domingo, 15 de mayo de 2016
La voz del relámpago y otros cuentos de Brujería.
Desde la primera vez que escuché sobre Felicia, mi desconocida tatarata tia, me obsesioné con ella. No sólo porque era una mujer asombrosa - con su metro ochenta y tanto de estatura, talento para pintar y esculpir, su raro rostro anguloso - sino porque incluso, en sus fotografías, tenía un aire poderoso que me cautivó. Encontré una imagen suya en uno de los innumerables baúles polvorientos de la casa de mi abuela - la bruja, la sabia - y desde entonces, no la olvidé.
- ¿Ella? estaba loca - me respondió tía M. cuando le pregunté sobre la pariente anónima que me miraba con ojos muy brillantes desde el claroscuro de la fotografía - Según sé, era una bruja incontrolable.
No lo decía con agrado. Torció la boca, como si el comportamiento de felicia tiñera a las palabras con las que podía definirla de un lustre amargo.
- Pero eso es bueno.
- ¿Cómo que bueno?
- Mi abuela dice que las brujas tienen espíritu de fuego y son indomables - rematé. Tía puso los ojos en blanco.
- Celia debería dejar de decirte esas cosas.
Tia M. era ordenada hasta el punto de la obsesión y era con distancia, el miembro de la casa más severo e inflexible. Era famosa por sus regaños y sermones, los cuales me dedicaba con mayor frecuencia que a nadie. Tal vez se debía a su temprana viudez - o en eso insistía mi prima, su hija luego de soportar los reproches de su madre - o se trataba de algo mucho más complejo que yo no podía entender. Cualquiera fuera el caso, eso de la bruja salvaje, de carácter indomable e impaciente, no iba con aquella dama de rostro frío y cabello siempre peinado de manera impecable. Y aunque lo sabía - ella se encargaba de recordarlo en toda oportunidad que tenía - no me importaba seguir insistiendo sobre el tema.
- Pero es verdad ¿No? Las brujas...
- Sí, ya lo sé: son desobedientes, malcriadas e insolentes - suspiró - de ser así, Felicia era la bruja más grande que nació jamás.
La tía me contó a regañadientes la historia de aquella lejana pariente que sólo los miembros más viejos de la casa recordaban: Era altanera, con un vozarrón imponente y muy decidida a hacer lo que le viniera en gana en la muy conservadora Italia del principios del siglo XX. Era una mujer formidable, de un físico que no dejaba nadie indiferente y de una personalidad arrolladora. Y tanto así, que en el pequeño pueblo de Torre del Greco donde había nacido le llamaban "La Bruja monumental". Una mujer de armas tomar, alguien a quien no podía olvidarse con facilidad.
- Y eso le trajo problemas.
- Con la Iglesia ¿No?
La tía me dedicó una mirada sorprendida. Me encogí de hombros y le expliqué que había estado preguntando por aquí y por allá, sobre Felicia. La tatarabuela, que apenas la recordaba le había llamado "la indomable" y mi bisabuela, que la consideraba una especie de leyenda familiar me dijo que "Felicia es un buen ejemplo de lo que puedes hacer cuando no temes a nada".
- ¿Felicia no le tenía miedo a nada?
- Por supuesto que sí - río mi bisabuela - pero jamás nadie se atrevió a preguntarle a qué.
Quizás por no sentir miedo, era que Felicia se metía en problemas con más frecuencia que nadie. Y eso fue exactamente lo que hizo cuando la Iglesia del pueblo donde vivía recibió un nuevo párroco. El sacerdote, joven y avispado, decidió que era buen momento de poner orden entre las creencias religiosas de aquel rincón del mundo. Y eso lo llevó a chocar de frente con el mal carácter de la Bruja Monumental.
- No sé que te ha dicho tu bisabuela pero faltar el respeto a una autoridad religiosa no es nada digno de encomio - protestó tía cuando le pedí me contara lo que había hecho Felicia - Y así debes entenderlo.
Como quería que me contara lo que sea hubiese ocurrido en Torre del Greco, le aseguré de inmediato que estaba por completo de acuerdo con su punto de vista - y me prometí a mi misma meditar más adelante sobre la mentira - y me quedé muy quieta, esperando me hablara sobre lo que había ocurrido décadas atrás en el pueblito italiano. Tia me dedicó una mirada desconfiada.
- Solo me dices eso porque es lo que quiero escuchar ¿No?
- No tía - le aseguré. Levanté las manos - ¿Me cuentas?
Tia suspiró. Me sirvió un poco de té caliente antes de comenzar.
- El nuevo sacerdote decidió que los rituales de cosecha que el pueblo llevaba a cabo cada fiesta de San Juan irrespetaban a Dios y a la Iglesia. De manera que el primer Domingo que pasó en el pueblo, se dedicó a sermonear a los campesinos, asegurándoles que recibirian castigo Divino si insistían en continuar haciéndolo. Aquellas almas ingenuas se aterrorizaron y cuando Felicia comenzó a preparar los campos para la quema y los bailes, los hombres más respetados del pueblo le explicaron que ese año, la tradición no se llevaría acabo.
"- ¿Por qué no? - tronó Felicia con el rostro encarnado de furia. El alcalde, que era un hombre bajito y entrado en carnes, retrocedió sobresaltado.
- Porque Dios podría castigarnos, ya ve. El joven sacerdote lo ha dicho.
- Son costumbres muy viejas, señora - dijo alguien más - ¿Lo entiende? Mejor estar en paz con El Señor.
"Felicia no salía de su asombro. Discutió y debatió con los viejos amigos de su casa, a quien su madre había curado y la madre de esta, había ayudado a traer al mundo. Pero nadie se atrevió a apoyarla, temerosos de las amenazas del Sacerdote y lo que eso pudiera engendrar."
- ¿Y que hizo Felicia? - pregunté entusiasmada. Me encantaban esas cosas. Tia apretó los labios un poco, como hacía siempre que se disgustaba.
- Lo que haría una mujer como ella, claro - dijo casi a regañadientes - fue derecho a la Iglesia y se enfrentó al Sacerdote. El hombre, que era muy joven y no tenía idea de lo que ocurría por esos parajes la amenazó con excomunión y también incluso, con echarle a "La Inquisición encima".
- ¿Pero eso no se había acabado ya...siglos atrás? - pregunté perpleja. Tía puso los ojos en blanco y tomó un sorbo de té.
- Con algo tenía que amenazarla supongo - comentó - pero claro está, aunque hubiese estado Vigente. Felicia no era de las que se amilanaban. Le aseguró que haría los rituales, con el pueblo o sin él y lo dejó con la palabra en la boca en la puerta de la Iglesia.
- ¿Y de verdad hizo los rituales de la Fiesta del Fuego? ¿Se atrevió?
- Claro que se atrevió - dijo tia - Eso a pesar que el Sacerdote, que no se quedaba atrás en la terquedad se dedicó durante semanas enteras a advertir a la gente del Pueblo de los castigos divinos que les esperaban si desobedecían el mandato divino de "No escuchar a la bruja" o algo semejante. De manera que cuando llegó el Primero de mayo, la mayoría estaba tan aterrorizada que fueron en fila a la Iglesia, aterrorizados de lo que podría pasar de no hacerlo.
"El Sacerdote se sintió satisfecho. Entonó cantos en latín, dio un largo sermón sobre la obediencia y estaba a punto de celebrar el haber sofocado las viejas costumbres paganas cuando de pronto...se escuchó el bramido del fuego. Poderoso, cercano y caliente. La gente se quedó desconcertada y se echaron a las ventanas de la Iglesia a mirar y..."
- Allí estaba Felicia.
- Por supuesto - tia sonrío a su pesar - había construido una enorme mujer de ramas de árbol, la Antigua Diosa sin nombre y la había llenado de hojas de albahaca y Romero. Una muñeca de verdad, enorme y misteriosa que ardía en mitad de la oscuridad. La gente se asombró y luego celebró con vítores el atrevimiento. Y antes que el Sacerdote pudiera detenerlos salieron en estampida para bailar alrededor de la Diosa en llamas. Como antes, como siempre. El Sacerdote gritó, levantó el puño y finalmente se encerró en su Iglesia, ofendido y humillado.
- ¡Que súper Felicia! - exclamé con un jadeo entusiasta. Tia sacudió la cabeza.
- Agla...ofender y humillar a un líder religioso no es algo para celebrar - dijo tía con su habitual severidad. Solté un chasquido petulante que la hizo enarcar la ceja. Me disculpé de inmediato.
- ¡Tia pero él también humilló a Felicia! - le dije muy exaltada - ¡Por qué ella tenía que aceptarlo todo? ¡Él fue grosero en primer lugar!
- Niña, la gente teme lo que no lo conoce. Y una bruja es figura misteriosa y empañada por la superstición. Felicia demostró su poder y su voluntad, pero no le convenció de nada. Por años, el Sacerdote y ella siguieron enfrentándose...
- Y siempre ganó Felicia.
- Algunas veces ella, otras él - comentó tía - y al final, simplemente se convirtió un pleito entre vecinos que no convenció a nadie de ninguna idea. ¿Eso te parece bien?
Me encogí de hombros. Con once años ya sabía que llevarle la contraría a la tía era la manera más sencilla de ganarse un sermón, así que fingí entenderla. Pero no lo hice, claro está. Cuando me levanté de la mesa que compartimos, llevando las fotografías de Felicia apretadas contra el pecho, seguí pensando que a veces hay que imponer la voluntad para triunfar. No importa si no siempre ganas y nadie aprende nada.
Claro que, apenas era una niña. ¿Y quién a esa edad no piensa que luchar y ganar - cueste lo que cueste - es el mayor premio de todos?
La vida simple de la niñez.
***
Seguí pensando en Felicia por meses. Seguí preguntando a tías y primas, que no sabían sobre la vieja pariente aparatosa con aspecto formidable de las fotos y lo que era peor, no querían saber gran cosa. Comencé a preguntarme como había sido su vida después del episodio de la Iglesia. Si era como decía Tía que había perdido unas cuantas veces su batalla contra el Sacerdote y como le había sentado eso. Como había vivido en medio de esa guerra vecinal. Si alguna vez había desistido. Pero en casa nadie parecía tener mucha idea sobre Felicia y su vida azarosa. Ni siquiera tía, que perdió el interés muy poco en responder a mis preguntas y por último me dejó bien claro que ya no sabía nada más que pudiera resultar de utilidad. Y tampoco nadie parecían muy interesado en saber sobre Felicia, en realidad.
- ¿Pero que obsesión tienes con esa mujer muchacha? - protestó bisabuela cuando me encontró ordenando las fotografías de Felicia en una caja de metal que había conseguido especialmente para eso - ¿Cómo se volvió tu héroe así de pronto? Dentro de poco te harás un club de Fan para conmemorarla.
No hice ni caso a la pulla de la bisabuela. Seguí ordenando mis fotografías sin mirarla. Ella río por lo bajo y se acercó a mi escritorio, precedida por el clock clock clock de su bastón de madera.
- ¿Qué te ocurre con Felicia?
- Que es una bruja como se supone deberían ser las brujas - le expliqué con mi mejor cara de sabelotodo - que era una mujer fuerte que le enseñó al Sacerdote ese...
- ¿A su gran amigo dirás?
Levanté la cabeza, perpleja. Bisabuela me miraba con su sonrisa maliciosa.
- No eran amigos.
- Claro que sí muchacha - bisabuela soltó una carcajada - Toda bruja sabe convertir a sus enemigos en sus amigos. Y no por interés o maledicencia. Lo hace porque sabe que todos al final, somos hechuras del mismo material. Variaciones de las mismas ideas mentales y morales. Y Felicia lo comprendió.
- ¡Pero siguió celebrando los ritos! - exclamé muy ofendida. Sentía que bisabuela insultaba de algún modo la memoria de Felicia con aquella idea demente de su amistad con su enemigo - le dio un par de lecciones sobre...
- Y le ayudó a reconstruir la Iglesia cuando se quemó - terció bisabuela. Me quedé estupefacta, con los ojos muy abiertos.
- ¿Qué?
- Como lo escuchas - se regodeó - Felicia no era sólo una bravucona pendenciera, Aglaia. Era una bruja. Y como tal se comportó.
No supe que responder. Abuela se inclinó y me miró con sus ojos verdes brillantes de un cierto humor profano.
- Una bruja sabe cuando debe luchar, cuando debe negociar y también, cuando ofrecer su mano extendida. Por ese motivo una bruja no habla de enemigos, habla de adversarios - me dijo - una bruja sabe el poder de la palabra, de sus sentimientos y de sus implicaciones. Una bruja utilizará el poder de su mente para lograr lo que desea. La fuerza física asusta. El poder de la voluntad es un triunfo de origen.
Silencio otra vez. Tia tomó una de las fotos y miró a Felicia, enorme y majestuosa, llevando pantalones de dril y camisa blanca. Sonrío.
- Siguieron peleando, claro está. En público y de manera muy notoria. Todo el pueblo estaba impresionado por la batalla entre esos dos gigantes - contó - pero poco a poco, la gente lo tomó como algo de todos los días. Habían burlas y chistes. Incluso coplas. Algunas se burlaban del Sacerdote, otras de Felicia.
"Por eso nadie pensó que cuando comenzó a quemarse la Iglesia, la primera que llegaría para ayudar sería Felicia y su familia. Nadie creyó que sería ella la que correría por las calles del pueblo sacudiendo una campana de metal para avisar que la Iglesia se quemaba. Era un lugar muy viejo, construído con la madera del bosque. Felicia sabía que el tiempo era imprescindible para salvarla. Y tanto lo sabía que cuando comprendió que el pueblo tardaría en despertar, pidió a su marido y a sus hijos que ayudaran a apagar el fuego.
"Fue una escena formidable, cuentan. Todos los muchachos de Felicia, tan fuertes como ella, se emplearon a fondo para aplacar el fuego. Lo hicieron ayudándose unos a otros, baldeando agua del río, sacando los objetos de valor de la Iglesia. Lucharon junto al Sacerdote lloroso para ayudar a salvar lo poco que el fuego no consumía de inmediato. Y cuando llegaron los hombres del pueblo, aterrorizados por el humo y el sonido de las llamas, encontraron al Sacerdote llorando junto a su iglesia destruída, con los hombros cubiertos por una frazada de lana que Felicia había traído para abrigarle.
"El pueblo no podía creer que aquellos enemigos acérrimos estuvieran allí, hombro con hombro, lamentándose por la pérdida. Y se sorprendieron aún más cuando Felicia miró la última brasa extinguirse y luego se volvió para mirar a la silenciosa muchedumbre que los rodeaba con su habitual expresión feroz.
"- ¿Qué esperan? - gritó sacudiendo el puño - ¡Todos a limpiar!
"Quizás, sin la ayuda de Felicia la Iglesia del Torre del Greco jamás hubiera podido levantarse de nuevo. Pero gracias a ella y su familia, en seis meses había una rudimentaria casucha junto al lugar donde empezaba a construirse la nueva Iglesia, construida entre todos. Y un par de años después, Felicia miró desde el bosque como se encendían las lunes del Campanario de Piedra recién levantada, llamando a la primera Misa que se celebraría en la Iglesia renacida. Y aunque nadie me lo dijo, puedo asegurar que Felicia fue la más feliz de ver a los feligreses caminar hacia la puerta de madera. Y fue la que más celebró escuchar al coro cantar."
- ¿Y fueron amigos desde entonces? - pregunté desconcertada. Bisabuela ladeó la cabeza.
- No, que va - soltó una de sus carcajadas elegantes - se detestaron igual que siempre. O fingieron hacerlo. Pero el hecho es que los ritos de Cosecha siguieron llevándose a cabo. También las Misas solemnes. Y cuando Felicia enfermó, fue el Sacerdote el que acudió de inmediato para ayudar a sus hijos a cuidarle. Y fue Felicia quien plantó un precioso jardín de especias alrededor de la Iglesia. Y fue el Sacerdote, ya muy anciano, la que llevó su ataúd cuando ella murió."
Bisabuela levantó otra fotografía y acarició con la punta de los dedos la figura de la mujer alta de mirada feroz que guardaba la instantánea. Asintió, como si la imagen le contara historias que yo no podía escuchar. Me pregunté cuáles historias podrían ser esas y si alguna vez las escucharía.
- Una bruja sabe que toda lucha es contra si misma, antes que contra cualquier otra persona - dijo entonces - Que cada vez que deja escapar su ira, también debe aprender algo de ella. Una bruja es una mujer fuerte, pero no sólo de temple, sino en su mente. Toda bruja sabe que las batallas más importantes se libran en su corazón.
Bisabuela se levantó con torpeza de la silla. La vi caminar, oscilando sobre su bastón. Me apresuré a levantarme para seguirla.
- Oye bisa, ¿Y como sabes tanto de Felicia? - le pregunté. Me dedicó una rápida mirada sobre el hombro antes de desaparecer caminando por el pasillo hacia su habitación.
- Alguna vez te contaré - soltó una breve carcajada - esa también es una historia interesante.
***
A veces miro la fotografía de Felicia cuando estoy disgustada, triste o simplemente frustrada. Y lo hago para recordar que cada lucha comienza en mi mente y que cada triunfo, en algún lugar inexplorado de mi espíritu. Que cada bruja es una eterna cuestionadora pero también, una mujer que sabe mirar directo al corazón.
Y ella me lo recuerda.
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2 comentarios:
Este relato cortisimo fue el acompañante perfecto de mi espresso matutino, gracias.
Esto, Esta INCREIBLE , mis felicitaciones , sabes trabajar bien la descripción de imágenes y la historia increíble hiciste una muy buena mezcla de cotidianidad y fantasía ,muy muy bueno quede con ganas de leer más, tienes mas? tTengo un blog (Un poco abandonado) de Poesía propia si gustas por aquí te dejo el link http://pierpaoloballotti.blogspot.com/ , saludos
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