sábado, 4 de junio de 2016
La sonrisa del fuego y otras historias de Brujería.
Mi abuela - la sabia, la bruja - solía preparar el mejor té de hierbas medicinales imaginable. Era una combinación de olores, sabores y texturas que no podías olvidar después, cuando recuperabas la salud y llevabas el sabor floral y exquisito de menjurje como un segundo perfume. Una delicia cuyo secreto ella solo conocía.
- ¿Alguna me dirás como se prepara? - pregunté en una oportunidad. Abuela enarcó las cejas, con una de sus sonrisas traviesas.
- ¿Crees que es tan sencillo prepararlo? ¿Que sólo se trata de mezclar algunas hierbas y especias?
- Bueno ¿Qué otra cosa puede ser?
Mi abuela no respondió, sino que se sirvió un poco más de té con una lentitud placentera: tomó la desvencijada tetera, la inclinó y derramó el liquido ambarino y humeante en las profundidades de la taza. El olor profundo y denso de la mezcla se elevo en espiral y pareció impregnar el aire brillante por el sol de la tarde que coloreaba la habitación. Lo miré todo con los ojos muy abiertos y profundos.
- Nada de lo que hace una bruja es sencillo - dijo entonces - toda bruja sabe que cada parte de su vida es un pequeño prodigio, un ritual personal, una forma de celebrar la belleza y el poder de tu voluntad.
No dije nada. No porque no quisiera hacerlo, sino porque continuaba muy agotada luego del tremendo resfrío que me había mantenido en cama por casi una semana. Había sido sin duda, la ocasión en que había estado más enferma en mis ocho años de vida. había tenido fiebre muy alta por días enteros, me llevaba esfuerzos respirar y tenía una sensación de pesadez y tristeza que no podía entender muy bien. Mi tia M., que era además de bruja una médico muy talentosa, me dijo que había sido un cuadro médico muy fuerte y que debía descansar para recuperarme. Así que me lo tomé muy en serio: era muy agradable pasarme los días en que estaba disculpada del colegio, acostada en mi cama leyendo o tomando taza tras taza de café diluido en leche. Me gustaba mirar por la ventana la montaña verde más allá de la muralla del jardín e imaginar que la brisa fresca que bajaba en vertical, me curaba con lentitud. Había algo plácido y triste en esas tarde febriles que aunque no podía entender del todo, me consolaba de encontrarme tan enferma.
- Pero ¿Todo es un ritual? - pregunté por último, cuando pude reunir un poco de aliento. Abuela sonrió.
- Todo lo que hacemos tiene un motivo, un significado y es poderoso por alguna razón - me explicó - Cada decisión que tomamos, cada idea que nos permite construir algo en el mundo de las cosas, es una expresión de esa poderosa individualidad que nos hace únicos. De manera que sí, todo lo que hacemos es un ritual: está encaminado a celebrar nuestra identidad, dotar de poder palabras y pensamientos y brindar sentido a algo por completo nuevo.
Por supuesto, no entendí la mayor parte de lo dijo. Pero aún así, hubo algo que me sorprendió: esa noción que todo lo que pensamos o hacemos tiene importancia. Jamás había pensado en algo semejante. Mucho menos, que pudiera considerarse...¿mágico? Abuela me hizo un guiño malicioso cuando se lo dije.
- La magia está en todas las cosas - comentó - es una idea que acompaña al hombre desde los primeros tiempos de la humanidad. Puede llamarse curiosidad, asombro intelectual, búsqueda, perseverancia. Pero hay algo hermoso y poderoso en esa capacidad que todos tenemos para crear algo a partir de lo que creemos y soñamos. Y esa creación, es parte de lo que asumimos como real. Parte del aquí, del ahora, de nuestra manera de pensar, de cómo miramos al mundo y a quienes nos rodean. Un reflejo de quienes somos y sobre todo, quienes queremos ser.
Me quedé con la cabeza apoyada en la almohada, con la taza de té tibia entre las manos. De nuevo, no entendía mucho de lo que mi abuela me decía pero agradecía que lo hiciera: una de las cosas que más me gustaba de ella es que respondía mis preguntas, no importa cuales fueran. Era un hábito metódico y bien intencionado, pero también peligroso. Mi abuela siempre te diría la verdad. Mi abuela siempre te diría exactamente lo que pensaba. Y eso podría ser doloroso en ocasiones. Pero por ahora, con ocho años, me asombraba que un adulto - y sobre todo mi abuela, que me parecía tan lista y fuerte - pudiera tomarme en serio de esa manera.
- Pero...¿Se puede cambiar lo que nos rodea con pequeñas cosas? - la idea me pareció asombrosa, como de los cuentos que tanto me gustaban. Abuela levanta la taza de té, como para que vea mejor el contenido oscuro y oloroso.
- ¿Te sientes mejor tomando mi té? - parpadeé, tomada por sorpresa.
- ¿Cómo? - sacudí la cabeza - bueno, sí.
- ¿Qué tanto mejor te sientes?
La verdad, tenía que admitirlo: en realidad me encontraba mucho mejor desde que abuela me había preparado su té misterioso. Quizás se debía a su extraño sabor - una mezcla exótica de amargo y un poco de cítrico - o que cada vez que lo servía, ambas sosteníamos largas conversaciones. Nunca llegué a saberlo. Pero el caso era que el té de mi abuela, había logrado que recuperara mucho más rápido que cualquier medicina. Cuando me detuve a pensarlo, me entusiasmé. ¿Era algo de brujas? ¿Una de esas cosas misteriosas que yo estaba tan ansiosa por aprender? Abuela soltó una carcajada.
- Sólo es té mi amor - comentó cuando me escuchó - pero también es "magia" porque es parte de mis decisiones, mis conocimientos y mi capacidad para crear algo poderoso a partir de mis conocimientos. La bruja está muy consciente de esa capacidad profunda para influir en el mundo, para aspirar a ideas eficaces capaces de dar sentido a incluso los pensamientos más personajes. Una bruja construye su propio mundo, elabora todo lo que necesita y desea a través de ese conocimiento muy intimo sobre lo que puede hacer. Y actúa en consecuencia.
- ¿Las brujas entonces son poderosas por lo pueden hacer? - pregunté.
- Las brujas son poderosas por lo que saben pueden hacer, que es un matiz mucho más intrigante de ese pensamiento - contestó - una bruja usa sabiduría como una puerta abierta hacia todo tipo de conocimientos que le permiten ser siempre independiente, autónoma, fuerte. Una bruja jamás se rinde, se amilana, se queda sin hacer. Una bruja siempre se enfrenta, avanza, construye, se eleva sobre las ideas, se sostiene sobre esa noción de la capacidad de la que disfruta. Una bruja sabe que cada pequeñita cosa diaria que hace, guarda un sinfín de pequeños conocimientos que lleva a todas partes. Una bruja es una observadora nata, una mujer que sabe el sentido y la firmeza de sus pisadas, que recorre caminos insospechados. Que avanza con seguridad entre a incertidumbre y la confusión.
Se levantó y se acercó a la ventana. Los viejos goznes chirriaron cuando los abrió con un gesto firme y escuché el rumor del viento de la montaña golpeando los cristales. La silueta de abuela se recortó contra la luz dorada del atardecer, como si fuera parte del juego de sombras triples que provocaba la lenta caída de la tarde.
- Una vez, leí en uno de los viejos Libros de las Sombras de la Familia que todos los rituales de una bruja forman una línea de conocimientos que se comienza en su vida. Toda bruja sabe que lo es aunque nadie se lo haya dicho. Sabe que hay un poder en su interior que equipara al de las Tormentas y al silencio del mar. Que se hace cada vez más fuerte a medida que lo libera del miedo, de las dudas, de la confusión. Una bruja celebra su poder personal antes incluso de saber que lo hace. Una bruja nace bruja y lo es para siempre. Una bruja sabe sin que recuerde cuando lo aprendió que encender una vela es un símbolo del brillo interior, que caminar en círculos crea un tipo de poder enorme y privado. Una bruja conoce la voz de las plantas, reconoce el canto del viento, respeta el fuego que purifica, sabe cada pensamiento fluye como el agua recién nacida. Y lo celebra cada día de su vida. Lo hace de las formas más pequeñas, en los momentos más delicados y silenciosos. Una bruja extiende los brazos hacia la Luna Llena y baila en el bosque interminable de su espíritu para recordarse así misma que hay sabiduría en cada despertar, que hay conocimiento en cada momento de su vida. Que hay belleza, dolor, tristeza, felicidad y alegría en cada cosa que sueña. En cada cosa que crea. En todo lo que atesora.
Mientras mi abuela hablaba, la luz del día comenzó a menguar cada vez más rápido: limpias líneas de luces y sombras que se disolvían hasta desaparecer en el suelo y entre los pliegues de las cortinas de encajes. Su voz se confundió con esa plenitud de la último rayo de luz de la tarde, en esa ternura de los tonos carmesí y dorados que llenaban la habitación.
- De manera que tomas mi Té, pero también la historia de como aprendí a hacerlo - dijo. Se volvió a mirarme y su rostro cruzado de luz y sombras me pareció hermoso y casi juvenil - tomas las horas que dediqué a aprender todo lo que las plantas pueden hacer, cada conocimiento que me permitió escoger la mejor especia, la mejor hoja, la mejor rama. La mejor forma de combinarlas para devolverte la salud. Tomas las horas en que me esforcé en preparar una mezcla tan poderosa como para que te permitiera respirar mejor, sonreír, sentirte fuerte de nuevo. No hay nada sencillo en eso. Se trata de verdadero poder.
Miré boquiabierta la taza que aún sostenía entre las manos: el pozo de té tenía un aspecto extraño, lleno de motitas doradas y también, de una materia verde y jugosa que no sabía identificar. Me pregunté cuánto tiempo le había llevado a mi abuela mezclar aquello, componer su sabor, cuidar su textura. Por supuesto, no lo pensé en términos tan complejos: la vi con los ojos de mi mente rodeada de sus frasquitos favoritos, esos que atesoraba con tanto cariño, escogiendo con cuidado algunas de las hierbas que contenían. Mirando como hervían, como se combinaban entre sí, como creaban algo nuevo. Me emocioné esa simple imagen y me hizo preguntarme si yo podría aprender algo semejante. Si muchos años después, podría comprender el valor de ese aprendizaje discreto, simple, de todos los días. De nuevo, no lo pensé en términos tan adultos: simplemente anhele con todo el corazón, convertirme en la bruja que soñaba ser.
Abuela se inclinó sobre la cama y me cubrió con la sábana. Volvía a tener un poco de fiebre - después de todo, el té famoso no era del todo infalible - y me miró mientras los párpados se me cerraban de sueños. Su imagen se desdibujó entre las sombras, pareció flotar en ellas. Parpadeé para no perderla, para sonreír mientras ella me miraba con preocupación.
- La fiebre bajará muy rápido - me tranquilizó acariciándome la frente. Sus manos olían a hierbas, a tiempos lejanos, a historias por contar.
- Abuela ¿Seré una bruja como tu? - pregunté con el último hilo de conciencia. La fiebre me apretaba las sienes, un escalofrío me rodeo los hombros. El olor de mi abuela - el de ese té mágico que contenía todo el conocimiento del mundo - me rodeó. Llenó el Universo brillante de mis párpados cerrados.
- Ya lo eres, mi niña - murmuró. Su voz se elevó en espiral y me pareció que yo también lo hacía, volando ingrávida hacia la oscuridad de la ventana abierta.
***
Él me miró con los ojos muy abiertos cuando le puse entre las manos la taza con su menjurje hirviendo. Se lo llevó a la nariz constipada, intentó olerlo. No lo logró. Miró con desconfianza el humo aceitoso que subía en lentos hilos hacia el techo. Sacudió la cabeza.
- ¿Y esto? - preguntó. Me senté a su lado en la cama.
- Es mi Té curativo.
Miro de nuevo las profundidades ambarinas de la taza. Le pasé el brazo por los hombros. Lo sentí temblar, tan débil y cansado, luego de varios días de fiebres y estornudos. Sentí mi amor por él fuerte y claro, una forma de conocimiento tan vieja como primitiva.
Lo probó casi un sorbito tentativo y torpe. Lo paladeó y luego bebió un poco más. Me miró desconcertado.
- Tiene un sabor extraño ¿Qué es?
- Un té curativo - repetí - todo un camino de conocimiento.
Acostumbrado a mis juegos de palabras sonríe y sigue bebiendo hasta que termina el contenido de la taza. Cuando se acuesta en la cama, me tiendo a su lado y le paso el brazo por el pecho. Escuchamos la noche, lenta y cálida, suspirar.
- Me siento mejor - murmura al cabo - Mucho mejor de hecho.
- Me alegro.
- ¿Eres una Bruja?
- Ya te lo había dicho.
- Quizás debería creerte - dice. Me da un beso de labios febriles y resecos. Me abraza. Su respiración se hace lenta y profunda. Luego, escucho el sueño llegar.
- Quizás - digo en voz baja, aunque ya no me escucha. Cierro los ojos - quizás.
Antes de flotar a la noche estrellada, el olor de mi Té me envuelve, me acuna. Me recuerda esa vieja historia a la que estoy atada. La que es parte de mi vida y de mis conocimientos. La que escribo a diario.
Una forma de crear y soñar.
Una antigua forma de magia.
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