un vuelo ligero hacia la luz de la Luna Llena. Como otras veces, me pregunto que he estado soñando, pero no puedo recordarlo. Pero cuando me duermo de nuevo, la Mariposa azul sigue allí, aleteando contra el cristal. Y el sonido de sus alas - diminuto y apenas imaginado - me envuelve. Como una promesa. Una mirada intima.

Una forma muy vieja de Magia que quizás, aún no recuerdo del todo. Pero que sin duda, llegaré a recordar.

Pero esa es otra historia que contaré en su oportunidad.

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