lunes, 11 de julio de 2016
ABC del fotógrafo curioso: De la permanencia de la imagen y el proceso creativo tradicional.
En la oscuridad total, extiendo la mano y palpo con cuidado el carrete de plástico: la sensación es extraña. En mi mente, la imagen de la cinta del negativo es clara y detallada. Y quizá por ese motivo, cuando lo rozo con la yema de los dedos, puedo imaginarme perfectamente su longitud, la manera como se enrolla delicadamente, las leves curvas ondulantes. Tomo una bocanada de aire y con los ojos bien abiertos en la penumbra — creo que nunca terminaré de acostumbrar a la sensación de tener tener los ojos abiertos y no poder ver absolutamente nada — empiezo a enroscarlo con lentitud en el carrete. Silencio y esta profunda sensación de asombro. Esto también es fotografía, pienso, con los dedos temblorosos. Esta oscuridad plena de ideas y significados. Esto era el génesis antes del milagro de la fotografía digital. Y sonrío, en la oscuridad, en un gesto espontáneo.
Volver a los orígenes.
Una vez leí que revelar es el acto más cercano a parir que puede vivir un fotógrafo, y es cierto. Después de haber aprendido a revelar y copiar, mi visión sobre la imagen cambió para siempre. Durante toda mi vida, consideré el arte visual como un discurso mental tremendamente personal, pero ahora comprendo el poder de crear una imagen de tu mente a partir de un mero concepto abstracto. Porque la fotografía tradicional implica este trabajoso proceso donde es completamente necesario construir un imagen desde mucho antes de hacer el click: decidir la tonalidad de grises o de luz que tendrá tu fotografía — o que significa — o el tipo de papel que utilizarás para brindarle un mayor contraste a esas infinitas variaciones de luz que crean ese instante que te pertenecerá para siempre. Y la sensación es casi milagrosa, cuando lentamente del negativo comienzan a emerger rostros, fisuras radiantes que delinean pequeños mundos. Asombrada, sin palabras, levanto el negativo y encuentro mi expresión visual como nunca la vi: tan directa y exacta a como la soñé, tan irrevocablemente poderosa. Tan primitiva, naciendo de luces y sombras. Tan laboriosa, con esa lentitud del pensamiento.
Porque estamos acostumbrados a la inmediatez. A tomar una fotografía y mirarla en un gesto de suprema percepción instantánea: borrarla, corregirla, tomar de nuevo decisiones creativas. Y encontrar que la imagen original muta a medida que encuentras una mejor manera de expresar eso que deseaste, o simplemente hacerlo de una forma por completo nueva a como la imaginaste. No obstante, con el film se trata de recorrer el camino completamente contrario: es capturar el momento perfecto y construir a partir de ese pequeño prodigio, todo un lenguaje que nacerá a partir de tus decisiones e ideas, de encontrar formas exactas como expresar esa generalidad absoluta y magnífica que solo habita en tu mente. Con el corazón latiendo muy rápido, cuelgo con cuidado el negativo y spero, observando emerger mis sueños de la oscuridad.
Probablemente, como fotógrafos de la era digital, todo este largo proceso, inquietante, inexacto e imperfecto, por completo personal, resulte tedioso e incluso absurdo. ¿Para que llevarlo a cabo si en la era del procesamiento de imágenes podemos encontrar los mismos resultados a la distancia de un clic? No dudo que este será el pensamiento algún hipotético lector al leer este articulo, pero igualmente, para mi el descubrimiento fue abrumador y con toda seguridad, seguirá despertando el mismo tipo de asombro que me provocó la primera vez que estuve en un cuarto oscuro. Una sorpresa en el mismo hecho de mi concepción de la fotografía: volver a la observación concienzuda, a plantearme el hecho fotográfico como una gran generalidad de pequeñas decisiones estéticas y técnicas que finalmente le den sentido a esa imagen robada al tiempo. Claro está, es una experiencia por completo personal y aunque sin duda, continuaré siendo una apasionada de la fotografía en todas sus formas — tanto digital como en film — este asombroso milagro de encontrar ese poder de evocación de la fotografía justamente en el origen de lo que fue, me brindará una cierta manera de analizar la idea visual que nunca habría encontrado de otra manera.
Enciendo la luz rojiza. Todo tiene un aspecto extraño bajo esa extraña luminosidad dispareja. Con cuidado, dejo caer la hoja en la bandeja, donde flota como abandonada por unos segundos. Y de pronto, cuando comienzo a preguntarme si me equivoqué en alguna parte del proceso, una sombra magnífica se dibuja en la superficie. Magia. Magia antigua y desconcertante, para un fotógrafo en perpetuo aprendizaje como lo soy aún. Con los ojos muy abiertos, me deleito en ese extraño instante que se alarga en todas direcciones: la imagen se delinea, aparece lentamente, se hace viva, radiante. Y mia, tan mia como la parí con esfuerzo desde la concepción más abstracta. La sensación de maravilla me hace sentir de inocente, casi niña y siento la emoción de descubrir un territorio en silencio donde yace probablemente miles de cuestionamientos nuevos sobre mi percepción del mundo visual que me rodea.
La imagen, de nuevo naciendo radiante para el mundo, en un instante perfecto.
C´ la vie.
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