domingo, 14 de agosto de 2016

Danza de Luna Llena y otras historias de brujería.




Tomo una de las cartas del tarot extendidas sobre la mesa. La levanto: La emperatriz. Sonrío. Mi abuela me hace un guiño malicioso antes de tomar ella misma una carta. Tengo catorce años recién cumplidos y comienzo a recorrer el lento camino del aprendizaje del Tarot, de esa antigua tradición que mezcla enigma con algo más profundo e imperecedero: una manera de interpretar el espíritu humano a través de la creación.

- Una influencia femenina poderosa - comenta. Me muestra su carta: La luna. La ornamentada imagen parece brillar en la oscuridad solo iluminada por velas: la Luna sonriente, la mujer sentada a sus pies, con el largo cabello tachonado de estrellas. Cuando mi abuela la coloca junto a la mía, tengo una extraña sensación de maravilla: ¿Cuántas mujeres y hombres antes que yo contemplaron los mismos símbolos y quizás con idéntico asombro? ¿Cuanto de antigua mitología impregna cada carta? ¿Qué historia cuenta? Mi abuela me mira, como adivinando mis pensamientos. Toma el resto del mazo y comienza a colocarlas sobre la mesa, mostrando las diferentes ilustraciones a la luz. En medio del resplandor mortecino de la tarde y el amarillento de las velas, la escena tiene un poco de sobrenatural.

- ¿El Tarot nació para formar parte de alguna tradición mágica? - pregunto en voz baja. Fascinada, miro la sucesión de dibujos singulares: esa pequeña delicadeza del misterio. Cada uno pareciera tener una sustancia propia, una historia que contar que se entremezcla y crea su propio lenguaje. Mi abuela no responde de inmediato, ocupada en dejar cada carta del arcano mayor extendida sobre la mesa. Solo entonces me mira a la cara: sus ojos color miel reflejando la luz de las velas.

- No exactamente. Los primeros juegos de naipes o de cartas fueron originarios de Asia, quizás Corea, alrededor del siglo X o un poco después. Pero el Tarot, como lo conocemos actualmente, es una mezcla de visiones y creencias de diferentes culturas - me explica - El Tarot probablemente sea una evolución de algún tipo de lenguaje primitivo que utilizaba símbolos  para contar una historia.

Me inclino un poco sobre las cartas para mirarlas mejor. El Loco sobresale del entre todas, la cabeza del hombre dibujado erguida, mirando levemente sobre el hombro. La expresión levemente burlona o así me gusta pensar. La ropa de colores muy vivos. De inmediato, pienso en carcajadas, alborozo, alegría, creación. Una sensación radiante me hace sonreír y me desconcierta esa sensación de absoluto reconocimiento, esa inmediata comprensión del símbolo. ¿Por qué ocurre algo semejante? ¿Cuanta historia guarda cada trazo y color de la carta? Un misterio que parece envolver otro misterio, quizás más profundo e intricando, perdido en el espíritu humano.

- Es difícil rastrear el origen de una fragmento de historia compartida - dice mi abuela - el Tarot ha pertenecido a muchas culturas, ha sido recreado y transformado por cada pueblo y tribu que lo ha considerado suyo. Una y otra vez, ha tenido un nuevo rostro, para brindar un nuevo significado a lo que cuenta.

Me muestra una de las cartas. En ella,  un anciano encorvado levanta una pequeña lámpara en la oscuridad. La imagen tiene un aire siniestro, inquietante. La larga barba del anciano se confunde con la túnica gris que lleva. Toda la escena, captada en trazos levemente torpes, irregulares, hay un cierto atisbo de secreto, un susurro a media voz de alguna verdad desconocida.

- En muchos pueblos de Italia, la carta del Ermitaño era llamada el Tiempo y era augurio de muerte y temor - me explica mi abuela, en voz baja. La luz de las velas parpadea y me sobresalto, aunque no podría decir por qué. ¿Se trata del tono de su voz? ¿De la imagen del viejo que me mira desde la carta? No podría decirlo - se representaba como un viejo llevando un reloj de arena y las viejas curanderas, aseguraban que era la señal que el tiempo de tu vida se acortaba como la arena entre los dedos. Luego, quizás por influencia sajona o incluso gala, el viejo Señor del tiempo se transformó en el sabio del silencio. El Ermitaño. Una manera de interpretar el tiempo, quizás.

Miro el juego de luces y sombras sobre las cartas. Cada una de ellas contiene una historia que contar, una manera de comprenderse. Años después, leería en algún lugar que la Fortaleza se representaba con un hombre levantando un garrote para atacar a un león rugiente, en clara referencia a primitivas imágenes mitológicas sobre Hércules. Y que la Emperatriz, con su corona radiante y su rostro imperturbable, representó por mucho tiempo a la Diosa muda, la divinidad femenina que debía mantenerse oculta, en el secreto. ¿Que historia narra el Tarot? A trozos, en pequeñas imágenes que parecen contar una historia oculta bajo cientos de páginas olvidadas, una visión de esos pequeños fragmentos de misterio perdidos en la infinito espiral de la memoria de la humanidad.

- Cuando hablamos sobre el Tarot también hablamos de la historia de las mujeres sabias - continúa mi abuela. Las cartas parecen ondular sobre la mesa, vivas y llenas de una rara belleza  - Aunque existen cientos de teorías que intentan explicar su nacimiento y elaboración y se la han atribuido procedencias tan dispares como contradictorias. Pero siempre coinciden en el poder de sus símbolos, en esa precisa capacidad que posee el Tarot para hablar a nuestro espíritu. En esa percepción inevitable de la mujer que atesora el conocimiento, que lo construye como un legado que heredar al futuro. Y quizás el Tarot es el símbolo de esa búsqueda de conocimiento creativo que la brujería celebra como una forma de tradición.  Para una bruja la carta del Tarot es una puerta abierta a su mente, a sus temores y esperanzas. Un recorrido por el tiempo que le precede, por todas las historias que desea contar.

Las manos de mi abuela se detienen sobre las cartas. Apenas las toca, como si pudiera percibir en ellas vitalidad ultraterrena, entremezclada por el brillo cálido y la sutil historia que guardan. Una interpretación sobre el tiempo y lo que somos tan poderosa como insólita. Finalmente toma una carta: El Loco. Sonríe cuando la levanta y la muestra, como un pequeño tesoro.

-  Para algunos historiadores, el Tarot forma parte de un sistema de codificación egipcio, destinado a proteger conocimientos científicos y astronómicos. Por otro lado, Elifas Levi  era la clave para descifrar una serie de escrituras espirituales como la Biblia hasta la Cábala Judía - me explica - por ese motivo, esa percepción del Tarot como un lenguaje. Una reflexión compleja sobre la naturaleza humana. El primer código escrito sobre la conciencia del hombre del que se tenga memoria.

Abuela vuelve a mezclar las cartas, en un movimiento rápido y ágil que me sorprende por su delicadeza. Las cartas parecen deslizarse entre sus dedos, encajar entre sí con una precisión asombrosa.  Toda bruja tiene su propio mazo del Tarot, recuerdo. Elaborado por ella misma. Creado a partir de una reflexión privada sobre la naturaleza de la magia, la búsqueda del conocimiento y las construcción de las ideas.  Una labor artesanal a la que imprime dedicación y amor por meses y años. El de mi abuela está bordado en tela y luego, colocado en una base de metal finísima. Al chocar entre sí, las cartas producen un sonido lento, caótico pero lleno de cierta hermosura. Una armonía elegante que me hace recordar a esa percepción sobre las Mecánicas Celestes. Una mirada al Infinito que guardamos en nuestro interior.

- El primer registro histórico que se tiene sobre el Tarot, tal y como lo conocemos actualmente, se encuentra en un lugar curioso: El libro de contabilidad del Tesorero real de Carlos VI de Francia - me dice mi abuela. Escoge otra carta: la rueda del carro brilla y de pronto, el dibujo parece flotar con su propia belleza -  En Febrero de 1392, una  pequeña anotación en folio  enumera el pago por tres barajas de color dorado y muy ornamentadas, que forman parte de la llamada baraja Gringonneur. Lo curioso de todo esto, es que según la descripción del libro que se hace en la minuta comercial, las barajas contenían "saber arcano". ¿A qué se refería el acucioso tesorero Charles Poupart con el término? Nadie parece saberlo muy bien. Por supuesto, hablamos de una época donde los misterios esotéricos despertaban la curiosidad de la aristocracia y de hecho, hay teorías que apuntan que la carísima baraja Gringonneur - con borde de plata y fondo de oro y que actualmente se guarda en la Biblioteca Nacional de París - fue comprada para consolar al Rey Carlos VI en sus accesos de "melancolía".

Otra carta. El rostro severo y tranquilo del Emperador parece mirarnos desde la superficie dorada y plata en la que flota atemporal y radiante. ¿Un recuerdo de esa época donde el Tarot era considerado un tesoro? ¿Una pieza de arte destinada a contar algo más enrevesado y complejo que lo que puede mostrar a simple vista? Cuando deja la carta junto al resto disperso sobre la mesa, abuela - la sabia, la bruja - suspira. Mira con ojos muy abiertos y asombrados, esa multitud de escenas e historias entremezcladas entre sí, confundidas entre si desde el origen. Un misterio entre misterios. Una mirada asombrada sobre una línea de conocimiento que se pierden en tiempo.


- No obstante, la historia del Tarot abarca mucho más que un simple dato anecdótico: se dice que el Tarot más antiguo del que se tiene noticia es el Visconti - Sforza  - me explica mi abuela. Toma otra carta con un gesto delicadisimo, casi  temeroso. La carta tiembla y ondula en la punta de sus dedos. El mago, con su extraña vestimenta que se enrosca a su alrededor, tiene un aspecto casi inquietante -  una  obra de arte de oro y madera que fue obsequiado con motivo de su boda a Bianca María Visconti, hija del cruel Duque de Milán, Filippo Visconti. Existen al menos catorce versiones de la baraja, copias fieles de la original, y cada una de ellas ha sido transformada por el artista a quien se le encargó su reproducción. Según el investigador Stuart Kaplan, la multiplicidad de los símbolos indica que el mazo del Tarot, tal y como lo conocemos actualmente, es una reinterpretación de muy probablemente un orden específico de dibujos crípticos, ordenada de manera comprensible por el mazo Visconti.


Abuela deja la carta junto al resto. Ladea la cabeza y me pregunto que observa en ellas, que descubre en cada metáfora que se eleva desde el tiempo para contarnos un viejo fragmento de leyenda. Qué esconde esa noción del tiempo que envuelve no sólo a la carta sino al Tarot como una mirada misteriosa a algo más profundo  ¿Es entonces el Tarot una especie de código cifrado de algún conocimiento antiguo? la idea ha obsesionado a muchos historiadores, más allá de su simbolismo esotérico. Las brujas conservan el Tarot como una forma de conciencia que historia oculta de la Madre muda, de la Diosa repudiada por el Cristianismo y satanizada por la cultura Occidental. La brujería insiste que cada carta cuenta la manera como la Tradición de la Diosa fue perseguida y convertida en un secreto a medio revelar que el Mazo de Tarot guarda celosamente. No hay ninguna prueba contundente al respecto pero es evidente que cada carta posee un tipo de peso simbólico muy específico: Inicialmente, solo las carta del Arcano Mayor mostraban ilustraciones detalladas y cada una de ellas, se unía a la siguiente en una especie de código visual muy concreto. Por décadas enteras, el Tarot formó parte de tradiciones mágicas que insistían, contaba su propia versión del mundo: desde las brujas escocesas que insistían que el Tarot contaba la historia de la Diosa Brigit hasta las Italianas, que descubrían en ella a la Diosa cazadora del bosque. Otro tanto ocurre con el Arcano Menor:  muchas de las primeras versiones muestran  Espadas de cuchillas curvas y Bastos gruesos, y se suele insistir que muestran los ritos de cosecha y de paso de variadas tradiciones de la antigua Religión Europa. Incluso, hay hipótesis que sugieren que los arcanos mayores y menores evolucionaron de manera independiente: dos historias que contar que convergen en una sabiduría tan antigua que ya no se recuerda. Cual sea la respuesta, el Tarot se volvió un elemento infaltable en el conocimiento ritualista tradicional e incluso, en la cultura popular:  Hacia finales del siglo XV existían barajas de Tarot por toda Europa.

¿Una huella de la Vieja religión que se resistió a ser olvidada? No podría decirlo. Pero la idea me parece hermosa y sobre todo sugerente, una manera de construir un pensamiento sobre lo divino y lo eterno más allá de lo evidente.


Mi abuela extiende de nuevo la mano sobre las cartas del Tarot, rozándolas apenas. Las acaricia, con una delicadeza casi desconcertante. Un antiguo ritual de bendición, me parece recordar. El aire parece llenarse de secretos, de la luz templada y parpadeante de las velas a punto de consumirse. Finalmente, cuando mi abuela guarda con cuidado las cartas de Tarot en su caja de madera, siento de nuevo esa extraña sensación de reconocimiento que me desconcertó la primera vez que sostuve un mazo. Como si mi mente escuchara una historia que recuerda muy bien pero no recuerda donde la escucho antes.

- Tal vez si hablan sobre la Madre, la gran Diosa perdida - murmuro, casi sin querer. Como si las palabras se me escaparan de los labios sin que pudiera detenerlas. Mi abuela levanta los ojos y sonríe. Luego me extiende la caja cerrada. La tomo y tengo la impresión que sostengo un viejo tesoro, muy querido y profundamente significativo.

Sostengo la caja entre mis manos. Y pienso, otra vez, en todos los hombres y mujeres que antes que yo, han buscando en sus símbolos y misterios, una manera de comprender el mundo y quizás así mismo. Y me desconcierta la sensación de comprender esa necesidad de justificación, esa idea que nace y muere en alguna región desconocida de mi mente. Una forma de soñar.

- Las cartas hablan de lo que quieras escuchar - responde entonces mi abuela. Su mirada se hace enigmática, flotando en los últimos reflejos de la luz de las velas. Y tengo la impresión que casi puedo rozar una idea mucho más enigmática que la mera percepción del simbolo en las cartas. Algo que parece provenir de mi espiritu y mi corazón, tan antiguo que el eco resuena en la oscuridad parpadeante de esa noche cálida y más allá, hacia el futuro, hacia una simple necesidad de construir mi propio futuro.

Sonrío mientras escribo esto. A mi lado, la caja de las cartas del Tarot permanecen cerrada, aguardando. La miro, escuchando su invitación y quizás, su lento susurro. Todas las historias tienen alguien que quiera contarlas, pienso. Y también, alguien que desee descubrirlas.

Una manera de crear.

C'est la vie.

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