jueves, 22 de septiembre de 2016
Crónicas de una “nerd” entusiasta: Todo lo que el Doctor Who me enseñó desde niña.
Cuando cumplí doce años, mi tío favorito me envió desde Londres una caja de cartón con algunos obsequios. Había un par de libros, algunos chocolates, un par de tazas de té y una cinta de VHS que incluía una nota. “Puede ser que este programa te guste” leí en voz alta. “Se trata de un doctor extraterrestre que viaja en el tiempo en una cabina telefónica”.
Me hizo sonreír la descripción. Hasta entonces no había escuchado nada sobre el personaje, la historia y no tenía mucha idea con lo que me encontraría al ver el contenido de la cinta de VHS. Como la amante de la ciencia ficción que ya era por entonces, me pregunté que tendría que contarme, este extraño visitante de otros mundos — y otros “ahora” y “ayer” — que no hubiese escuchado antes. Tomé la cinta y la puse en el reproductor, con una rara sensación de expectativa. Lo demás, es historia: El Doctor Who y Tardis me han acompañado durante buena parte de mi vida y además, han formado parte de ese Universo extraordinario de lo fantástico y lo asombroso que tanto aprecio de mi vida. Con su rara mezcla de sensibilidad, curioso sentido del humor, la aventura de mirar el tiempo como una combinación de incertidumbre y sorpresas, el doctor Who no sólo se convirtió en una referencia de esa noción infantil del prodigio, sino en algo más poderoso. En una metáfora de lo que encantador de una historia mil veces contadas que siempre parece original.
Porque admitámoslo, no hay nada nuevo ni original en este personaje extravagante que viaja a través del tiempo y el espacio para comprender a la raza humana. Lo que si parece ser siempre nuevo y conmovedor, es esa percepción optimista e ingenua acerca del hombre, sus vicisitudes y sus pequeños dolores. Hay mucho de una reflexión sobre la identidad de nuestra época en esa sucesión de extrañas aventuras de un personaje que parece simbolizar algo más que esa aspiración esencial de nuestra cultura por la trascendencia. Porque el Doctor Who, con su mirada alucinada, su singular búsqueda de la verdad, su persistencia en encontrar cierto orden en el caos, metaforiza una idea perdurable sobre la inocencia.
Todavía sonrío cuando me recuerdo sentada al frente de la pantalla del viejo televisor de la sala de mi abuela: La sensación de maravilla que me provocó descubrir una nueva forma de asumir la fantasía, el poder de la imaginación y algo más privado. Esa combinación de una buena historia con algo más extravagante que el doctor Who me mostró en esa ocasión y que ha seguido deslumbrandome año a año por casi dos décadas. Viajera de esa mirada ingenua hacia lo que no existe, lo que se crea en los paisajes invisibles de nuestra mente. Una radiante sensación de maravilla y complicidad.
Una larga historia de asombro:
El 23 de Noviembre de 1963, la BBC decidió estrenar una serie en la que había estado trabajando durante meses, a pesar que el día anterior el mundo se había sacudido con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y no estaba de ánimo para asombrarse con la rara historia de un viajero del tiempo a bordo de una cabina telefónica. Pero la cadena televisiva se atrevió a hacerlo: Una decisión que vista a la distancia, fue todo un riesgo. Después de todo, la tristes noticias que viajaban desde el otro lado del océano no parecían coincidir con el tono travieso y levemente profano del nuevo show, que durante meses había aguardado por su estreno en medio de dudas e incertidumbres acerca de su éxito. Inglaterra no atravesaba tampoco un buen momento: una serie de apagones asolaban el país y un aire de cierto pesimismo llenaba la programación de la pantalla de televisión, quizás como reflejo del ánimo general. Aún así, la BBC decidió que era un buen momento para hacerlo. El resultado sorprendió a todos: Doctor Who no solamente se convirtió en un éxito inmediato sino que su fama, cimentó un tipo de percepción sobre la Ciencia Ficción que hasta entonces había sido desconocida en la televisión mundial. Y lo hizo gracias a la sabia combinación entre lo entrañable y lo cotidiano, con el añadido de cierta estética rudimentaria e incluso barata. Hay algo entrañable en la forma como “Doctor Who” se percibe a sí mismo, pero sobre todo, cómo crea su propia dinámica y universalidad para sostener su propuesta.
Cinco décadas después y convertida en decana del género fantástico televisivo, Doctor Who continúa imbatible e incombustible no sólo como propuesta sino también, en toda su solidez institución británica. Tal vez por ese motivo, Doctor Who es algo más que una aproximación a una historia tópica sobre viajes en el tiempo, elipsis temporales y algo muy semejante al pensamiento existencialista aplicado a la fantasía. Se trata de un recorrido por la historia reciente de una época obsesionada con lo tecnológico y también, una interpretación sutil sobre el valor de los actos individuales. Después de todo, el Doctor es un héroe sui generis que parece más interesado en enfrentarse a los peligrosos Dalek que ofrecer lecciones y juicios morales sobre las épocas que sirven de contexto a sus aventuras. Y aún así, su mirada es profundamente emocional, sincera y sobre todo, justa. Un cierto equilibrio silencioso que el Doctor lleva de siglo en siglo — y de actor y en actor — y que le ha convertido en uno de los personajes más carismáticos del imaginario de ciencia ficción actual.
Más allá de eso, “Doctor Who” engloba lo mejor y sobre todo, la esencia de lo que lo fantástico puede ser: La serie narra las aventuras de un misterioso personaje que atraviesa el Universo conocido en una TARDIS (Time and relative dimensions in space) en una lucha contra alienígenas y demás habitantes de la tercera dimensión y sobre todo, contra la malvada raza de los Daleks. Pero lo hace además, interactuando como puede y siempre que puede con un mundo se transforma a su alrededor, que se hizo más rico, variado e insólito a medida que la serie fue encontrando su tono y sobre todo, su manera de comprender a la Ciencia Ficción como reflejo de su época. Más allá de eso, Doctor Who es toda una metáfora sobre esa insistente aspiración de analizar el bien y el mal como parte de una idea mucho más humana y simple. El doctor lucha desde su distante mirada de observador, pero también, se asume así mismo como parte de una batalla ancestral en la que es parte y también protagonista. A pesar de la aparente sencillez de sus historias — mucho más enfocadas hacia una percepción exagerada y hasta estrafalaria de la fantasía — Doctor Who tiene la capacidad de sintetizar ese optimismo franco que sin duda, es parte de la noción sobre el bien y el mal que analiza desde la periferia. Nada es lo que parece en esta visión del bien y el mal en ocasiones extrema y donde los matices, parecen ser pequeñas reflexiones sobre la capacidad humana para comprenderse como parte de una idea más amplia y elocuente. Y quizás ese sea su mayor triunfo.
Como fenómeno local, a Doctor Who le llevó esfuerzos conquistar adeptos fuera de las fronteras británicas. Le llevaría casi tres décadas, lograr un tibio éxito en países como España, Francia e incluso Dinamarca y a pesar de eso, todavía tendría que enfrentarse con toda una nueva percepción sobre la Ciencia Ficción para quien la serie era una especie de reliquia rudimentaria sin real importancia. Se trató de un fenómeno inevitable: Doctor Who nació en plena década de los años sesenta, en una época donde la televisión europea enfocaba esfuerzos en diversificarse en lugar de ampliar su rango de alcance, Doctor Who pareció crear un fenómeno de limitado alcance a pesar de su evidente repercusión. Quizás por ese motivo, la serie ha conservado lo esencial de su identidad a pesar de sus sucesivas transformaciones y sobre todo, la necesidad de actualizar su propuesta. Y es que Doctor Who continúa siendo el mismo — como serie y como personaje — y esa es quizás una de sus grandes fortalezas.
Aquí y allá: Un viaje a través del tiempo.
Crecí viendo al doctor Who a través de videos de VHS y después, gracias a internet. Durante buena parte de mi infancia y adolescencia disfruté de la aventuras del Doctor por todas las buenas razones que hicieron que la serie aguantara con bien pie el paso del tiempo. No sólo se trataba de un show televisivo — que lo es — sino una manera de comprender cierto extremo sobre la fantasía. Para la mitología del Doctor Who no hay imposibles, sino una búsqueda de alternativas que hacen sus batallas y aventuras una especie de recorrido por ideas conjuntivas que se completan entre sí. El doctor viaja en el tiempo y deja algo de si mismo en el trayecto. Ama, sufre, se desconcierta. Asume el poder real que implica conocer — y participar — en la historia. Se convierte no sólo en observador, sino finalmente, en un testigo que crea y construye una nueva manera de relacionarse con lo que le rodea. Hay mucho de la inocencia del descubrimiento, del poder de la imaginación, en la búsqueda del doctor Who por la justicia.
Fueron lecciones sobre lo fantástico y lo asombroso que aprendí durante casi década y media de seguir con obsesiva atención las aventuras del doctor. Me convertí en fanática, a pesar de no comprender el particular humor inglés y tampoco, la transición de la serie en algo más colosal y universal. Un fenómeno que en más de una ocasión, ha sorprendido a sus antiguos guionistas C. E. Webber y Donald Wilson, quienes han admitido que jamás pudieron imaginar la repercusión que la serie podría tener en varias generaciones de amantes de la Ciencia Ficción y lo fantástico. Eso, a pesar que la serie ha sufrido una serie de altibajos que como bien reconoce su equipo de producción, son frutos de esa transformación incesante de Doctor Who y el mundo creado a su medida, debido al pasado el paso del tiempo. Emitida originalmente desde 1963 hasta 1989, la producción se suspendió cuando pareció que la serie había caído en un bache de guión y de planteamiento que amenazaba su coherencia. No obstante, para entonces Doctor Who era considerada no sólo buque insigne de la BBC sino también una serie de culto con admiraciones en todas partes del mundo.
Doctor Who sorprende por su inocencia: su estética es en ocasiones barata y se le ha criticado por su uso desprejuiciado de efectos especiales con un presupuesto muy bajo. Pero aún así, lo que prevalece en sus historias insólitas y en su mirada ingenua sobre lo que propone — esa búsqueda de la verdad, la justicia y la bondad a través de los límites inconmensurables de lo conocido — sobrevive intacta a través de toda serie de cambios y replanteamientos. No obstante, hay una precisión narrativa y de percepción sobre sus alcances que hace que la serie prevalezca sobre cualquier otra en el género. Doctor Who representa no sólo la Ciencia Ficción en estado puro — lo científico al servicio de la imaginación — sino también, el trayecto entre el asombro y lo que en realidad intriga, que hace transcendental cualquier producto cultural. Y Doctor Who lo es, por supuesto. Más allá de las especulaciones y argumentos sobre su importancia como parte de un género en ocasiones menospreciado, Doctor Who tiene la capacidad inédita de absorber los cambios y transformaciones del lenguaje televisivo sobre lo fantástico con enorme facilidad.
En una ocasión, leí a un crítico que insistía que los seguidores y fanáticos de la serie son distintos a cualquier otros y la frase me hizo sonreír. Hay una completa identificación con el espíritu del programa sino también con el fondo y la forma que lo hace único. Una plena complicidad entre el tono de la historia que el doctor Who cuenta y algo más enrevesado, profundo y quizás confuso de comprender. Por ese motivo, nos enfadamos por las decisiones de producción sobre el aspecto general de la serie, mínimos cambios de guión y nos obsesiona pensar quien encarnará al venerable Doctor en la próxima transformación. Para los fanáticos de la serie cada detalle sobre el Doctor Who sostiene algo mucho más importante que una estructura visual y narrativa. El Doctor Who encarna ese viejo anhelo por comprender los alcances de la imaginación y sobre todo, asumir esa plenitud de la búsqueda de lo fantástico como parte de la realidad. Una y otra vez, el Doctor Who ha demostrado el poder de crear un lenguaje Universal donde una conmovedora visión sobre la trascendencia del espíritu humano forma parte de una propuesta incombustible.
Transcurrieron casi quince años y varios intentos fallidos para que Doctor Who regresara a las pantallas luego del hiatus que provocó su salida del aire. Para entonces, la serie había encontrado su lugar y su momento ideal: el retorno trajo consigo un abultado presupuesto y un nuevo actor, Christopher Eccleston, que sería el noveno intérprete del doctor desde el estreno de la serie. Un nuevo comienzo que no sólo significó la renovación definitiva del espíritu de la serie sino también, una nueva audiencia que recibió con entusiasmo a un viejo conocido del mundo fantástico.
Como veterana en el mundo del Doctor Who, el cambio me sorprendió — me preocupó e irritó — pero al final, descubrí que esta nueva noción sobre el doctor y sus aventuras era una forma de crear y construir algo novedoso. La serie había sobrevivido a su propia regeneración — término que se utiliza para definir las sucesivas encarnaciones del personaje — y había triunfado en el intento.
El primer doctor siempre se recuerda:
Mi primer doctor fue el encarnado por el actor Tom Baker, a quien recuerdo con su esperpéntica bufanda, su larga melena ensortijada y su propensión a una cierta y festiva locura de la que enamoré de inmediato. No lo sabía por entonces pero “mi” doctor era el cuarto desde el original William Hartnell y encarnó al doctor durante cuatro temporadas (diciembre de 1974–marzo de 1981) aunque a veces tengo la impresión, que como icono pop, el doctor Who tiene su rostro.
Resulta que es cierto: todo fanático del Doctor Who recuerda a su su primer doctor y es esa noción lo que hace las sucesivas transformaciones del personaje tan importantes y significativas dentro del desarrollo de la trama de la serie. En mi caso, Baker me obsequió un personaje de una profundidad emocional y una ingenuidad atípica que siempre asocié con la insistencia de la serie en mirar a la ciencia, la historia y el pensamiento humano como la forma definitiva de esperanza. Pero también, me recordé que el Doctor Who es ante todo un viajero del tiempo, un alienígena de aspecto humano con un profundo conocimiento sobre nuestra raza y sus vicisitudes. Esa ambigüedad quizás se deba a que al principio, la serie fue concebida como un producto educativo destinado a la enseñanza de la historia y ciencia. Pero pronto, la serie desbordó ese concepto originario y se transformó en un clásico de la ciencia ficción, gracias a las aventuras del doctor a través de lo largo y ancho del Universo y sus batallas contra los más curiosos villanos y monstruos, para salvar civilizaciones, planetas y de hecho, cualquier ser viviente. Porque el doctor, que no se considera a sí mismo héroe — y es posible no usaría jamás una palabra semejante para definirse — es un personaje complejo que avanza para transformarse en una idea mucho más intrincada sobre la responsabilidad colectiva, el poder de las ideas y algo más sutil como lo es esa percepción del mundo como un conjunto de valores y triunfos intelectuales y morales que trascienden el espacio y el tiempo.
Pero Doctor Who es mucho más que la retórica del retorno, la transformación lineal del personaje en algo más sustancioso. Es Ciencia Ficción, pero también es imaginación, humor, sensibilidad, una reflexión constante de la importancia de cada uno de nuestros actos, de la mirada sorprendida del doctor — que es la de todos sus fanáticos — hacia las posibilidades de lo fantástico. Puro entretenimiento con un objetivo claro: construir un nuevo lenguaje donde la búsqueda de la razón, el poder de la creación y algo tan ambiguo como la aspiración a la bondad, esté encarnada por un personaje que se niega ser definido de manera sencilla. Una figura en extremo carismática, que hasta la fecha ha sido interpretado por una pléyade de actores que han logrado brindar a su historia una rara mezcla de ideas y propuestas que lo hace único.
Doctor Who es sin duda un símbolo de la Ciencia Ficción, pero también es muchas cosas más: es un reflejo fidedigno del asombro colectivo hacia nuestro poder individual, la búsqueda de una razón que sostenga una aventura que comienza desde la incertidumbre y esa maravilla que produce, el conocimiento. Y esa percepción infantil sobre la bondad y la maldad, el poder de lo que creamos a través de las ideas y sobre todo, la búsqueda de un significado a las infinitas peripecias de nuestra intensa necesidad de justificación, lo que hace al Doctor Who — serie y personaje — parte de la cultura popular. Una celebración a esa intuición de varias generaciones de entusiastas de la Ciencia Ficción sobre la importancia de la curiosidad y el asombro intelectual.
Todavía me asombra que la serie continúe deleitando a una nueva generación que la recibe en medio de una época dorada de la Ciencia Ficción y la fantasía. Aún así, sus productores y guionistas Russell T. Davies y Steven Moffat están convencidos que la influencia del doctor va más allá de los mundo de los amantes. “Con la vuelta del Doctor, Russell no hizo solo historias inglesas, sino universales, historias sobre gente. Y antes una historia se contaba en cuatro episodios, y ahora es una historia en 45 minutos… una forma de contar más estadounidense”. De pronto Doctor Who ha dejado de ser un producto minoritario para convertirse en algo más asombroso, un lenguaje que medita sobre una mezcla de valores sensibles y científicos sin que exista contradicción alguna. La serie avanza y se fortalece ya no sólo como una gran visión sobre el mismo tema — salvar a la humanidad — sino algo más conmovedor y humano: la oportunidad que todos tenemos de comprender el valor de lo que somos y lo que podemos ser.
Un regalo de cumpleaños inolvidable:
Nadie cual es el verdadero nombre de El Doctor, que jamás utiliza nombres y apellidos más allá del título. En una ocasión confesó que “el nombre que escoges es como una promesa que haces”, toda una declaración de intenciones que describe no sólo el sentido último de un personaje trascendental sino la forma como se concibe a sí mismo. El Doctor es un personaje que busca la justicia y “curar” al universo de sus males. Y lo hace a través de la inocencia, una lucha constante contra el mal y el temor y sobre todo, desde la inocencia. Un héroe que no se considera uno, una criatura inexplicable que resume una visión maravilla sobre el mundo y su circunstancia.
Han transcurrido casi dos décadas desde que conocí la historia del Doctor por primera vez. Y sigue siendo el mejor regalo de cumpleaños que recibí. Una cabina azul, un destornillador sónico, una mirada fascinada por la fantasía y por las posibilidades de soñar y crear a partir del asombro. Un obsequio imperecedero que me recuerda cada tanto el valor y la permanencia de las ideas.
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