sábado, 7 de mayo de 2016
La voz entre las puertas y otras historias de brujería.
Mi abuela - la sabia, la bruja - solía decir que la maletas conservan historias. Que en cada ocasión que alguien guarda sus recuerdos en una de ellas, también lleva a cuestas todas las pequeñas y grandes escenas que construyen su vida. A mis diez descreídos años, todo eso me pareció muy extraño.
- Una maleta es una maleta - le dije con toda mi petulante pragmatismo - ¿De verdad te parece que hace todas esas cosas?
Sonrío. Mi abuela parecía disfrutar de tener una nieta lo bastante preguntona para resultar irritante y nunca se tomaba a mal mi indiscreción e insistencia. Solía decir que sólo haciendo preguntas se aprende y que una bruja, sabe el valor de cuestionarse aunque no encuentre respuestas. Me llevó muchos años comprender esa idea pero lo que si tenía claro - y eso me encantaba - era que podía hacerle a la abuela todas las que preguntas que quisiera sin que ella se inquietara o se disgustara por eso. Una idea fantástica que siempre me intrigaba.
- Una maleta no hace cosas. En realidad nada lo hace. Es nuestra imaginación, capacidad para entender el mundo a través de símbolos y mirada profunda lo que transforma el mundo a nuestro alrededor - me explicó - miramos el mundo como es el nuestro, ese bosque extraordinario y frondoso que guardamos detrás de los párpados cerrados. De manera que una maleta hará lo que creas puede hacer.
¡Aquello era muy complicado! Me quedé sentada con los brazos cruzados, tratando de entender todo lo que me acababa de decir. Abuela, sentada detrás de su escritorio en la biblioteca desordenada de la casa, siguió pasando con lentitud las hojas de su Libro de las Sombras. Era algo que le gustaba hacer con frecuencia: releer sus pensamientos, aprender de nuevo de las frases que había recopilado luego de muchos años de observar, aprender y confiar. A veces, me asombraba esa paciencia suya, esa devoción a toda prueba que tenía por el conocimiento y me preguntaba si alguna vez, yo miraría el mundo con tanta osadía. Con esa necesidad de crear y construir que llenaba mi abuela a toda hora.
- O sea que si creo que una maleta lleva historias...¿Llevará historias? - pregunté no muy convencida. Abuela asintió.
- Una maleta es el lugar que escogiste para guardar lo que crees necesario y valioso para partir. Ya sea de viaje para recorrer el mundo, para llegar a otro lugar, para construir tu mundo a través de pequeños trozos de nostalgia. Una maleta lleva y sostiene lo que amas. ¿No te parece importante eso?
La verdad, era que nunca lo había pensado. Para mi una maleta era simplemente eso: un objeto en la que podía arrojar mi ropa y libros en los contantes recorridos de ida y venida desde la casa de mi abuela al pequeño apartamento que compartía con mi madre. Era algo metódico y sin gracia: tomar unas cuantas camisetas y pantalones, medias y zapatos y echarlo todo junto al final de mi pequeña maleta de azul con estampado de estrellas. Era como cerrar y abrir una puerta. Una que me permitía conservar algo valioso y personal con toda facilidad. ¿Sería eso a lo que se refería mi abuela?
- Como te dije, cada cosa tiene el significado que desees darle y eso la hace valiosa según te lo parezca - me respondió cuando le dije lo anterior. Tomó el libro que tenía entre las manos, lo cerró y lo llevó a su lugar entre los anaqueles a su espalda - Una bruja aprende que somos nuestros símbolos y metáforas. Que nuestra mente es capaz de brindar belleza y sustancia a lo que nos rodea con el poder de conservar lo antiguo en nuevas metáforas. Siendo así, le brindamos valor a objetos por el mero hecho de ser capaces de expresar las ideas que imaginamos.
Atravesó la biblioteca con paso lento. Me gustaba aquella enorme habitación desordenada y rebosante de un saludable caos. Era como yo suponía debían ser todas las bibliotecas del mundo: Había cientos de libros apretados en los muebles de madera, más libros apiñados en las esquinas, sobre las pequeñas mesitas de madera. Hojas a medio escribir esparcidas por aquí y por allá. Había en todo el lugar un aire vivo, radiante. Como si cada objeto estuviera impregnado de la sabiduría de las palabras que guardaba.
- ¿O sea que todo vive en nuestra imaginación? - me dije no muy segura.
- Sí y no. Una vez, tu bisabuela me dijo que el Universo entero vivía en mis pupilas y en mi capacidad para el asombro - dijo - y no entendí la frase. Miré al cielo cuajado de estrellas y pensé: "¿Cómo algo tan extraordinario puede caber en alguien tan pequeña como yo?". Ella me escuchó y se echó a reír.
"- El Universo es una medida de lo que puedes percibir y aprender. Y toda esa percepción vive en tus pensamientos, en tus deseos, en tu infinita capacidad para la sabiduría - me dijo - Toda bruja es una viajera de mundos. Una mujer capaz de ir venir entre la realidad y esa otra posibilidad aparente. Y ese es un gran privilegio."
Abuela contempló su gran colección de libros con un gesto reposado, como si aún estuviera recordando cosas que no me decía. Me levanté de la silla donde estaba sentada y me quedé de pie a su lado, mirando también. Queriendo ver lo que ella venía.
- ¿Sabes como llegaron todos estas cosas acá? - me dijo de pronto. Me quedé un poco aturdida con el pensamiento. La verdad era que cosa extraña, jamás me lo había preguntado. En mi mente la casa de la abuela siempre había existido: como una presencia extraordinaria y atemporal que llenaba el mundo. Como si el tiempo no la cambiara ni la transformara como a otras cosas del mundo. Me chocó un poco pensar que en algún momento del pasado, la casa - y quizás mi abuela - no había sido como yo la conocía.
- ¿No son todas tuyas? - pregunté perpleja. Mi abuela soltó una carcajada dulce, casi tierna y me puso una mano cariñosa en la mejilla.
- No mi niña. Cada cosa en esta casa tiene su historia y llegó de mano en mano desde algún punto remoto del mundo y de nuestra familia - explicó - todo lo que adorna, decora y forma parte de mi casa lo heredé de alguien. Lo guardé para alguien. Recuerda a alguien.
La idea me sobresaltó. Hasta entonces, nunca había notado - o no me había importado notarlo - que todas las cosas en casa de mi abuela era muy viejas, gastadas, con un elegante lustre antiguo. Desde los muebles medio destartalados hasta las cortinas de encajes, todo tenía una especie de vida y personalidad propia, una parte esencial de nuestra vida. Pero lo que mi abuela decía era otra cosa: una que dejó sin aliento. Todas las cosas que me rodeaban habían viajado y vivido, habían atravesado un largo océano o tierras extrañas, para llegar allí. Para formar parte de mi historia. Sentí que una emoción lenta y cálida me recorría.
- Son como...un rompecabezas de historias - dije en voz baja y respetuosa. Abuela ladeó la cabeza para mirarme.
- Lo son. Pero también son historias individuales. Se pertenecen así mismas y contienen algo mucho más hermoso: los sentimientos y pensamientos de quienes consideraron eran lo suficientemente valiosas como para conservarlas, para atesorarlas, para que hablaran sobre su vida y su pasado. Una percepción importante sobre los objetos que forman parte de nuestra vida o mejor dicho, de todos los pequeños fragmentos de ideas que le otorgan valor.
Contemplé todo lo que me rodeaba con una renovada curiosidad. De pronto, la vieja biblioteca de Madera, que se ladeaba a un lado y en ocasiones crujía por el peso que sostenía no era sólo un armatoste repleto de libros, sino una historia. ¿Quién la había construido? ¿Lo había hecho con sus manos? ¿O la había comprado en algún lugar? ¿Quién le había provocado esos pequeños rasguños a la madera justo en el lugar donde los libros solían resbalar un poco? ¿Y esas diminutas flores grabadas? ¿Que mano dedicada y perseverante las había tallado?
- Cada uno de nosotros lleva su historia a cuestas - dijo entonces mi abuela - cada uno de nosotros lleva sus alegrías, dolores y tristezas como parte de una herencia mínima e intima que le define. Una bruja sabe que su historia le sostiene y que construye el futuro. Así que la mira, aprende de ella, la crea a pequeños trazos. Una bruja lleva una maleta de recuerdos que su espíritu sostiene con cuidado. Una bruja asume el poder de todo lo que pueda darle una lección, de cada cosa que sea tan poderosa como para evocar una emoción.
Nos acercamos a la pared donde había montones de fotografías enmarcadas en madera. Había rostros que reconocía y quería, pero muchos otros eran anónimos, parte de una historia tan larga que en ocasiones imaginaba perdida. Mujeres y hombres que sonrían desde el papel, perdidos en pequeñas escenas que solía dibujar con los colores de la imaginación. ¿Quién podría ser ese hombre de rostro hermoso y serio, de pie frente a una casa pequeña y medio destartalada junto a una preciosa montaña nevada? ¿Y la chica de vestido largo y oscuro que levantaba los brazos para saludarme desde el pasado? Gracias a las palabras de mi abuela, de pronto no eran rostros perdidos en el tiempo, sino historias. Cientos de ellas. Engarzadas como fragmentos de belleza en una linea de sangre tan vieja como preciada. Recuerdos que también llevaba en mi mente. Como una maletita privada.
- Cuando tu abuelo vino desde las Islas Canarias trajo con él una caja de fotografías. Montones de ellas, todas ocultas y resguardadas del viaje en bolsas de tela - me contó mi abuela. Extendió la mano y descolgó una de las que colgaban en la pared - la primera vez que me invitó a salir me contó de ellas. Me dijo que había atravesado el Océano para emigrar llevando dos mudas de ropa...y fotografías. Me enamoré de él desde ese momento.
Mi abuela sonrío y yo me sonrojé y me sentí incómoda aunque no supiera con exactitud el motivo. Supongo que para los niños los padres nunca son jóvenes enamorados, como acababa de imaginar a mis amigos. Pero hete allí, que mi abuela de pronto no era la dama venerable de pie a mi lado sino una chica joven, que había escuchado las historias de un muchacho de ojos azules y acento español. De pronto, el mundo me pareció muy grande e inabarcable. Como abuela decía era el corazón de una bruja: una tierra salvaje y espléndida llena de peligrosa belleza.
- ¿Y por qué trajo esas fotos? - pregunté. Abuela me extendió la fotografía con un gesto suave y respetuoso. La sostuve con cierto sobresalto. Una anciana de ojos grandes y un poco hundidos me miraba desde algún remoto lugar de Europa que no reconocí.
- Porque no podía traer a su familia consigo - me respondió mi abuela - porque dejaba todo para buscar un sueño. Pero entonces decidió que nada era más valioso en su vida que sus fotografías. Las empacó y cruzó el mar con ella. Esa señora que te mira allí, es su abuela, a quien no volvió a ver.
Se me hizo un nudo en la garganta. La anciana de la foto tenía cabello largo y rizado...parecido al mio o así me lo quise imaginar. Llevaba un bonito vestido largo de florecitas y un chal tejido que le caia sobre los hombros. Y me invadió una extraña sensación de familiaridad al mirarla. Como si de pronto dejara de ser una extraña para...formar parte de mi vida.
- Hay una leyenda en Brujería que cuenta que cuando una joven bruja abandonó a su pueblo, sólo llevó con ella tres cosas: Un pedazo de madera, una piedra y una pluma - contó mi abuela - llevaba todo en un pequeño petate atado a la cintura y se detenía en su largo peregrinar para aprender para mirar sus pequeños tesoros. Cuando por último llegó a un bosque cercano, la curandera que vivía en él la encaró y le dijo que jamás la dejaría saludar a los árboles a menos que demostrara era una hija de la Luna.
"-¿Como puedo demostrarlo? - preguntó la joven bruja. La curandera la contemplo y extendió las manos.
- Muéstrame lo que llevas en tu bolsa.
La joven bruja le obedeció. La curandera miró el espejo, la pluma y la piedra que la muchacha puso con cuidado sobre la tierra.
- ¿Por qué llevas eso y no comida y abrigo?
- Porque las necesito.
- ¿Las necesitas?
- Para recordar quien soy - explicó la muchacha - la madera tiene olor de mi casa por la noche y cada vez que temo, huelo ese aroma para recordar que siempre puedo encontrar la paz. La piedra es del río que cruza mi pueblo y me recuerda su fuerza, su fluidez. Me recuerda como correr en pensamiento y espíritu cada vez que llegue la incertidumbre. La pluma, para recordarme que vuelo. Porque mi alma es libre y poderosa. No hay nada que pueda detenerla. Llevo mis mayores tesoros conmigo.
"La curandera sonrío y de pronto, el bosque oscuro y tenebroso pareció despertar a su alrededor. El sol brillo entre las ramas y el canto del viento se escuchó fuerte y feroz. Extendió las manos para tomar la de la muchacha.
"- Entra entonces, hermana mía, hija de la Luna - dijo la curandera - porque llevas contigo tu historia a flor de piel".
Escuché la historia sosteniendo aún la fotografía de la vieja pariente que jamás había conocido pero que ahora estaba allí, real y viva en la imagen, para recordarme que formaba parte de mi vida. Y pensé en esa magia antigua de recordar, querer y crear. De mirar el mundo a través de las historias que nos pertenecen, de todo lo que nos brinda conocimiento y poder. De esa capacidad para soñar y elevarnos sobre los límites del tiempo y del presente, para mirar el mundo en su insólita y maravillosa complejidad.
- Por eso...una maleta es mágica - murmuré. Imaginé a mi abuelo como un joven de rostro cansado y triste, a bordo de un barco enorme, mirando la tierra que abandonaba con ojos tristes. Y más allá de la proa del Barco, se extendía la soledad, un mar inmenso sin rostro que le llevaría a una nueva vida. Pero abuelo - el muchacho que entonces era - no viajaba sólo. Llevaba su vida a cuestas.
- Es mágico todo lo que nos permite recordar, lo que nos hace ser muy conscientes del peso de quienes somos y de dónde venimos. Quienes somos más allá del infinito paisaje de la existencia.
Mi abuela devolvió la fotografía a su lugar. La vieja tatarabuela que jamás conocí pareció seguir mirándome con sus grandes ojos amables. Y pensé en todo lo que nos separaba y nos unía. En todo lo que nos pertenecía a ella y a mí, a la distancia.
- Una bruja no conserva muchas cosas materiales pero confiere importancia a las que simbolizan su vinculo con el mundo, consigo mismo y sus ideas - explicó mi abuela con una sonrisa amable - una bruja sabe que tarde o temprano, todo cambiará, todo se transformará. Que perderá lo que cree suyo, que lo recuperará como conocimiento. Que todo a su alrededor se transforma, madura, crece y muere. Y luego renace. Un ciclo interminable donde lo único que permanece es que lo considera más preciados tesoros de si misma.
Esa noche, mientras ordenaba mi pequeña maleta para volver al apartamento de mi madre por el fin de semana, pensé mucho en las palabras de mi abuela. En lo que llevaba a todas partes, en lo que no me importaba dejar. Y sonreí al mirar mis pocas posesiones de niña, la ropa favorita, los libros amados, los lápices y creyones que atesoraba y pensé que cada uno de ellos guardaba una parte de mi misma. Eran un reflejo de mi mente y de mi espíritu mejor que cualquier otro. Y por alguna razón, esa certeza me hizo sonreír. Me llenó de emoción, me hizo sentir profundamente feliz y triste, como si cada cosa fuera la metáfora de una idea perdida y encontrada. Una forma de magia a punto de nacer.
Por supuesto, era muy pequeña para pensar en términos tan complejos, pero mientras cerraba mi maletita pensé que cada bruja sabe que escoger para sonreír. Y que esa quizás, era la mejor lección de todas.
***
De vez en cuando recuerdo esa conversación con mi abuela. Lo hago mientras el mundo a mi alrededor cambia. Se hace más rico, más extraño, por completo desconocido. Pero allá a donde vaya, llevo mis ideas, mis sueños y mis creencias, como pequeños tesoros que guardan historias. Como fragmentos del corazón salvaje de una bruja.
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