domingo, 24 de julio de 2016

Pequeños misterios inocentes y otras historias de brujería.





De niña pasaba mucho rato revisando los viejos baúles y cajas que mi abuela - la sabia, la bruja - guardaba en su habitación. Lo hacia con una mezcla de curiosidad y también, de ese afán ciego de todo niño de toparme en alguna oportunidad con un tesoro. Uno de verdad: un objeto extraño y maravilloso que me sorprendiera por su mera existencia.

Y finalmente, me ocurrió. Abrí un antiquísimo baúl que nadie había tocado por más de una década y encontré un montón de tela envuelta en lo que parecía un capuchón de mimbre. Tomé la portezuela endeble y cuando la abrí, encontré un viejo sombrero que alcé para mirar en toda su gloria polvorienta. Me quedé boquiabierta, admirada por las líneas rígidas de la prenda: un perfecto cono de terciopelo y tafetán.

- ¡Un sombrero de bruja! ¡Y ahora es mio! - grité a nadie en particular.

Porque eso era ¿No? Un cucurucho de terciopelo carcomido que se doblaba a la derecha en su base rota. Lo acaricié, asombrada. ¡Y eso que mi abuela me había dicho que las brujas no llevaban sombrero! Pero aquí estaba este, con sus puntadas de alambre retorcido en las esquinas y ese enigmática apariencia de objeto antiguo. ¿Quién lo había dejado allí? ¿Qué podía hacer el sombrero? Rebusqué en el viejo arcón pero no encontré otra cosa que unos cuantos trozos de tela retorcida y podrida. No había la menor huella o pista de qué bruja lo había llevado puesto antes de olvidarlo allí. Y eso me parecía fascinante.

Hacia menos de seis meses que vivía en casa de mi abuela y todavía me llevaba esfuerzo asumir la idea que sin lugar a dudas, todas las mujeres de mi casa insistían en llamarse brujas. Y lo hacían con una festiva alegría que siempre me hacía sonreír. Llevaban el nombre como una prenda de honor, una palabra que parecía resumir lo mejor y más querido en sus vidas. Por supuesto, estas brujas modernas, inteligentes, dicharacheras, de temperamento salvaje e inquieto, poco nada o nada tenían que ver con las mujeres de piel verde y nariz ganchudas que solían mostrar o describir las películas y libros. Eran espíritus fogosos, llenas de osadía y un buen humor desbordante. Pero eran brujas, al fin y al cabo. Llevaban trenzas en el cabello, saludaban a la Luna Llena una vez al mes y celebraban las estaciones solares. Había escobas en las paredes, calderos en la cocina y un árbol gigantesco con las ramas cubiertas de cintas de colores en el jardín desordenado que rodeaba la casa. Aún así, nadie llevaba sombreros, ni tampoco vestidos negros o zapatos puntiagudos. Cada vez que le preguntaba, mi abuela soltaba la carcajada.

- ¿Y por qué habríamos de vestir así?
- ¡Porque las brujas lo hacen! - salté de inmediato muy convencida - ¡Todas las brujas de las películas y los cuentos se visten así! ¡Deberían hacerlo también ustedes!
- Nosotras - me corrigió con suavidad mi abuela. Sonreí. Todavía no me podía creer que algún día en el futuro, sería bruja también.
- ¡Nosotras! -repetí desbordante de entusiasmo - ¿No deberíamos vestirnos así?
- La ropa sólo es una capa de quien eres mi niña - comentó mi abuela, mientras pasaba con cuidado las páginas del libro que leía - como nos gusta nos demás nos miren y nos perciban. Pero lo que realmente somos, está por debajo de la piel.

De inmediato me puse a imaginarme mi cuerpo como una colección de colores y destellos de luz. La idea me gustó. Me pregunté si mi abuela se refería a eso.

- Sí, por supuesto - dijo mi abuela cuando se lo conté - somos nuestra imagen más profunda. Lo que deseamos ser, lo que aspiramos a crear con cada parte de nuestro cuerpo y mente. Y eso cuenta lo que imaginamos.
- ¿Y los sombreros puntiagudos?

Abuela sacudió la cabeza riendo y tomó otro libro pesado del escritorio. Caminó por su desordenada biblioteca y lo guardó en el espacio abierto que esperaba por él. Como siempre, la biblioteca tenía un aspecto magnífico y caótico, con sus mesas repletas de hojas a medio escribir, muebles cubiertos por pilas de docenas de libros abiertos, objetos extraños en diferentes fases de deterioro. Todo eso me parecía asombroso. Me pregunté cuántas otras cosas extrañan se escondían por allí. Cuántos pequeños misterios se disimulaban entre las motas de polvo y el desorden. Es idea me gustó mucho.

- Hace mucho tiempo, las brujas llevaban sombreros para recordar que todos somos tres partes de una misma cosa - me explicó con paciencia - cuerpo, mente y espíritu. El triángulo perfecto que sostiene el conocimiento de lo que somos y hacia donde nos dirigimos. Así que llevar una prenda de ropa con esa forma, te recordaba su importancia. El peso que tiene en tu manera de pensar y crear.

Abuela tomó otro libro y lo colocó en su biblioteca. Me quedé mirándola con los ojos muy abiertos. ¿Eso era todo?

- ¿y? - pregunté, esperando me contara alguna maravillosa historia sobre los sombreros mágicos de las brujas. Había imaginado eran algo más que una pieza de vestir. Que llevaban magia en su interior y guardaban enormes secretos. ¿Por qué lo llevaría una mujer sabía si no era así?
- ¿Te parece poco? - dijo mi abuela, fingiendo seriedad. Me enfurruñé.
- ¡Sí! ¿No se supone que deberían hacer otra cosa? ¿Lanzar rayos o aparecer conejos?

Mi abuela hizo ímprobos esfuerzos por aguantarse la risa. Se acercó a donde yo estaba sentada y apoyó su mano cálida y callosa sobre mi frente.

- Todas esas cosas fabulosas están aquí, no un sombrero - me explicó acariciándome la frente - recuerda siempre: el poder de una bruja está en su mente y en el fuego de su espíritu. Lo demás, se lo recuerda.

Esa si que era una frase interesante...pero aburrida, pensé un poco decepcionada. Pero claro está, esa no son las cosas que uno le dice a su abuela, tan sabia y tan bruja que no deja de sorprendente. De manera que me tragué el enojo e impaciencia y me prometí investigar. Algún tesoro mágico debía haber oculto en la casa y yo lo iba a encontrar.

***

Tia M. me miró sin saber que decir cuando entré como un vendaval en la cocina de la casa, con el sombrero en la cabeza. Se quedó con la cuchara de palo a medio camino de la olla donde hervía la espesa salsa de carne que cocinaba. Me miró de arriba a abajo con un gesto entre sorprendido y alarmado.

- ¿De donde sacaste esa cosa vieja? - dijo con su habitual tono severo. Me paré en mitad de la cocina, mirándola desafiante con los brazos en jarra.
- ¡Es mi sombrero de bruja! ¡Lo encontré en uno de los arcones de la habitación del fondo! ¡Ahora quiero saber sus secretos!

Hace unos años, tia M. y yo conversábamos en el pequeño salón de su departamento y de pronto, comenzó a reír. Una risa lenta y afanosa, de anciana. Ya no eran sus carcajadas secas y timidas de antaño, sino una nueva alegría. Ella solía decir que había algo festivo y amable en envejecer en paz. Y mirándola repantigada en su sillón favorito, con su cabello blanco bien peinado, le creí. Esperé con paciencia hasta que terminara de reír y le pregunté que le había provocado aquel brillante estallido.

- ¡Recordaba la ocasión en que me pediste descifrar los viejos secretos de aquel sombrero de tela que encontraste en algún lugar de la casa! - me contestó - recuerdo que me sorprendió tu energía y entusiasmo. Pero también me conmovió esa necesidad de aprender. Había algo de brillante magia en todo eso.

Sonreí. Recordaba la escena con claridad y también, sentí esa energía traviesa. Tia sacudió la cabeza.

- Habría querido entender mejor que la verdadera magia.

Pero esa tarde, tía parecía fastidiada que sorprendida por mi exuberante curiosidad. Suspiró y me dedicó una de sus largas miradas azules.

- Sólo se trata de un sombrero - opinó - ¿Qué secretos puede guardar?

No me creí que las cosas fueran tan sencillas. Me puse a describirle el arcón donde lo había encontrado, la cesta de mimbre en que estaba guardado. La forma como se ajustaba a mi cabeza ¡Como si me conociera!. Tia puso los ojos en blanco.

- Parece parte de un viejo y feo disfraz - dijo entonces - ¿por qué te parece que puede ser mágico?

Le conté todo lo que había leído en los libros y visto en las películas: de la mujer misteriosa del bosque que llevaba un sombrero en punta donde guardaba artículos de magia. De la anciana terrible y peligrosa que usaba el sombrero como parte de un lúgubre atuendo. De las brujas que cruzaban la noche en escoba llevando el sombrero apretado contra el cráneo. Tia me escuchó en silencio, revolviendo la salsa. No parecía muy interesada en lo que le decía.

- ¿Y?
- Niña, las brujas siempre han sido percibidas de maneras distintas según a quien le preguntas o la cultura que las observa - me contestó por último - el sombrero de la bruja es otra de esas ideas que fueron transformándose a través del tiempo. Hubo una época donde las brujas celebraban a la Luna con sus sombreros de punta, como si se trataran de un símbolo del poder del espiral, del que se crea en la tierra y asciende a las estrellas. Una bruja llevaba un sombrero para recordar su vínculo con las estrellas.

Me sentí de pronto muy importante, con mi sombrero polvoriento sobre la cabeza. Tía suspiró mirándome dar saltos de un lugar a otro. De pronto parecía triste y un poco cansada.

- Después, el sombrero se transformó en otra cosa. Se transformó en un símbolo de la maldad, de la muerte, de la noche y el peligro. El viejo sombrero que representaba la conexión especial de la bruja con el Universo en su mente comenzó a comprenderse como otra cosa. Como algo inquietante, una muestra de horror.

Me detuve. Me llevé la mano a la cabeza para apretar el sombrero contra las sienes. ¿Cómo podía haber sucedido eso? ¿Qué había provocado que el sombrero de la bruja pasara de ser algo bueno y hermoso para transformarse en...otra cosa?

- Todo se transforma - dijo mi tía cuando se lo pregunté - el sombrero fue primero la cornucopia de la divina, lleno de placeres y delicias. Después fue el símbolo de la Tierra y las estrellas para los que aspiraban al conocimiento. Y en tiempos de oscurantismo, la forma como se comprendía el mal. Es muy fácil hija, tergiversar lo que no comprendemos. Atacar las creencias ajenas. Destruir lo hermoso por puro miedo. Quizás el sombrero de la bruja, lo recuerda.

Siguió revolviendo la salsa, con los labios apretados y la mano rígida. En el futuro me diría que esa sencilla conversación la hizo hacerse preguntas en voz alta, reconsiderar algunas ideas sobre si misma e incluso, cuestionarse esa rara manía suya de evitar la sonrisa. Pero esa tarde de septiembre, en la cocina, simplemente sacudió la cabeza, entre cansada y poco irritada.

- A veces, la historia nos traiciona - dijo en voz baja - las brujas siempre han luchado contra esa traición sutil.

***

Prima P. miró el sombrero sobre mi mesita de noche más tarde cuando fue a leerme mi cuento nocturno. Lo contempló curiosa y por último hizo algo que me hizo reír a carcajadas: se lo puso en la cabeza. Me encantó verla sonreír, con el sombrero hundido hasta las cejas y moviéndose de un lado a otro en medio de pequeños temblores polvorientos.

- ¿Donde encontraste esto? - preguntó mirándose en el espejo. Me senté en la cama para mirarla.
- En un arcón del cuarto del fondo. Nadie sabe de quien era o que hace. Aunque parece que no hace nada.

Me entristecí. Ese me parecía el pensamiento más descolorido del mundo. ¿De qué sirve un sombrero de bruja que solo es un montón de tela medio podrida? Mi prima me miró sobre el hombro y soltó una risita cómplice.

- Claro que hace.
- ¿Qué?

La miré desconfiada. Prima era bromista y petulante y solía gastarme bromas muy pesadas. Pero en esta ocasión, sonrío y se sentó a mi lado, tocándose el sombrero con dedos curiosos.  De pronto, el feo armatoste de tela desteñida parecía tener una nueva dignidad, un lugar en nuestra pequeña historia cotidiana.

- Una vez, mi mamá me contó que las brujas antiguas llevaban sombrero para recordar el poder de lo fantástico - me explicó - que eran símbolos de fiesta, celebración y maravilla. Que formaban parte de la celebración la magia y lo portentoso, como la escoba y el caldero. Que el sombrero, con su forma triangular y su extraña profundidad te recordaba que hay un misterio entre tu mente y lo que hay más allá.

Prima casi nunca hablaba en serio. Siempre hacia chistes o soltaba frases sarcásticas. Pero cuando lo hacia era algo bello y digno de escucharse. Me quedé mirándola muy atenta, mientras ella caminaba por la habitación, apretando el sombrero en la cabeza.

- Hay algo mágico en cada cosa que la bruja usa: el largo vestido blanco que recuerda su fuerza espiritual, la escoba su vinculo con el aire y la Tierra. El caldero, la magia ancestral de crear placer y alimentar a otros. Pero el sombrero, tan humilde, tan pequeño, es una forma de recordar que hay misterios que se guardan en tu mente. Que la verdadera magia nace de ti misma y de ningún otro lugar.

La frase me sonó de algún lado. Batí palmas de emoción.

- ¡Eso lo dice el Libro de las Sombras de la abuela! - reconocí de inmediato. Prima sonrío y se quitó el sombrero. Lo sostuvo entre los dedos con delicadeza y luego ladeó la cabeza con un gesto travieso.
- Porque el sombrero de la bruja, es el símbolo de los pequeños misterios. De todas las cosas que la bruja hace para recordarse a sí misma que está bien ser audaz, que es bueno reír y cantar, llorar y bailar. Que es bueno guardar secretos y revelar otros. Que es bueno bromear, mirar el mundo con curiosidad y la mente muy despierta. Que toda bruja es un alma juguetona, en busca de palabras y conocimiento.

Se quitó el sombrero y luego acercándose a la cama, me lo puso en gesto ceremonioso. Lo sostuve con un gesto firme y de pronto me pareció que había algo hermoso en aquel momento, una dulzura sutil y extraña que me llevaría quizás muchos años apreciar.

- El conocimiento de una bruja reside en el cuerpo, en la mente y en el espíritu. Así lo estoy aprendiendo yo, así lo aprenderás tu - me sonrío y me apretó el cerebro con tanta fuerza que el ala me cubrió los ojos. Grité manoteando por quitarmelo, entre risas y nerviosismo - el sombrero te recuerda que en ti todo está unido a un propósito. Que vas a caminar por el sendero de la vida buscando comprenderte, mirarte, soñarte. Ser fuerte en tus deseos y propósitos. En cada cosa que te forma y te crea. En cada palabra que te define.

Logré subirme el sombrero sobre las cejas. Prima continuaba sentada a mi lado. Por un momento, no se me pareció en nada a la chica juguetona y en ocasiones irritante que tantas veces me molestaba. Había algo en ella sin edad, sin nombre y pleno de belleza. Cuando se inclinó para besarle en la frente, le eché lo brazos al cuello y la abracé. El sombrero quedó apretado entre su cabeza y la mía.

- Toda bruja tiene un corazón de fuego - dijo entonces y aunque no entendí la frase, me gustó que me la dijera - y todo corazón de fuego se eleva hacia el infinito. De vez en cuando una bruja tiene que recordarlo.

Sonreí. El sombrero me rascaba la mejilla y de pronto, me pareció que él también estaba de acuerdo con lo que prima me decía. Una promesa diminuta en medio de un momento cotidiano. Una mirada hacia el infinito en medio del silencio de una mirada asombrada.

***

A veces, me pongo mi viejo sombrero para mirarme en el espejo. Lo he conservado durante todos estos años, sólo para recordar su poder de evocación. Y algo bello, infantil y dulce en la imagen que me devuelve el reflejo: el de una mujer que aún busca conocimientos, que se asombra del mundo que le rodea y que sabe, que hay un misterio en su mente. Porque cada bruja es un espíritu osado, en busca siempre de respuesta, incluso aunque sólo sea para hacerse más preguntas. Porque una bruja persevera, siempre vuela alto. Y alza el sombrero - el del conocimiento y la inocencia - en busca de algo más que el simple conocimiento. Tal vez un poco de sabiduría, me digo sonriendo, sosteniendo mi viejo y feo sombrero sobre la cabeza. Un sueño que se recuerda a fragmentos. La medida de una intima esperanza.

Una nueva forma de volar.



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